miércoles, 8 de diciembre de 2010

Madre de Dios, sin pecado concebida, Llena de gracia, Virgen Purísima


La Virgen se le apareció en Lourdes a Santa Bernardita, y le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

¿Qué podemos aprender de esta aparición de la Virgen?

Comencemos con la vidente, Santa Bernardita: ella era de condición humilde, y además, era analfabeta. Tanto es así, que no entendía qué quería decir: “Inmaculada”.

¿Por qué la Virgen se le apareció a Santa Bernardita, que era analfabeta e ignorante? ¿No hubiera sido mejor que se hubiese aparecido a un estudioso de la teología y de las Escrituras? La Virgen se le apareció a Santa Bernardita porque Dios obra a través de los más pequeños de la tierra. No quiere decir que todo el que es pobre materialmente es humilde, ya que son dos cosas distintas, porque se puede ser indigente, y al mismo tiempo, soberbio, pero en el caso de Bernardita, ella, además de ser pobre materialmente, era humilde de espíritu.

Además, Santa Bernardita es una figura y una representación de la humanidad que, delante de Dios, más que pobre, es indigente, y más que analfabeta, es ignorante.

El hombre, delante del inmenso misterio de Dios, y delante de la majestad de Dios Uno y Trino, es como la nada, y no sólo eso, sino que es como la nada más pecado, como dicen los santos. Además, es ignorante, porque si Dios no se revela a sí mismo, dándose a conocer como Uno y Trino, el hombre no puede conocer, de ninguna manera, que Dios es Uno y Trino en Personas.

Santa Bernardita, pobre y analfabeta, nos representa a todos nosotros, que delante de Dios Uno y Trino, somos como ella: pobres y analfabetos, e ignorantes de toda ignorancia, ya que por nuestra razón podemos conocer que Dios es Uno, pero no que es Trino. Si Dios no lo revelara, jamás sabríamos que Dios es Trinidad de Personas y un solo Ser divino.

Aprendamos de Santa Bernardita a ser dóciles a la Palabra de Dios, y humildes de corazón, porque Dios “resiste a los soberbios” (cfr. Sal 2, 2-4).

La otra enseñanza que podemos aprender de esta aparición de la Virgen, es el contenido central de la revelación dada en la aparición, y es el hecho de declarar la Virgen, solemnemente, el ser Ella la Inmaculada Concepción, que indica un doble privilegio, concedidos anticipadamente por los méritos de la Pasión de Jesús, por estar Ella destinada, desde toda la eternidad, a ser la Madre de Dios: Ella es la Inmaculada Concepción, es decir, concebida sin pecado original, y a la vez Llena de gracia, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo.

Ser la Inmaculada Concepción significó para la Virgen no sólo no pensar ni desear ni hacer nada malo, ni siquiera el más mínimo pecado venial, y ni siquiera la más mínima imperfección, sino que significó estar inhabitada por el Espíritu Santo, y fue así que Dios la eligió para ser la Madre de su Hijo.

Así debemos ser nosotros: vivir sin pecado, y en gracia, confesándonos frecuentemente, para que nazca, en nuestros corazones, Dios Hijo, Jesucristo.

Por último, el misterio de la Virgen, de ser Ella la Inmaculada Concepción, y la Llena de gracia, y de ser la Madre de Dios, se actualiza, misteriosamente, en la Iglesia, porque la Virgen es modelo de la Iglesia: la Iglesia, como la Virgen, es Pura e Inmaculada, porque nació del costado abierto del Salvador; es la Llena de gracia, porque está inhabitada por el Espíritu Santo, como la Virgen, y así como la Virgen es Madre de Dios, porque da a luz, por el poder del Espíritu Santo, al Niño Dios en Belén, Casa de Pan, así la Iglesia da a luz, por el poder del mismo Espíritu, a Cristo Dios en la Eucaristía, Pan de Vida eterna.

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