El Manual del Legionario dedica todo un capítulo a la Santa
Misa y a la Eucaristía[1] y la razón es que, sin la
Santa Misa y sin la Eucaristía, la Legión no tiene razón de ser y lo mismo
sucede con el legionario. Es decir, un legionario podría, eventualmente,
cumplir al pie de la letra con todo lo que el Manual exige, podría ser un legionario
ejemplar, en sus oraciones, en su apostolado, en su desempeño cotidiano, pero
si no asiste a Misa para recibir la Eucaristía -obviamente, en estado de
gracia-, nada de lo que haga el legionario tendrá valor para el cielo.
El Manual lo explica de la siguiente manera: afirma que “el
fin de la Legión de María es la santificación personal de sus miembros” y que
esa santificación es imprescindible para que el legionario pueda ser
verdaderamente “legionario”: “También hemos dicho que esta santificación es a
la vez, para la Legión, su medio fundamental de actuar: sólo en la medida en
que el legionario posea la santidad, podrá servir de instrumento para
comunicarla a los demás”. Ahora bien, ¿cómo es que logra la santificación el
legionario? ¿De dónde obtiene la santidad que necesita, para ser verdaderamente
legionario? El Manual dice que el legionario debe pedir la intercesión de la
Virgen, para así “llenarse del Espíritu Santo”, con lo cual podrá así
efectivamente llevar a cabo su tarea de ser instrumento del Espíritu Santo,
Quien será el que “renueve la faz de la tierra”. Dice así el Manual: “Por eso
el legionario, al empezar a servir en la Legión, pide encarecidamente llenarse,
mediante María, del Espíritu Santo, y ser tomado por este Espíritu como
instrumento de su poder, del poder que ha de renovar la faz de la tierra”. Entonces,
aquí se responde la primera pregunta, sobre “cómo” logra la santificación el
legionario.
Para
la segunda pregunta, acerca de “dónde” se obtienen las gracias necesarias para
la santificación, el Manual dice que todas las gracias necesarias para la
santificación personal del legionario fluyen, sin excepción, del Sacrificio en
Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, sacrificio que se renueva de modo incruento y
sacramental en la Santa Misa: “Todas estas gracias fluyen, sin una sola
excepción, del Sacrificio de Jesucristo sobre el Calvario. Y el Sacrificio del
Calvario se perpetua en el mundo por el Sacrificio de la Misa”. Esto se debe a
que la Santa Misa, acción litúrgica exclusiva de la Iglesia Católica -el
protestantismo y las demás sectas solo realizan una mímica vacía de la Santa
Misa-, no es un mero recuerdo ni representación del Santo Sacrificio de la
Cruz, sino que, por el misterio de la liturgia, “hace presente, actual”, al
mismo sacrificio, como si los asistentes a la misa viajaran en el tiempo y en
el espacio y se trasladaran al Calvario en el momento en el que la Santa Misa
se celebra. Dice así el Manual: “La misa no es mera representación simbólica
del Calvario, sino que pone real y verdaderamente en medio de nosotros aquella
acción suprema, que tuvo como recompensa nuestra redención. La Cruz no valió
más que vale la misa, porque ambas son un mismo sacrificio: por la mano del
Todopoderoso, desaparece la distancia de tiempo y espacio entre las dos, el
sacerdote y la víctima son los mismos; sólo difiere el modo de ofrecer el
sacrificio. La misa contiene todo cuanto Cristo ofreció a su Padre, y todo lo
que consiguió para los hombres; y las ofrendas de los que asisten a la misa se
unen a la suprema oblación del Salvador”. Asistir a Misa es asistir al
Calvario, al Sacrificio del Señor Jesús realizado hace veinte siglos, aun
cuando estemos viviendo en el siglo veintiuno. Y en este asistir a la Santa
Misa, es de donde fluyen absolutamente todas las gracias necesarias para la
santificación del legionario. Dice así el Manual: “A la misa, pues, ha de
recurrir el legionario que desee para sí y para otros copiosa participación en
los dones de la Redención”. De esto se comprende cómo se impone el silencio,
tanto exterior como interior, en la Santa Misa, además de la adoración al
Salvador que se hace Presente en Persona en el Altar Eucarístico. Y de esto se
deduce, también, la absoluta falta de respeto hacia Nuestro Señor y su
Sacrificio, cuando se asiste sin las debidas disposiciones interiores, o cuando
se comienza a hablar antes de Misa, rompiendo el silencio sagrado que debe
reinar antes, durante y después de la Santa Misa.
Por
último, el Manual destaca la necesidad imperiosa de que la Legión “suplique” y
no “imponga” -aun si la impusiera, esta imposición sería una imposición de amor
a Dios, que se nos dona bajo la apariencia de pan y vino- la asistencia a Misa
a los legionarios: “Si la Legión no impone a sus miembros ninguna obligación
concreta en este particular, es porque las facilidades para cumplirla dependen
de muy variadas condiciones y circunstancias. Mas, preocupada de su
santificación y de su apostolado, la Legión les exhorta, y les suplica
encarecidamente que participen en la Eucaristía frecuentemente -todos los días,
a ser posible-, y que en ella comulguen”.
Solo
así, bebiendo de la Sangre que fluye del Costado traspasado del Salvador y que
se recoge en el Cáliz del altar y solo alimentándose de la Carne del Cordero de
Dios, la Sagrada Eucaristía, podrá el legionario santificarse y ser instrumento
del Espíritu Santo para la santificación de sus hermanos los hombres y de todo
el mundo.
[1] CAPITULO VIII El
legionario y la Eucaristía 1. La misa, Pág. 47. 2. La liturgia de la Palabra,
Pág. 48. 3. La liturgia de la Eucaristía en unión con María, Pág. 49. 4. La
Eucaristía, nuestro tesoro, Pág. 51. 1.