jueves, 30 de mayo de 2013

La Visitación de la Virgen


         La Virgen María, estando Ella misma encinta por obra del Espíritu Santo, visita a Santa Isabel, prima suya, encinta ya varios meses (cfr. Lc 1, 39-56). La suya no es una visita de cortesía, sino un acudir en auxilio de alguien que necesita ayuda, puesto que Santa Isabel es ya una mujer de avanzada edad y al mismo tiempo, es primeriza, y la Virgen la visita para asistirla en los labores de parto.
         Con su Visitación, la Virgen nos enseña por lo tanto a obrar la misericordia para con nuestro prójimo y nos enseña a hacerlo no de cualquier manera, sino con sacrificio, porque en esos tiempos no existían ni los medios de transporte ni las vías de comunicación que existen hoy, por lo que viajar, aun distancias relativamente cortas, suponía un gran esfuerzo y sacrificio por parte de quien viajaba. En el caso de María, ese esfuerzo y sacrificio son notablemente mayores que los habituales, porque se trataba de una mujer y además porque Ella misma estaba, como dijimos, encinta por obra del Espíritu Santo. Por estas condiciones añadidas, el sacrificio de la Virgen por acudir en auxilio de su prima Santa Isabel es por lo tanto mucho más valioso que cualquier otro en similares circunstancias, y es en la Virgen y en la Visitación en quien debemos fijarnos cuando deseemos saber de qué manera debemos obrar la misericordia para quien lo necesite. De esta manera, la Virgen en la Visitación es ejemplo y modelo admirable e insuperable de amor fraterno, de caridad cristiana y de misericordia hacia el más desprotegido. Sin embargo, lo más grandioso en el misterio de la Visitación no radica en este grandioso ejemplo de misericordia brindado por María Santísima. Para saber en qué consiste lo más grandioso de la Visitación, es necesario detenerse en otros aspectos de este episodio de la vida de Jesús y de María.
         Cuando la Virgen Visita a Santa Isabel, lo hace estando encinta por obra del Espíritu Santo, es decir, con Jesús embrión en su seno virginal. A su llegada, tanto Santa Isabel como Juan el Bautista –que está a su vez en el seno de Santa Isabel- experimentan mociones del Espíritu Santo: Santa Isabel no saluda a la Virgen ni por su nombre –María- ni por su parentesco –prima-, sino que la saluda con un título que es escucha por primera vez: “Madre de mi Señor”. ¿Cómo podía saber Santa Isabel, sino es por iluminación del Espíritu Santo, que el Niño que su prima lleva en su vientre no es simplemente su sobrino, sino su “Señor”, es decir, su Dios? Además, Santa Isabel percibe el estado espiritual y anímico de su hijo Juan el Bautista, que “salta de alegría” en su seno: “Apenas oí tu voz, el niño saltó de alegría en mi seno”. El “salto” de Juan el Bautista no es un simple movimiento en el seno materno de un niño no nacido: es una verdadera conmoción espiritual gozosa, un estremecimiento de alegría del niño Bautista ante la Presencia de su Redentor que viene siendo portado en el seno virgen de María. Tanto la iluminación de Santa Isabel, que le permite reconocer en María a la Madre de Dios y no a su prima, como la alegría experimentada por Juan el Bautista ante la llegada de Jesús, son provocadas por el Espíritu Santo, que es quien proporciona conocimientos sobrenaturales del misterio de Jesús que son inalcanzables por la menta humana. Luego también la Virgen, y con más razón Ella, pues está inhabitada por el Espíritu Santo, entona el Magnificat, en el cual canta, en el Espíritu, las grandezas insondables del Amor divino, que ha hecho “maravillas” en Ella, al elegirla como Madre de Dios.
         La contemplación de la escena de la Visitación nos muestra entonces que la presencia de la Virgen es precedida y acompañada por el Espíritu Santo; la Visitación de la Virgen a un alma no la deja nunca indiferente, porque es causa de iluminación sobrenatural interior, de gozo espiritual y de alegría en el Espíritu Santo, tal como les ocurrió a Santa Isabel y a Juan el Bautista. El motivo es que junto con María, viene siempre su Hijo Jesús y con Jesús, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que disipa las tinieblas de la mente, permitiendo reconocer a María como la Madre de Dios, al tiempo que enciende los corazones en el Amor divino, Amor mediante el cual el alma ama con amor sobrenatural al Hijo de María Virgen, Jesús de Nazareth, todo lo cual es causa de gozo y alegría sobrenaturales. Nada más hermoso hay en el mundo que recibir la Visitación de la Virgen María, Madre de nuestro Señor, porque con Ella viene su Hijo Jesús y con Jesús, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que hace “saltar de gozo y de alegría” al alma a quien Jesús y María visitan.

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