sábado, 25 de febrero de 2012

La Virgen del Rosario y la Cuaresma




La Cuaresma es un tiempo de oración, de penitencia, y de vivir la fe por medio de las obras de caridad, corporales y espirituales, para con los más necesitados. Cuando la Iglesia nos impone las cenizas en el Miércoles de ceniza, es para que pensemos en la muerte, que es el destino seguro de todo ser humano, a causa del pecado original. Pero también quiere la Iglesia que meditemos en la vida eterna, en la vida que comienza apenas termina esta, y en todo lo que viene inmediatamente después. Sabemos por la fe que, al morir, al cerrarse los ojos del cuerpo por la muerte, se abren los ojos del alma, y el alma ingresa en la vida eterna, y en esta vida eterna, lo primero que le sucede al alma es ir delante de la Presencia de Dios Trino, a recibir su juicio particular, y luego, después del juicio, viene el destino eterno, según sea la sentencia del juicio: cielo o infierno, con el purgatorio como estadía previa para el cielo, para algunos.
La Iglesia entonces quiere que en Cuaresma meditemos acerca de la fugacidad de esta vida, y de la eternidad de la otra, para que recordemos y tengamos en cuenta que Dios es un Dios misericordioso, pero también es un Dios infinitamente justo, que no puede hacer injusticia, y si alguien en esta vida, muere con el corazón ennegrecido por el pecado y por el mal, con lo cual manifiesta que no quiere estar con Dios, Dios no puede violentar su decisión, y le concede lo que el alma impenitente quiere, que es la condenación eterna.
Dice San Pablo que “en el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados en el amor”, es decir, en el juicio particular, no valdrán de nada los títulos obtenidos, ni los honores y loas dados por los hombres, ni los bienes materiales poseídos, ni ninguna cosa que los hombres estimamos por buenas; valdrán solo las buenas obras, las obras hechas por amor a Dios y al prójimo, obras que a su vez solo tienen valor si se apoyan en la fe y en la oración. La fe y la oración evitan toda tentación, la primera de todas, la de no creer en Dios, o la de creer que nos vamos a salvar siendo perezosos, de mal corazón, rencorosos.
Por eso la insistencia de la Virgen de San Nicolás en la oración y en una vida de fe: “A vosotros los que estáis extraviados os digo sólo creed en el Señor. Creyendo y orando estaréis a salvo de cualquier tentación, la fe y la oración son armas poderosas que pone Jesús al alcance vuestro, no debéis hacer nada que no sea bien visto a los ojos del Señor. Gloria al Altísimo” (7-4-84).
Lo dice Dios mismo en la Sagrada Escritura: “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad lo que es justo, haced justicia al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid, y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán blancos como lana” (Is 1, 16-18).
         Solo con la oración y la fe, manifestada en obras, llegaremos al Reino:
“El Señor quiere un pueblo limpio de pecado para cumplir su promesa de Vida Eterna. Debéis ser merecedores de su Reino. Poneos en manos del Sagrado Corazón para que os vigile; no caigáis en tentación y no pueda penetrar en vosotros el malvado; eso agradará al Señor. Debéis dar a conocer esto” (31-12-83). Para esto es el tiempo de Cuaresma: para vivir rezar, principalmente el Rosario, y para demostrar la fe con obras.