jueves, 29 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (XII)



Quien invoca el dulce nombre de María,

recibe gracias insospechadas



Entre los seres humanos, cuando alguien necesita algo de un alto gobernante, o de un poderoso personaje influyente en el mundo de los negocios, de la política, o de los quehaceres de los hombres, se dirige a estos invocando sus nombres, para intentar atraer su atención y lograr así aquello que deseaba.

Sin embargo, la gran mayoría de las veces, la distancia entre el que pide y el que está en el alto cargo es tanta, que muy pocas veces, por no decir casi nunca, se obtiene su favor, aún cuando su nombre sea invocado muchas veces. Y otras veces, las menos, en los que al llamar a la persona influyente y con poder se obtiene su atención, aquello con lo que puede auxiliar es nada o casi nada, pues se tratará siempre, en todo caso, de bienes materiales.

En los asuntos del Cielo, las cosas son muy diversas.

Acceder a quien tiene un alto cargo es facilísimo; lo único que hace falta es un corazón humilde, simple, sincero y piadoso. Además, ser escuchados por este alto funcionario, es cosa más que segura, y obtener los bienes que se piden, principalmente los espirituales, está descontado: se obtienen en el cien por ciento de los casos, y aún con regalos extras, que ni siquiera habían sido pedidos. Todo esto es así, porque en el Cielo hay una persona muy influyente, que ocupa un puesto altísimo de poder y de influencia sobre el mismo Dios, de manera tal que lo que esta persona le pide, Dios no puede decir que no. ¿Qué tiene que hacer el interesado, que desde la tierra, “valle de lágrimas”, necesita grandes favores del Cielo? Lo único que tiene que hacer es invocar un nombre, para que las puertas del Cielo se abran. ¿De qué nombre se trata? Del dulce nombre de María Virgen. Quien invoca el nombre de María, obtiene, antes de pedir, el favor que quería, y además otros grandes dones, imposibles de ser siquiera imaginados.

Es el mismo Jesús quien promete, a los que son devotos de María e invocan su nombre, preciosos dones y gracias. En una revelación dada a Santa Brígida, Jesús hablaba con su Madre, y le decía: “El que invocare tu santo nombre con firme esperanza y propósito de enmendarse, recibirá tres muy señaladas gracias, a saber: perfecto dolor de sus pecados, los medios de satisfacer a la justicia divina y la fortaleza necesaria para llegar a la perfección y, finalmente, la gloria del paraíso”. Y luego agregó Jesús: “Me son tan dulces y agradables, Madre mía, tus palabras, que no puedo negarte lo que me pides”.

San Efrén llega hasta a decir que “el nombre de María, para los que devotamente lo invocan, es la llave del Cielo”. Apoyado en esta verdad, San Buenaventura llama a María: “salud de los que la invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que alcanzar la eterna salvación. “En efecto –dice Ricardo de San Lorenzo- nos ayuda a atesorar una gracia superabundante en esta vida, y a conquistar una gloria sublime en la otra”.

Como vemos, invocar el nombre de María Santísima granjea a sus devotos hijos, además de conseguir el favor espiritual que se persigue, dones y gracias impensables, inimaginables: la contrición del corazón, el conocimiento infuso de cómo obrar el bien para alcanzar el cielo, y, finalmente, ¡la vida eterna! Después de saber esto, ¿cómo no invocar a cada momento el hermoso nombre de María?

lunes, 26 de marzo de 2012

Al anuncio del Ángel el Verbo se encarna en el seno purísimo de María





Al anuncio del Ángel (cfr. Lc 1, 26-38) el Verbo se encarna en el seno purísimo de María, porque es allí en donde encuentra el Amor necesario para ser recibido. El Verbo de Dios no podía encarnarse en otro seno que no fuera el seno virgen de María, y no podía ser recibido en otro corazón que no fuera el Corazón Inmaculado de María, porque solo en María Virgen, solo en Ella y en nadie más, se daban las condiciones necesarias para la Encarnación: pureza inmaculada y amor virginal y celestial  a Dios.

El Verbo de Dios, que procede no por creación sino por generación, desde la eternidad, del seno del Padre, que posee por esto la misma naturaleza del Padre y el mismo Ser divino del Padre, es en sí mismo puro e inmaculado, y es el Amor de Dios, que es amor virginal y celestial. Esta es la razón por la cual el Verbo de Dios, la Palabra de Dios, no podía encarnarse en otro corazón y en otro seno que no fueran el Corazón Inmaculado y el seno virginal de María: solo en Ella encuentra el Verbo de Dios la misma pureza y el mismo amor para ser recibido dignamente. Solo en su Madre, María Virgen, encuentra el Hijo de Dios, Jesús, la morada digna, llena de luz, de santidad, de amor, en el cual puede iniciar su vida terrena, por la encarnación.
Puesto que el cristiano imita a María en la Encarnación, en la comunión eucarística, ya que recibe a la Palabra de Dios primero en su mente y luego en el corazón, cada bautizado debe preguntarse por el estado de su alma al momento de recibir a Jesús Eucaristía: ¿está libre la mente de prejuicios negativos con respecto al prójimo? ¿Es el corazón un lugar de luz, que brilla con la luz de la gracia? ¿Está libre de toda contaminación mundana? ¿Es un corazón que ama sólo a Dios y a las criaturas en Dios y por Dios, o es un corazón turbio, en donde los ídolos del mundo ocupan el lugar debido a Jesús Eucaristía?

miércoles, 21 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (XI)



         Los misterios de la Virgen María no solo son inagotables, de manera que el alma no se cansa nunca de contemplarlos y de maravillarse por ellos, sino que, descubierto uno, inmediatamente conduce a otro, y como cada misterio es una manifestación del Amor infinito de Dios, no puede el alma, al conocer a la Virgen, dejar de amar a Dios, cada vez más y más.
         Y hablando de misterios, es por todos conocido el más grande de todos, el de ser María la Madre de Dios. Es el más maravilloso y grandioso de todos, del cual se desprenden todos los demás, uno de los cuales atañe a la salvación de nuestras almas.
¿De qué manera se relaciona la condición de María como Madre de Dios con nuestra propia salvación? La relación está en que María es Madre de Dios Hijo, y como tal, lo que Ella pide a su Hijo Dios, Él no puede dejar de concederlo. En otras palabras, María se dirige a su Hijo pidiéndole por nosotros, con la autoridad y el amor de madre, y aquí radica la eficacia de su intercesión: Jesús, que ama con amor infinito a su Madre, no puede negarse a nada de lo que su Madre le pida para nosotros y para nuestra salvación.
Un claro ejemplo de lo que estamos diciendo, lo tenemos en el evangelio, en el episodio de las bodas de Caná: a pesar de que Jesús no quiere hacer el milagro, dando a entender claramente que no es asunto suyo –“¿A ti y a Mí, qué, mujer?”-, a pedido de María, no puede dejar de obrar el milagro de la conversión del agua contenida en las tinajas, en vino de la más exquisita calidad. Jesús se muestra incluso hasta indiferente ante la situación de los novios, pero cede ante el amoroso pedido de su Madre: “Hijo, no tienen más vino”. Basta una intervención de María, basta que María dirija sus ojos llenos de amor a su Hijo, para que este deponga su actitud de rechazo a obrar el milagro, y actúe con su poder divino, provocando la felicidad de los esposos. Jesús no resiste al poder de intercesión de María, porque Ella es su Madre, y no puede decirle “no” a los pedidos de María por nosotros.
Pero hay todavía más: no sólo Jesús es incapaz de resistir a los ruegos de María Santísima: también Dios Padre se muestra como desarmado ante los ruegos de María, porque la negativa de Jesús se debía a que no había llegado todavía la hora indicada por el Padre: “Mi hora no ha llegado todavía”, es decir: “No puedo hacer el milagro de cambiar el agua en vino porque mi hora, la hora decretada por el Padre desde la eternidad, no ha llegado todavía”. Sin embargo, luego de los ruegos de María, Jesús obra el milagro, lo cual significa que Dios Padre consintió y autorizó el pedido de María Santísima. Y como Dios Padre y Dios Hijo no obran porque sí, sino movidos por el Amor, quiere decir que entonces también Dios Espíritu Santo se conmovió ante el pedido de María. ¡Cuánto poder tiene la intercesión de la Madre de Dios, que es capaz de conmover a la misma Santísima Trinidad, para que obre a favor nuestro!
Confiados en el poder intercesor de María Santísima, le pedimos que nuestros corazones, que son como las tinajas de las bodas de Caná antes de los milagros -de arcilla, secos y vacíos, y llenos de agua, es decir, de amor a sí mismos-, reciban, por su intercesión, el milagro de que el agua o el amor de sí, se convierta en vino exquisito, es decir, en la Sangre de Cristo. ¡Que nuestros corazones, por intercesión de María Santísima, se conviertan en recipientes que contengan la Sangre del Cordero de Dios, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna!

miércoles, 14 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VIII)




¿Puede la salvación de un alma, por toda la eternidad, depender de un solo nombre? Sí, puede, y es el nombre de María. Porque si bien nuestro Señor Jesucristo es el Redentor y el Salvador de toda la humanidad, María Santísima es también Corredentora de todos los hombres, puesto que a Ella le ha sido confiada la custodia materna de la humanidad entera, y todo aquel que invoque el dulce nombre de María, llamándola como un niño llama a su madre, puede estar cierto de que Ella lo asistirá en su última agonía.
Nuestro Señor Jesucristo nos consiguió la salvación con su muerte en Cruz, y al mismo tiempo encargó a su Madre que nos cuidara a todos como a hijos suyos muy queridos. Por este motivo, acudir a María Santísima, en la tentación, para salir triunfantes y victoriosos, equivale a acudir al mismo Jesucristo. ¡Qué misterio el de María Santísima, que siendo una frágil mujer hebrea, le haya sido concedido, por designio de la Trinidad Santísima, la asistencia de los cristianos en la lucha contra la tentación! Son los santos quienes afirman que todo aquel que acuda a María en la lucha contra la tentación, contra el demonio, el mundo y la carne, saldrá triunfante.
Lamentablemente, muchos cristianos olvidan esta misteriosa verdad, y piensan que si invocan a la Madre, el Hijo no les prestará atención, cuando en realidad, es todo lo contrario. Muchos cristianos hacen a menos la devoción a María, sin considerar el enorme misterio de salvación y gracia que su dulce nombre encierra. ¡Cuán equivocados se encuentran los cristianos que creen que no es necesario acudir a la Madre para obtener el Amor del Hijo!
No en vano nos advierten los santos, de no perder nunca de vista este Faro de luz que nos guía en la tormenta, esta Estrella del alba que nos anuncia la llegada del sol, esta Luz esplendorosa que ilumina las tinieblas. Dice así San Bernardo: “Quitad el sol, ¿qué será del día? Quitad del mundo a María, ¿qué quedará sino tinieblas?”. Y San Alfonso María de Ligorio: “Desde el punto en que un alma pierde la devoción a María es invadida de densas e impenetrables tinieblas, de aquellas tinieblas de las cuales, hablando el Espíritu Santo, dice: ‘Ordenaste las tinieblas y se hizo noche: en ella transitará toda fiera del bosque’. Apenas deja de brillar en un alma la luz divina y se hace en ella la noche, se trocará en cubil de pecados y en morada de demonios”. Y el mismo San Alfonso cita, a su vez, a San Anselmo: “¡Ay de aquellos que menosprecian la luz de este sol”, es decir, que tienen poca devoción a María.
Y para darnos una idea del maravilloso don del cielo que consiste la devoción a María, citamos el caso, narrado por San Alfonso, de la intervención de María Santísima a favor de quienes le demuestran su amor filial por medio de una piadosa devoción. Es el caso de un canónigo, muy devoto de la Madre de Dios, que sintiéndose próximo a morir, llamó a sus hermanos en religión, rogándoles que lo asistieran en un momento tan trascendente. Repentinamente, comenzó a temblar y a cubrirse de un temblor frío. “¿No veis a estos demonios que me quieren arrastrar al infierno?”, gritó con voz temblorosa. Hermanos míos, implorad en mi favor el nombre de María; espero que Ella me dará la victoria”. Todos los presentes se pusieron a rezar las letanías de la Santísima Virgen, y cuando dijeron la invocación: ‘Santa María, ruega por él’, dijo el moribundo: “Repetid, repetid el nombre de María, porque ya estoy en el tribunal de Dios”. Luego dijo: “Verdad que hice esto; pero también lo es que he hecho penitencia de ello”. Vuelto a la Virgen, exclamó: “¡Oh María, si venís en mi ayuda, me salvaré!”. Luego los demonios lo asaltaron, tratando de desesperar su alma, pero el moribundo se defendía persignándose con un crucifijo e invocando el nombre de María.
Así pasó toda la noche; al día siguiente por la mañana, tranquilo y sonriente, dijo el sacerdote, de nombre Arnoldo, lleno de alegría: “María, mi augusta Reina y mi refugio, me ha alcanzado el perdón y la salvación”. Luego, con los ojos puestos en María, que le invitaba a seguirla, dijo: “Ya voy, Señora, ya voy”. Y haciendo un esfuerzo para levantarse, expiró tranquilamente.
¡Con este ejemplo vemos cómo debemos recurrir a María Santísima, nuestra Madre del cielo, si queremos salvar nuestras almas!

jueves, 8 de marzo de 2012

María, modelo de mujer



El pontificado de Juan Pablo II tiene muchas características a destacar; una de ellas, tal vez una de las que más sobresale entre todas, es su devoción a la Virgen María. Esto se ve, por ejemplo, en las prédicas de Juan Pablo II a los jóvenes, en sus homilías, en sus documentos oficiales, en las visitas a numerosos santuarios marianos. Es decir, durante todo su pontificado, es constante la referencia a María. De hecho, el lema de Juan Pablo II está dirigido a María: “Soy todo tuyo” (Totus tuus). ¿Qué es lo que demuestra esto? Esto demuestra que Juan Pablo II toma como modelo de mujer a María.
Juan Pablo II toma como modelo de mujer a la Virgen María, pero también el mundo pone como modelo a una mujer; un modelo que se opone casi frontalmente a María.
En este modelo que propone el mundo, el papel de la mujer está desvalorizado, o sino, valorizado, pero fuera de su contexto, ya que se pretende que la mujer realice todo tipo de trabajos fuera de casa, que alcance un logro profesional, una carrera, un reconocimiento en la sociedad (por ejemplo, hoy no es raro ver mujeres astronautas, mujeres generales de ejército, mujeres soldados, mujeres taxistas, futbolistas, rugbistas, es decir, ocupando lugares que eran tradicionalmente reservados al hombre), pero que abandone o postergue o considere de poca importancia su papel de madre, de esposa, de educadora de sus hijos. El Papa Juan Pablo II, paradójicamente, nos pone como modelo insuperable a seguir y a imitar, a una mujer hebrea, que nació y vivió en un lugar desconocido de Palestina; una mujer a la cual los evangelios nombran muy poco, casi nada; a una mujer de una cultura y de un tiempo en el que la mujer estaba mucho más relegada que hoy en día; una mujer que, vista con los ojos de hoy, sería una desconocida, alejada de la fama, del bienestar, de la riqueza y del poder; una mujer ama de casa, madre, sin empleo fijo, dedicada a su familia, lejos de los centros de poder y de reconocimiento del mundo.
En la era de la reivindicación de los derechos de la mujer, Juan Pablo II consagró su pontificado a una mujer de raza hebrea, cuya tarea más grande y única fue la de educar a su único Hijo, y cuya única ocupación fue la de ser ama de casa, la Virgen María; además, dijo públicamente que fue una mujer, la Madre de Dios, quien lo salvó de la muerte, cuando dispararon contra él en la Plaza San Pedro, con lo cual proclama, implícitamente, la superioridad de esta Mujer sobre las oscuras fuerzas del mal que planearon el atentado. 
En la era de la reivindicación de la mujer, Juan Pablo II reconoce públicamente que es una mujer, la Virgen María, la poseedora de una grandeza, nobleza, majestad y poder celestial de tal magnitud, que guía a su pontificado -uno de los más brillantes de la historia- y salva su vida, y al hacer este reconocimiento, Juan Pablo II -y con él, la Iglesia-, propone, implícita y explícitamente, a María Santísima como modelo de mujer. 
Es decir, pareciera como que Juan Pablo II –y con él, toda la Iglesia de todos los tiempos-, nos está proponiendo como modelo a un modelo o tipo de mujer que no encaja en nuestros tiempos, que ha sido superada por los modelos de mujer de los tiempos de hoy.
Dos modelos de mujer, contrapuestos entre sí, uno, ofrecido por el mundo, otro, por el Papa y por la Iglesia.
¿Quién tiene razón? ¿El mundo, que nos propone un modelo de mujer totalmente distinto, que no cumple las funciones de madre, de esposa, de consagrada? ¿O el Santo Padre y la Iglesia, que nos proponen como modelo a una mujer hebrea, modelo ejemplar de Madre virgen, de Esposa casta, de amor a su Hijo y a sus hijos adoptivos, a su esposo terreno, que es como su hermano, a su Dios, que es a la vez su Creador, su Esposo, su Hijo y su Redentor, con un poder tan grande como para salvar vidas y guiar la Iglesia hacia su destino de eternidad?

miércoles, 7 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VII)


Las misteriosas relaciones entre María Inmaculada y la Santa Sede


         Entre María Santísima y la Sede de Pedro hay misteriosas relaciones que escapan a la sola razón humana. La Santa Sede no es sólo un organismo de gobierno de una sociedad religiosa encargada de hacer pública y universal las fiestas de la Virgen, como por ejemplo, la de la Inmaculada Concepción. Hay algo mucho más profundo de lo que aparece a simple vista.
         ¿De qué se trata?
De que se trata, es que hay entre ambos misterios algo que los une estrecha e indisolublemente, de manera tal que no se entienden el uno sin el otro, y ese “algo” es de origen celestial, sobrenatural, que hace que tanto la Virgen como la Santa Sede, señalen a la humanidad entera un nuevo destino, insospechado e inimaginable, un destino de feliz eternidad.
         Así como María Santísima, en su Concepción Inmaculada, está señalando a la humanidad un destino altísimo, sobrenatural, que sobrepasa las capacidades de filiación y de fraternidad de la raza humana, así la Santa Sede, custodia del depósito de la Revelación, señala a la humanidad la vocación a conocer una Verdad sobrenatural absoluta, que sobrepasa las capacidades y posibilidades de conocimiento de la razón humana.
         Y la conexión entre ambos misterios es que, tanto María Santísima, como la Santa Sede, albergan en su seno al mismo Verbo de Dios, la Sabiduría eterna encarnada, Jesucristo, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios.
 Mientras María Santísima, por medio del Espíritu Santo, engendra al Verbo de Dios, que al encarnarse se ha hecho hermano de los hombres para unirlos a sí y, en Él, a Dios, la Santa Sede lo proclama con una infalibilidad celestial, porque está asistida por el Espíritu Santo.
         Así como tanto la Virgen como el Papa, señalan a toda la humanidad, a todos los hombres de todos los tiempos, un solo Camino a recorrer, una sola Verdad en la que creer, una sola Vida que recibir y vivir, Cristo Jesús, el Hombre-Dios.
                Y de la misma manera a como María Santísima fue enriquecida sobremanera de manera tal de superar en gracia a todos los ángeles y santos juntos, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, así también se le otorgó la infalibilidad al Papa, porque la Santa Sede debía conducir a todos los hombres de todos los tiempos al conocimiento infalible de Dios como Uno en naturaleza y Trino en Personas, conocimiento que supera infinitamente a cualquier conocimiento posible de alcanzar por cualquier creatura, sea hombre o ángel, conocimiento por el cual los hombres serían capaces de conocer y amar al Hombre-Dios Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad encarnada para la salvación de los hombres.
Precisamente, uno de los más malignos artificios de Satanás consiste en tratar de destruir ambos misterios: de María, afirmando que es sólo la madre de Jesús de Nazareth, un hombre  bueno, pero solamente hombre; y de la Santa Sede, afirmando que su enseñanza no es infalible.
         Como cristianos, jamás cedamos a la tentación de rebajar los sublimes y grandiosos misterios que unen a María Santísima con la Santa Sede, al nivel de la razón humana. Por el contrario, pidamos siempre la gracia de ser iluminados de tal manera, que veamos siempre en la Virgen a la Madre de Dios, y en el Santo Padre, al Vicario de Cristo, que nos señala, de modo infalible, el conocimiento de Dios Trino.
         He aquí la admirable conexión entre la Santa Sede y María Inmaculada. 


viernes, 2 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VI)



Como María, la Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de Dios
(Lc 1, 26-38)
“...concebirás en tu seno y darás a luz un hijo...”. Con el anuncio del ángel a María, se inauguran los tiempos mesiánicos, los últimos tiempos de la humanidad, los tiempos caracterizados por la presencia de Dios en medio de los hombres, revestido de una naturaleza humana. 
         María es quien hace de Sagrario y Tabernáculo para el ingreso del Pan de Vida en el mundo. El seno virgen de María se ilumina con el esplendor de la luz divina, con la aparición del Verbo luminoso del Padre. El Padre pronuncia su Palabra y la Palabra procede del seno del Padre al seno de María llevada por el Espíritu Santo. María se convierte en la depositaria de la Palabra del Padre, Palabra que por el Espíritu asume una naturaleza humana para unirse íntimamente a ella, como en casta unión esponsal.
En el seno de María, por el Espíritu Santo, es concebido el Hijo de Dios, el cual, al unirse personalmente con un cuerpo y un alma humana, es llamado “Emmanuel”, es decir, “Dios con nosotros”.
         Pero el prodigio que se realizó en el seno de María, proviniendo de Dios, no ha finalizado, y su resonancia eterna se hace sentir en todos los tiempos. La Encarnación sucedió realmente, y el Hijo Eterno de Dios, el Dios Hijo, Invisible, se revistió de una naturaleza humana y se hizo visible, apareciéndose delante de los hombres y de los ángeles como un Niño humano. Ese mismo prodigio, ese mismo milagro admirable, sigue y continúa perpetuándose en el seno de la Iglesia, por el Espíritu. Así como María concibió en su seno por el Espíritu, así la Iglesia, que es una figura de María, concibe en su seno, en el altar, por el mismo Espíritu Santo, al Hijo de Dios, que se reviste de apariencia de pan[1]. La Eucaristía es la prolongación y continuación, en el tiempo y en el espacio, de la Encarnación del Verbo en el seno de María, que continúa encarnándose en el seno de la Iglesia. Y así como el fruto concebido por el Espíritu en el seno de María se llama “Emmanuel”, Dios con nosotros, así también el fruto concebido en el seno de la Iglesia, el Cristo Eucarístico, es llamado “Emmanuel”, Dios con nosotros.
         Y si parecen asombrosos estos misterios, de los cuales no tenemos más que una mínima comprensión por la fe, escapándosenos su inteligibilidad última debido a la grandeza intrínseca del ser divino del cual proceden, quedan todavía más misterios asombrosos. María concibe en su seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, la Iglesia, figura de María, concibe también en su seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, en el altar; y es el mismo Espíritu quien hace concebir, en el seno del alma, por la comunión eucarística, al Hijo de Dios, que de ser “Dios con nosotros”, pasa a ser “Dios en nosotros”.
Como María, la Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de Dios para que el alma, por la comunión eucarística, lo conciba, por el Espíritu, en su propio seno.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, ...

Los misterios de la Virgen María (V)




         Por lo general, como católicos, no vemos la conexión entre el Papa, la Eucaristía y la Virgen y, sin embargo, son misterios que están estrechamente unidos, y tan unidos, que es imposible hacer referencia a uno sin nombrar a los otros dos.
         Inmaculada Concepción, Infalibilidad pontificia, Presencia real de Cristo en la Eucaristía, son misterios sobrenaturales íntimamente ligados entre sí.
         ¿Cuál es la relación que existe entre la Virgen, el Papa y Jesús en la Eucaristía? La relación es que María, el Papa y Jesús en la Eucaristía, se presentan en el misterio de la Misa, unidos por el Espíritu Santo.
         A la Virgen concebida sin mancha, Dios, al colmarla de la Presencia del Espíritu Santo, Dios la hace brillar como el Lucero del alba, como el lucero de la mañana, que precede al Sol de gracia aparecido en carne humana, Jesucristo. María es el Lucero del alba que anuncia y precede la llegada del Sol divino de Justicia, Jesucristo, que ilumina las tinieblas del mundo y nos conduce de la noche de esta vida al día de la eternidad en Dios Trino.
         El Papa también, al igual que la Virgen, está asistido por el Espíritu Santo, y por eso su cátedra brilla con la luz eterna de la Verdad eterna de Dios, Jesucristo, Verbo encarnado. Por la infalibilidad pontificia, debida a esta asistencia del Espíritu Santo, el Santo Padre se comporta, como María, al frente de la Iglesia, como el Lucero del alba que ilumina un mundo en tinieblas, con la doctrina de Cristo, Hijo de Dios, Luz de Luz que, viniendo de la eternidad luminosa de Dios, nos conduce y señala el camino hacia esa eternidad, en la oscuridad de nuestro mundo. El Papa, iluminando el mundo con la luz de Cristo, se  comporta como María que, en Belén, dio virginalmente a luz al Verbo del Padre; así, tanto la Virgen como el Santo Padre, iluminan al mundo en tinieblas con una misma luz, la luz de Cristo, no solo evitando las tinieblas del paganismo, sino iluminando con la única luz de Dios, Jesús.
         Y así como María trajo al mundo al Verbo de Dios revestido como un niño humano en Belén, así el Papa trae al mundo al Verbo de Dios, revestido como pan el altar eucarístico, que se convierte así en un nuevo Belén. Es decir, María, trajo a Jesús revestido de niño humano; el Papa, trae a Jesús en cada misa, revestido de pan, al Hijo de María, Dios Hijo, en la Eucaristía. Y María no solo lo trajo en Belén, hace dos mil años, y el Papa no solo lo trae en su misa privada, sino que María y el Papa, que forman parte de la Iglesia, traen a Jesús en la Eucaristía en cada misa, por medio del sacerdocio ministerial.
La misa es entonces como el Lucero del alba, que anuncia la llegada del Sol de justicia, Jesús, que viene a cada alma que comulga, no como Niño, como en Belén, sino revestido de pan, oculto bajo apariencia de pan, por medio del sacerdocio ministerial, que tiene en la unión con el Papa, Vicario de Cristo, su subsistencia y su razón de ser porque por el Santo Padre se comunica a los sacerdotes el poder de Cristo. María trajo a Cristo en Belén, Cristo nombra al Papa su Vicario, el Papa ordena a los sacerdotes ministros de Cristo, para que estos lo hagan Presente a Cristo en su Iglesia como Eucaristía.
Esta es la misteriosa relación entre la Virgen María, el Santo Padre y la Eucaristía.