lunes, 7 de abril de 2014

Santa María junto a la cruz


Santa María junto a la cruz


         La Virgen está junto a la cruz, donde agoniza su Hijo Jesús. Todo está en silencio, solo se escucha el triste sollozo de la Virgen de los Dolores y el suave silbido del viento helado que sopla en el Monte Calvario. El sol se ha ocultado y las densas nubes negras preparan el eclipse que presagia la inminente muerte del Hombre-Dios en la cruz. Todos -judíos, romanos, gentiles, discípulos, amigos, incluidos los que han recibidos milagros asombrosos- se han retirado, y han dejado solo a Jesús que agoniza en la cruz. Incluso la Naturaleza misma, hasta el sol, parece retirarse con su luz, dando lugar a las tinieblas cósmicas, símbolo de las tinieblas del infierno, que parecen tomar posesión de la tierra y del corazón de los hombres. Hasta Dios Padre parece dejar solo a Jesús, y tanto es así, que Jesús exclama con un grito: "Padre, ¿por qué me has abandonado?". Pero si la naturaleza y los hombres abandonan a Jesús, y hasta Dios Padre mismo parece abandonar a Jesús, no así la Virgen Madre, porque la Virgen está de pie junto a la cruz. No puede ni quiere la Virgen de los Dolores estar en otro lugar que no sea al pie de la cruz, porque en la cruz agoniza y muere el Hijo de su Corazón y con su Hijo agoniza y muere su Vida misma. Al pie de la cruz, la Virgen siente que los dolores de su Hijo son sus mismos dolores y que el frío de muerte que invade el Cuerpo de su Hijo la invade a Ella y recorre su mismo cuerpo, porque la Virgen comparte místicamente la Pasión del Hijo de su Amor. Cuando Jesús grita al Padre que está en el cielo: "Padre, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 45-46), la Virgen, en el Monte Calvario, en silencio, desde su Corazón, con amor maternal, le dice: "Hijo, yo no te abandono, estoy aquí, junto a la cruz", y cuando Jesús, al dar su último suspiro, le dice al Padre que está en el cielo: "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu" (Lc 23, 46), la Virgen no se separa de la cruz. 
       Santa María, Virgen de los Dolores, que estás junto a la cruz, déjame estar contigo, arrodillado y llorando mis pecados, besando los pies de tu Hijo Jesús.