viernes, 14 de octubre de 2016

La Virgen de Fátima, el baile del sol y nuestra conversión


         El día 13 de octubre de 1917 se caracterizó no solo por ser la última aparición pública formal de la Virgen de Fátima[1], sino por la realización de uno de los milagros más espectaculares de la edad moderna, conocido como el “Milagro del Sol”[2], un prodigio realizado por María Santísima, en el que el sol, entre otras cosas, pareció dirigirse velozmente hacia la tierra, como si fuera a impactar contra ella. Muy pronto, se elevaron voces en contra del milagro, aduciendo argumentos tan endebles como, por ejemplo, la “histeria colectiva”; sin embargo, debido a que los testigos del evento fueron entre unas 30.000 y 100.000 personas, el ya de por sí endeble argumento de la histeria colectiva se vuelve imposible. La razón por la cual había acudido tan grande multitud, es porque los videntes habían anunciado que al mediodía la Señora realizaría un gran milagro.
Además, el fenómeno, que duró aproximadamente diez minutos, fue relatado como absolutamente cierto por parte de la totalidad de la prensa atea y anti-clerical, que habían acudido ese día para desacreditar a los Pastorcitos y las apariciones.
¿Cómo sucedió el extraordinario suceso? Según una multitud de testigos, ese día llovió de modo considerable –las ropas estaban mojadas y el suelo convertido en barro-, luego de lo cual, desaparecieron las nubes de tormenta, para dar paso al sol. Ahora bien, este último lucía mucho más apagado que lo norma, pues se presentaba, más que radiante, como siempre, como un disco opaco, que giraba en el cielo. Al mismo tiempo que giraba, lanzaba luces multicolores al paisaje, la gente, y las nubes circundantes.
Luego sucedió algo que llenó de terror a los asistentes a Cova de Iria: en un momento determinado, en medio de la danza multicolor, el sol comenzó a dirigirse, zigzagueando, hacia la tierra, dando la impresión de que en pocos segundos se estrellaría contra nuestro planeta, lo cual provocó gritos de angustia y terror ante la inminente catástrofe. Sin embargo, se detuvo pocos segundos después, regresando a la normalidad Se informó que también zigzagueaba hacia la tierra y volvía a su posición normal. Todos los testigos coinciden en un hecho curioso, que confirmaría la inmediatez del sol con la tierra:  informaron que sus ropas -previamente mojadas a causa de la lluvia- se volvieron repentina y completamente secas, además de secarse también el barro que la lluvia había producido como consecuencia de las precipitaciones. Según comprobaron muchos investigadores, no hubo ni un solo testigo que negara “el visible prodigio del sol”.
Descartadas las versiones laicistas que intentaban negar lo evidente, con argumentos poco menos que irrisorios, y confirmado el evento extraordinario por los testimonios coincidentes de miles de personas que asistieron al prodigio, el “Milagro del sol”, realizado por la Virgen para que los escépticos de las apariciones de Fátima tuvieran pruebas ciertas de que las apariciones era verdaderas, el hecho se convirtió, hasta el día de hoy, en uno de los más grandes milagros del cielo, comparables solo a los milagros producidos por el Hijo de María Virgen, Jesús, el Hijo de Dios.
¿Qué significado espiritual podemos encontrar en este fabuloso milagro?
Ante todo, debemos decir que a la Virgen, Dios le ha concedido la participación en su omnipotencia  por lo tanto, tiene el poder participado de Dios para hacer “bailar” al sol, tal como sucedió en Fátima. Pero si la Virgen hizo este milagro, no fue para que solamente comprobáramos su poder: fue para certificar y confirmar, con un milagro de esta naturaleza, que las apariciones de Fátima –y, por lo tanto, su mensaje-, eran verdaderas  y provenían del cielo. La Virgen es Reina de cielos y tierra y, como tal, tiene el poder de hacer bailar al sol, como muestra de que lo que nos avisa en Fátima es verdad. Pero también tiene un poder mayor, y es el de suplicar a Dios por nuestra conversión, para que Dios nos dé las gracias necesarias para que nuestros corazones se conviertan al Sol de justicia, Jesucristo, y es a través de sus manos maternales que estas gracias nos llegan, al ser la Virgen “Medianera de todas las gracias”. Y lograr la conversión de nuestros corazones, como puede hacerlo la Virgen, Omnipotencia suplicante y Mediadora de todas las gracias, es un milagro inmensamente más grande que hacer que el sol baile. En otras palabras, la Virgen puede hacer un milagro infinitamente mayor que hacer bailar al sol, y es que nuestros corazones hagan un movimiento inverso al del sol en el milagro, es decir, que se dirijan desde la tierra , a toda velocidad, hacia el Sol de justicia, Jesucristo.





[1] El 13 de octubre de 1930 fueron aprobadas oficialmente como sobrenaturales las apariciones de Fátima por el Obispo de Leiría.
[2] http://forosdelavirgen.org/71034/una-explicacion-de-lo-que-sucedio-en-el-milagro-del-sol-de-fatima-2013-10-19/

miércoles, 12 de octubre de 2016

Nuestra Señora del Pilar


Historia de la Virgen del Pilar.
         Según una muy antigua y venerada tradición –que se remonta al año 40, en la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo-, la Madre de Dios, María Santísima, quien aún no había sido glorificada en cuerpo y alma a los cielos –es decir, todavía vivía en cuerpo mortal-, se manifestó al Apóstol Santiago, el cual se encontraba predicando junto al río Ebro en Zaragoza. Es decir, no se trataría propiamente de una aparición, sino de una traslación de la Virgen (dicho sea de paso, fue trasladada por los ángeles, puesto que Ella es Reina de los ángeles; mientras un grupo la trasladaba a Ella, otro grupo de ángeles trasladaba el Pilar).
Sucedió que el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, predicaba en España quien, no habiendo recibido aún el Evangelio, se encontraba bajo la sombra siniestra del paganismo (sería el equivalente, en nuestros días, a la idolatría del dinero, del materialismo, del hedonismo, y también a la idolatría de los falsos ídolos de la Nueva Era, como la wicca, el esoterismo, la magia, la brujería). Los documentos dicen textualmente que Santiago, “pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del reino de Dios, y por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso”[1].
En la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando “oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol”[2]. La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, rodeada de ángeles, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que “permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio”.
Luego, la Virgen desapareció y el pilar –traído por la misma Virgen- quedó ahí. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, ayudados por los conversos –recordemos que los lugares en donde se manifiesta la Virgen las conversiones florecen como hongos después de la lluvia-, la obra se puso en marcha con rapidez. Pero antes que estuviese terminada la Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma, la consagró y le dio el título de “Santa María del Pilar”, antes de regresarse a Judea. Así, este fue el primer templo mariano del mundo, es decir, fue la primera iglesia dedicada en todo el mundo, en honor a la Virgen Santísima.
Desde que la Madre de Dios concedió a España esta gracia sin par de manifestarse mientras aún vivía en la tierra, es decir, apareciéndose en carne mortal, y de conceder el Pilar como símbolo de la fe en su Hijo Jesús, la Virgen misma ha respaldado la veracidad de esta manifestación concediendo innumerables, gracias, milagros y portentos, al noble pueblo español y a todos aquellos a quienes se confiaran en Ella.
Simbolismo del pilar.
         Puesto que fue la Virgen en persona quien trajo el pilar, es necesario reflexionar acerca de su significado, para poder apreciar en su totalidad la riqueza de este don celestial. Por eso nos preguntamos: ¿qué significa el pilar? Para comprenderlo, debemos considerar qué significa el pilar por sí mismo en un edificio. Por sí mismo, un pilar es sinónimo de firmeza y solidez; en el caso del Pilar traído por la Virgen, simboliza la firmeza y solidez de la fe en Jesucristo y en la protección de Ella como Madre de los hijos de Dios. En una construcción arquitectónica, las columnas garantizan la solidez del edificio: quebrantarlas es equivalente a amenazar el edificio entero, puesto que sin columnas o con columnas debilitadas, el edificio colapsa en breves instantes. Así, el Pilar, símbolo de la fe en Jesucristo y en la intercesión de María, la Madre de Dios, apuntala el edificio espiritual que es el alma del cristiano, permitiéndole mantenerse firme en medio de las tribulaciones y persecuciones entre los que se desarrolla la vida de la Iglesia en este mundo, así como un edificio se mantiene firme, aún en medio de terremotos, tempestades, vientos y huracanes, cuando las columnas o pilares son firmes.
Otra consideración que podemos hacer es que la columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes niveles[3]: de la misma manera, María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios. Pero también es la primera piedra en ese edificio espiritual que es el alma, que por el bautismo, se convierte en “templo de Dios”. Por la Virgen, el templo de Dios, que es el cuerpo y el alma del cristiano, se mantiene firme y sólido en la fe en Jesucristo, el Hombre-Dios, siendo la Virgen su pilar o columna, desde el momento en que por Ella viene a nosotros Aquél que es el objeto de nuestra fe y amor, su Hijo Jesús.
Otro significado simbólico del pilar lo podemos encontrar en la Sagrada Escritura, en Éxodo 13, 21-22, pasaje en el que se narra cómo una “columna de fuego” acompañaba y guiaba por la noche al pueblo de Israel peregrino en el desierto, dirigiendo su itinerario hacia la Ciudad Santa, la Jerusalén celestial: la columna de fuego es símbolo de la Virgen, inhabitada por el Espíritu Santo, Fuego de Amor de Divino; la Virgen, Llena del Fuego del Amor de Dios, Fuego que ilumina y proporciona calor, guía al Nuevo Pueblo de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica, en su peregrinar hacia la Jerusalén celestial por el desierto del tiempo y la historia humana, que al igual que el desierto, que por la noche es frío y oscuro, así también la historia del hombre, luego del pecado original, es fría y oscura. La Virgen del Pilar, entonces, que al igual que la columna de fuego iluminaba al Pueblo de Dios y le daba calor, así la Virgen guía al Pueblo de Dios, iluminándolo con la luz de la fe en Cristo Jesús y proporcionándole el calor del Amor de Dios, en su peregrinar, por el desierto de la vida, hacia la Jerusalén del cielo. En la Virgen del Pilar el Pueblo de Dios ve la Presencia misma de Dios, quien con su luz ilumina y da vida al hombre, protegiéndolo del frío glacial que se abate en el alma sin Dios y librándolo de las bestias que lo acechan en el desierto del tiempo y la historia, los ángeles caídos. Quien tiene la fe firme y sólida como el Pilar, no necesita de falsos ídolos, y frente a las tribulaciones de la vida presente y a las acechanzas de los demonios, permanecerá siempre sereno y alegre, confiado en Cristo Dios y en María Virgen.
Por último, la columna es también símbolo tanto del conducto que une el cielo y la tierra, y la tierra con el cielo, siendo así quien facilita la “manifestación de la potencia de la gracia de Dios en el hombre y la potencia del hombre transformado por esta gracia de Dios”, como también así es soporte de los sagrado que desciende a los hombres –el Verbo de Dios Encarnado viene por María-, como también soporte de la vida cotidiana elevada a Dios –la vida del hombre transformada por la gracia, se eleva de la tierra al cielo-. Por María, la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo y por esto  llamada también “Puerta del cielo” y “Escala de Jacob”, la tierra y el cielo se unen en Jesucristo: el Hijo de Dios, bajando del cielo, se une a nuestra humanidad, que está en la tierra, en el seno virgen de María.
Al honrar y venerar a la Virgen del Pilar en su día, le imploramos que, así como fue Ella quien implantó el Pilar, símbolo de la firmeza de la fe, sea Ella la que implante en nuestros corazones el pilar de la Santa Fe en su Hijo Jesucristo, Dios Hijo encarnado, muerto y resucitado, que prolonga su encarnación en la Eucaristía y que se nos dona, con su Cuerpo glorioso y resucitado, como Pan de Vida eterna.

viernes, 7 de octubre de 2016

Nuestra Señora del Rosario, la Batalla de Lepanto y el triunfo final del Inmaculado Corazón de María


         La Iglesia celebra, cada 7 de Octubre, a Nuestra Señora del Rosario; la fecha coincide con el triunfo de la cristiandad en una batalla, la Batalla de Lepanto, en la que el ejército naval cristiano, convocado por el Santo Padre San Pío V, venció a los turcos islamistas en aguas del Mar Mediterráneo. Fue un triunfo verdaderamente crucial, porque si el ejército cristiano perdía, los mahometanos habrían invadido Europa, saqueando y destruyendo no solo los pueblos, las ciudades y las naciones enteras, sino ante todo las iglesias, los conventos, los santuarios cristianos, haciendo desaparecer todo rasgo de cristianismo. Y desde Europa, se habrían lanzado a la conquista de América, con lo cual, posiblemente, en nuestros días habríamos perdido todo lo que somos y tenemos.
         El hecho de que la celebración de la Virgen en su advocación de Nuestra Señora del Rosario coincida con la Batalla de Lepanto no es casualidad, sino exprofeso, porque San Pío V atribuyó la victoria de la cristiandad sobre los turcos islamistas el 7 de Octubre de 1571, a la Virgen del Rosario. La razón es que el Santo Padre, bajo cuya autoridad se había reunido la flota cristiana, fue quien dispuso también que toda la Iglesia rezara el Santo Rosario, de modo simultáneo con la batalla. El Santo Padre sabía que, en última instancia, la lucha no era contra el Imperio Otomano en sí mismo, sino contra Satanás y los ángeles caídos; sabía, por lo tanto, que no bastaban las solas armas de fuego, sino que se necesitaba un arma mucho más poderosa y esta era el Santo Rosario. Finalmente, esta victoria salvó a Europa de ser invadida por las fuerzas del Islam, convirtiéndose así Lepanto en la victoria más completa jamás obtenida contra el Imperio Otomano, conmemorándose con la invocación “Auxilio de los Cristianos” insertada en la Letanía de Loreto[1]. La celebración, por lo tanto, es en realidad una gran fiesta de acción de gracias por la victoria obtenida por el mundo cristiano gracias a la Virgen, pero además también por innumerables beneficios otorgados a la cristiandad a través del Rosario de la Virgen.
         Esta conmemoración fue instituida por el papa san Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla naval de Lepanto (1571), victoria atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del rosario. La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios.
En los atribulados y oscuros tiempos actuales en los que vivimos, podemos decir que no se vive una “cristiandad” como en épocas de San Pío V, pero sí vivimos una época inmensamente más peligrosa que entonces, porque además de enemigos declarados de la cristiandad, como las sectas islámicas ISIS y Boko Haram –que, en esencia, son satánicas-, hoy se agregan innumerables enemigos espirituales, como por ejemplo, la Nueva Era, secta gnóstica cuyo objetivo declarado es lograr la consagración luciferina planetaria, para lo cual se sirve de múltiples “cabezas de hiedra”, como esoterismo, ocultismo, yoga, reiki, violencia, guerras, música satánica, sectas satánicas, wicca, etc. Esta amenaza es mucho más grave que un simple ejército, porque se trata de los verdaderos enemigos de los hombres, que no son los otros hombres, sino los ángeles caídos, “las potestades malignas de los aires”. Es un enemigo formidable, al que no se combate con armas de fuego –o, al menos, no solo con esas armas, porque en algunos casos, como en Lepanto y como en ISIS y Boko Haram, es necesaria la defensa armada- sino ante todo con las armas espirituales y, dentro de estas, la principal, junto a la Eucaristía, es el Santo Rosario. Con respecto a Boko Haram, hay un testimonio actual, dado por un obispo de Nigeria, que convalida lo que estamos diciendo: que la lucha es, ante todo, espiritual, y que nuestra fuerza para vencer es el Santo Rosario: este obispo, en cuya diócesis y país –Nigeria- Boko Haram ha llevado a cabo sanguinarios atentados y provocado el desplazamiento de dos millones y medio de personas, tuvo hace dos años una visión[2] en la que se le apareció Jesucristo, quien le dio una espada; al tomarla, esta se convirtió en el Rosario, al tiempo que Jesús le decía: “Boko Haram será derrotado con esta arma”. A partir de entonces, el obispo emprendió una campaña para difundir el rezo del Santo Rosario, y en estos días el gobierno nigeriano ha declarado que la secta islamista “Boko Haram” está “técnicamente derrotado”. Este triunfo se debe, claramente, al Rosario de María. Y como esta, en cualquier otra lucha que debamos afrontar, por poderosos que sean los enemigos, siempre saldremos victoriosos si es que invocamos a la Madre de Dios, la Virgen, por medio del Santo Rosario.
                  Por último, la razón del poder del Rosario se debe a que, a través de este, la Virgen en Persona se hace Presente y, puesto que Ella es la Mujer del Génesis que “aplasta la cabeza de la Serpiente” –al ser Inmaculada y Llena de gracia, Dios la hace partícipe de su omnipotencia- y es por eso que el Demonio tiembla de terror y huye ante la invocación de la Virgen; pero además, la Virgen es la Mujer del Apocalipsis toda revestida de sol, que huye al desierto con las alas que le son concedidas, llevando a su Hijo en brazos y poniéndolo a salvo del Dragón: ese Hijo es Jesús, pero también somos los cristianos, hijos suyos, y así somos protegidos por la Virgen, por lo que es llamada “Auxilio de los cristianos”.
Por todo esto, no es en vano que la Virgen, desde que se le apareció a Santo Domingo de Guzmán para darle el Rosario como oración de la Iglesia, pide el rezo del Santo Rosario en prácticamente todas sus apariciones. En una de sus más espectaculares apariciones, las apariciones en Fátima, Portugal, la Virgen, además de pedir el rezo del Santo Rosario, anuncia el triunfo final de su Inmaculado Corazón, que se producirá no solo cuando el Demonio sea derrotado, sino cuando su Hijo Jesús sea entronizado como Rey y Señor enlos corazones de todos los hombres: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
El Santo Rosario es el arma espiritual que nos da el cielo para ganar la batalla final, batalla en la que, al igual que sucedió con la Batalla de Lepanto y al igual que sucederá con Boko Haram, ISIS, la Nueva Era y todos los enemigos de Dios y su Mesías, Cristo Jesús, el triunfo y la Victoria Final le pertenecen al Inmaculado Corazón de María.





[1] http://forosdelavirgen.org/325/nuestra-senora-del-rosario-fiesta-universal-7-de-octubre/ Luego León XIII añadió la invocación “Reina del Santísimo Rosario, ruega por nosotros”, a la Letanía de Loreto.

sábado, 1 de octubre de 2016

El Legionario y el servicio de María


         El Legionario y el servicio de María
         El Manual del Legionario nos advierte acerca de una devoción a María que fácilmente puede pasar por verdadera, pero ser en realidad falsa, y es “la de cubrir, con la apariencia de un espíritu dependiente de María, faltas de energía y método”[1]. En otras palabras, es justificar la propia pereza y acedia en la condición de María como, por ejemplo, Medianera de todas las gracias: si es la Virgen la que concede las gracias, entonces no hace falta que yo me esfuerce o, al menos, es suficiente hacer lo mínimo indispensable. Esto no es otra cosa, como decíamos, que encubrir la propia pereza corporal, la propia negligencia, la propia acedia, con la falsa excusa de que la Virgen es la que obra en las almas.
         Es verdad que es María quien, por orden de su Hijo, distribuye las gracias entre las almas, pero eso no excluye al legionario de su deber de trabajar apostólicamente con “tesón, habilidad y delicadeza”. Es decir, el Legionario tiene que hacer, en su apostolado mariano, lo que dice el dicho: “Rezar como si todo dependiera de Dios; obrar como si todo dependiera del hombre”.
         Dice el Manual que esta advertencia es necesaria porque “hay ciertos praesidia y socios que no parecen esforzarse bastante en cumplir los deberes ordinarios de la Legión, o que no se esfuerzan en extenderla y reclutar miembros, diciendo: “Yo desconfío de mis propias fuerzas, así que se lo dejo todo a la Virgen, para que Ella obre a su gusto”. Esto no es otra cosa que indolencia a la virtud, como si la energía y el método fueran señal de poca fe[2]. No se debe caer en el activismo, que descuida la oración; pero tampoco en el quietismo, que se olvida de la acción.
         El principio que rige para el Legionario en este tema es el siguiente: los Legionarios no son simples instrumentos de María, sino sus verdaderos colaboradores, que trabajan con Ella para la redención de los hombres. En esta colaboración, el Legionario presta todo su ser, con sus cualidades y virtudes, y María su poder. El éxito de la empresa está en el Legionario: depende de si contribuye o no con todos los dones de su inteligencia y voluntad, aplicados con método y perseverancia. El Legionario debe entregarse al apostolado totalmente, con todas sus fuerzas y capacidades, como si todo dependiera de él y de sus propias fuerzas. El Legionario debe combinar fe sin límites en el poder de María, con el esfuerzo metódico e intenso, cuya relación fue expresada por los santos así: “es necesario orar, como si de la oración dependiera todo y de los propios esfuerzos nada; y luego hay que poner manos a la obra como si tuviéramos que hacerlo todo nosotros solos.
         El Legionario debe dar de sí todo lo que tiene, pero aunque lo que sea que dé, sea poco, lo debe dar de todo corazón, es decir, con amor, y aunque sea poco pero dado con amor, la Virgen lo cambiará y lo convertirá, a ese poco, en “mucho”. Si el Legionario dice que “todo lo deja en manos de María”, como excusa para no hacer nada, entonces la Virgen nada puede hacer, ni en su corazón, ni en el apostolado que debe hacer el Legionario.
         En definitiva, en su apostolado mariano, el Legionario debe tener siempre presentes las palabras de Jesús en el Apocalipsis: “¡Ojalá fueras frío o caliente, pero porque no eres ni frío ni caliente, sino tibio, te vomitaré de mi boca!” (3, 16).


[1] Cfr. Manual, 6, 4.
[2] Cfr. ibidem.