martes, 26 de septiembre de 2023

La Legión y el apostolado seglar

 



En relación al Apostolado seglar, dice así el Manual del Legionario en su numeral 3, Capítulo X: “El apostolado tiene el peligro de no llamar poderosamente la atención de los laicos, y de que éstos no respondan al alto destino que se les brinda, de no creerse capacitados para realizarlo; con el desastroso resultado de que los seglares renuncien a todo esfuerzo por desempeñar el papel que les corresponde de derecho, y como obligación urgente, en la lucha que sostiene la Iglesia. Pero escuchemos a una autoridad competente en esta materia, el cardenal Riberi, antiguo Delegado Apostólico para el África misionera, y más tarde Internuncio en China: “La Legión de María es el deber apostólico revestido de una forma tan atractiva y seductora, tan palpitante de vida, que a todos cautiva; obra en todo conforme a la mente de Pío XI, es decir, en absoluta dependencia de la Virgen Madre de Dios; toma siempre como base de reclutamiento -y aun como clave de potencia numérica- las cualidades individuales del socio; está fortalecida y protegida por abundante oración y sacrificio, y por la adhesión rigurosa a un reglamento; y, en fin, colabora estrechamente con el sacerdote. La Legión de María es un milagro de los tiempos modernos”[1].

El Apostolado de la Legión está guiado por el sacerdote ministerial y conduce a la recepción de los sacramentos por medio de los fieles laicos entre los cuales la Legión realiza su Apostolado: “La Legión profesa al sacerdote todo el respeto y obediencia debidos a los legítimos superiores; es más: como el apostolado legionario se apoya enteramente sobre el hecho de ser la misa y los sacramentos los principales cauces por donde fluye la gracia -cuyo ministro esencial es él-, y como todos los esfuerzos y recursos de los legionarios deben encaminarse a repartir este divino manjar entre las multitudes enfermas y hambrientas, se deduce que el principio básico de la actuación legionaria será necesariamente el llevar al sacerdote al pueblo, si no siempre en persona -cosa imposible a veces-, por lo menos mediante su influencia, y procurar la comprensión mutua entre el sacerdote y el pueblo”. Es impensable que un miembro de la Legión tenga como guía espiritual a alguien que no sea un sacerdote ministerial de la Iglesia Católica, o cuyo Apostolado no conduzca a la recepción de los Sacramentos, o cuyo Apostolado incluya elementos extraños a la fe (Difunta Correa, Pachamama, etc.).

Continúa el Manual: “El apostolado de la Legión se reduce esencialmente a esto. La Legión, aunque compuesta en casi su totalidad de personas seglares, obrará inseparablemente unida con sus sacerdotes, acaudillada por ellos, con absoluta identidad de intereses entre ambos; y buscará con ardor completar los esfuerzos del pastor y ensanchar su campo de acción en la vida de sus feligreses, para que éstos, acogiéndole, reciban al Señor que le envió”. El Apostolado de la Legión debe buscar la “Conversión Eucarística” de sus prójimos, ésa es la forma en que deben los fieles recibir al Señor Jesucristo.

Continúa el Manual en el numeral 4, analizando la relación entre el sacerdote ministerial y la Legión: “La idea del sacerdote rodeado de personas deseosas de compartir con él sus trabajos está sancionada por el ejemplo supremo de Jesucristo: Jesús se dispuso a convertir al mundo rodeándose de un grupo de escogidos, a quienes instruyó por sí mismo y comunicó su propio espíritu. Los apóstoles tomaron a pecho la lección de su divino Maestro, y la pusieron en práctica llamando a todos para que les ayudasen en la conquista de las almas Dice el cardenal Pizzardo: "Bien puede ser que los forasteros que llegaron a Roma (Hch. 2, 10) y oyeron predicar a los apóstoles el día de Pentecostés, fueran los primeros en anunciar a Jesucristo en Roma, echando así la semilla de la Iglesia Madre, que poco después vinieron a fundar San Pedro y San Pablo de un modo oficial". "Lo cierto es que la primera difusión del cristianismo en Roma misma fue obra del apostolado seglar. ¿Cómo pudo ser de otra manera? ¿Qué hubiesen logrado los doce, perdidos como estaban en las inmensidades del mundo, de no haber convocado a hombres y mujeres, a ancianos y jóvenes, diciéndoles: "Llevamos aquí un tesoro celestial ayudadnos a repartirlo?” (Alocución de Pío XI).

El sacerdote y por lo tanto la Legión, están integrados en el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia Católica, por lo que no deben nunca buscar elementos espirituales extraños a la Iglesia, ni limitarse al pequeño grupo de fieles, sino dirigirse a toda la Iglesia Universal: “La tarea del pastor no se limita al cuidado individual de sus fieles, sino que se extiende por derecho también a la formación de una comunidad genuinamente cristiana (nada que no sea cristiano, como por ejemplo los ídolos, puede formar parte de la fe de la comunidad católica). Pero si ha de cultivarse adecuadamente el espíritu de comunidad, éste ha de abarcar no sólo a la Iglesia local sino a la Iglesia universal. Una comunidad local no debe fomentar sólo el cuidado de sus fieles, sino que, imbuida de celo misionero, debe preparar a todos los hombres el camino hacia Cristo: es, como dijimos, el Cristo Eucarístico, No el falso cristo de las religiones falsas y humanas, o el cristo de las sectas.

Esa comunidad local, sin embargo, tiene especialmente bajo su cuidado a los que están recibiendo instrucción en ese caminar hacia Dios, y a los nuevos conversos, que deben ser formados gradualmente en el conocimiento y práctica de la vida cristiana" (PO, 6). "El Dios hecho hombre se vio obligado a dejar sobre la tierra su Cuerpo místico. De otro modo su obra hubiera terminado en el Calvario. Su muerte habría merecido la redención para el género humano; pero ¿cuántos hombres habrían podido ganar el cielo, sin la Iglesia que les trajera la vida de la cruz? Cristo se identifica con el sacerdote de una manera particular. El sacerdote es como un corazón suplementario que hace circular por las almas la sangre vital de la gracia sobrenatural: si el sacerdote introduce elementos extraños, deja de circular la gracia santificante y el Cuerpo Místico se enferma, agoniza y muere (como, por ejemplo, hacer rituales a la Pachamama o a otros ídolos anticristianos). Es pieza esencial dentro del sistema circulatorio espiritual del Cuerpo místico. Si falla, el sistema queda congestionado, y aquellos que de él dependen no reciben la vida que Cristo quiere que reciban. El sacerdote tiene que ser para su pueblo, dentro de sus límites, lo que Cristo es para la Iglesia: el dispensador de la gracia sacramental y de la Verdad de Fe de la Iglesia, plasmada en el Credo, sin cambiar ni una coma de éste. Los miembros de Cristo son una prolongación de El mismo, no solamente sus colaboradores, simpatizantes, seguidores, simple refuerzo externo. Poseen su vida. Comparten su actividad. Deberán tener su mentalidad. Los sacerdotes tienen que ser uno con Cristo bajo todos los aspectos posibles. Cristo, para desarrollar su misión, formó en torno a sí mismo un cuerpo espiritual; el sacerdote ha de hacer lo mismo. Ha de formar en tomo suyo miembros que sean uno con él. Si el sacerdote no tiene miembros vivientes, formados por él, unidos con él, su obra se reducirá a dimensiones irrisorias. Estará aislado e incapacitado. No puede el ojo decirle a la mano: "no me haces falta", ni la cabeza a los pies: "no me hacéis falta" (1 Cor 12, 21). Si Cristo, pues, ha constituido el Cuerpo místico como el principio de su camino, su verdad y su vida para las almas, actúa lo mismo mediante el nuevo Cristo: el sacerdote. Si éste no ejerce su función hasta edificar plenamente el Cuerpo místico (Ef. 4, 12)- ahí edificar significa construir- la vida divina entrará en las almas y saldrá de ellas con poco provecho. Es más: el sacerdote mismo quedará empobrecido, debido a que, aunque la misión de la cabeza es comunicar la vida al cuerpo, no es menos verdad que la cabeza vive de la vida del cuerpo, creciendo al par que crece éste y compartiendo sus flaquezas. El sacerdote que no comprenda esta ley de sabiduría sacerdotal, pasará la vida ejercitando sólo una fracción de su capacidad, siendo su verdadero destino en Cristo abarcar el horizonte" (P. F. J. Ripley).



[1] Cfr. Manual del Legionario, X.

sábado, 16 de septiembre de 2023

Nuestra Señora de los Dolores, Corredentora de los hombres

 



         Para poder reflexionar acerca de uno de los títulos más preciados de la Virgen y Madre de Dios, esto es, el título de “Nuestra Señora de los Dolores”, debemos primero detenernos brevemente en la consideración del título de su Hijo Jesucristo como “Varón de Dolores”.

         Es el Profeta Isaías quien, cientos de años antes de la Encarnación redentora del Verbo del Padre, tiene una visión en la que contempla a Nuestro Señor Jesucristo en el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, dirigiéndose al Monte Calvario. El Profeta lo describe como “aplastado por nuestros pecados”, como alguien ante quien “se da vuelta la cara”, tal es el sentimiento de pena y dolor que produce Nuestro Señor, agobiado por el peso de la cruz, por las flagelaciones, por los insultos, las blasfemias, las trompadas, los escupitajos. Nuestro Señor Jesucristo, así cargado con nuestros pecados, llega al Monte Calvario y allí sufre los dolores transfixiantes de la crucifixión, los dolores más profundos y atroces que pueda un hombre sufrir. Pero Nuestro Señor Jesucristo no solo sufre los dolores que los esbirros romanos, por orden de los judíos, le propinan en su Humanidad Sacratísima: además de estos dolores propios de su Humanidad, de su Cuerpo Purísimo y puesto que Él es Dios Hijo encarnado, asume, en el momento de la Encarnación, los dolores de todos los hombres de todos los tiempos, desde Adán y Eva hasta el último hombre engendrado en el Último Día, en el Día del Juicio Final. En otras palabras, asume todos los dolores de todos los hombres de todos los tiempos. Esto, que parece algo genérico, en realidad tiene una relación personal, directa, con todos y cada uno de los hombres, porque significa que asume mis dolores personales -del orden que sean, físicos, psíquicos, morales, espirituales- y al asumirlos y llevarlos Consigo a la cruz, santifica mis dolores al contacto con su Sangre, con sus dolores y con sus sufrimientos, de manera que, a partir de Cristo, si el dolor y la muerte eran el castigo debido a los hombres por su rebelión en los primeros seres humanos, Adán y Eva, ahora, al llevarlos Él consigo, purifica y santifica esos dolores, convirtiéndolos en fuente de santificación tanto para mi persona, como para muchas otras personas, siempre y cuando, claro está, yo no reniegue de mis dolores y los ofrezca a Nuestro Señor crucificado. En definitiva, el dolor de los hombres, si antes eran castigo por el pecado original, ahora son fuente de santificación, de redención y de salvación, si se los une a Jesús crucificado. Es esto lo que le vale a Jesús el título magno de “Varón de dolores”.

         Una vez hecha esta reflexión, podemos considerar ahora la razón por la que la Virgen lleva el título magno de “Nuestra Señora de los Dolores”. La razón es que la Virgen es, al mismo tiempo, Madre de Dios Hijo encarnado, por lo que está unida con un doble amor a su Hijo Jesús: con el amor de naturaleza, propio de cada madre, y con un Amor sobrenatural, el Amor del Espíritu Santo, el mismo Amor que une al Padre y al Hijo desde toda la eternidad. Como consecuencia de este doble amor, la Virgen sufre los mismos dolores de su Hijo en la Pasión, y aunque no los sufra físicamente, porque Ella no recibió físicamente ni las flagelaciones, ni las coronaciones de espinas, ni ningún golpe dado a su Hijo, sí sufrió todos estos dolores no solo moralmente, como cuando una madre terrena sufre por los dolores de su hijo, sino también mística y espiritualmente, precisamente por estar unida a su Hijo Jesús por el Divino Amor, el Espíritu Santo. Ésta es la razón por la cual la Virgen lleva el título real de “Nuestra Señora de los Dolores”.

         Por último, si los dolores de Nuestro Señor Jesucristo son redentores, porque santifica el dolor de toda la humanidad en general y de cada hombre en particular, entonces la participación moral, mística y sobrenatural de la Virgen a los dolores de su Hijo, dolores que como vemos son redentores, entonces a la Virgen le corresponde el título también magno, real, de “Corredentora de los hombres”, porque al pie de la cruz no solo ofrece a su Hijo Jesús como Víctima Pura, Santa e Inmaculada al Padre por nuestros pecados, sino que también Ella se ofrece como Víctima Pura, Santa e Inmaculada, en unión con su Hijo Jesús, para nuestra salvación.

         No hagamos vanos los Dolores de la Madre de Dios al pie de la cruz y los Dolores de su Hijo crucificado: ofrezcámoslos a Jesús, por intermedio del Inmaculado Corazón de María, para que así nuestros dolores personales y los dolores de todos y cada uno de los hombres, sirvan para la santificación y la salvación del alma.

martes, 12 de septiembre de 2023

Fiesta del Santísimo Nombre de María

 



La Iglesia Católica celebra, cada 12 de septiembre, el Santísimo Nombre de la Madre de Dios: “María”[1], nombre que aparece en el Evangelio de San Lucas: “El nombre de la virgen era María” (Lc 1, 27). La Iglesia celebra el nombre de María por la importancia de la cooperación de la Virgen en el plan salvífico de la Trinidad para los hombres: con su “Sí” a la voluntad de Dios, manifestada en la Encarnación del Verbo en su seno virginal, la Virgen se convierte en la Puerta de Entrada, desde la eternidad, hasta nuestro tiempo, del Verbo de Dios, de la Palabra de Dios, Jesús de Nazareth. Si la Virgen hubiera dicho “No” al plan salvífico de la Trinidad, toda la humanidad habría quedado irreversiblemente condenada para siempre, para toda la eternidad, pero al decir “Sí” a la Divina Voluntad, la Virgen se convierte en el Portal Sagrado por el cual el Logos del Padre ingresa, desde la eternidad, en nuestro tiempo y espacio, en nuestra historia humana, para llevar a cabo la Redención de la humanidad, por medio de su Sacrificio en cruz. De esta manera, María, la Virgen y Madre de Dios, se ubica en el polo opuesta al de Eva, la primera mujer, la cual pecó contra Dios y por la cual el Pecado Original se transmite de generación en generación: si por Eva todos los hombres mueren, por la Virgen, Mediadora de todas las gracias, todos los hombres nacen a la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia. Si el nombre de Eva evoca la pérdida de la gracia para toda la humanidad, el Nombre Santísimo de María evoca la gracia santificante que da la vida divina a los hombres, porque por María el Hijo de Dios vino a nuestro mundo, para salvarnos de la eterna condenación.

Quien pronuncia con amor el sencillo pero a la vez grandioso Nombre de “María”, recibe la luz de la gracia por la cual contempla el infinito misterio de amor de Dios Uno y Trino por los hombres, Amor que lleva al Padre a pedir a Dios Hijo que se encarne, por obra del Espíritu Santo, en las entrañas virginales y purísimas de María Santísima. Por el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, el Nombre de María está indisolublemente ligado al Nombre Santísimo de Jesús quien, por su Sangre derramada en la cruz, vence a los tres grandes enemigos del ser humano: el demonio, el pecado y la muerte, al mismo tiempo que nos concede la gracia santificante que nos hace partícipes de la vida divina de la Trinidad.

Así lo explicaba el Papa Benedicto XVI: “En el calendario de la Iglesia se recuerda hoy el Nombre de María. En Ella, que estaba y está totalmente unida al Hijo, a Cristo, los hombres han encontrado en las tinieblas y en los sufrimientos de este mundo el rostro de la Madre, que nos da valentía para seguir adelante… A menudo entrevemos sólo de lejos la gran Luz, Jesucristo, que ha vencido la muerte y el mal. Pero entonces contemplamos muy próxima la luz que se encendió cuando María dijo: ‘He aquí la esclava del Señor’. Vemos la clara luz de la bondad que emana de Ella. En la bondad con la que Ella acogió y siempre sale de nuevo al encuentro de las grandes y pequeñas aspiraciones de muchos hombres, reconocemos de manera muy humana la bondad de Dios mismo. Con su bondad trae siempre de nuevo a Jesucristo, y así la gran Luz de Dios, al mundo. Él nos dio a su Madre como Madre nuestra, para que aprendamos de Ella a pronunciar el ‘sí’ que nos hace ser buenos”[2].

Al recordar entonces el Nombre de María, Virgen y Madre de Dios, le pidamos que interceda para que, como hijos suyos adoptivos, renunciemos a nuestro propio “yo” y sigamos a su Hijo Jesús por el Camino de la Cruz, el Único Camino que conduce al Reino de Dios. ¡Que el nombre de María no se aparte de nuestra mente y corazón!



[2] Fragmento tomado de la Homilía del Santo Padre Benedicto XVI, Fiesta litúrgica del Dulce Nombre de María, sábado 12 de septiembre de 2009.

jueves, 7 de septiembre de 2023

Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María

 



Según la Tradición la natividad de María el 8 de septiembre está vinculada a la construcción de la Basílica de Santa Ana en Jerusalén, en el siglo IV d.C., erigida en el lugar donde una vez estuvo la casa donde los padres de María, Ana de hecho y Joaquín, vivían y donde nacería la Madre de Dios. Esta fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen surgió en oriente en donde se encontraba siempre viva la tradición de la casa natalicia de María.

La Natividad de la Santísima Virgen María es un anticipo y un anuncio inmediato de la redención obrada por el Hombre-Dios Jesucristo, ya que se trata del nacimiento de su Madre la Virgen María, concebida sin mancha de pecado, llena de gracia y bendita entre todas las mujeres. Aunque su historia no está en la Sagrada Escritura, según una tradición piadosa, los santos Ana y Joaquín habían sido infértiles durante toda su vida matrimonial. Entonces, al igual que Sara (Gn 21, 2) e Isabel (Lc 1), Santa Ana, Madre de María Santísima, concibió en su vejez una hermosísima niña, la Santísima Virgen María, destinada desde toda la eternidad a ser Virgen y Madre de Dios.  

La primera fuente de la narración del Nacimiento de la Virgen se encuentra en el Protoevangelio apócrifo de Santiago, que coloca el Nacimiento de la Virgen en Jerusalén, en el lugar en que debió existir una basílica en honor a la María Santísima, junto a la piscina probática, según cuentan diversos testimonios entre los años 400 y 600 y es por esta razón que la fiesta litúrgica surgió muy probablemente como dedicación de una iglesia a la Virgen, junto a la piscina probática; tradición que se relaciona con el actual santuario de Santa Ana[1] en Jerusalén. Después del año 603 el patriarca Sofronio afirma que ése es el lugar donde nació la Virgen y posteriormente, la arqueología ha confirmado la Tradición.

En cuanto a su concepción y nacimiento, la Virgen María fue concebida y nació de la forma habitual. Sin embargo, habiendo sido justificada en su concepción (por eso es la Inmaculada Concepción), y no en el vientre como Juan el Bautista (Lc 1, 41), o por el bautismo, como nosotros, la Virgen nació “llena de gracia” (Lc 1, 28) y por haber nacido sin la contaminación del pecado original, la Virgen no solo no cometió ningún pecado en toda su vida, sino ni siquiera la más ligera imperfección.

La importancia del Nacimiento de la Virgen -Pura e Inmaculada y Llena de la gracia del Espíritu Santo, radica en que su Nacimiento de María se ubica en la convergencia de los dos Testamentos, por un lado poniendo fin a la etapa de la expectativa y las promesas y, por otro lado, inaugurando la era de la gracia y la salvación en Jesucristo[2].

El nacimiento de María Santísima está ordenado en particular para su misión como Madre del Salvador y su existencia está indisolublemente unida a la de Cristo: participa de un plan único de predestinación y gracia diseñado por el Padre: el Padre pide a Dios Hijo que se encarne en el seno virgen de María, por obra del Espíritu Santo y es por esta razón, por la encarnación del Verbo en las entrañas purísimas de María, más el consentimiento pleno y perfecto a la voluntad de Dios, es que la Virgen participa, íntimamente unida a su Hijo y a los planes de la Trinidad, en la Redención del género humano, por lo cual merece ser llamada, con toda justicia, “Corredentora de los hombres”, unida indisolublemente al Redentor de los hombres, su Hijo, el Hombre-Dios Jesucristo. De esta manera, el Nacimiento de María, como su Divino Niño, se inserta en el corazón mismo de la Historia de la Salvación. 

Por qué es importante para la Iglesia el nacimiento de María?

Como vemos, la Nacimiento de la Santísima Virgen María es de vital importancia para la Santa Iglesia Católica, debido a su imprescindible papel en la historia de la salvación. El Catecismo de la Iglesia Católica dice[3]: “A lo largo de la Antigua Alianza la misión de muchas santas mujeres se preparó para la de María. Al principio estaba Eva; a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una posteridad que vencerá al maligno, así como la promesa de que será la madre de todos los vivientes. En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su vejez. Contra toda expectativa humana, Dios elige a los que se consideraban impotentes y débiles para mostrar su fidelidad a sus promesas: Ana, la madre de Samuel; Deborah; Piedad; Judith y Esther; y muchas otras mujeres. María “se destaca entre los pobres y humildes del Señor, que esperan confiadamente y reciben de él la salvación. Después de un largo período de espera, los tiempos se cumplen en ella, la exaltada Hija de Sion, y se establece el nuevo plan de salvación”.

Los fieles pueden celebrar piadosamente la Natividad de la Santísima Virgen de muchas formas: por ejemplo, dado que la Virgen María siempre nos señala a su Hijo, podemos asistir a Misa ese día, en el que la Santa Iglesia Católica, de quien María es modelo y ejemplo, recibimos al Hijo de la Virgen, Cristo Jesús, en la Eucaristía y esto porque el mayor homenaje que podemos hacerle a la Virgen, es recibir, con el corazón purificado por el Sacramento de la Penitencia, a su Hijo Jesús en la Eucaristía. Otras formas de celebrar el Nacimiento de la Virgen es rezar el Santísimo Rosario; también leer las Sagradas Escrituras, meditando en los pasajes en los que la Virgen interviene colaborando con su Hijo Jesús en la salvación de los hombres, como el misterio de la Anunciación del Ángel Gabriel en la Encarnación del Verbo, o la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel, o su asistencia en las Bodas de Caná, en donde Jesús realiza el primer milagro público por pedido e intercesión de la Virgen; también podemos meditar en el Apocalipsis, en donde la Mujer “revestida de sol” es la Virgen así como también la “Mujer del Apocalipsis” que huye al desierto para poner a salvo a su Hijo Jesús.

Por último, recordemos que ninguno de nosotros nos salvaremos, si no recibimos el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, el Redentor, acompañados al pie de la Santa Cruz por María Santísima, la Corredentora de los hombres.