jueves, 30 de mayo de 2013

La Visitación de la Virgen


         La Virgen María, estando Ella misma encinta por obra del Espíritu Santo, visita a Santa Isabel, prima suya, encinta ya varios meses (cfr. Lc 1, 39-56). La suya no es una visita de cortesía, sino un acudir en auxilio de alguien que necesita ayuda, puesto que Santa Isabel es ya una mujer de avanzada edad y al mismo tiempo, es primeriza, y la Virgen la visita para asistirla en los labores de parto.
         Con su Visitación, la Virgen nos enseña por lo tanto a obrar la misericordia para con nuestro prójimo y nos enseña a hacerlo no de cualquier manera, sino con sacrificio, porque en esos tiempos no existían ni los medios de transporte ni las vías de comunicación que existen hoy, por lo que viajar, aun distancias relativamente cortas, suponía un gran esfuerzo y sacrificio por parte de quien viajaba. En el caso de María, ese esfuerzo y sacrificio son notablemente mayores que los habituales, porque se trataba de una mujer y además porque Ella misma estaba, como dijimos, encinta por obra del Espíritu Santo. Por estas condiciones añadidas, el sacrificio de la Virgen por acudir en auxilio de su prima Santa Isabel es por lo tanto mucho más valioso que cualquier otro en similares circunstancias, y es en la Virgen y en la Visitación en quien debemos fijarnos cuando deseemos saber de qué manera debemos obrar la misericordia para quien lo necesite. De esta manera, la Virgen en la Visitación es ejemplo y modelo admirable e insuperable de amor fraterno, de caridad cristiana y de misericordia hacia el más desprotegido. Sin embargo, lo más grandioso en el misterio de la Visitación no radica en este grandioso ejemplo de misericordia brindado por María Santísima. Para saber en qué consiste lo más grandioso de la Visitación, es necesario detenerse en otros aspectos de este episodio de la vida de Jesús y de María.
         Cuando la Virgen Visita a Santa Isabel, lo hace estando encinta por obra del Espíritu Santo, es decir, con Jesús embrión en su seno virginal. A su llegada, tanto Santa Isabel como Juan el Bautista –que está a su vez en el seno de Santa Isabel- experimentan mociones del Espíritu Santo: Santa Isabel no saluda a la Virgen ni por su nombre –María- ni por su parentesco –prima-, sino que la saluda con un título que es escucha por primera vez: “Madre de mi Señor”. ¿Cómo podía saber Santa Isabel, sino es por iluminación del Espíritu Santo, que el Niño que su prima lleva en su vientre no es simplemente su sobrino, sino su “Señor”, es decir, su Dios? Además, Santa Isabel percibe el estado espiritual y anímico de su hijo Juan el Bautista, que “salta de alegría” en su seno: “Apenas oí tu voz, el niño saltó de alegría en mi seno”. El “salto” de Juan el Bautista no es un simple movimiento en el seno materno de un niño no nacido: es una verdadera conmoción espiritual gozosa, un estremecimiento de alegría del niño Bautista ante la Presencia de su Redentor que viene siendo portado en el seno virgen de María. Tanto la iluminación de Santa Isabel, que le permite reconocer en María a la Madre de Dios y no a su prima, como la alegría experimentada por Juan el Bautista ante la llegada de Jesús, son provocadas por el Espíritu Santo, que es quien proporciona conocimientos sobrenaturales del misterio de Jesús que son inalcanzables por la menta humana. Luego también la Virgen, y con más razón Ella, pues está inhabitada por el Espíritu Santo, entona el Magnificat, en el cual canta, en el Espíritu, las grandezas insondables del Amor divino, que ha hecho “maravillas” en Ella, al elegirla como Madre de Dios.
         La contemplación de la escena de la Visitación nos muestra entonces que la presencia de la Virgen es precedida y acompañada por el Espíritu Santo; la Visitación de la Virgen a un alma no la deja nunca indiferente, porque es causa de iluminación sobrenatural interior, de gozo espiritual y de alegría en el Espíritu Santo, tal como les ocurrió a Santa Isabel y a Juan el Bautista. El motivo es que junto con María, viene siempre su Hijo Jesús y con Jesús, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que disipa las tinieblas de la mente, permitiendo reconocer a María como la Madre de Dios, al tiempo que enciende los corazones en el Amor divino, Amor mediante el cual el alma ama con amor sobrenatural al Hijo de María Virgen, Jesús de Nazareth, todo lo cual es causa de gozo y alegría sobrenaturales. Nada más hermoso hay en el mundo que recibir la Visitación de la Virgen María, Madre de nuestro Señor, porque con Ella viene su Hijo Jesús y con Jesús, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que hace “saltar de gozo y de alegría” al alma a quien Jesús y María visitan.

jueves, 23 de mayo de 2013

María Auxilio de los cristianos



         Aunque popularizada por San Juan Bosco y asociada a su labor educativa y pedagógica, la devoción a María Auxiliadora de los cristianos se inicia en el año 345 con San Juan Crisóstomo. Hasta el siglo XIX, momento en que se universaliza esta devoción a María a través de la obra salesiana, a la devoción se la asoció siempre con la defensa de baluartes católicos contra enemigos externos, como por ejemplo, la batalla que la Europa católica libró contra la invasión de los turcos en 1572, quienes pretendían conquistarla definitivamente y someterla al Islam. En esta batalla, en la que los cristianos obtuvieron un resonante triunfo, el Santo Padre Pío V había pedido a toda la cristiandad que rezaran e incluyeran la advocación “María Auxilio de los cristianos”. El éxito del ejército católico se atribuyó a la protección de María. También los católicos ortodoxos ucranianos, en el año 1030, se vieron libres de la invasión de los bárbaros, al invocar a la Madre de Dios con el mismo nombre.
         Sin embargo, la condición y el título de María como “Auxiliadora de los cristianos” no se inició en el año 345, ni se limitó a algunas batallas terrenas, ni finalizó por el hecho de que en el momento no se den este tipo de batallas. La condición de María como “Auxiliadora de los cristianos” es inherente a Ella desde su Concepción, desde el momento en que es Madre de Dios y por lo tanto está asociada a su Hijo en la tarea de la Redención como Corredentora.
         Esta condición de María se encuentra reflejada en dos lugares en la Sagrada Escritura: en el Génesis y en el Apocalipsis. En el Génesis, la Virgen es la “Mujer que aplasta la cabeza de la serpiente” por orden divina, debido a que la serpiente es Enemiga mortal de la estirpe de María Santísima: “Pondré enemistad entre ti y la Mujer”. En el Apocalipsis, la Virgen acude en auxilio de los cristianos al defender a su Hijo recién nacido, Cabeza de la Iglesia, de los ataques del dragón, el cual pretende ahogar al Hijo de María en el río de sus aguas inmundas, surgidas de sus entrañas abominables, sin lograrlo, puesto que a la Virgen le son concedidas dos “alas de águila” con las que vuela al desierto. Pero también María acude en auxilio de los cristianos desde el momento en que la Serpiente o Dragón, viéndose “despechado” por la Mujer, esto es, María, va a “hacer la guerra” a la estirpe de María, sus hijos adoptivos, los cristianos. Y así como acudió en auxilio de su Hijo, así acude en auxilio de sus hijos adoptivos, los cristianos, librándolos de las pestilentes aguas surgidas de las entrañas del ángel caído.
         Al igual que al principio de los tiempos, y al igual que en diversos momentos de la historia, en nuestros tiempos, la Virgen María continúa siendo “Auxilio de los cristianos”, porque siempre vino en auxilio de sus hijos acosados por la Antigua Serpiente, pero podemos decir que hoy, más que nunca, es necesaria la invocación a María, puesto que la Serpiente Antigua se muestra cada día más osada en sus ataques contra las almas, buscando perderlas en el infierno, y para ello se vale de la secta más perversa y malvada que jamás la historia de la humanidad haya conocido, la secta de la Nueva Era, la Conspiración de Acuario o New Age, secta mediante la cual busca la iniciación luciferina y la consagración luciferina de toda la humanidad, para instalarse en el lugar que le corresponde solo a Dios y ser adorado sacrílegamente por los hombres.
         Hoy, más que nunca, nos encontramos ante un gravísimo peligro, un peligro infinitamente más grande que la invasión de ejércitos terrenos, porque estos están compuestos por hombres, mientras que los ejércitos que nos acechan hoy son las “siniestras potestades de los aires”, los ángeles caídos, que a través de la secta de la Nueva Era y la difusión del gnosticismo, ateísmo, ocultismo, satanismo y terapias alternativas, atrapa a las almas conduciéndolas por el camino de la eterna perdición.
         Hoy, más que nunca, es necesario que imploremos el auxilio de nuestra Madre del cielo: “María, Auxiliadora de los cristianos, ven en nuestro auxilio, ven en nuestro socorro, no nos desampares frente al ataque perverso y maligno del siniestro ángel caído; ven en nuestro auxilio y desbarata y destruye a esta secta tenebrosa; ven en nuestro auxilio, fortalece a tus hijos, para que combatan con valor y eficacia, con las armas de la fe, las siniestras acechanzas del maligno; ven, Auxilio de los cristianos, confórtanos con tu presencia, danos a tu Hijo Jesús, nuestra única salvación. Amén”.
        

lunes, 20 de mayo de 2013

María Madre de la Iglesia



         La Virgen es Madre de la Iglesia porque en la Encarnación engendra a Cristo, Cabeza de la Iglesia, cuando el Ángel le anuncia que será Madre de Dios, y porque engendra a los hijos de Dios, que forman el Cuerpo Místico de Cristo, en la Crucifixión, cuando Jesús le anuncia que será Madre de los hijos adoptivos de Dios: “Madre, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 3).
         María es Madre de la Iglesia porque da a luz virginalmente y por el poder del Espíritu, a la Cabeza de la Iglesia en el Nacimiento, y da a luz virginalmente y por el poder del Espíritu, al Cuerpo de la Iglesia en el Monte Calvario, en la Cruz.
         María, Madre de la Iglesia, ejerce para con sus hijos adoptivos la misma función maternal que ejerció con su Hijo Jesús: así como dio a luz a la Gracia Increada, Jesús, así da a luz a los hijos de la Iglesia por la gracia del Bautismo; así como alimentó a su Hijo con la leche de su pecho materno, así alimenta a sus hijos con la leche nutritiva de la Palabra de Dios y la gracia santificante; así como alimentó a su Hijo en su seno virginal dándole de su carne y de su sangre, así alimenta a sus hijos adoptivos, con la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, el alimento nutricio del cielo que los hace crecer fuertes y robustos en el espíritu.
La Virgen María, Madre de la Iglesia, llevó en su seno virginal por nueve meses a su Hijo para darlo a luz y presentarlo a Dios Padre en el templo; del mismo modo, esta Madre celestial, a los quiere hacer nacer a la vida de la gracia, los concibe en su Corazón Inmaculado y cuando llega el momento del nacimiento, los arropa con su Manto celeste y blanco y los lleva en sus brazos, para presentárselos  a su Hijo Jesús.
Así como solo por esta Madre y nada más que por esta Madre, vino el Hijo de Dios al mundo, así también por esta Madre, y solo por esta Madre, los hijos adoptivos de Dios subirán al cielo, porque solo a través de Ella se accede al Sagrado Corazón de Jesús, Puerta abierta al cielo.
La Virgen María, Madre de la Iglesia, vive en el Reino de la luz, y quiere llevar a sus hijos adoptivos, que viven en "tinieblas y en sombras de muerte" (cfr. Lc 1, 68-79), a su Reino, que es el de su Hijo, reino de paz, de luz, de alegría y de amor; el Reino en donde Ella es Reina y Madre, el Reino en donde el Cordero es adorado en su trono, noche y día, por siglos sempiternos, por miríadas y miríadas de ángeles y santos.
         La Virgen María, Madre de la Iglesia, se comporta con sus hijos adoptivos de la misma manera a como lo hizo con su Hijo Jesús: siendo Niño, lo crió y lo educó; ya de adulto, lo acompañó durante el Via Crucis, y cuando lo crucificaron estuvo a su lado sin moverse ni un centímetro de su lado. Y del mismo modo a como no abandonó a su Hijo en los momentos más dolorosos y tristes, como los del Camino de la Cruz, así esta Madre no desampara a sus hijos adoptivos, los que adquirió al pie de la Cruz, y está más a su lado todavía en los momentos más duros, dolorosos y tristes, suavizando con su amorosa presencia las amarguras y tristezas de sus hijos, acompañándolos en el Camino del Calvario, para conducirlos a la Resurrección.
           La Madre de la Iglesia, cuando dio a luz a la Cabeza de la Iglesia, su Hijo Jesús, lo preservó del ataque del dragón infernal, quien vomitó de sus fauces como un río de agua inmunda, buscando ahogarlo (cfr. Ap 12, 15); a la Madre se le dieron dos alas de águila y voló al desierto, salvando a su Hijo del dragón; de la misma manera, esta Madre amorosa y valiente, fuerte y temible "como un ejército formado en batalla" (Cant 6, 10), salvará a sus hijos adoptivos que yacen cautivos bajo las garras del dragón, rescatándolos y evitando que sean ahogados por el inmundo torrente de agua infecta y pútrida que el Dragón arroja de sus fauces, las perversas tentaciones con las que incita al pecado; la Virgen Madre los llevará también al desierto, como llevó a su Hijo Jesús, y lejos del estruendo del mundo, les enseñará el silencio y la oración, por medio de los cuales les hablará al corazón del inagotable e incomprensible Amor de Dios.
           Finalmente, el deseo de esta Madre celestial es que todos sus hijos adoptivos recorran el mismo camino que recorrió su Hijo, que de Niño se convirtió en adulto y, ya crecido, subió a la Cruz para morir y luego resucitar y así subir al cielo; esta Madre amorosa quiere que sus hijos también crezcan "en gracia y sabiduría", día a día, para que sean capaces de "negarse a sí mismos y cargar la cruz de cada día" y seguir al Calvario para morir crucificados junto a su Hijo Jesús, de manera que, muertos al pecado y al hombre viejo y destruida su muerte por la Muerte de Jesús, puedan recibir la Vida eterna que brota del Sagrado Corazón traspasado y ser llevados, resucitados y gloriosos, al Reino de los cielos.
             La Virgen, Madre de la Iglesia, Madre de los bautizados, quiere que todos sus hijos se salven, y no descansa ni de noche ni de día, y no descansará, hasta ver a todos sus hijos salvos.
                 

domingo, 19 de mayo de 2013

Santa María Reina de la Iglesia




         María es Reina de la Iglesia porque es Madre de Cristo, Rey de la Iglesia, y es de Él de quien toma su realeza, la cual no consiste, como en la tierra, en títulos nobiliarios, ni el poder de esta Casa Real se deriva de grandes posesiones materiales, de ejércitos terrenos y de alianzas de poder terrenales.
         Si bien María desciende de una familia real, al igual que José, la realeza de María, pero su realeza sobre la Iglesia no se deriva de la sangre de seres humanos que pertenecen a una dinastía terrena, puesto que su condición de Reina de la Iglesia se fundamenta en la posesión de una sangre real, la sangre de su Hijo; María es Reina de la Iglesia porque su realeza se en la Sangre del Hombre-Dios, el Rey de reyes, Cristo Jesús.
         Como Reina, María tiene una corona, pero no una corona de oro, de plata y diamantes, como las reinas de la tierra, sino una corona de luz y de gloria divina, la gloria de su Hijo Jesús. María compartió aquí en la tierra los dolores de su Hijo coronado de espinas, y por eso ostenta ahora, para siempre, la corona de luz que su Hijo Jesús le concedió en los cielos. María es Reina del Reino de los cielos, en donde su Hijo Jesús es Rey de reyes y Señor de señores.
         Como Reina, María se encuentra al frente de un gran “terrible ejército formado en batalla” (Cant 6, 10), porque el Reino de los cielos, el Reino de la luz, está en guerra sin cuartel contra el Reino de las tinieblas, que ahora campea en victoria aparente sobre la tierra y sobre los hombres. María Reina, al frente del poderoso ejército de su Hijo Jesús libra, comandando su ejército, la batalla de todas las batallas, la conquista de las almas. Así como en una batalla encarnizada, el ejército victorioso entra en la ciudadela conquistando casa por casa, librando feroces encuentros hasta lograr la victoria final, así el ejército de María Reina, compuesta en el cielo por los ángeles y santos que adoran al Cordero y compuesto en la tierra por aquellos que en la Iglesia se consagran a su Inmaculado Corazón, libra en esta tierra un duro combate por las almas, luchando ardorosamente para conquistar alma por alma. A esta Reina de los cielos, que es María, no le interesan las posesiones materiales ni la riqueza terrena, porque todo el universo le pertenece, como Reina y Señora de todo lo creado; le interesan las almas de los hombres, todas, y especialmente aquellas que forman parte del tenebroso escuadrón de las tinieblas, porque también esas almas, aunque momentáneamente formen parte del Reino de las tinieblas, han sido destinadas al Reino de los cielos.
         Los emblemas que identifican al ejército de María Reina y de Jesús Rey son el estandarte ensangrentado de la Cruz y los emblemas de los Sagrados Corazones traspasados de Jesús y de María; las armas que empuñan los miembros de este victorioso ejército son el Santo Rosario y la Cruz; la armadura está compuesta por la gracia santificante, el Escapulario del Monte Carmelo, y el intenso entrenamiento, con el cual los miembros del ejército de María Reina consiguen enormes victorias sobres sus enemigos, los “habitantes tenebrosos de los aires”, arrebatándoles de sus garras siniestras a las almas creadas por Dios, lo constituyen las obras de misericordia corporales y espirituales.
         La Reina de los cielos, la Reina de la Iglesia, a todos llama a alistarse a su ejército victorioso, porque el Príncipe de las tinieblas tiene cautivo al mundo y a las almas, y esta Reina, que derrotará para siempre al inmundo Príncipe tenebroso, aplastándolo con su delicado pie de doncella, dotado de la Omnipotencia divina, quiere alistar a los guerreros de su ejército cuanto antes, para que participen todos de su grandioso triunfo final, el triunfo que se avecina día a día, el triunfo de su Inmaculado Corazón.

domingo, 12 de mayo de 2013

El mensaje de Nuestra Señora de Fátima



         Lejos de ser piadosas imaginaciones de niños devotos, como generalmente se las considera, las apariciones de la Virgen en Fátima tienen mensajes importantísimos para la humanidad; tan importantes, que de su cumplimiento dependen la felicidad temporal y eterna de los hombres.
Para dimensionar su importancia, es necesario considerar los pedidos que hace la Virgen en sus apariciones en Fátima. La Virgen María pide, principalmente, lo siguiente: Oración, Penitencia, Conversión y Reparación, además de hacer una severa advertencia a toda la humanidad: advierte que, de no cumplir con estos pedidos, la humanidad enfrentará graves consecuencias temporales –la Segunda Guerra Mundial y los estropicios y calamidades de la Rusia comunista-, pero sobre todo, eternas, al mostrarles el infierno, lugar adonde se dirigen los pecadores empedernidos.
La Virgen pide Oración, y dentro de todas las oraciones, especialmente el rezo del Santo Rosario. Les dice así en la aparición del 13 de octubre de 1917: “Yo soy la Virgen del Rosario. Deseo (…) que recen todos los días el Santo Rosario”.
La Virgen en Fátima pide Penitencia, como modo de expiar los pecados y de demostrar arrepentimiento por los pecados del mundo. En la aparición de mayo, “Lucía les dice los nombres de bastantes personas que quieren conseguir salud y otros favores muy importantes; Nuestra Señora le responde que algunos de esos favores serán concedidos y otros serán reemplazados por favores mejores. Y añade: “Pero es muy importante que se enmienden y que pidan perdón por sus pecados”. En su relación con Dios, el hombre debe dejar de ver a Dios como si fuera un “empleado de mostrador”, al que solo va a pedirle lo que necesita; Dios quiere entablar una relación de amistad personal, pero como Dios es Bondad y Amor infinitos, el hombre debe desterrar la malicia de su corazón, por medio de la oración y la penitencia, y es esto lo que quiere la Virgen.
También les pide lo mismo el ángel de Portugal, en una de sus apariciones, en donde les dijo expresamente que hicieran penitencia (o sacrificios). Al encontrarlos jugando, les dice: “¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!’. ¿Cómo hemos de sacrificarnos?, pregunté. ‘De todo lo que pudierais ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados cuales Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra patria la paz. Yo soy el Ángel de su guardia, el Ángel de Portugal”.
La Virgen en Fátima pide Conversión, puesto que los hombres, además de ofender a Dios continuamente con nuestros pecados, no damos señales de querer orientar el corazón hacia Dios, cambiando de vida para vivir la vida de la gracia, que es en lo que consiste la conversión. Dice así Sor Lucía, narrando la aparición de octubre de 1917: “Y tomando un aire de tristeza la Santísima Virgen dijo estas sus últimas palabras de las apariciones: QUE NO OFENDAN MAS A DIOS QUE YA ESTA MUY OFENDIDO”. Lucía afirma que de todas las frases oídas en Fátima, esta fue la que más le impresionó. La falta de conversión se ve en el vivir continuamente en el pecado, sin querer salir de él.
La Virgen en Fátima pide Reparación, según lo dice en la aparición del 13 de mayo: “La Santísima Virgen continuó diciéndoles: ‘¿Quieren ofrecerse al Señor y estar prontos para aceptar con generosidad los sufrimientos que Dios permita que les lleguen y ofreciéndolo todo en desagravio por las ofensas que se hacen a Nuestro Señor?’ -Sí, Señora, queremos y aceptamos. Con un gesto de amable alegría, al ver su generosidad, les dijo: ‘Tendrán ocasión de padecer y sufrir, pero la gracia de Dios los fortalecerá y asistirá’.
Además, como modo de reparación, la Virgen pide la devoción de los cinco primeros sábados, que consiste en la confesión sacramental y la comunión eucarística. También el Ángel les dice algo parecido: “Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe”. Además, también como oraciones de reparación, el Ángel les enseña dos oraciones: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” y postrándose ante la Eucaristía y el cáliz con la Sangre de Jesús: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco los preciosísimos Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”.
Finalmente, la Virgen advierte acerca del incumplimiento de los mensajes contenidos en las apariciones, y esta advertencia la da con la visión del infierno a los tres pastorcitos: “La Virgen abrió sus manos y un haz de luz penetró en la tierra y apareció un enorme horno lleno de fuego, y en él muchísimas personas semejantes a brasas encendidas, que levantadas hacia lo alto por las llamas volvían a caer gritando entre lamentos de dolor. Lucía dio un grito de susto. Los niños levantaron los ojos hacia la Virgen como pidiendo socorro y Ella les dijo: - ¿Han visto el infierno donde van a caer tantos pecadores? Para salvarlos, el Señor quiere establecer en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María. Si se reza y se hace penitencia, muchas almas se salvarán y vendrá la paz. Pero si no se reza y no se deja de pecar tanto, vendrá otra guerra peor que las anteriores, y el castigo del mundo por sus pecados será la guerra, la escasez de alimentos y la persecución a la Santa Iglesia y al Santo Padre. Vengo a pedir la Consagración del mundo al Corazón de María y la Comunión de los Primeros Sábados, en desagravio y reparación por tantos pecados. Si se acepta lo que yo pido, Rusia se convertirá y vendrá la paz. Pero si no una propaganda impía difundirá por el mundo sus errores y habrá guerras y persecuciones a la Iglesia. Muchos buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá que sufrir mucho. Varias naciones quedarán aniquiladas. Pero al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Al mostrarles el infierno, la Virgen nos quiere hacer ver que los pecados tienen gravísimas consecuencias si no hay arrepentimiento, conversión, reparación y oración.
Las ofensas a Dios y la falta de deseos de conversión, sobre todo entre los católicos, es lo que hace que la Virgen en Fátima se haya mostrado “triste”, según declaraciones de Sor Lucía.
La consagración a la Virgen, y el propósito firme de iniciar la conversión y vivir la vida de la gracia, por parte del cristiano, alivian la tristeza y el dolor del Inmaculado Corazón de María, al tiempo que anticipan su triunfo final.

Nuestra Señora de Fátima y la consagración del alma a su Inmaculado Corazón





         ¿Qué es la consagración a la Virgen?
         La respuesta está en lo que la Virgen le dijo a Sor Lucía en la segunda aparición, el 13 de junio de 1917, luego de anunciarle la próxima partida al cielo de sus dos primos, Jacinta y Francisco: “Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y yo seré el camino que te conduzca a Dios”. La Virgen le dice que su Corazón es dos cosas: refugio y camino.
         La consagración a la Virgen es esto: entrar en el Corazón Inmaculado de María Santísima para que nos sirva de refugio y, al mismo tiempo, de camino hacia Dios.
         ¿Por qué el Corazón de la Virgen es refugio?
         Para entender porqué el Corazón Inmaculado de María es refugio, imaginemos la siguiente situación: imaginemos que para llegar a nuestro destino, tenemos que atravesar un bosque muy tupido. Nos internamos en él y a medida que avanzamos, se va ocultando el sol y se va haciendo la noche. Es un bosque en donde habitan bestias salvajes y furiosas que han sido atacadas por un extraño virus, el cual las ha vuelto mucho más agresivas de lo que ya son en sí mismas. Por ejemplo, orangutanes, leones, tigres, panteras, lobos, osos. A causa del virus, las bestias se han vuelto tan salvajes y agresivas, que solo con mirar a una persona, ya desean destrozarla con sus manos, como el orangután, o con sus dientes y garras, como el león, el tigre, la pantera y el lobo. Caminamos por el bosque, nos internamos en él, se hace cada vez más de noche, y comenzamos a sentir los gruñidos, los resoplidos, los aullidos, de las bestias del bosque. Están cada vez más cerca. Si nos alcanzan, nos destruirán con toda seguridad. Avanzan cada vez más rápido y están tan cerca, que incluso podemos oír el chocar de sus dientes al lanzar dentelladas en el aire, como pregustando la presa anticipadamente. Podemos incluso ver sus ojos en la oscuridad de la noche, ojos que son rojos como brasas ardientes. El virus ha provocado una transformación en sus ojos: antes podían ver la luz, pero a causa del virus, ya no soportan la luz, y sólo pueden ver en la oscuridad. Las bestias son numerosas, y su número aumenta a cada instante. Están cada vez más cerca y, de no mediar un auxilio próximo, nuestro fin parece cercano, tanto más, cuanto que estamos desarmados, pero si tuviéramos armas, el número de las bestias es tan grande, que no podríamos ni siquiera empezar a defendernos, porque el virus que ha atacado sus cerebros y sus corazones las ha vuelto tan agresivas, que no le tienen miedo a nada. Están ya muy cerca de nosotros, e incluso parecen habernos rodeado. Ya todo parece perdido. No hay salida posible. Además, estamos tan cansados, hambrientos y sedientos, que nos da la impresión de que no podemos hacer ni un paso más. Las luces de nuestras linternas se van apagando poco a poco, lo cual atrae más a las bestias, a quienes les favorece la oscuridad. Pero de pronto, la situación cambia en un instante. Cuando parecía que estábamos por sucumbir bajo las garras y los dientes de estas bestias feroces, hacemos unos pocos pasos más y llegamos a un claro del bosque en donde se levanta una hermosa y sólida casa, que más que casa, parece una fortaleza, porque es una casa como un castillo, y está bien defendida con poderosas armas. Es una casa espléndida, toda bien iluminada, y su resplandor, que sale desde dentro de la casa, tanto que parece que el sol se ha metido ahí, y es más brillante que la misma luz del sol, pero no enceguece, ahuyenta a las bestias, que no soportan la luz. Entramos en la casa y ahí nos refugiamos, y nos sentimos a salvo de las bestias, que no se atreven a acercarse, y una vez dentro, la Dueña de casa nos atiende con amor de madre, nos alimenta, nos hace descansar, y nos dice que descansemos, que el lugar adonde vamos está a pocos metros de su casa, y el camino que va desde su casa a nuestro lugar de destino final, es tan seguro como la misma casa.
         Las bestias feroces son los enemigos de nuestras almas, las potestades siniestras de los aires, los demonios; el virus que ataca a las bestias del bosque, es el pecado de soberbia, que les hizo perder el cielo para siempre a los demonios; el bosque que se oscurece es el mundo; el día que se convierte en noche, es nuestra vida; la luz de las linternas que se apaga poco a poco al agotarse la batería, es la luz de la gracia que se apaga poco a poco con los pecados veniales, hasta agotarse del todo con el pecado mortal; la casa en la que nos refugiamos, es el Corazón Inmaculado de María; la luz que sale de su interior, más brillante que el sol, es la luz de la gracia que inhabita en María por ser Ella la Inmaculada Concepción; el camino que hay desde la casa hasta el lugar adonde vamos, camino seguro e iluminado y muy cercano a nuestra meta final, es el Corazón de María, que nos conduce a la unión con Dios en esta vida, por el Amor, y en la otra, para siempre.
         Esta es la razón por la cual el Corazón Inmaculado de María Santísima es llamado “Refugio de los pecadores”.
         ¿Por qué el Corazón de la Virgen es camino hacia Dios?
Para saberlo, hay que tener en cuenta primero que hay un camino que nos aleja de Dios, que va en dirección contraria adonde se encuentra Dios, y es el camino del mundo. Este camino es ancho, espacioso, fácil de transitar, porque es declive, en bajada. Aún más, a medida que avanza el camino, se hace cada vez más en declive. Es espacioso y por él transita mucha, muchísima gente. Es muy fácil de andar porque no hay que llevar nada pesado, o si son cosas pesadas, es como si no pesaran nada, porque por un efecto especial, propio del camino, todas las cosas pesadas se vuelven ligeras como una pluma. Así, uno puede llevar, por ejemplo, una carretilla de lingotes de oro, y le parece que está llevando un almohadón de plumas de ganso, tan poco es el peso del oro. Uno puede llevar valijas y valijas de dinero, sin ningún esfuerzo. Hasta se puede llevar un auto de lujo, con una sola mano, o una mansión, sin el menor esfuerzo. A los costados del camino, hay cómodos sillones en donde uno se puede echar a descansar todo el tiempo que quiera, y como en las paredes hay televisores plasma gigantes, y Play Station, y pantallas de computadoras con conexión a internet inalámbrica velocísima, y no hay restricción para entrar en ningún sitio, uno puede estar en esos sillones días y días enteros. La única regla para usar todos estos artilugios es que no se usen las palabras “Dios”, “Jesús”, “María”, “Misa”, “Castidad”. En este camino, todos están felices y ríen a carcajadas, porque no hay nadie que diga qué es lo que hay que hacer. Es más, a cada tramo del camino hay letreros gigantes, brillantes, parpadeantes, que enseñan cuál es la única regla que hay que cumplir para poder caminar por este camino: “Haz lo que quieras”. Todos comen de carritos gigantes con comida que hay a los costados del camino, pero comen sin necesidad, sin hambre, sin apetito, comen solo por comer, por probar el sabor de la comida rica; comen por gula y comen hasta no poder más. Beben también sin necesidad, bebidas de todo tipo, principalmente alcohólicas, mezcladas con substancias extrañas. No beben agua, no beben para satisfacer la sed, sino para embriagarse, para probar el gusto de estar embriagados. Todos comen y beben sin control y ríen también sin control. Escuchan música estridente, ensordecedora, que incita a toda clase de cosas malas. Sin embargo, este camino, a medida que avanza, se va convirtiendo en algo distinto a lo que era al principio: se vuelve cada vez más empinado, y tan empinado, que en sus últimos tramos todos deben ir corriendo cada vez más rápido, hasta que al final se convierte en una pendiente casi vertical que da a un abismo profundísimo y negro, en donde habita el ángel caído; las risas se convierten en llantos y lamentos; el oro, el dinero y los bienes materiales, se vuelven incandescentes y adquieren un peso de mil toneladas; las pantallas de televisión, de Play Station, de computadoras y celulares, usadas para diversión sin Dios, se convierten en horribles huecos negros de donde salen toda clase de alimañas venenosas; el camino mismo, a medida que se avanza, va aumentando su calor, como si estuviera tapizado por losas radiantes, y al final está tan caliente, que está blanco, incandescente, a causa del fuego que sale del abismo y que llega hasta el camino, para envolver a todo el que viene por él. Este camino ancho y espacioso, el camino del mundo, conduce al lago de fuego, en donde habita el ángel caído.
En cambio, el camino que es el Corazón de María es un corazón lleno de luz celestial, porque está Lleno de la gracia divina, y es un corazón lleno del Amor divino, porque es un corazón en donde vive el Espíritu Santo, que es el Amor de Dios. Es difícil y trabajoso transitar por este camino, porque necesariamente hay que renunciar a hacer la propia voluntad, para hacer la Voluntad de Dios en todo; es un camino en subida y además hay que llevar la Cruz, que es de madera y a medida que se sube, se hace más pesada; al que tiene hambre y sed, se le da de comer un Pan que tiene vida eterna, y se le da de beber un cáliz que tiene un vino que solo parece vino, pero es la Sangre del Cordero; mientras se camina, se entonan hermosos cantos de alabanzas a Cristo Jesús, Presente en la Eucaristía, y esto produce el efecto de aliviar inmediatamente el peso de la Cruz y alivia hasta hacer desaparecer, la fatiga que produce la subida. Al final del camino, está Jesús crucificado, y el que llega, sube a la Cruz junto a Jesús, muere con Él y resucita, y así resucitado y lleno de la gloria de Dios, se une a Dios Padre en el Amor del Hijo, el Espíritu Santo. El camino que es el Corazón Inmaculado de María, termina en el cielo, en la unión con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, unión que provoca una felicidad y una alegría que no se pueden describir ni imaginar en este mundo.
Éste es el motivo por el cual el Corazón de María es camino a Dios.
¿Cómo vivir la consagración a María? Imitando a la Virgen en sus virtudes. La Virgen tiene todas las virtudes posibles y todas en grado máximo, muchísimo más alto que todos los ángeles y santos juntos: paciencia, humildad, bondad, pureza, castidad, caridad, alegría, amor, paz, afabilidad, servicialidad, sacrificio, valentía, fortaleza, etc. etc. Enumerar las virtudes de la Virgen sería interminable y por eso, el que quiera imitar a María y crecer en una virtud, lo único que tiene que hacer es elevar los ojos a María, y contemplarla en la virtud que quiere practicar. El Corazón de María es como un jardín hermosísimo, con toda clase de flores y plantas que dejan asombrado a quien lo ve; consagrarme a la Virgen es recibir la oportunidad de cultivar una flor como la de ese jardín, en mi propio jardín. Me dan la semilla, que es la virtud, y el agua, que es la gracia. Lo único que tengo que hacer es ponerme a trabajar.
Pero la consagración a María implica otra cosa, porque en María no hay absolutamente ni la más pequeñísima sombra no solo de pecado -que es malicia-, sino ni siquiera de la más insignificante imperfección, porque en María sólo hay lugar para la Bondad y el Amor de Dios. Entonces, el que quiera imitar a María, tiene que ver cuáles son sus pecados e imperfecciones, para arrancarla de raíz, así como se arranca de raíz a una planta venenosa que creció por descuido en el jardín. Si dejamos crecer una planta venenosa –un pecado, un afecto desordenado, un vicio, una imperfección-, entonces se arruina nuestro jardín, que no se parece más al de la Virgen.
¿Dónde y cómo practicar las virtudes de María? ¿Dónde y cómo trabajar para erradicar los pecados, vicios, defectos e imperfecciones, que se encuentran en nuestros corazones, pero que no están en el Corazón de María, y por lo tanto hay que sacarlos urgentemente?
Para imitar a María, no es necesario ir a vivir en un convento; no es necesario hacer un largo viaje y una interminable peregrinación; lo único que es necesario es ver mi vida personal desde el Corazón de María, con los ojos de María, para obrar como lo haría la Virgen, en las situaciones cotidianas que me toca vivir, según mi deber de estado. Es necesaria también la oración, especialmente el Santo Rosario, que son rosas espirituales que le regalamos a la Virgen cada vez que lo rezamos; son necesarios los sacramentos, sobre todo la confesión sacramental frecuente y la Eucaristía, para vivir en estado de gracia y así imitar a María, que es la Llena de gracia; es necesario usar los sacramentales, principalmente el agua bendita; es necesario practicar la humildad y la auto-humillación –María se llamó a sí misma “Esclava del Señor”-, que son contrarios a la soberbia que anida en nuestros corazones; es necesario practicar la misericordia, tanto espiritual como corporal, como la practicó María con su Hijo Jesús durante toda su vida y muy especialmente, en el Camino Real de la Cruz.
Por último, para imitar a María, que es en lo que consiste la consagración, es necesario ver, amar y adorar a su Hijo Jesús, como María. Para eso, hay que rezar esta oración: “Virgen María, dame tus ojos para ver a Jesús como Tú lo ves; dame tu Corazón, para amar a Jesús con tu mismo Amor; dame tu adoración, para adorar a Jesús en la Eucaristía con tu misma adoración”. O también, más corta: “María, Madre mía, dame tus ojos para ver a Jesús, dame tu Corazón para amarlo, dame tu adoración para adorarlo”. Así podremos vivir plenamente la consagración al Inmaculado Corazón de María, y su Corazón Purísimo será nuestro refugio y nuestro camino hacia Dios.

jueves, 9 de mayo de 2013

La Virgen María adorando la Eucaristía en la Encarnación es el modelo para todo adorador



            Existen en la Iglesia multitud de santos que se han destacado por su amor a la Eucaristía. Sólo por nombrar algunos, se encuentran, entre muchos otros, el obispo González, el adorador de los sagrarios abandonados, fundador de la Unión Eucarística Reparadora; San Pascual Baylón, Santo Tomás de Aquino, … etc. Los santos que se han destacado por su devoción a la Eucaristía son innumerables, y mucho más, desde el momento en que no existe santo de la Iglesia Católica que no haya sido devoto de la Eucaristía. De todos estos santos, puede el adorador tomar ejemplo.
            Sin embargo, existe un modelo insuperable, ante el cual el amor eucarístico de los santos más piadosos y fervorosos es casi como una pequeñísima chispa comparada con una inmensa hoguera, y este modelo de adoración eucarística insuperable, es la Virgen María. Todo en la Virgen se origina en la Eucaristía y se orienta hacia la Eucaristía. Fue creada para la Eucaristía, porque solo Ella, Inmaculada y Llena de gracia, Toda Pureza y Hermosura, podía ser el receptáculo digno, de dignidad acorde a la majestad del Verbo de Dios que por amor a los hombres se habría de encarnar. La Virgen fue pensada y creada por la Trinidad, no solo sin mancha de pecado original,  es decir, sin la más pequeñísima mancha no de malicia, sino siquiera de imperfección, para alojar en su seno virginal al Dios Perfecto, la Perfección Increada fuente de toda perfección creada; la Virgen fue pensada y creada por la Trinidad, además de sin mancha de pecado original, Toda Llena de gracia, Inhabitada por el Espíritu Santo, lo cual quiere decir que fue creada enamorada de Dios y para enamorar al mismísimo Dios Uno y Trino; fue creada Llena del Amor hermoso, con su cuerpo y su alma, su mente y su corazón, ardientes en el Amor divino, desde el instante mismo de la Concepción Inmaculada, lo cual quiere decir que la Virgen no podía amar otra cosa que no sea Dios, ni amar nada que no sea en Dios, ni amar nada que no sea para Dios. Sólo su mente perfectísima, llena de la Sabiduría divina, podía recibir y aceptar sin dudar ni un instante, a la Sabiduría encarnada, Jesucristo; solo su Corazón Inmaculado, Purísimo y exultante con el más puro Amor, podía recibir y amar a la Bondad infinita de Dios que por Amor se encarnaba; sólo su seno virginal, sólo su útero humano, jardín del Paraíso en la tierra, podía alojar al diminuto Cuerpo creado del Redentor, que en el momento de la Encarnación tenía, como todo hombre, un cuerpo del tamaño de una célula, pues era un cigoto, pero a diferencia de todo hombre, cuyo cigoto está animado por su alma humana, unida indisolublemente al cuerpo, que tiene el tamaño de un cigoto, el Hombre-Dios tenía, además de su alma humana, su Divinidad, porque era Dios Hijo en Persona.
La Virgen adoró, desde el primer instante de su Concepción, a Dios Trino, y adoró, desde el primer instante de la Encarnación, a Dios Hijo humanado en su seno. La Virgen fue creada para ser sagrario viviente, custodia viva y ardiente de amor, para alojar al Hijo de Dios encarnado, que se alojaría en su seno virginal durante nueve meses, y en esos nueve meses, el Hijo de Dios fue adorado por la Virgen en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
La Virgen adoró al Hijo de Dios desde el primer instante de la Encarnación, y lo adoró en su seno virginal, convertido en sagrario viviente más precioso que el oro; cuando el Hijo de Dios se encarnó, la Virgen lo adoró en la Encarnación a Aquel que era en sí mismo la Eucaristía. La Virgen no solo cuidó con amor maternal a su Hijo Jesús, desde que se encarnó, sino que lo adoró durante todo el período de gestación, a Jesús, cuyo Cuerpo fue primero un cigoto, luego un embrión, luego un bebé; Cuerpo en el que luego comenzó a circular su Sangre Preciocísima, a medida que se formaban las células de la sangre, las venas, y el corazón comenzaba a latir; la Virgen adoró a Jesús, cuyo cuerpo que estaba animado por su Alma santísima, Alma unida a la Divinidad, Divinidad que el Hijo de Dios poseía desde la eternidad, dada por el Padre desde siempre. La Virgen adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, con su mente, colmada con la Sabiduría divina, anonada en la Inteligencia infinita de Dios, sumisa en el Amor al Pensamiento divino que pensaba de esta manera el mejor camino para salvar a los hombres, y la adoración se tradujo en la más absoluta sumisión a la Verdad divina; la Virgen adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, con su Corazón Inmaculado, Corazón sin mancha, brillantísimo, limpidísimo, purísimo, Lleno del Amor divino, que no podía ni sabía ni quería amar otra cosa que no sea a su Hijo Jesús en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; la Virgen no podía ni quería amar otra cosa que no sea la Eucaristía, su Hijo Jesús, y la adoración se tradujo en amor puro y exclusivo a la Eucaristía; la Virgen adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad, con su cuerpo, porque la Eucaristía, su Hijo Jesús, se alojó en su cuerpo, en su seno virginal, convertido en sagrario viviente y en custodia viva, ardiente en Amor divino, y la adoración la llevó a consagrar su cuerpo inmaculado, para dar de su cuerpo y de su sangre, de su vida y de su amor, a su Hijo Jesús, que era ya Eucaristía en su seno virginal.
La Virgen en la Encarnación adoró a su Hijo Jesús en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con su mente, su corazón y su cuerpo, y por eso es modelo de adoración para todo adorador de la Eucaristía.