lunes, 24 de marzo de 2014

Anunciación del Señor


         El anuncio del Arcángel Gabriel a la Virgen María significa el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Sobre el pueblo que habitaba en tinieblas y en sombras de muerte brilló una gran luz” (9, 2). El pueblo al que se refiere Isaías, es toda la humanidad, y las “sombras y tinieblas de muerte” en las que habita la humanidad, son las sombras del pecado y de la muerte, pero también son las sombras vivientes, los demonios, los ángeles caídos, porque ese es el estado de la humanidad luego de ser expulsados Adán y Eva del Paraíso.
         En el momento en el que el Ángel anuncia a María Santísima la Encarnación del Verbo de Dios, toda la humanidad se encontraba sumida en “sombras de muerte”, sin posibilidad alguna de escapar de ese destino de tinieblas. Es por esto que la Anunciación y la Encarnación del Verbo de Dios representan, para toda la humanidad, el inicio de una Nueva Era, pero no solo porque habrían de ser derrotadas para siempre las tinieblas del pecado, de la muerte y del infierno, sino porque el Verbo de Dios, asumiendo hipostáticamente, es decir, en su Persona Divina, a la naturaleza humana, le habría de comunicar a la humanidad, por medio de la gracia santificante, su divinidad, dotando a la humanidad de su propia divinidad, haciéndole alcanzar un estado superior al del Paraíso, elevando a la raza humana a un grado infinitamente más alto que el que tenían los primeros padres, Adán y Eva. Es decir, con la Encarnación del Verbo, Dios obtenía para la humanidad, no solo el triunfo absoluto y rotundo sobre las tinieblas y sombras de muerte en las que yacía hasta ese entonces, sino que la elevaba hasta las alturas insospechadas del desposorio místico con la divinidad. En la Encarnación, entonces, no solo se produce la derrota de las tinieblas, sino la unión mística y esponsalicia de la divinidad con la humanidad, al unirse el Verbo de Dios con la naturaleza humana de Jesús de Nazareth en el seno virginal de María Santísima, y esto en medio de resplandores sagrados, en cuya comparación el astro sol no es más que un pálido rayo de luz.

         Pero el misterio de la Encarnación del Verbo no se limita a la derrota de las tinieblas y sombras de muerte y al desposorio místico de la humanidad con la divinidad, porque su Encarnación se continúa y se prolonga en la Santa Misa, en la Eucaristía, porque el Verbo que se encarnó en María prolonga su Encarnación en la Eucaristía para encarnarse en cada alma, en cada corazón que lo reciba con fe y con amor.