miércoles, 12 de octubre de 2016

Nuestra Señora del Pilar


Historia de la Virgen del Pilar.
         Según una muy antigua y venerada tradición –que se remonta al año 40, en la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo-, la Madre de Dios, María Santísima, quien aún no había sido glorificada en cuerpo y alma a los cielos –es decir, todavía vivía en cuerpo mortal-, se manifestó al Apóstol Santiago, el cual se encontraba predicando junto al río Ebro en Zaragoza. Es decir, no se trataría propiamente de una aparición, sino de una traslación de la Virgen (dicho sea de paso, fue trasladada por los ángeles, puesto que Ella es Reina de los ángeles; mientras un grupo la trasladaba a Ella, otro grupo de ángeles trasladaba el Pilar).
Sucedió que el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, predicaba en España quien, no habiendo recibido aún el Evangelio, se encontraba bajo la sombra siniestra del paganismo (sería el equivalente, en nuestros días, a la idolatría del dinero, del materialismo, del hedonismo, y también a la idolatría de los falsos ídolos de la Nueva Era, como la wicca, el esoterismo, la magia, la brujería). Los documentos dicen textualmente que Santiago, “pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del reino de Dios, y por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso”[1].
En la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando “oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol”[2]. La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, rodeada de ángeles, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que “permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio”.
Luego, la Virgen desapareció y el pilar –traído por la misma Virgen- quedó ahí. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, ayudados por los conversos –recordemos que los lugares en donde se manifiesta la Virgen las conversiones florecen como hongos después de la lluvia-, la obra se puso en marcha con rapidez. Pero antes que estuviese terminada la Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma, la consagró y le dio el título de “Santa María del Pilar”, antes de regresarse a Judea. Así, este fue el primer templo mariano del mundo, es decir, fue la primera iglesia dedicada en todo el mundo, en honor a la Virgen Santísima.
Desde que la Madre de Dios concedió a España esta gracia sin par de manifestarse mientras aún vivía en la tierra, es decir, apareciéndose en carne mortal, y de conceder el Pilar como símbolo de la fe en su Hijo Jesús, la Virgen misma ha respaldado la veracidad de esta manifestación concediendo innumerables, gracias, milagros y portentos, al noble pueblo español y a todos aquellos a quienes se confiaran en Ella.
Simbolismo del pilar.
         Puesto que fue la Virgen en persona quien trajo el pilar, es necesario reflexionar acerca de su significado, para poder apreciar en su totalidad la riqueza de este don celestial. Por eso nos preguntamos: ¿qué significa el pilar? Para comprenderlo, debemos considerar qué significa el pilar por sí mismo en un edificio. Por sí mismo, un pilar es sinónimo de firmeza y solidez; en el caso del Pilar traído por la Virgen, simboliza la firmeza y solidez de la fe en Jesucristo y en la protección de Ella como Madre de los hijos de Dios. En una construcción arquitectónica, las columnas garantizan la solidez del edificio: quebrantarlas es equivalente a amenazar el edificio entero, puesto que sin columnas o con columnas debilitadas, el edificio colapsa en breves instantes. Así, el Pilar, símbolo de la fe en Jesucristo y en la intercesión de María, la Madre de Dios, apuntala el edificio espiritual que es el alma del cristiano, permitiéndole mantenerse firme en medio de las tribulaciones y persecuciones entre los que se desarrolla la vida de la Iglesia en este mundo, así como un edificio se mantiene firme, aún en medio de terremotos, tempestades, vientos y huracanes, cuando las columnas o pilares son firmes.
Otra consideración que podemos hacer es que la columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes niveles[3]: de la misma manera, María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios. Pero también es la primera piedra en ese edificio espiritual que es el alma, que por el bautismo, se convierte en “templo de Dios”. Por la Virgen, el templo de Dios, que es el cuerpo y el alma del cristiano, se mantiene firme y sólido en la fe en Jesucristo, el Hombre-Dios, siendo la Virgen su pilar o columna, desde el momento en que por Ella viene a nosotros Aquél que es el objeto de nuestra fe y amor, su Hijo Jesús.
Otro significado simbólico del pilar lo podemos encontrar en la Sagrada Escritura, en Éxodo 13, 21-22, pasaje en el que se narra cómo una “columna de fuego” acompañaba y guiaba por la noche al pueblo de Israel peregrino en el desierto, dirigiendo su itinerario hacia la Ciudad Santa, la Jerusalén celestial: la columna de fuego es símbolo de la Virgen, inhabitada por el Espíritu Santo, Fuego de Amor de Divino; la Virgen, Llena del Fuego del Amor de Dios, Fuego que ilumina y proporciona calor, guía al Nuevo Pueblo de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica, en su peregrinar hacia la Jerusalén celestial por el desierto del tiempo y la historia humana, que al igual que el desierto, que por la noche es frío y oscuro, así también la historia del hombre, luego del pecado original, es fría y oscura. La Virgen del Pilar, entonces, que al igual que la columna de fuego iluminaba al Pueblo de Dios y le daba calor, así la Virgen guía al Pueblo de Dios, iluminándolo con la luz de la fe en Cristo Jesús y proporcionándole el calor del Amor de Dios, en su peregrinar, por el desierto de la vida, hacia la Jerusalén del cielo. En la Virgen del Pilar el Pueblo de Dios ve la Presencia misma de Dios, quien con su luz ilumina y da vida al hombre, protegiéndolo del frío glacial que se abate en el alma sin Dios y librándolo de las bestias que lo acechan en el desierto del tiempo y la historia, los ángeles caídos. Quien tiene la fe firme y sólida como el Pilar, no necesita de falsos ídolos, y frente a las tribulaciones de la vida presente y a las acechanzas de los demonios, permanecerá siempre sereno y alegre, confiado en Cristo Dios y en María Virgen.
Por último, la columna es también símbolo tanto del conducto que une el cielo y la tierra, y la tierra con el cielo, siendo así quien facilita la “manifestación de la potencia de la gracia de Dios en el hombre y la potencia del hombre transformado por esta gracia de Dios”, como también así es soporte de los sagrado que desciende a los hombres –el Verbo de Dios Encarnado viene por María-, como también soporte de la vida cotidiana elevada a Dios –la vida del hombre transformada por la gracia, se eleva de la tierra al cielo-. Por María, la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo y por esto  llamada también “Puerta del cielo” y “Escala de Jacob”, la tierra y el cielo se unen en Jesucristo: el Hijo de Dios, bajando del cielo, se une a nuestra humanidad, que está en la tierra, en el seno virgen de María.
Al honrar y venerar a la Virgen del Pilar en su día, le imploramos que, así como fue Ella quien implantó el Pilar, símbolo de la firmeza de la fe, sea Ella la que implante en nuestros corazones el pilar de la Santa Fe en su Hijo Jesucristo, Dios Hijo encarnado, muerto y resucitado, que prolonga su encarnación en la Eucaristía y que se nos dona, con su Cuerpo glorioso y resucitado, como Pan de Vida eterna.

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