martes, 30 de octubre de 2018

La Virgen de la Eucaristía nos entrega al Niño, la Iglesia nos entrega la Eucaristía



         Al contemplar la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, podemos constatar lo siguiente: la Virgen está de pie, con el Niño en brazos. No se encuentra estática, sino en movimiento; está en el momento en el que alguien da un paso hacia adelante, para dirigirse al interlocutor. Además, su gesto es el de toda madre que, orgullosa de su hijo, lo acerca al interlocutor para que éste pueda alegrarse por el niño, felicitar a la madre y, si fuera posible, cargarlo en brazos por un momento. Nuestra Señora de la Eucaristía se encuentra en este gesto, en el gesto de dar un paso hacia adelante, para entregar al Niño en los brazos de quien está enfrente suyo. Es decir, la Virgen de la Eucaristía nos está dando a su Niño, que es el Niño Dios, para que nosotros nos gocemos y alegremos con la Presencia del Niño. El Niño Dios viene a nosotros no de cualquier manera, sino a través de la Virgen de la Eucaristía. Otro gesto a destacar en la imagen de la Virgen son sus manos: mientras con una sostiene a su Niño –con esto nos da una idea de la fortaleza de la Virgen, que sostiene al Niño Dios y al mismo tiempo, la confianza y el Amor que Dios le tiene a la Virgen de la Eucaristía-, con la otra mano, lo señala, indicándonos a nosotros, que es a su Hijo Jesús a quien debemos acudir, para adorarlo.
A su vez, el Niño porta entre sus brazos un racimo de uvas, las cuales las lleva ayudado por su Madre y cuya intención es convidarnos, para que nos sirvamos de ellas cuando tengamos al Niño. Entonces, la Virgen nos da el Cuerpo de su Hijo Jesús y su Hijo Jesús nos entrega las uvas que, hechas vino, se convierten en su Sangre en la Santa Misa. A través de la imagen de la Virgen de la Eucaristía, recibimos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Hijo de Dios, es decir, recibimos la Eucaristía.
Ahora bien, hay un paralelismo entre Nuestra Señora de la Eucaristía y la Iglesia: así como la Virgen nos da a su Niño, que es el fruto de sus entrañas virginales, así la Iglesia nos da la Eucaristía, que es el fruto de sus entrañas virginales, el altar eucarístico.
Entonces, así como acudiríamos con amor a recibir al Niño que nos da la Virgen, así debemos ir, con el alma en gracia y el corazón lleno del mismo amor, a comulgar, para recibir la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

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