jueves, 8 de diciembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 7


El día Jueves 25 de marzo, la Virgen revela su nombre a Santa Bernardita: “Levantó los ojos hacia el cielo, juntando en signo de oración las manos que tenía abiertas y tendidas hacia el suelo, y me dijo: “Soy la Inmaculada Concepción”.
De esta manera, el Cielo confirmaba, con esta grandiosa aparición de la Virgen, la condición de María como Inmaculada Concepción, proclamada por el Magisterio de la Iglesia cuatro años antes: en efecto, el 8 de diciembre de 1854 el Sumo Pontífice Pío IX había proclamado el dogma y establecido la fiesta de la Inmaculada Concepción para toda la Iglesia universal: “Declaramos que la doctrina que dice que María fue concebida sin pecado original es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe”. Esta proclamación se efectuó luego de prolongados estudios teológicos y también después de recibir numerosas peticiones de todos los obispos y fieles de todo el mundo para que así lo estableciese[1].
Ahora bien, si tanto el Cielo mismo, en la persona de la Virgen, como la Iglesia de Jesucristo, por medio del Magisterio, nos revelan que María Santísima fue concebida sin pecado original, esto significa que, por un lado, es un dogma de fe católico que debe ser creído plenamente, so pena de caer en el error y la apostasía, pero significa también que la condición de la Virgen de ser Inmaculada Concepción constituye, para sus hijos –es decir, para nosotros, los católicos-, todo un programa de vida, por el cual alcanzar la santidad.
Es decir, que tanto la Virgen en persona, como el Magisterio de la Iglesia, nos revelen la verdad de la Virgen de haber sido concebida sin mancha de pecado original y Llena del Espíritu Santo, no constituyen solo fórmulas dogmáticas que deben ser creídas, sino que deben ser aplicadas y vividas en la vida cotidiana de todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, desde el Papa hasta el más pequeño de los bautizados, pasando por todo el Pueblo de Dios, sin excepción.
¿De qué manera se constituye la Virgen en nuestro modelo de vida cristiana? De dos maneras: por el hecho de ser concebida sin pecado original y por el hecho de estar la Virgen, desde el primer instante de su Purísima Concepción, inhabitada por el Espíritu Santo. Es en estos dos aspectos en los que la Virgen constituye nuestro modelo de vida cristiana, y veremos de qué manera: con respecto al pecado, es obvio que no hemos sido concebidos sin pecado original, como la Virgen, y que como consecuencia del pecado original, estamos atraídos por la concupiscencia, hacia el mal: al no tener pecado original -lo cual quiere decir que la Virgen jamás cometió no solo ni siquiera un pecado venial, sino ni siquiera la más pequeñísima imperfección, pues Ella era perfectísima en su naturaleza humana-, la Virgen es nuestro modelo de vida cristiana que nos enseña a rechazar todo pecado, no solo el mortal, sino también el venial, además de enseñarnos a tender a la perfección, evitando también toda imperfección.
En la otra condición de la Virgen, el de ser la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, también es nuestro modelo, porque si bien nosotros no hemos sido concebidos de esa manera, sí podemos imitar a la Virgen en el hecho de vivir en gracia, y esto lo conseguimos por medio del Sacramento de la Penitencia, limpiando nuestras almas del pecado y recibiendo la gracia, y por el Sacramento de la Eucaristía, sacramento por el cual viene a nuestros almas Aquel que es la Gracia Increada en sí misma, Cristo Jesús.
“Soy la Inmaculada Concepción”, le dijo la Virgen a Bernardita, confirmando así lo que la Iglesia nos enseña, que la Virgen es la Inmaculada Concepción, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, es decir, el Sagrario Viviente en el que debía alojarse el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Como hijos de la Virgen, estamos llamados a imitar a Nuestra Madre del cielo en los dos aspectos más característicos de la Virgen: en el rechazo de todo pecado –prefiriendo la muerte terrena antes que cometer un pecado venial deliberada o un pecado mortal- y en vivir en gracia, no solo conservándola, sino también acrecentándola, con actos de fe, de caridad y con la Comunión Eucarística hecha con fe, con piedad y con amor.
         Festejar a la Inmaculada Concepción, no significa solamente homenajear a la Virgen con procesiones, cantos y oraciones, sino, ante todo, hacer una profunda reforma de vida, imitándola a la Virgen, en la vida de todos los días, en el rechazo del más pequeñísimo pecado y en el vivir en estado de gracia permanente. Para que nuestra devoción a la Inmaculada Concepción no sea vana, debe conducirnos a la conversión del corazón y en consecuencia a un profundo cambio de vida, caracterizado por el rechazo del pecado y el deseo de vivir en estado de gracia santificante.



[1] http://www.liturgiadelashoras.com.ar/

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