viernes, 15 de julio de 2011

Nuestra Señora del Carmen



En el siglo XIII, la Orden de los Carmelitas atravesaba un momento difícil, y necesitaba una profunda renovación espiritual, por lo que el entonces Superior General de la Orden del Carmelo, San Simón Stock, comenzó a rezarle a la Virgen con mucha devoción, invocándola con el nombre de “Estrella del mar”. Como respuesta a la oración de San Simón Stock, la Virgen María se le apareció el día 16 de julio del año 1251, y le dijo, mostrándole un escapulario: “Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno”. La Virgen María dio a Stock el escapulario, y le dijo que el que muriera con el escapulario puesto, no sufriría las penas del infierno, porque moriría en gracia de Dios, y Ella misma lo haría salir del Purgatorio.

¿Cuál es el significado de esta aparición? ¿Qué quiere decir “escapulario”? ¿Qué implica el uso del escapulario? ¿Por qué motivo la Virgen promete lo que promete? ¿Solo por usar el escapulario nos veremos libres del infierno? ¿Por qué la Virgen María se le aparece a un religioso carmelita y le da lo que le da?

Intentaremos responder a estas preguntas, comenzando por lo más significativo de esta aparición de la Virgen: lo más significativo de la aparición de la Virgen es el don del escapulario, y lo es tanto más por lo que el escapulario significa: el escapulario que la Virgen da a Stock, es su propio hábito, el hábito de la Virgen del Carmelo, lo cual quiere decir que llevar el escapulario es como llevar el hábito de la Virgen. Dice así el Santo Padre Juan Pablo II: “el escapulario (de la Virgen del Carmen) es esencialmente un ‘hábito’”.

Lo que la Virgen le da a San Simón Stock entonces es un hábito, y es esto precisamente lo que más llama la atención, porque San Simón Stock, a quien la Virgen se le aparece, era un religioso y llevaba, por lo tanto, un hábito. Lo llamativo en esta aparición de María Virgen no es la extraordinaria misericordia de María –su Corazón es un corazón infinitamente misericordioso-, sino que se le apareciera a San Simón Stock, que era Superior Carmelita, y le diera un hábito religioso, porque eso es lo que el escapulario significa: un hábito. Si San Simón Stock ya era religioso y llevaba hábito; ¿por qué la Virgen le da entonces un nuevo hábito? La Virgen María le da este hábito a San Simón Stock para que el nuevo hábito fuera usado por aquellos que, sin ser religiosos carmelitas, habrían de recibir los beneficios de los religiosos carmelitas. Los religiosos carmelitas ya llevan un hábito, de color marrón, que es el color del hábito de la Virgen del Monte Carmelo; quiere decir entonces que el escapulario es ante todo para aquellos que no son religiosos carmelitas, pero que al usar el escapulario, sin ser religiosos carmelitas, reciben los beneficios de los carmelitas.

La Virgen entonces se le aparece a San Simón Stock, le da un escapulario, que es su propio hábito, y promete que quien lo use, vivirá protegido por Ella y luego será asistido por Ella misma en Persona, en el momento de la muerte. Quiere decir que, con el uso del escapulario, se reciben las gracias concedidas a este escapulario, que es el de vivir protegidos por la Virgen y ser asistidos por Ella en el momento de la muerte. Con estas afirmaciones no hay problemas: usando el escapulario, se reciben las gracias concedidas a este escapulario, el ser protegidos por la Virgen y ser asistidos por Ella al morir. Esto se entiende, pero, ¿qué es lo que quiere decir esto? ¿Quiere decir lo que entiendo de buenas a primera, que el escapulario, por ser un don de la Virgen, me salva del infierno y del Purgatorio? Si el escapulario me salva del infierno y del purgatorio, entonces voy al cielo. De esto surge una pregunta ineludible: ¿usando el escapulario tengo ya asegurada la entrada al cielo?

La respuesta a estas preguntas no es ni lineal ni sencilla, porque no es ni lineal ni sencillo el uso del escapulario.

Ante todo, el escapulario es un sacramental, es decir, es un objeto –una cosa, de metal o de tela-, aprobado por la Iglesia, que obra como signo para ayudar al cristiano a vivir esta vida unidos a Dios, pero el escapulario, en tanto trozo de tela o de metal, no salva por sí mismo, aún cuando esté bendecido, porque el escapulario es solo un signo de la realidad que sí salva: la gracia de Jesucristo, que nos viene por los sacramentos.

El escapulario simboliza nuestro deseo de vivir bajo el manto de la Virgen, pero vivir bajo el manto de la Virgen quiere decir vivir en gracia, y la gracia la tenemos por los sacramentos, porque los sacramentos son la humanidad de Cristo extendida en el tiempo y en el espacio. Con esto, ya tenemos una primera respuesta a las preguntas: el escapulario es sinónimo de vida de la gracia, porque no es el escapulario en sí lo que salva, sino la gracia de Jesucristo que nos viene por los sacramentos.

Regresando al momento de la aparición, la Virgen dona el escapulario, que es su hábito, para ser usado por quienes no son religiosos carmelitas. ¿Qué implica más precisamente usar el escapulario? ¿Quiere decir que hay que “portarse bien”? Usar el escapulario es vivir bajo el manto de la Virgen, pero vivir bajo su manto no es solo evitar el pecado para no caer en el infierno: es vivir la plenitud de la vida de la gracia, para alcanzar la vida eterna en el cielo.

Usar el escapulario no quiere decir dedicarse a cada paso a ver qué es pecado y qué no es pecado, porque eso nos llevaría, tarde o temprano, a los escrúpulos; usar el escapulario es vivir en su más grande plenitud la vida de hijos de Dios, y los hijos de Dios viven su vida preocupados más por el amor que por el temor; viven preocupados más por saber de qué modo pueden demostrar más y más su amor a Dios, y no fijándose en qué es en lo que no lo ofenden. Usar el escapulario implica, de parte de quien lo usa, comprometerse a una determinada vida, porque, como dijimos, el escapulario no salva por sí mismo. Pero también aquí debemos estar atentos para no confundirnos: quien usa el escapulario, no se compromete a simplemente vivir una vida honrada; quien usa el escapulario, no se compromete a simplemente ser bueno y a no hacer el mal; quien usa el escapulario no se compromete a vivir una vida “moralmente correcta”. Usar el escapulario quiere decir buscar de vivir en gracia, y vivir en gracia quiere decir ser partícipes de la vida y de los misterios del Hombre-Dios Jesucristo y de la vida y de los misterios de su Madre, la Madre de Dios, María Santísima, y esto es algo inmensamente más grande, profundo y misterioso, que simplemente querer ser más buenos. Quien usa el escapulario, comienza a vivir otro estado de vida, la vida de la gracia, que es algo superior a la vida natural, y como la moral depende del estado de la naturaleza[1], hay un compromiso a vivir una moral no natural, sino sobrenatural, pero antes de la moral, están los misterios sobrenaturales del Hombre-Dios Jesucristo, de quien depende esa moral, por eso, quien usa el escapulario, se compromete, antes que a vivir una moral sobrenatural, a vivir y contemplar los misterios sobrenaturales del Hombre-Dios Jesucristo. De otro modo, es decir, sin contemplar y vivir de los misterios de Cristo, usar el escapulario se vuelve una empresa imposible, porque quien usa el escapulario se compromete a una vida de santidad, que implica una moral sobrenatural, y vivir una moral sobrenatural sin la fuente de esa moral, que es el misterio de Cristo, se vuelve una empresa imposible y hasta absurda.

¿Qué es lo que implica, y qué es lo que no implica, el uso del escapulario de la Virgen del Carmen?

Usar el escapulario no quiere decir vivir una vida simplemente buena, sino una vida sobrenatural, la vida misma de Jesucristo, Dios Hijo, y la vida misma de la Virgen María, la Madre de Dios.

Usar el escapulario de la Virgen del Carmen no es “portarse bien”, sino ser santos, pero ser santos no es una frase vacía: es imitar a Cristo y a María, e imitar a Cristo y a María no es parecerse por fuera, sino vivir la vida misma de Cristo y de María por medio de la gracia sacramental, de manera que Cristo viva en nosotros y nosotros en Cristo, de manera que Cristo sea carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre y hueso de nuestros huesos; es participar de la cruz de Cristo y de los dolores de su Madre; es amar a los enemigos, como Cristo nos amó y nos perdonó desde la cruz, siendo nosotros sus enemigos; es perdonar a los enemigos, como María nos perdonó, siendo nosotros los que matábamos al Hijo de su Corazón; es obrar la misericordia, la caridad y la compasión, como Cristo y María en el Calvario fueron misericordiosos con nosotros, inmolándose en un único fuego de amor a Dios Padre; es ser pobre de espíritu, reconociendo que necesitamos de Dios Padre, de su Palabra y de su Amor; es ser humildes, como Cristo, que se humilló por nosotros, dejándose tratar como un pecador, siendo Dios Inmaculado; es tener hambre y sed de justicia por el Reino de Dios Uno y Trino; es ser pacífico, como Cristo Rey pacífico, que aún teniendo el poder de enviar fuego desde el cielo para aniquilar a sus enemigos, o de llamar a doce legiones de ángeles que los habrían aniquilado en un santiamén, extiende sin embargo sus brazos en la cruz, para abrazar, con el amor de Dios, a los hombres cegados por el odio y la rebelión.

Usar el escapulario entonces no quiere decir simplemente “portarse bien”, o “ser honrados”, o “ser buenos ciudadanos y buenos vecinos”: usar el escapulario significa vivir la existencia humana buscando en todo de imitar al Hombre-Dios Jesucristo, pero no con una imitación externa, extrínseca, sino por medio de la gracia, ya que solo por la gracia puede el alma ser una copia viva de Jesús en la tierra. Así se explica la promesa de María para quien use el escapulario: ¿cómo podría negarse la Virgen a llevar al cielo a quien lleve en su alma la imagen de su Hijo? Si alguien, usando el escapulario, busca vivir en gracia, y vivir en gracia quiere decir imitar a Jesús y ser una copia fiel de Jesús, y llevar impreso en el alma la imagen del Sagrado Corazón; ¿puede la Virgen dejar que alguien, llevando el escapulario por fuera, y la imagen de su Hijo dentro de su alma, se condene en el infierno? La Virgen María no salva del infierno y no saca del Purgatorio a un alma por el hecho de llevar puesto el escapulario: la Virgen María lleva al alma a la comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas –en esto consiste el cielo- cuando el alma, llevando exteriormente el escapulario, busca de configurar su alma con Cristo, busca de convertir su corazón de piedra en una copia del Corazón misericordioso del Salvador. Si al momento de morir, la Virgen descubre en el alma y en el corazón del que lleva su escapulario, una copia fiel de la imagen y del corazón de su Hijo, entonces sí la Virgen lo llevará al cielo, a la comunión de vida y amor con Dios Trino. Quien lleve el escapulario, al momento de la muerte, deberá mostrar a la Madre de Dios, la Virgen del Carmen, que con su fe y sus obras buscó de convertir su corazón en el Corazón de Cristo. Si al momento de la muerte el alma se presenta con un corazón que no es el de su Hijo, entonces la Virgen, aún cuando el alma lleve puesto su escapulario, no lo reconocerá como hijo suyo, porque no es igual a su Hijo Jesús, y entonces lo dejará caer en la oscuridad. No por usar el escapulario presentará la Virgen al alma a las Personas de la Trinidad, sino por poseer, el alma que usa el escapulario, la imagen de su Hijo Jesús, y la poseerá quien viva en gracia y de la gracia, lo que quiere decir vivir en Cristo y de Cristo.

Cuando la Virgen se le apareció a San Simón Stock, el santo la había invocado como “Estrella del mar”, y el sentido de la invocación es que, así como los marinos se guían por medio de las estrellas en la noche oscura, así los cristianos nos guiamos por María en la noche oscura de los tiempos. María es la Estrella del Mar, el Lucero radiante de la aurora, que señala el fin de la noche y el comienzo de la alegre eternidad en Cristo Jesús. Como Estrella de la mañana, como Lucero de la aurora, María del Carmelo obre en nosotros la promesa a San Simón Stock: que ilumine la noche de nuestros días, hasta la llegada del Día luminoso de la eternidad en Cristo.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1954, 477.

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