viernes, 14 de septiembre de 2018

El Señor y la Virgen del Milagro



Historia y milagros de las imágenes[1]

Sucedió que una vez que Fray Francisco de Victoria, quien era Obispo del Tucumán, terminó su mandato pastoral y estando ya en España, mandó dos cajones para América: uno, con la imagen de la Virgen del Rosario para Córdoba y otro con el Señor Crucificado para la Iglesia Matriz de Salta. Es en el puerto de Callao en donde sucede el primer prodigio, porque en el año 1582 se encuentran los dos cajones flotando, con las siguientes inscripciones: “Un Señor Crucificado para la Iglesia matriz de la Ciudad de Salta, Provincia del Tucumán, remitido por Fray Francisco Victoria, Obispo del Tucumán”. En el otro cajón, la inscripción decía: “Una Señora del Rosario, para el Convento de Predicadores de la Ciudad de Córdoba, Provincia del Tucumán, remitido por Fray Francisco Victoria, Obispo del Tucumán”.
Cuando la gente de la ciudad salió hacia el puerto, divisó dos cajones flotando sobre las aguas, pero el prodigio está en que nunca se supo del navío que las traía ni de su tripulación. Al sacarlos del océano y luego de abrirlos, se dan con la grata sorpresa de las dos imágenes que enviaba el antiguo Obispo de Tucumán. Si no hubo ningún navío, la única explicación es que el traslado de las imágenes fue prodigioso: fue el Amor Misericordioso de Cristo el que permitió que a través de los mares llegaran estas imágenes para mostrar su misericordia a quienes en Él buscasen el perdón y en su Madre la intercesión.
La hermosura de las imágenes, acompañada de la sensación de amparo y bendición que produjeron las imágenes en el Callao hizo que fueran portadas en procesión por los pobladores hacia  la capital, Lima. Según una piadosa tradición, al llegar a Lima, las imágenes fueron veneradas por tres santos: Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo y San Martín de Porres. Finalmente las autoridades decidieron cumplir con la voluntad del Obispo Fray Francisco de Victoria, haciendo llevar las imágenes a sus respectivos destinos: el Señor Crucificado a Salta y la Virgen del Rosario a Córdoba. Cuando la comitiva se acercaba a Salta, autoridades civiles, militares y eclesiásticas prepararon una improvisada bienvenida. Después de un solemne Oficio religioso ubicaron la imagen del Cristo Crucificado en el Altar de las Ánimas. Era septiembre del año 1592. Luego, la comitiva continuó su camino a la ciudad de Córdoba llevando a la Virgen del Rosario, actual Patrona de esa ciudad, dejándola en el Convento de los Padres Dominicanos.
         El Santo Cristo sería llamado más tarde por la piedad del pueblo salteño con el nombre de “Señor del Milagro”, mientras que la imagen de la Virgen del Rosario recibiría el nombre de “Nuestra Señora del Rosario del Milagro de Córdoba”, a cuya protección colocaría el Virrey Santiago de Liniers la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Ayres, con motivo de la segunda invasión inglesa, derrotada bajo tan poderoso amparo.
Pasadas las celebraciones, comienza paulatinamente, una triste historia, la del olvido ingrato del Crucificado, dejándolo sin ningún recuerdo especial, en el Altar de las Ánimas, por un siglo entero. Pasaron cien años del encuentro original del Señor y su pueblo y, como sucede entre los hombres, el entusiasmo se fue enfriando y el Cristo quedó olvidado completamente. Según la tradición, la otra imagen[2], la de la Pura y Limpia Concepción, ya estaba en Salta y pertenecía a una familia ya asentada en estos solares. Esta familia celebraba la fiesta de la Natividad de la Virgen María (8 de septiembre) llevando la imagen a la Iglesia Matriz. Providencialmente, esta vez la imagen quedó en el Templo unos días más. En el año 1692 la imagen de Inmaculada Concepción de María, que luego se llamaría Virgen del Milagro, se encontraba a tres metros de altura en un nicho del retablo del Altar Mayor.
         El terremoto del 13 de septiembre del año 1692.
Cuando comenzaron los terremotos del 13 de septiembre de 1692, a las 10hs, la ciudad de Esteco, centro geográfico y comercial, rica y apartada de Dios, se hundió, quedando totalmente arruinada. Cabe recordar que un gran santo que misionó por las tierras del Norte Argentino, San Francisco Solano, había profetizado: “Salta saltará y Esteco se hundirá” y así efectivamente sucedió. Fue entonces que quiso la Virgen María, presentar su ruego ante el Trono de Dios. Luego de pasados los primeros momentos de espanto, muchas personas acudieron a la Iglesia Matriz para salvar el Santísimo Sacramento, encabezados por el sacristán Juan Ángel Peredo que abrió las puertas de la Sacristía, por donde entraron al templo. Estando allí dentro, lo primero que vieron fue la imagen de la Virgen Inmaculada echada “al pie del altar” con la cara hacia arriba, como si mirase al Sagrario, adorando a Su Divino Hijo, implorando misericordia. Es de notar que Su rostro estaba pálido y demacrado, y que no había sufrido ninguna rotura, ni allí ni en las manos. Mientras que el dragón, que estaba a sus pies, tenía destrozada un ala, una oreja y deformada la nariz, y la media luna colocada también a los pies, estaba rota. La Virgen Inmaculada fue sacada fuera y colocada junto a un altar puesto a las puertas de la Iglesia y, a los ojos de los innumerables fieles que, contritos y apesadumbrados, rezaban fervorosamente pidiendo la misericordia de Dios. Su rostro mudaba de colores manifestando los sentimientos de dolor y angustia por sus hijos que estaban pasando una dura prueba por haber apartado sus corazones de Nuestro Divino Redentor y Su Santa Ley. El pueblo salteño postrado a los pies de la Santísima Reina de los Cielos, rogaba su poderosísima intercesión ante Su Divino Hijo, para que tuviera misericordia de la ciudad y de sus habitantes, reconociendo las faltas cometidas y convirtiendo sus corazones a Dios.
Los hechos milagrosos del 15 de septiembre.
El 15 de septiembre, cuando ya habían pasado tres días desde el comienzo del terremoto, la tierra continuabas temblando; la gente descansaba a la intemperie por temor a perecer aplastada dentro de los edificios totalmente agrietados. Esos han sido días de oración y penitencia, pero la furia de la naturaleza vengadora, a pesar de las rogativas y procesiones aún con el Santísimo Sacramento, no se ha calmado todavía. Uno de los Padres de la Compañía de Jesús, el padre José Carrión, afligido por la situación sintió una voz que con toda claridad le decía que: “Mientras no sacasen al Santo Cristo, abandonado en el Altar de las Ánimas, no cesarían los terremotos”. El sacerdote, con una llama de esperanza encendida en él, se dirigió urgentemente a comunicar el mensaje recibido. Una vez más entraron al Templo. En la penumbra, contemplaron la imagen, que con dificultad pudieron bajar, acomodándola en unas andas que le sirvieron para sacarla al atrio de la derruida Iglesia. El pueblo acudió al Templo, con antorchas encendidas, contemplando admirados la imagen del Crucificado. Las campanas llamaron a penitencia, invitando a la primera procesión, a la cual acudieron las autoridades civiles, militares y pobladores, presididos sacerdotes. Así, a las primeras horas de la tarde, llevada en hombros de las principales autoridades, sale la Imagen del Santo Cristo Crucificado y recorre en imponente procesión, las principales calles de la ciudad, acompañada del pueblo, clero y milicia. Ante Su presencia se realiza el milagro: la tierra hasta ese momento enfurecida contra los ingratos hijos de Eva, se calma inmediatamente a la vista del Divino Crucificado. Salta entona un himno de júbilo y de acción de gracias para quienes desde ese momento son bautizados definitivamente con los nombres de “El Señor y la Virgen del Milagro”. La procesión del 15 de setiembre fue jurada que se repetiría todos los años, lo cual se ha venido haciendo con vivas muestras de piedad y amor filial por parte del fiel pueblo salteño. El 8 de octubre de aquel agitado 1692, el cabildo salteño calificó de milagrosos los sucesos acaecidos entre el 13 y el 15 de septiembre. El 13 de octubre del mismo año se reconoció a Nuestra Señora como Patrona y Abogada de Salta y a partir de entonces, todos los 15 de septiembre, tanto el Cristo como la Virgen recorren en procesión las calles de la ciudad.
         Luego se produjeron otros dos grandes temblores de tierra, el 18 de Octubre de 1844 y el 23 de Agosto de 1948, acudiendo la población en ambos casos en masa a la procesión realizada desde la Iglesia Catedral con las dos milagrosas imágenes. Por tercera vez en la historia, el Santo Cristo del Milagro había manifestado Su misericordia para con los salteños. A instancias de los ruegos de Su Santísima Madre, la Inmaculada Virgen del Milagro, protectora particularísima de la Ciudad de Salta, que vela sobre ella para que no desfallezca la Santa Fe Católica en sus hijos.
         Reflexiones acerca de las imágenes y los milagros.
         Una primera reflexión es acerca del Amor Misericordioso de Dios, que fue el que trajo las imágenes, porque al no haber rastro alguno de ninguna nave, no queda otra explicación que el hecho milagroso, es decir, que las imágenes fueron transportadas por ángeles o bien por el mismo Espíritu Santo, el Amor de Dios, en Persona. A través de las imágenes, Dios quería colmar de gracias y bendiciones al Pueblo Argentino y por ese motivo, aun sin un barco que las transportara, llegaron las imágenes a nuestras tierras americanas y desde allí a la Provincia del Tucumán en sus destinos finales, las actuales provincias de Salta y Córdoba.    Otra reflexión que podemos hacer es cómo los hombres somos ingratos y apenas pasada la emoción de la novedad, nuestra devoción y nuestro amor hacia Jesús Crucificado y su Santísima Madre caen en la más profunda de las indiferencias. Son necesarios peligros de muerte física y eterna, como un terremoto, para que nos acordemos de Dios. Esto nos enseña que no debemos acudir a Dios por temor a que nos pase algo malo, sino con el amor filial de los hijos de Dios.          Una última reflexión es acerca del poder intercesor de María Santísima: sin duda, Nuestro Señor estaba bastante molesto porque los fieles lo habían abandonado por cien años en el Altar de las Ánimas y estaba dispuesto a hacer sentir su enojo para con los ingratos fieles católicos de todos los tiempos, pero la Santísima Virgen, aplastando la cabeza del Demonio por un lado, por otro imploraba la misericordia de su Hijo y esto se puede comprobar por la posición en que quedó la Virgen luego del primer terremoto –mirando a su Hijo crucificado- y los cambios de color –la palidez extrema- de su rostro, inexplicables desde el punto de vista humano. La Virgen sentía dolor ante la segura muerte de sus hijos que, ingratamente, habían olvidado a Jesús Crucificado, relegándolo a un altar y dejándolo cubierto de polvo. Esto nos enseña el poder de la intercesión de la Virgen, cuyo amor maternal es capaz de sostener el brazo de su Hijo que, llevado por la Justicia Divina, habría de descargar sobre los hombres toda clase de castigos, de no mediar la intercesión de su Madre. Nos enseña que el Hijo no le niega nada a la Madre, aun cuando el Hijo esté justamente ofendido por las indiferencias, ingratitudes y sacrilegios que los hombres le propiciamos a su Sagrado Corazón con nuestros pecados. No esperemos entonces a experimentar un peligro de muerte para acudir a Jesús Crucificado; acudamos a sus pies, postrándonos ante Él, para pedirle perdón por nuestros pecados y para hacerle llegar, por intermedio de la Virgen Santísima y de su Corazón Inmaculado, el amor de nuestros corazones arrepentidos.


[2] En cuanto a la imagen de la Virgen, su procedencia no está determinada, pero su análisis muestra que la cabeza y las manos son de distinto origen al cuerpo tallado, al que fueron añadidas. Inicialmente la Virgen del Milagro fue una Inmaculada de bulto completo con manto, todo tallado en madera. Esta imagen fue labrada nuevamente para hacerla articulada y poder vestirla con indumentarias de tela. Al respecto, Monseñor Toscano escribió: “La novedad que todo lo invade, comenzó por ponerle vestidos de tela, costumbre que se ha perpetuado hasta hoy, desperfeccionándosele, con este motivo, algo de la cabeza para acomodarle pelo postizo, y los brazos para hacerlos susceptibles de ser cubiertos de ropa”. El ajuste a la nueva moda fue realizado por Tomás Cabrera, como consta en la tarjeta orlada sobre el pecho que dice: “Tomás Cabrera, la encarnó. Año 1795”. (Encarnar significa darle color carne a las esculturas, y nada tiene que ver con el tallado del cuerpo completo). La túnica tallada está ornamentada con finas líneas de oro sobre pintura que simulan brocato y una ancha faja de pan de oro en su borde inferior.


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