miércoles, 6 de abril de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios La Flor Inmarcesible


¿De qué manera podemos rezar con este icono? Podemos rezar teniendo en cuenta el significado místico y sobrenatural del jardín en el cual crece esta Flor, pero para ello, debemos antes recordar qué fue lo que pasó con el primer jardín que Dios creó para la humanidad.

En el inicio del tiempo y de la historia humana Dios creó un jardín, llamado Jardín del Edén, destinado a servir de hogar a la criatura predilecta de Dios, el hombre. Con su Sabiduría y su Amor, Dios creó este jardín lleno de hermosuras y de delicias, para que en él el hombre se sintiera a gusto y fuera feliz. Lo creó con árboles frutales, con flores magníficas, con prados verdes y con arroyos de agua cristalina, y con toda clase de hermosuras y delicias, que superan a la imaginación humana. Este Jardín del Edén era un lugar hermosísimo, lleno de paz, de serenidad y de alegría, de felicidad, creado especialmente para el hombre, para que el hombre fuera eternamente feliz en él, porque el hombre era, entre toda la Creación, la criatura predilecta de Dios, y tan predilecta, que la había hecho a su “imagen y semejanza”: libre, con inteligencia, y con capacidad de amar.

Pero sucedió que el Ángel Caído, el Rebelde, aquel que luego de contemplar la hermosura de Dios, y a pesar de saber que Dios era el Único que merecía ser adorado, honrado y servido, cometió en el cielo, en el instante de prueba a la que fue sometido, un pecado horrible: decidió, contra toda razón y contra toda verdad, proclamarse igual a Dios y no servirlo y, en el colmo de su locura, arrastró a muchos ángeles con él en su caída. En su caída debida a su locura voluntaria, que lo llevó a creerse igual a Dios, pasó por el Jardín del Edén, creado por Dios para los padres de la humanidad, Adán y Eva, y en su paso, pisoteó el Jardín de Dios, arruinándolo con sus garras y con su aliento pestilente de rebelión, de odio y de locura deicida, y lo arruinó porque consiguió engañar a Adán y Eva, llevándolos a cometer el Primer Pecado de la humanidad, el Pecado Original, pecado por el cual entró en el Jardín, antes soleado y perfumado, lleno de vida y de color, el hálito frío y seco de la muerte, y el olor nauseabundo de la rebelión contra Dios y del orgullo humano. El diablo, habiendo pecado de soberbia en el cielo, consiguió que los primeros seres humanos pecaran también en el Paraíso, con su mismo pecado de soberbia, arruinando la obra de Dios.

El pecado de los primeros Padres de la humanidad fue como un viento huracanado que arrasó con el Jardín del Edén, el Paraíso creado por Dios para el hombre.

Por el pecado, el Jardín de Dios quedó destruido, sus flores pisoteadas, sus árboles arrancados de cuajo, sus ríos de montaña se secaron, su pasto verde quedó marchitado. El pecado –el del diablo, el de los primeros padres, el pecado mortal de cualquier descendiente de Adán y Eva- es como un hálito de hielo que con su frío mata la vida del alma, así como la helada nocturna deja sin vitalidad a las plantas de un huerto florecido.

Pero a Dios nadie le gana, y mucho menos un pobre diablo, un ángel caído, que ha perdido la hermosura y la inteligencia que le daba la gracia divina, y por eso, habiendo sido desolado por el pecado de los corazones humanos las flores de su jardín, decidió construir otro Jardín, un nuevo Jardín, en donde crecería una Flor que jamás de los jamases podría ser marchitada ni mancillada ni cortada por ninguna criatura, ni angélica ni humana, y ese Jardín es la gracia, y esa Flor Toda Preciosa, Inmarcesible e Inmaculada, es la Virgen María, la Madre de Dios, adornada y embellecida no sólo porque en Ella no hay mancha alguna de maldad, sino ante todo porque en Ella se encuentra la plenitud de la gracia divina.

María es la Flor Inmarcesible, que se levanta, hermosa e inmaculada, en medio del Nuevo Jardín que Dios creó, el reino de la gracia, y es la Flor más preciada de este reino, porque en Ella inhabita el Espíritu Santo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario