lunes, 14 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios De las tres alegrías


A comienzos del siglo XVIII, en Rusia, sucedió que una mujer noble y piadosa sufrió tres desgracias en su vida: su esposo fue difamado, y a causa de las calumnias tuvo que exiliarse; su hijo fue tomado prisionero en una guerra, y por último, le confiscaron todos sus bienes.

La mujer, muy apenada, le rezó con mucho fervor a la Reina del Cielo, y un día escuchó una voz que le decía que debía buscar un icono de la Sagrada Familia —al cual finalmente encontró en la iglesia de la Santísima Trinidad, en Moscú—, y cuando lo hallase debía rezar una oración delante de él. Habiendo dicho la plegaria delante del icono, recibió tres grandes y alegres noticias: su esposo regresó, su hijo fue liberado de la cautividad y sus bienes le fueron regresados.

La mujer del milagro recibe tres alegrías, una por cada una de las pérdidas que había sufrido: por la pérdida de la fama de su marido, recibe la alegría de verla restituida; por la pérdida de la libertad de su hijo, la ve a ésta recuperada; por los bienes perdidos, recibe el gozo de recuperarlos a todos.

A través del milagro del icono, la Virgen nos enseña que su Hijo Jesucristo nos concede tres alegrías espirituales, también relacionadas con la fama o el buen nombre, con la libertad y con los bienes: Jesucristo nos concede la alegría de la condición de ser hijos de Dios, por medio de la gracia de la filiación divina, en el Bautismo, con el cual adquirimos la condición, el nombre y la buena fama de ser hijos de Dios; nos concede la alegría de vernos libres del pecado, de la muerte y del Infierno, gracias a su Pasión redentora, con lo cual salimos victoriosos en la lucha contra estos grandes enemigos de la raza humana y nos vemos libres de ellos, y finalmente, nos concede la alegría de adquirir los enormes, infinitos, eternos e inagotables tesoros del Reino de Dios, la vida eterna y la contemplación beata de las Tres Divinas Personas.

Ahora bien, estas tres alegrías las tenemos todas en la Eucaristía y en la comunión sacramental: en la comunión sacramental Cristo, el Hijo de Dios, nos une a El por el don del Espíritu, y nos hace ser, en El, con El y por El, un solo cuerpo y un solo espíritu; por la comunión, recibimos no solo la gracia de Dios, sino a la Gracia Increada en sí misma, Cristo Dios, por la cual nos vuelve invencibles contra nuestros enemigos —el demonio, el mundo y la carne— y nos concede la corona de la victoria espiritual, que es su propia corona; en la comunión, Dios Padre nos da el bien más preciado de todos, su Hijo resucitado en la Eucaristía, y con El, nos da el Espíritu Santo.

En la Santa Eucaristía tenemos, cada vez que comulgamos, tres grandes Alegrías.

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