miércoles, 23 de febrero de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios Kozelschina


Este ícono pertenecía a una familia noble rusa, los condes Kapnist. Según cuenta la historia, éste fue protagonista de un milagro en 1880, en el pueblo de Kozelschina, y es por eso que toma luego el nombre de ese lugar.

Sucedió que la hija de una condesa comenzó súbitamente a experimentar problemas de salud, más concretamente, la dislocación de una articulación de la cadera. Comenzó un tratamiento con los médicos, pero no sólo no le pudieron mejorar su cuadro, sino que empeoró, ya que sin ninguna razón médica que lo explicase, sufrió también la dislocación de la otra cadera. Le recomendaron un tratamiento con aguas termales, pero no hubo ninguna mejoría. Como si fuera poco, con el tiempo, empezó a sufrir la dislocación de otras articulaciones, como las de los hombros, las de las manos, e incluso hasta las de la columna vertebral. Todo este cuadro se acompañaba de terribles dolores.

Llegando ya al borde de la desesperación, la niña preguntó a su madre qué hacer, y su madre le dijo que le rezara al ícono. Siguiendo las indicaciones de su madre, la niña dirigió al ícono de la Madre de Dios una ferviente oración. Apenas realizada la oración, sintió inmediatamente un gran alivio en sus dolores, además de recuperarse milagrosamente de todas las lesiones articulares.

¿Qué podemos ver en este milagro? ¿Qué quieren decir estas lesiones? ¿Por qué la niña queda tullida tan repentinamente? Para poder responder a estas preguntas, y para poder hacer oración con el ícono, podemos recurrir a una Doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Ávila, en cuyos escritos podemos encontrar una pista para entender qué es lo que significan las extrañas lesiones de la niña. Dice esta santa en Las moradas del castillo interior, que quien “no hace oración es como un tullido” (cfr. 1, 5); en contraposición, podemos decir que quien hace oración, es como alguien que está en plena salud y forma física.

Es decir, el que no reza, según Santa Teresa, es como alguien que tiene tullido el cuerpo, pero hay una diferencia: quien está tullido en el cuerpo, debe sufrir lo que le ocurre, porque lo que le ocurre es involuntario, mientras que el tullido del alma, lo está por propia decisión, porque por propia decisión decidió no rezar. Quien está enfermo del cuerpo no puede curarse; en cambio, quien está enfermo del alma, porque no reza, si recibe la gracia, reza y se cura.

Es esto último lo que sucedió en este caso: la enfermedad del cuerpo condujo a la cura del alma porque, movida por la gracia, la niña pudo hacer una ferviente oración a la Madre de Dios y a su Hijo, y por eso recibió la gracia de la curación.

¿Qué es lo que vemos en este milagro del ícono? Vemos a la Virgen como Omnipotencia Suplicante, y como Medianera de todas las gracias; además, podemos ver cómo la Virgen concede la gracia de una oración ferviente, tan ferviente, que logra la curación de la enfermedad: hasta antes de la indicación de la madre de la niña, la niña, con toda seguridad, no oraba como debía, pero luego de la indicación de su madre, ora con fervor, con intensidad y con piedad, y la Virgen le concede la sanación.

Hay otra cosa que podemos ver en la curación milagrosa de la niña a través del ícono, por obra de la gracia de Jesucristo, y es ver que este milagro es muy parecido al milagro que hace Jesús en el Evangelio, cuando cura al paralítico: en ese episodio, Jesús cura doblemente al paralítico: en su cuerpo, porque sana su parálisis, y en su alma, porque le perdona los pecados. En la curación milagrosa de la niña a través del icono podemos ver también la acción de la gracia, que cura el cuerpo y cura también el alma, porque le concede el don de la oración y el de la curación: si la niña estaba tullida y no rezaba, la Madre de Dios le concede la gracia de la oración y, con la oración, el don de la curación corporal.

Sin embargo, puede suceder que no sea nuestro caso, es decir, si poseemos una enfermedad corporal, lo más probable es que continuemos con ella, pero aún así bastará con haber recibido el don de la oración, para estar sanos y fuertes en el espíritu por la acción de la gracia de Jesucristo.

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