(Ciclo A - 2025 – 2026)
Con alegría celestial la Iglesia Católica
celebra un misterio venido del Cielo, considerado como uno de los misterios más
grandes y asombrosos de la historia de la humanidad, misterio superado en
majestad y gracia sólo por el misterio pascual de Jesucristo y es el misterio
de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
El hecho de que María Santísima sea
“Inmaculada Concepción” es un misterio celestial porque está implicado Dios Uno
y Trino desde su inicio; esto quiere decir que es la Santísima Trinidad quien,
desde la eternidad, determinó que la Virgen fuera concebida sin la mancha del
pecado original que, desde el pecado primordial de Adán y Eva, se transmite sin
excepción a todo ser humano. Y precisamente, la única excepción es María
Santísima y es por eso que se llama “Inmaculada Concepción”, porque la oscuridad
del pecado original no la afectó, desde el primer instante de su concepción, como
sí lo hace a todo ser humano. Además, el hecho de que sea “Inmaculada
Concepción”, significa que la Virgen, al estar exenta del pecado original, no
tuvo nunca, jamás, en ningún momento, ni siquiera por un instante, no solo ni
el más ligero pecado sino tampoco la más mínima imperfección y tampoco estuvo,
ni siquiera mínimamente, inclinada a la más ligera concupiscencia; por el
contrario, su Inmaculado Corazón estuvo siempre, en todo momento, desde el
primer instante de su concepción, rebosante de la gracia, la bondad, la
santidad, la paz y la humildad de Dios Uno y Trino.
Otro aspecto a considerar en el
misterio inefable de María Santísima es que el hecho de que la Trinidad la haya
elegido para ser concebida sin el pecado original, es decir, como “Inmaculada
Concepción”, es por el hecho de que la Virgen estaba destinada a ser la Madre
de Dios Hijo encarnado y como tal, como Madre de Dios, no podía estar
contaminada con la mancha del pecado original.
Y aún más, el hecho de estar destinada a ser la Madre
de Dios, no solo exigía que no poseyera el pecado original, sino que debía además
estar inhabitada por el Espíritu Santo y es por eso que la Virgen es concebida,
además de exenta del pecado original, como Inmaculada Concepción, también como
“Llena de gracia”, lo cual quiere decir, inhabitada por el Espíritu Santo. Si la
razón de la ausencia de pecado radicaba en su condición excelsa de ser Madre de
Dios, la razón del privilegio de ser “Llena de gracia” radicaba en el fruto que
había de concebir virginalmente, el Verbo Eterno del Padre. Es decir, la Virgen
es “Llena de gracia”, porque el Verbo de Dios, quien habría de encarnarse en su
seno virginal, al provenir desde el Cielo, en donde era amado desde la
eternidad por Dios Padre con el Divino Amor, el Espíritu Santo, debía ser
recibido y amado en la tierra, en su encarnación, con el mismo Amor con el que
el Padre lo amaba desde la eternidad, el Espíritu Santo y la única forma en que
esto fuera posible, era que la Virgen misma estuviera inhabitada por el
Espíritu Santo y es por eso que es concebida no solo sin la mancha del pecado
original, sino como “Llena de gracia”, es decir, inhabitada por el Espíritu
Santo. Así, el Verbo de Dios, al encarnarse en el seno purísimo de María
Santísima, no experimentaría diferencias en el Amor con el que era amado desde
la eternidad por el Padre, porque iba a ser amado con ese mismo Amor, el
Espíritu Santo.
Entonces, en el misterio de la Inmaculada Concepción se
unen de modo indisoluble entre sí, otros grandes misterios, como el de la
Virgen como Madre de Dios, Llena de gracia y el de la Encarnación del Verbo de
Dios. A estos misterios, se les agregan también, de forma indisoluble, los
misterios de la Virgen como Corredentora y Mediadora de todas las gracias,
misterios estos dos últimos sin los cuales la Virgen pierde incluso su
condición de Inmaculada.
Finalmente, si estos misterios de la Virgen son en sí
mismos insondables, majestuosos, celestiales y sobrenaturales, hay otro
misterio que también debe agregarse y es el hecho de que en cada Santa Misa la
Santa Iglesia prolonga y actualiza, en el altar eucarístico, su seno virginal, el
misterio de la Encarnación del Verbo, porque a través de las palabras de la
consagración, el Verbo de Dios prolonga su Encarnación en la Eucaristía y es
por este motivo que la Iglesia Católica es, a imagen de su Madre, la Virgen,
santa, pura, inmaculada y llena del Espíritu Santo. No dejemos nunca de alabar,
bendecir, glorificar y adorar a la Santísima Trinidad por el misterio de la
Inmaculada Concepción y el misterio de la Encarnación del Verbo en su seno
purísimo, que se prolonga a su vez y se actualiza en cada Santa Misa, en la
Sagrada Eucaristía.
