La
ceremonia del Acies es uno de los actos públicos de la Legión, según lo relata
el Manual del Legionario y en este acto se deben tener en cuenta dos elementos:
por una parte, cuál es el significado de la reunión pública de la Legión; por
otra parte, qué significado tiene la oración que el legionario, aferrado
al vexillium, pronuncia solemnemente. Con relación al Acies, el
Manual del Legionario nos enseña que es una “voz latina que significa un
ejército en orden de batalla”, es aquella ceremonia en donde se reúnen los
Legionarios de María para renovar su homenaje a la Reina de la Legión y al mismo
tiempo para recibir de Ella fuerza y bendición para otro año más de lucha
contra las huestes del mal. En el Acies, entonces, el Ejército de Dios, bajo la
dirección y las órdenes de la Virgen Generala, se forma en orden de batalla, para
renovar su fidelidad a la Virgen y para recibir de Ella la bendición celestial
que será necesaria en la lucha contra “las potestades de los aires”, es decir,
los ángeles caídos.
Esta
formación “en orden de batalla” es una imitación de la Virgen que, según San
Alfonso, también se forma en orden de batalla para hacer frente al Ejército del
Anticristo. Dice así San Alfonso: “María es el espanto de los poderes
infernales. Es “terrible como un ejército en orden de batalla” (Cant 6,
10), porque sabe desplegar con estrategia su poder, sus oraciones y su
misericordia para la derrota del enemigo y para triunfo de sus siervos”. La
Legión se reúne en el Acies bajo el estandarte de María como lo que es, un
ejército espiritual al servicio de la Virgen y de Dios: la Legión se forma de
manera similar a como un ejército terreno se forma bajo la bandera nacional a
las órdenes de su general. El objetivo de esta formación es imitar a la Virgen,
que también se forma en orden de batalla y recibir de Ella “fuerza y bendición” para combatir, bajo las órdenes de la Virgen, a “las fuerzas
de mal”, según lo describe el Manual del Legionario. El enemigo al cual se
enfrenta la Legión no está formado por personas de carne y hueso, es decir, no
son seres humanos, sino ángeles caídos, “las potestades malignas que están en
los aires”, como lo describe la Sagrada Escritura: “Nuestra lucha no es
contra la carne y la sangre, sino contra principados, contra potestades, contra
los poderes de este mundo de tinieblas, contra
las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales”
(Ef 6, 12). El Acies es por lo tanto una convocatoria espiritual de
la Legión, en la cual se renueva la fidelidad a la Virgen y se pide a Ella la
fuerza y la bendición necesarias para el combate espiritual contra el enemigo
de Dios y de las almas, Satanás, quien también se forma en ejército de batalla
junto a sus ángeles apóstatas. Pero la lucha no es solo contra estos enemigos
espirituales externos, sino también contra el hombre viejo, contra uno mismo,
porque según el mismo Jesús lo dice, el mal anida en nuestros propios
corazones, como consecuencia del pecado original: “Es del corazón del hombre de
donde salen toda clase de cosas malas” (cfr. Mt 7, 21); por
esta razón, la lucha no solo es contra los ángeles caídos, sino que comienza en
nuestros propios corazones, en los cuales debemos combatir nuestra inclinación al
mal (indolencia, pereza, falta de caridad, etc.).
El
segundo aspecto del Acies, que se deriva del primero, es la oración de
consagración personal a la Virgen: “Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía y
cuanto tengo tuyo es”, porque a través de esta consagración el legionario se
pone bajo la protección de la Virgen y así protegido, renueva su misión
espiritual de imitar a María para que Ella instaure el Reino de su Hijo en el
mundo. El significado espiritual de que el legionario tome con su mano el vexillium o
estandarte de María es el de colocarse el legionario bajo el estandarte
victorioso de María Santísima; significa que de forma libre y voluntaria el
legionario se alista en las filas del Ejército de María para luchar “contra las
fuerzas del mal” bajo las órdenes de la Virgen. Visto de esta manera, el Acies
no es una simple ceremonia piadosa de una cofradía devota: es la misma Virgen
María, la Madre de Dios quien congrega a sus elegidos y les toma, Ella en
persona -a través de los encargados de la Legión- esta renovación de la
consagración de sus hijos y la toma como hecha especialmente a su Inmaculado
Corazón. Por el Acies, el legionario se une más estrechamente al Corazón de
María y al mismo tiempo demuestra su total dependencia de Ella, porque depende
de la Virgen en un todo para cumplir la misión asignada. Aunque no se la vea
con los ojos del cuerpo, en la ceremonia del Acies está la Virgen en persona y junto
a la Virgen, están los ángeles, de quienes la Virgen es Reina, y también está
su Hijo Jesucristo, el Hombre-Dios, siendo así testigos de esta ceremonia y
consagración. A través de la ceremonia del Acies el legionario queda bajo las
órdenes de la Virgen, recibiendo de Ella especial asistencia y protección. Pero
al mismo tiempo, quiere decir también que las faltas de los legionarios a Ella
consagrada por el Acies -la acedia o pereza espiritual, que lleva a no cumplir
con las oraciones prescriptas, o la pereza corporal, que lleva a desentenderse
de las obligaciones del deber de estado, o la indiferencia hacia las
obligaciones que implica la Legión-, le provocan al Inmaculado Corazón dolores
más agudos que los provocados por quienes no están a Ella así consagrados. Una
idea de estos dolores que verdaderamente experimenta la Virgen es la corana de
espinas que rodea al Inmaculado Corazón de María en las apariciones de Fátima:
las espinas más gruesas representan los pecados de sus hijos más cercanos a su
Corazón, aquellos que se han consagrado a la Virgen, como los integrantes de la
Legión. Esto significa que cuando un miembro de la Legión falla en sus deberes es
la Virgen la que, en persona, sufre en su Inmaculado Corazón. Si amamos a la
Virgen como a Nuestra Madre del cielo, procuremos poner todo nuestro esfuerzo
no solo en no provocarle dolor con nuestras faltas, sino en consolar al
Inmaculado Corazón de María, haciendo con el mayor amor posible y la mayor perfección
posible, la tarea apostólica que nos encargue la Legión. A la Virgen Santísima
le pedimos que interceda para que el fuego del Espíritu Santo envuelva nuestros
fríos corazones en el mismo Fuego de Amor en el que está envuelto su Inmaculado
Corazón, para así llevar a cabo la tarea espiritual de conquistar almas para Cristo
que se nos encomienda en el Acies.
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