martes, 27 de agosto de 2024

El Manual y el socio perfecto

 


         ¿Cómo es el “socio perfecto”, según el Manual de la Legión? En su capítulo XI, párrafo 3, dice así: “Según el criterio de la Legión, es legionario perfecto el que cumple en todo el reglamento y no precisamente aquél cuyos esfuerzos se vean coronados por algún triunfo visible o endulzados por el consuelo. Cuanto más se adhiera uno al sistema legionario, tanto se es más socio de la Legión”.

Ahora bien, recordemos que, para la Legión, “cumplir el reglamento”, implica ante todo considerar el espíritu de la ley, que en este caso es la santificación de la propia alma, la glorificación de la Trinidad y la salvación del prójimo, esto en un contexto como lo es el de la Legión, en donde no hay una estructura al estilo de las órdenes religiosas de religiosos consagrados, sino que se trata de una “organización permanente de seglares” y que como tal, “llevan una vida ordinaria -seglar” y que por lo tanto tienen margen para ocupaciones que no son estrictamente religiosas[1]. Esto es lo que deben recordar permanentemente tanto los directores espirituales de la Legión, como los presidentes de la praesidia.

Ahora bien, el Manual insiste en que, precisamente, al tratarse de una estructura seglar, los momentos en los que la Legión reúne a sus integrantes son escasos, en comparación con las órdenes religiosas, por lo que sus miembros deben tener presente más que nunca el dicho que dice “el tiempo es oro”, en el sentido de que se debe, por un lado, ser estrictamente puntuales, cuidar la asistencia a las reuniones al máximo -faltar solo por un motivo realmente grave- y aprovechar al máximo dichas reuniones.

En el punto 4 del capítulo XI, dice así el Manual: “El punto más saliente del reglamento legionario es la obligación rigurosísima que la Legión impone al socio de asistir a las juntas. Es el deber primordial, porque la junta es lo que da el ser a la Legión (si no hubiera reuniones, la Legión no tendría forma de funcionar como tal)”. Luego el Manual compara a las reuniones con el lente de una lupa con relación a los rayos del sol: “Lo que la lente es para los rayos solares, esto es la junta para los socios: los recoge, los inflama, e ilumina todo cuanto se acerque a ella”. Es como alguien que está al sol en un día frío y alguien que no lo está: el que está al sol, recibe su calor, mientras que el que no lo está, no recibe el calor del sol, solo puede imaginarlo, pero no puede aprovecharlo para sí (El Sol de nuestras almas es Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía y análogamente, sucede de forma similar: quien se acerca al Sol, a Jesús Eucaristía, recibe los rayos de su gracia santificante, recibe al Sol mismo en Persona; quien se aleja de Jesús Eucaristía, deja de recibir esos rayos del Sol divino que es Jesucristo y se queda con su alma fría y a oscuras). Esto, porque en las reuniones se derraman las gracias más que suficientes, que son las que el Legionario necesita para cumplir su misión como miembro de la Legión. La organización es tanto más fuerte, dice el Manual, en la medida en que se respeten las reuniones.

Luego el Manual cita aquello que la Legión considera con relación a las reuniones: “En la organización, los individuos se asocian a los demás, así como los engranajes en una máquina, sacrificando parte de su independencia por el bien del conjunto (…) Obrando en conjunto, el accionar es mucho más eficaz, así como es mucho más eficaz un carbón cuando se arroja al fogón ardiente, que un carbón que arde por sí solo”. Otro elemento a tener en cuenta con respecto a la importancia de la reunión es que, al obrar en forma conjunta, el grupo tiene “vida propia y distinta a la de los individuos que lo componen”. Obrar en conjunto, dice el Manual, permite que los legionarios no se desanimen en las pruebas y que no se enaltezcan vanamente en los logros, porque todo se hace de forma conjunta y no individual.

Ahora bien, el Praesidium no es una reunión para elaborar proyectos humanos, en donde es la razón humana la que dicta lo que se debe hacer: el Manual dice que la reunión semanal tiene que tener un elevado espíritu sobrenatural -oración, prácticas piadosas y caridad fraterna entre sus miembros, quienes por el bautismo son todos hermanos en Cristo-; es en este ámbito en donde se le asignan a los legionarios un trabajo concreto y al mismo tiempo se reciben informes sobre lo que ha realizado cada uno.

La reunión semanal es el corazón de la Legión, dice el Manual, desde donde fluye su sangre que circula por venas y arterias, es decir, es donde la Virgen derrama las gracias que nos dona el Espíritu Santo -recordemos que cualquier gracia, por pequeña o grande que sea, pasa, ineludiblemente, a través del Inmaculado Corazón de María, porque Ella es la “Medianera de todas las gracias”, por eso es inimaginable que alguien obtenga ninguna gracia de ningún tipo, sino es a través de la Virgen Santísima- y estas se comunican a sus miembros. Si un miembro falta por pereza, esas gracias no las recibe y es muy importante, porque se trata de las gracias necesarias para la realización del trabajo personal que se le ha encomendado a cada legionario. Es por esto que el Legionario debe considerar a la reunión semanal de su praesidium como el primero y el más sagrado deber para con la Legión; sin la reunión, el trabajo es como un cuerpo sin alma. Finaliza el Manual citando a San Agustín, para advertirnos acerca de la enorme importancia de la reunión semanal: “A los que no militan bajo el estandarte de María se les pueden aplicar las palabras de San Agustín: “Corréis mucho, pero descaminados”. ¿Adónde iréis a parar?”. En otras palabras, se trata de lo siguiente: si la Virgen reúne a sus hijos pequeños de la Legión, en la reunión semanal, para instruir a sus hijos con la Divina Sabiduría y para darles las gracias que el Santo Espíritu de Dios tiene para darles, para que realicen sus obras de misericordia glorificando a la Santísima Trinidad; si alguno de sus hijos no se encuentra, por libre decisión, fuera de la reunión con la Virgen, entonces, ¿qué puede hacer ese legionario, por sí mismo, sin las gracias que vienen a través de la Virgen? La respuesta la tiene Nuestro Señor Jesucristo: “Nada”, “Sin Mí, NADA podéis hacer” (Jn 15, 5).



[1] Cfr. Manual del Legionario, XI, 2.


jueves, 22 de agosto de 2024

Solemnidad de María Reina

 



         Al ser Asunta a los cielos en cuerpo y alma glorificados, la Santísima Virgen, luego de ser recibida por su Hijo Jesús, es coronada como Reina de cielos y tierra, con una corona más preciosa que el oro, la plata, los diamantes y los rubíes, porque recibe de la Santísima Trinidad una corona de gloria y de luz divina. La Virgen es Reina porque su Hijo es “Rey de reye y Señor de señores”, y en realidad este título de Reina, si bien recibe la corona luego de su gloriosa Asunción a los cielos, lo poseía ya desde su Inmaculada Concepción, pues Aquella que no conoció la mancha del pecado original y fue concebida en gracia, estaba destinada a ser la Madre del Rey de los hombres y de los ángeles, el Hombre-Dios Jesucristo.

         Así, al ser coronada con la corona de luz y gloria, la Virgen se convierte en la Mujer descripta por el Apocalipsis, Aquella que “aparece en el cielo vestida de sol, con la luna a los pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza” (cfr. Ap 12, 1). La Virgen es coronada en el cielo como Reina de cielos y tierra, como Reina de ángeles y hombres, como Reina del universo visible y del invisible, y esto porque su Hijo es también Rey de todo lo creado, por lo que la Virgen participa de la realeza divina de su Hijo, Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios. Así como su Hijo, al Ascender a los cielos, recibió del Padre Eterno y del Santo Espíritu de Dios, la corona de luz y gloria que por derecho y por conquista le pertenecía, así también la Virgen, luego de su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos, recibe también una corona incorruptible, más preciosa que el oro y la plata, la corona de luz y gloria de su Hijo Jesús.

         Ahora bien, esta corona de luz y de gloria la recibe la Virgen por derecho, por ser Ella la Inmaculada Concepción, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Llena de gracia, la Madre de Dios; pero la recibe también por conquista, porque participó en la tierra de la dolorosa Pasión de su Hijo, y si bien Ella no recibió corporalmente los castigos de Jesús, participó de ellos moral y espiritualmente, sufriendo un dolor en un todo similar al de su Hijo Jesús. Y así como Jesús fue coronado de espinas, y por eso luego mereció la corona de luz y de gloria en los cielos, así también la Virgen, si bien no fue coronada físicamente con una corona de espinas, sufrió en su Inmaculado Corazón y en su Alma Purísima los dolores de la corona de espinas de su Hijo, haciéndose así merecedora de la corona de luz y de gloria en el cielo. Tanto Jesús como la Virgen, para poder ser coronados de luz y de gloria en el cielo, tuvieron que atravesar en la tierra por las dolorosas y humillantes horas de la Pasión, incluida la coronación de espinas, Jesús de modo físico, y la Virgen, participando moral y espiritualmente de su Pasión y coronación de espinas.

Como dijimos, la Virgen no sufrió físicamente la Pasión y la coronación de espinas, pero sí participó moral y espiritualmente, convirtiéndose así en Corredentora, al unir sus dolores morales y espirituales a los dolores redentores y salvíficos de Jesús. De un modo particular, por medio de la coronación de espinas, Jesús y María expiaron por los pensamientos impuros y por los pensamientos malos de toda clase, que los hombres continuamente elaboran en sus mentes. Es por eso que, al contemplar a la Virgen como Reina y coronada de luz y gloria, meditemos en cómo fue que la Virgen se ganó esa corona, participando de los dolores de su Hijo Jesús, para que así evitemos todo pensamiento malo, de cualquier orden, y le pidamos a la Virgen que nos alcance los pensamientos santos y puros que tenía Jesús coronado de espinas. Sólo así, evitando los malos pensamientos y pidiendo la gracia de poseer los pensamientos santos y puros de Jesús y María, y pidiendo la gracia de llevar la corona de espinas en esta vida, podremos ser coronados, como Nuestra Madre y como Jesús, de luz y de gloria en el cielo.


jueves, 15 de agosto de 2024

Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María

 



         

En la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, la Santa Iglesia Católica celebra el fin de la vida mortal de la Madre de Dios y el inicio de su vida gloriosa en el Reino de los cielos, hecho que se conoce como “Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los cielos”, siendo definido como dogma por el Papa Pío X .
Lo que sucedió en la Asunción de María Santísima fue que, en el momento en que la Madre de Dios debía partir de este mundo al otro, en vez de morir, la Virgen se durmió -por esta razón, en las iglesias católicas de rito oriental a esta fiesta se la denomina como la “Dormición”, porque se “durmió”- y su alma santísima, que estaba colmada de gracia por un doble motivo, por ser Ella la Llena de gracia al estar inhabitada por el Espíritu Santo y también por haber sido concebida sin la mancha del pecado original, derramó sobre su cuerpo toda esa plenitud de gracia, la cual se convirtió, en el momento de pasar de este mundo a la vida eterna, en luz de gloria eterna, glorificando así su cuerpo junto con su alma. Fue esto entonces lo que sucedió en la Asunción de María Santísima: toda la plenitud de gracia, de la que estaba colmada el alma de María Santísima, se derramó sobre su cuerpo purísimo mientras la Virgen dormía, en el último instante de su vida terrena y esta gracia divina, convertida en gloria divina, glorificó su cuerpo purísimo, al igual que había hecho con su alma, colmando a su alma y a su cuerpo con la luz de la gloria divina, siendo así glorificada la Virgen con la misma gloria con la cual había sido glorificado su Hijo el Domingo de Resurrección. La Virgen, el día de la Asunción, se durmió plácidamente, rodeada por los discípulos en la tierra, con su cuerpo mortal y se despertó en los cielos, rodeada por los ángeles, que habían bajado de los cielos para llevarla a los cielos, con su cuerpo y alma glorificados, y al despertarse se encontró con su Hijo Jesús, a quien adoró y abrazó con amor maternal, tal como lo había hecho en la tierra, pero ahora la Madre y el Hijo, ambos glorificados, no se habrían de separar nunca más.
Ahora bien, la Asunción de María Santísima no es un hecho aislado de la vida de la Iglesia en general, ni de sus miembros en particular, desde el momento en que la Virgen es Madre de la Iglesia y Madre de los hijos de Dios. Por eso mismo, la vida de la Virgen, relatada en la Sagrada Escritura, desde el inicio hasta el fin, debe ser meditada por sus hijos, es decir, por cada uno de nosotros, porque el destino de la Virgen es nuestro destino, o al menos debe serlo y por eso debemos conocerlo o reflexionar al menos brevemente en los misterios sobrenaturales de la Virgen. Así, la Virgen es la Mujer que en el Génesis aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua, el Demonio, Lucifer o Satanás; es la Mujer que intercede ante la Santísima Trinidad para que la Santísima Trinidad modifique sus planes y así Dios Hijo, por orden de Dios Padre y movido por el Amor de Dios Espíritu Santo, obre el primer milagro público en Caná, demostrando así la Virgen su advocación de “Omnipotencia Suplicante”; la Virgen es la Mujer que, en el Calvario, acompaña a Dios Hijo encarnado en su agonía en el sacrificio de la cruz y se convierte, por pedido de Dios Hijo, en Madre adoptiva de los hijos de Dios; la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, la Mujer revestida de sol -revestida de gracia, la Mujer Asunta en cuerpo y alma a los cielos, la Virgen de la Asunción, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza, indicando que es Reina del universo, porque su Hijo es Rey del universo; es la Mujer a la cual se le es dada dos alas de águila para huir al desierto y poner así a salvo a su Hijo, el Niño Dios, es la Virgen que protege a la Iglesia en la historia, en tiempos de persecución y tribulación. Es necesario conocer, aunque sea brevemente, la historia de la Virgen Asunta a los cielos, porque sus hijos están predestinados a seguir sus pasos, lo cual quiere decir que, si la Madre está en el cielo, allí también deben estar sus hijos, pero a diferencia de la Madre, que nació sin pecado original y por eso fue Asunta en cuerpo y alma a los cielos, nosotros, sus hijos, sí hemos nacido con el pecado original y por eso, si queremos ir al cielo, debemos hacer el propósito de confesarnos pecadores, de confesar los pecados, de vivir en gracia, de conservar la gracia y de acrecentarla, para lo cual debemos frecuentar los sacramentos, sobre todo la Penitencia y la Eucaristía; debemos obrar la misericordia, que abre las puertas del Reino de Dios; debemos cargar la cruz de cada día en pos de Jesús, camino del Calvario, negándonos a nosotros mismos y así para morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo, al hombre regenerado por la gracia santificante. Solo así podremos ser, algún día, glorificados en cuerpo y alma y solo así podremos, luego de superar el juicio particular, comenzar a vivir, en el Reino de Dios, junto a nuestra Madre celestial, la Virgen Asunta al cielo, la eterna alegría de contemplar y adorar a la Santísima Trinidad y al Cordero de Dios, Nuestro Señor Jesucristo.