jueves, 25 de marzo de 2021

Si Jesús es Redentor, la Virgen es Corredentora


 

           Uno de los títulos de Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, es el de Redentor. ¿Qué significa ser Redentor? Veamos lo que dice San Cirilo de Alejandría: para este santo –y para la Iglesia Católica toda-, el ser Redentor no es el ser un simple médico del alma, sino un dispensador de vida –de vida divina, por medio de la gracia- y un dispensador como Fuente de esa vida divina; es ser medianero de una unión sobrenatural entre el hombre y Dios –por eso Jesús dice de Sí mismo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, porque Él es el Camino al Padre, que es la Vida Increada-; es ser la Fuente de la cual se derrama el Espíritu Santo –porque el Espíritu Santo es espirado eternamente por el Padre y el Hijo- con toda la plenitud de sus dones divinos sobre el linaje humano; es el motivo de nuestra adopción divina y de nuestra regeneración por la gracia como hijos de Dios; el Redentor es la Víctima por cuya muerte el pecado queda destruido del modo más perfecto no solamente en sus efectos naturales sino también en los sobrenaturales[1]. Ahora bien –como afirma un autor[2]-, es verdad que Jesucristo, en cuanto Redentor, no nos devuelve la integridad, puesto que aun liberados del pecado original por su gracia, lo mismo quedamos a merced de la corruptibilidad de la naturaleza, con lo que podemos decir que sólo paraliza o detiene la influencia perjudicial del pecado sobre el espíritu; sin embargo, puesto que Él nos hizo hijos de Dios, sabemos también que un día nos habrá de librar del perecer mediante la virtud de su Espíritu, conduciéndonos a la vida divina, la vida eterna en el Reino de los cielos, la vida misma de la Trinidad, una vida gloriosa y resucitada, absolutamente sobrenatural –porque es la vida de la Trinidad la que recibiremos en la eternidad-, en la cual lo perecedero quedará absorbido por lo imperecedero y esto no podría suceder de ninguna manera si Jesucristo no poseyera una virtud verdaderamente divina, porque Él Es una Persona Divina, la Segunda de la Trinidad, el Verbo de Dios Encarnado.

         Ahora bien, afirmamos al inicio que si Jesús es Redentor, la Virgen, su Madre, la Madre de Dios, es Ella Corredentora. ¿De qué manera la Virgen es Corredentora?

         Por un lado, podemos decir que la Virgen es cooperadora material al Bien –el Bien Sumo e Increado, que es Dios Trino-, al permitirle no solo alojarse sino permanecer en su seno virginal –su útero materno- por el término de nueve meses y al proporcionar al Hijo de Dios encarnado de su substancia materna; de esta manera, la Virgen coopera materialmente a la obra de la Redención, porque sin la donación de su substancia materna, el Verbo de Dios no habría recibido nutrientes para su crecimiento intrauterino.

         Por otro lado, podemos decir que la Virgen es cooperadora formal al Bien –el Bien Sumo e Increado, que es Dios Trino-, al asociarse en las intenciones redentoras de su Hijo, participando mística y sobrenaturalmente de su Pasión y al aceptar ser la Madre adoptiva de los hijos de Dios, nacidos por la gracia, al pie de la Cruz, en el Calvario. ¿De qué manera se asocia la Virgen a las intenciones redentoras de su Hijo? Veamos qué pretende Dios Padre al adoptar a los hombres como hijos suyos en el Calvario: en la adopción de los hombres por parte de Dios al pie de la Cruz, no hay una mera intención de adopción simplemente nominal, como si los hombres de ahora en adelante pudieran ser llamados hijos de Dios sólo nominalmente: Dios decide adoptar a los hombres para que estos, incorporados al Cuerpo Místico de Cristo, reciban de Él su Espíritu, el Espíritu Santo y así no solo les sea quitado el pecado, sino que les sea concedida la vida nueva de la Trinidad, la vida de la gracia, que es en lo que consiste la Redención. Ahora bien, en la aceptación de la Virgen de los Dolores, al pie de la Cruz, el encargo de ser Madre de todos los hombres nacidos por la gracia, existe también la intención, en la Madre de Dios, de que se cumpla la voluntad de Dios en los hombres, esto es, de que sean redimidos por la Sangre del Redentor, vehículo del Espíritu Santo y como la Virgen desea esto positivamente y positivamente participa de la Pasión de su Hijo –mística y sobrenaturalmente, como dijimos-, entonces la Virgen, la Madre de Dios, es Corredentora.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, Editorial Herder, 373.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 374.

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