miércoles, 31 de mayo de 2017

Fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María


         La Santísima Virgen María, encinta por obra y gracia del Espíritu Santo, al enterarse de que su prima Santa Isabel está también encinta, se dirige, en un viaje largo y no exento de peligros, a visitarla para ayudarla en su embarazo. Al llegar, sucede algo que va más allá de lo humano, ya que con María viene Jesús y, con Jesús, el Espíritu Santo. La presencia del Espíritu Santo es narrada por el Evangelio: “Así que Isabel oyó el saludo de María, su criatura saltó de gozo en su seno y ella quedó llena del Espíritu Santo”. Pero aun antes de “quedar llena del Espíritu Santo”, es el mismo Espíritu Santo el que inspira a Santa Isabel para que la salude a la Virgen, no al modo humano, como es de esperar, tanto más siendo ambas parientes entre sí: en efecto, Santa Isabel no llama a la Virgen según el parentesco, ni le da un saludo tal como lo hacemos los humanos como cuando nos reencontramos luego de un largo tiempo en el que no vemos a nuestros consanguíneos; Santa Isabel saluda a la Virgen con el título de “Madre de mi Señor”, lo cual es equivalente a decir “Madre de Dios”, porque el Señor de Santa Isabel es el Único Dios verdadero. La Virgen saluda a Santa Isabel e Isabel queda “llena del Espíritu Santo”, pero también su hijo no-nato, Juan el Bautista, puesto que “salta de alegría” en el seno de su madre, y esto no se debe a causa natural alguna, puesto que se alegra porque el Espíritu Santo es el que le hace saber, al niño Bautista que está en el seno de Isabel, que el Niño que viene en el seno virgen de María, más que su primo, es el “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. La alegría que experimentan, tanto Santa Isabel como Juan el Bautista, es una alegría sobrenatural, en cuyo origen se encuentra Dios Espíritu Santo, que en cuanto Dios, es “Alegría infinita”. La alegría de Isabel y el Bautista no es por causas humanas, es decir, no se debe al reencuentro de dos parientes que no se ven desde hace tiempo, y al saber el niño Bautista que quien venía en María Virgen era su primo: es una alegría sobrenatural, celestial, divina, desconocida para el hombre, la alegría que el Dios que es “Alegría infinita” les hace participar y esta alegría se debe a que Santa Isabel reconoce, en la Virgen, no a su parienta, sino a la Madre de Dios, y hace que el Bautista reconozca en Jesús, no a su primo, sino al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, tal como lo anunciará tiempo más tarde, en la edad adulta, en el desierto. La Visitación de María Virgen, por lo tanto, a un alma, es el hecho más grandioso que pueda acontecerle a un hombre en esta vida, porque, como hemos visto, con María viene Jesús y, con Jesús, el Espíritu Santo, que Él sopla sobre las almas junto al Padre, desde la eternidad.
         Ahora bien, puesto que María Virgen es Madre y Modelo de la Iglesia, y en Santa Isabel y el Bautista estamos representados los que hemos recibido el bautismo sacramental, podemos parafrasear a Santa Isabel y dedicarle a nuestra Santa Madre Iglesia el mismo saludo de Isabel a la Virgen, diciendo así: “Bendita entre todas las iglesias, y bendito el fruto de tu seno virginal, el altar eucarístico, el Hijo de Dios que prolonga su Encarnación en la Eucaristía”. Y, como el Bautista, deberíamos saltar de alegría porque por la Iglesia, a través del sacerdocio ministerial, por el poder del Espíritu Santo que obra la transubstanciación –la conversión del pan en el Cuerpo y el vino en la Sangre del Señor-, nos concede al Dios que es la Alegría en sí misma, Jesús Eucaristía.


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