martes, 11 de abril de 2017

El espíritu de la Legión es el espíritu de María


         Todo grupo y toda organización eclesial, se caracteriza por tener un cierto “espíritu”, que le es dado, por lo general, por el o los fundadores de esos movimientos u organizaciones. Dicho “espíritu” es sumamente importante, porque viene a cumplir las funciones que cumple el alma humana en el cuerpo: le da vida y movimiento y su actuar depende de cómo sea el espíritu, y cuando falta ese espíritu fundacional, puede decirse que el movimiento, o languidece, o directamente muere. Es decir, el espíritu, en una organización eclesiástica, es vital, en el sentido literal de la palabra, porque así como es el espíritu, así será el movimiento. ¿Cuál es el espíritu de la Legión? La respuesta la tiene el Manual del Legionario: “El espíritu de la Legión es el espíritu de María misma” [1]. La Legión no tiene otro espíritu que el de María; el espíritu de María, o el alma de María, es el espíritu o el alma de la Legión, y es lo que le da vida y movimiento y determina sus características de ser y de obrar. Así como es el espíritu de María, así es el espíritu de la Legión.
         ¿Y cómo es el espíritu de María, al cual la Legión debe imitar, y del cual la Legión debe estar informada, así como el cuerpo está informado por el alma? También nos lo dice el Manual: “La Legión anhela imitar (a María en) su profunda humildad, su perfecta sumisión, su dulzura angelical, su continua oración, su absoluta mortificación, su inmaculada pureza, su heroica paciencia, su celestial sabiduría, su amor a Dios intrépido y sacrificado; pero, sobre todo, su fe, esa virtud que en Ella y solamente en Ella, llegó hasta su más algo grado, una sublimidad sin par”[2].
Esto que vale para la Legión en su totalidad, vale para cada legionario en particular, es decir, todo legionario debe tener el espíritu de María, así como toda la Legión debe también tenerlo: todo legionario debe luchar contra el hombre viejo para imitar a María, puesto que el espíritu del hombre viejo se opone radicalmente al de María, siendo imposible la coexistencia de ambos. Así, el legionario –y la Legión- deben luchar, en concreto, por imitar las excelsas virtudes de María: “su profunda humildad”, que contrasta con el orgullo y la soberbia del hombre viejo, que impiden, por ejemplo, el ser capaces de perdonar o de pedir perdón, o de aceptar que se ha equivocado, o de aceptar una corrección fraterna, sin enfurecerse y ensoberbecerse: el hombre viejo dice: “A mí nadie me corrige”, lo cual es signo de que su espíritu no es, en modo absoluto, el de María; “su perfecta sumisión”, lo cual implica, en el caso de los jóvenes, sumisión a los padres; en los adultos, sumisión a los superiores; en el caso del Legionario, entender que la sumisión de buen grado a las órdenes impartidas es signo de humildad y de clara imitación de María, que fue sumisa a la Palabra de Dios y al deseo del Padre de que Ella fuera la Madre de Dios Hijo; “su dulzura angelical”, que se contrapone con el carácter hosco, torpe, sin educación, banal, de quien tiene el espíritu del mundo; “su continua oración”, que se contrapone con la acedia espiritual, que lleva al alma mundana o tibia a dejar de lado su oración o, peor aún, a hacerla con hastío y tedio; “su absoluta mortificación”, que contrasta con el espíritu mundano, que se caracteriza por la satisfacción de los placeres sensibles y por la repulsa de todo lo que implique sacrificio; “su inmaculada pureza”, que se refiere no solo a la pureza corporal, esto es, la castidad y virginidad, sino  también a la pureza de la fe, porque un legionario jamás puede contaminar su fe católica con creencias supersticiosas –por ejemplo, asistir a Misa y rezar en su hogar a ídolos paganos, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, entre otros tantos-; “su heroica paciencia”, que contrasta con la impaciencia del hombre viejo, que ante cualquier contratiempo, deja traslucir su enojo, en clara contraposición con la dulzura del carácter de María; “su celestial sabiduría”, cuya principal manifestación es el amor a Jesús Eucaristía, el amor a la oración y el amor al prójimo, y se contrapone con la sabiduría mundana, que desprecia la sabiduría de Dios; “su amor a Dios intrépido y sacrificado”, que se contrapone con la tibieza del hombre viejo, que ante el sacrificio que se le pide por amor a Dios, pone miles de pretextos para no cumplir; por último, el espíritu de María se caracteriza por su fe, una fe que no se basa en el estado de ánimo –me siento bien, tengo fe en Dios; estoy pasando un momento difícil, no tengo fe en Dios-, sino en la firme adhesión de la mente a las verdades de fe de la Santa Madre Iglesia, expresadas ante todo en el Credo de los Apóstoles.
         Cuando la Legión, y cada legionario, tienen este espíritu de María, no hay empresa que no puedan acometer, y con el mayor de los éxitos, dice el Manual: “Animada la Legión con esta fe este amor de María, no hay empresa, por ardua que sea, que le arredre; ni se queja ella de imposibles, porque cree que todo lo puede (Imitación de Cristo, III, 3, 5)”[3].
        Concluye el Manual dando la “fórmula” para vivir en este espíritu de María y del espíritu de María, y es del estar unido, el legionario, todo el día, en medio de las preocupaciones y trabajos cotidianos, a Jesús, tal como lo hacía María en su vida terrena: “El modelo perfecto de esta espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles. Ella, mientras vivió en este mundo una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida a su Hijo, y cooperó de modo singularísimo a la obra del Salvador… Hónrenla todos con su suma devoción, y encomienden su vida apostólica a la solicitud de María” (AA, 4).
         
        




[1] Cfr. Manual del Legionario, Cap. III.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

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