domingo, 30 de diciembre de 2012

Solemnidad de Santa María Madre de Dios - Ciclo C - 2013



         Luego de llevarnos a la contemplación del Nacimiento del Niño Dios y de la Sagrada Familia, que se constituye precisamente en familia a raíz del Nacimiento del Niño, la Iglesia, al inicio del año civil, nos lleva a contemplar el misterio de la Madre de ese Niño, que por ser Dios, se convierte en Madre de Dios.
         La Virgen es Madre de Dios porque se llama “madre” a la mujer que da a luz a una persona, y como la Virgen da a luz virginal y milagrosamente a una Persona divina, la Segunda de la Santísima Trinidad, la Persona del Hijo, y como este Hijo es Dios como su Padre Dios, entonces la Virgen es “Madre de Dios”.
         Es precisamente esta condición de María Santísima de ser "Madre de Dios", la que hace que la concepción y nacimiento del Niño que lleva en su seno, sean del todo sobrehumanas, sobrenaturales y divinas, desde el momento que no interviene varón humano alguno en la concepción del Niño. Para darnos una idea de cómo fueron la Encarnación y el Nacimiento del Niño Dios, y para no apartarnos un milímetro de la bimilenaria fe de la Santa Iglesia Católica, y utilizando las imágenes que muchos santos contemplaron por inspiración divina (entre otros, las beatas Ana Catalina Emmerich y Luisa Piccarretta, y la piadosa escritora María Valtorta), podemos tomar como punto de partida al diamante, roca cristalina y translúcida, en su relación con la luz. 
         En la Encarnación y Nacimiento del Niño, la Virgen se comporta como el diamante con relación a la luz: así como el diamante, al recibir un rayo de luz, tiene la propiedad de encerrar en sí mismo a la luz –propiedad que no la tienen las otras rocas, que son opacas-, para emitir luego esta luz desde su interior, irradiándola al exterior, así también la Virgen María, en la Encarnación, recibe -en su intelecto y en su Corazón inmaculado primero, y en su seno virginal, su útero, después- a la Luz eterna, Jesucristo, proveniente de la Luz eterna, Dios Padre, y luego de alojarla por nueve meses en su seno virginal, la emite milagrosamente, en la gruta de Belén, estando arrodillada y en posición de oración, a través de la pared superior de su abdomen, quedando intacta en su virginidad antes, durante y después del parto milagroso.
           Reafirmamos esta Verdad revelada de la Concepción virginal y Nacimiento milagroso del Verbo eterno del Padre, Jesús de Nazareth, en el seno virgen de María, y reafirmamos la condición de María como Madre y Virgen, como Inmaculada Concepción y como Llena de gracia, a la par que rechazamos como heréticas y blasfemas las proposiciones contrarias, como las lamentablemente esgrimidas en estos días por varios "teólogos" "católicos", como los sacerdotes Juan Masiá Clavel y Alfonso Llano, quienes de modo impiadoso y blasfemo sostienen que la Concepción y Nacimiento milagroso de Jesús es un "mito" (esto lo sostiene literalmente Masiá), y que Jesús nació "de la relación conyugal (sexual) entre José y María (esto lo sostiene, literalmente, Alfonso Llano). Repetimos que rechazamos estas proposiciones por heréticas, blasfemas, ultrajantes, y gravemente contrarias a la Fe bimilenaria de la Iglesia, a las enseñanzas de los Papas, desde el inicio mismo de la Iglesia, y a los dogmas inalterables de la condición de María como Inmaculada Concepción, Llena de gracia y Madre de Dios, y la de Jesús como Dios Hijo en Persona que se encarna en el seno virgen de María por obra del Espíritu Santo, sin concurso alguno de varón.
         Porque el Hijo de la Virgen es Dios Hijo en Persona, María no podía no ser la Inmaculada, la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, porque Jesús, siendo Él Inmaculado, Autor de la Gracia y la Gracia Increada en sí misma, y siendo Él el Espirador del Espíritu Santo junto a su Padre Dios, no podía venir a este mundo y encarnarse en un lugar en donde no ardiera el fuego del Amor divino, el Espíritu Santo; Jesús, siendo como es, Dios del Amor santo, no podía encarnarse en un lugar mancillado por amores profanos, contaminados con amores espúreos, y por eso se encarna en un seno purísimo y limpidísimo, el seno virgen de María Santísima; Jesús, proviniendo del seno del Padre, que es más hermoso que miles de millones de Paraísos celestiales juntos, no podía venir a este mundo, “valle de lágrimas” y lugar “de tinieblas y de muerte”, como lo describe Zacarías en su cántico, tinieblas y muerte producidas por el pecado, a un lugar contaminado por el pecado, y por eso se encarna en el seno de la Madre de Dios, María Santísima, seno Inmaculado, sin la más pequeñísima mancha no ya de pecado venial, sino ni siquiera de imperfección. Para que Jesús, al venir a este valle de lágrimas, de tinieblas y de sombras de muerte, no extrañara el seno de Amor de Dios Padre, en el que fue engendrado desde la eternidad, es que Jesús viene al seno virgen de la Madre de Dios, seno en el que arde el Amor purísimo del Espíritu Santo, seno en donde es amado, en la tierra y en el tiempo, con el mismo Amor con el que Dios Padre lo ama desde la eternidad, en los cielos, de modo que al nacer, su Madre, convertida en Madre de Dios, lo amparase y cuidase, en el tiempo que durara su vida terrena, con el mismo Amor de Dios Padre, el Espíritu Santo.
            La negación de María como Madre de Dios, además de echar por tierra los dogmas ya citados, conmueve los cimientos mismos de la Iglesia, puesto que si Jesús nació como dicen estas proposiciones heréticas, entonces en la Eucaristía, que es prolongación de la Encarnación y del Nacimiento, tampoco hay intervención sobrenatural del Espíritu Santo, el cual no obraría la transubstanciación, limitándose a simplemente bendecir las ofrendas de pan y de vino, las cuales permanecerían como tales, cambiando sólo su significado, pero no su ontología: no se convertirían en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
         Como católicos, creemos y defendemos firmemente la Fe de la Iglesia, y sostenemos que María es Madre de Dios, y que fue galardonada con tan grandioso título por ser Ella la Inmaculada Concepción, la Llena de Gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, y es a Ella, como Madre amantísima, a quien contemplamos, pidiendo que haga de Madre para con nosotros, así como hizo  de Madre con el Verbo de Dios encarnado, en su paso por la tierra.
         La Virgen, Madre de Dios, cuidó de su Hijo, Dios, con el Amor del Padre, el Espíritu Santo, y este Amor se vio sobre todo en la Pasión, cuando aún sin morir, dio su vida como mártir por su Hijo, acompañándolo en el Camino del Calvario, el Via Crucis, y permaneciendo firme al pie de la Cruz, con su Corazón Inmaculado atravesado por mil espadas de dolor, contemplando al Hijo de su Amor, primero agonizar y luego morir. La Virgen, como Madre de Dios, acompañó a su Hijo desde su Encarnación, hasta su Muerte en Cruz; lo acompañó desde que ingresó en este mundo, proveniente del seno de Dios Padre, hasta que salió del mundo, muriendo en la Cruz, para regresar al seno del Padre.
         Debido a que por un designio de la Divina Misericordia, esta Madre de Dios es también real y verdaderamente Madre nuestra, porque Cristo nos la donó desde la Cruz, le pedimos a Ella que haga de Madre así como obró con su Hijo Jesús: así como lo acompañó a Él desde que fue engendrado hasta que murió, así nos acompañe y consuele a nosotros, que habitamos en este “valle de lágrimas, de tinieblas y de sombras de muerte”, todos los días de la vida, hasta nuestra muerte.
El hecho de que la Santa Madre Iglesia coloque esta Solemnidad de Santa María Madre de Dios, al inicio del año civil, no es por casualidad: es para que, al iniciar un nuevo año terreno, la Virgen nos cubra con su Manto celestial y nos libre de todo mal, en nuestro peregrinar por el tiempo hacia la eternidad.
         

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