miércoles, 2 de mayo de 2012

Los misterios de la Virgen María (XV)


La Virgen María nos enseña cómo recibir
a su Hijo Jesús en la Eucaristía


¿Cuál era el estado anímico y espiritual de la Virgen María al recibir a su Hijo en la Encarnación? Es muy importante saberlo, puesto que siendo Ella la Madre de Dios, y la que más cerca está de su Hijo, es a la vez nuestro ejemplo más preciado de cómo debemos nosotros recibir a Jesús. En otras palabras, siendo María al mismo tiempo Madre de Dios, al haberlo engendrado por el Espíritu Santo al anuncio del Arcángel Gabriel, y siendo María nuestra Madre del cielo, al habernos engendrado por el mismo Espíritu al pie de la Cruz, por pedido de Jesús –nos engendró espiritualmente como hijos al decirle Jesús a Juan: ‘He ahí a tu Madre’, porque en Juan estábamos todos representados-, María es ejemplo y modelo de cómo debemos recibir a Jesús, ante todo en la comunión eucarística.
         Por eso nos volvemos a preguntar: ¿cómo recibió María a su Hijo Jesús en la Encarnación? Y nos responde un Padre de la Iglesia del siglo II, San Justino: “La Virgen concibió a Cristo con fe y alegría”. Aquí tenemos entonces la clave de cómo debe ser nuestra comunión eucarística: con fe y con alegría, al igual que nuestra Madre del cielo, María Santísima.
         Dice así San Justino: “Él (Jesús) existía antes que el lucero de la mañana y que la luna, pero se dignó nacer tomando carne de aquella virgen de la familia de David para que por medio de esta dispensación destruyera a la serpiente que obra la maldad desde el principio y a sus ángeles que se le parecen. (…) Sabemos que nació de la Virgen como hombre, para que la desobediencia de la serpiente encontrara su destrucción por el mismo camino por el que tuvo principio. Eva era virgen e incorrupta, pero cuando concibió la palabra de la serpiente dio a luz la desobediencia y la muerte. En cambio la Virgen María concibió con fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu Santo descendería sobre Ella, y la fuerza del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo cual, lo Santo que habría de nacer de Ella sería Hijo de Dios. Ella respondió: ‘Que se haga en mí según tu palabra’” (Diálogo con Trifón, 113, 4).
         San Justino nos enseña entonces cómo debe ser nuestro estado anímico y espiritual en el momento de comulgar: con fe y con alegría, al igual que la Virgen. Fe en la Palabra de Dios, de que su Hijo se encarnó en el seno virgen de María hace más de veinte siglos, y que continúa su encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, prolongando la Encarnación en la Eucaristía para luego prolongar su Presencia en nuestras almas y corazones. Alegría, porque nada hay que llene más al corazón humano de alegría infinita, de gozo indescriptible, de dicha verdadera, de regocijo celestial, que saber no solo que Dios existe, sino que ese Dios se ha encarnado y que quiere venir a habitar en los corazones que lo reciben con fe y con amor. Al recibir a Jesús Eucaristía, recordemos entonces el estado espiritual y anímico de nuestra Madre del cielo, María Santísima, para pedirle la gracia de recibir a su Hijo, en cada comunión, con su misma fe y con su misma alegría.
         Y de esa manera, colaboraremos también a hacer menos sombrío el mundo, y más luminoso porque, al igual que la luz eterna del Verbo de Dios resplandeció en María Santísima en el momento de la Encarnación, dando fuga a las tinieblas de la serpiente, así también Jesús resplandecerá en nuestras almas y corazones, en donde no habrá lugar para la oscuridad.

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