martes, 13 de septiembre de 2011

La natividad de la Virgen María



La natividad de la Virgen María, y su Concepción Inmaculada, son, para la humanidad envuelta en las tinieblas, como la estrella luciente de la mañana, que anuncia el fin de la noche y el inicio del esplendor del día.

El nacimiento de la Virgen, que había sido profetizado ya desde el momento mismo de la caída original, anuncia, anticipa y prepara el nacimiento del Redentor de la humanidad, así como el lucero de la aurora anuncia, anticipa y prepara el alma para la contemplación del sol. María es la Estrella de la mañana que naciendo del cielo, anuncia la llegada del Día sin ocaso, del día de la eternidad de Dios; María inaugura la nueva era de la humanidad, la era caracterizada por la presencia de Dios en la historia de los hombres y por la culminación de la historia en la eternidad de Dios Trino.

El nacimiento de María representa lo opuesto al nacimiento de Adán y Eva: Adán y Eva nacieron para morir, y los que estaban destinados a darnos en herencia la vida de Dios, nos dieron en cambio la herencia de la muerte y el dolor; el nacimiento de la Virgen y de su Hijo Jesucristo representan por el contrario la alegría y la esperanza, ya que nos conceden un nuevo nacimiento, el nacimiento a la vida de hijos de Dios.

Si en la caída del inicio hubo una cooperación del hombre y de la mujer en la rebelión contra Dios y en la asociación con el Demonio, en la obra de la restauración y redención del género humano también se asocian el hombre y la mujer, pero esta vez para devolver a Dios el honor y la gloria debidos a su infinita majestad y bondad: por un lado, la mujer alcanza en la Concepción Inmaculada de María la elevación y la dignidad más alta que pueda concebirse para una criatura, humana o angélica, una elevación y una dignidad sólo superadas por su Hijo[1], que, encarnado como hombre, es el mismo Dios Eterno.

La concepción virginal de María es acorde a la dignidad del Hijo, ya que su nacimiento en el tiempo no puede estar en contradicción con su generación eterna, debe ser acorde su nacimiento en el tiempo con la sublimidad de su producción eterna. Si eternamente fue engendrado como resplandor del Padre, y su generación se realizó en el esplendor de la gloria del Padre, y si fue generado como luz de la luz, su nacimiento en el tiempo no podía ser menos digno, y así debía tener un lugar en la tierra equivalente en luz y en majestad al seno del Padre, y este era el seno Virgen de María. La concepción temporal de Cristo, realizada en el seno de María, fue un reflejo y una continuación de su generación eterna en el seno del Padre, y esto fue posible sólo por la acción de un único principio espiritual, santo y puro, proveniente de Dios, que ejerció su poder divino y celestial sobre un principio humano materno y puro, encarnado en María[2]. Porque el seno de María fue el equivalente en la tierra al seno del Padre, es que la Luz de Dios, pasó a través de su cuerpo sin mancha como un rayo de sol atraviesa un cristal, según describen los Padres el nacimiento de Cristo.

Así como cuando luego de la noche cerrada, la contemplación del nacimiento de la aurora boreal anuncia la llegada del sol, así el nacimiento de la Estrella luciente de la mañana, el Lucero de la aurora, la Virgen María, anuncia no sólo el fin de la noche y del dominio de los poderes de las tinieblas, sino ante todo el arribo del Sol de justicia, la llegada de la luz del sol y del sol en Persona, que para nosotros, en el tiempo y en el misterio sacramental, es Cristo Eucaristía.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Mariology, B. Herder Book Co., Nueva York 1946, 68.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 71.

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