lunes, 20 de diciembre de 2010

En Adviento esperamos al Mesías, así como lo esperó María


El tiempo de Adviento es tiempo de espera del Mesías; es un tiempo similar a la noche, porque se espera que llegue el Sol del nuevo día, de la eternidad de Dios.

Si es tiempo de espera del Mesías, y si es un tiempo comparable a la noche, entonces, de ambas maneras, es la Virgen María la que puede enseñarnos a esperar, porque Ella esperó su Nacimiento durante nueve meses, y porque Ella es la Estrella brillante que anuncia la llegada del Nuevo Día, el Día sin ocaso, el Día de la eternidad de Dios, el Día alumbrado por la luz eterna del Sol de justicia, Jesucristo.

María es nuestro modelo de espera en el Adviento, porque Ella, durante nueve meses, lo esperó con alegría, porque sabía que su Hijo, el Mesías, naciendo de noche, habría de alumbrar, con su luz eterna, a las almas de los hombres que vagaban perdidas en la noche del pecado y en las tinieblas del error y de la ignorancia.

María lo esperaba con alegría porque sabía que este Niño, que habría de nacer en una cueva oscura y fría, refugio de animales, venía a este mundo para llevar a vivir a todos los hombres al cielo, a las mansiones eternas del Padre, hechas de luz divina.

María esperaba con alegría al Mesías, porque sabía que su Hijo, que al nacer sería frágil, tan frágil como lo es todo niño recién nacido, con su piel delgada como un papel, era, al mismo tiempo, además de un niño frágil y desvalido, Dios omnipotente, y Todopoderoso, que venía a este mundo para vencer a los tres enemigos que mantenían esclavizada a la humanidad: el demonio, el mundo y la carne.

María esperaba con alegría al Mesías, porque sabía que este niño, que nacía en una cueva oscura, iba a alumbrar al mundo con una luz desconocida para los hombres, la luz eterna de su Ser divino, y que esta luz, que era vida, resucitaría y rescataría de la muerte a los hombres que, desde Adán y Eva, vivían en “sombra y oscuridad de muerte” (cfr. Is 9, 2).

María esperaba con alegría al Mesías, porque sabía que este niño, que venía desprotegido y desvalido en la plenitud de los tiempos, habría de venir al fin de los tiempos, con gran poder y gloria, a juzgar a los hombres.

María esperaba con alegría al Mesías, porque sabía que este Niño, que habría de ser condenado y juzgado por los reinos de este mundo, traería para los hombres un Reino celestial, un Reino de justicia, de paz, de amor fraternal entre los hombres.

María “guardaba todas estas cosas en el corazón” (cfr. Lc 2, 19), y esperaba con gran alegría la Llegada del Mesías, el Nacimiento de su Hijo.

Con esa misma espera, con esa misma alegría de María, espera la Iglesia en Adviento la Llegada del Mesías para Navidad.

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