lunes, 20 de septiembre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "La iluminación"


En el icono “La Iluminación”, la Madre de Dios y el Niño pre-eterno están rodeados de ángeles celestiales, y en el trasfondo se muestra lo que sería el portal de entrada al Paraíso, a cuyos pies se ve la Jerusalén Celestial en forma de miniatura. Las figuras de la Virgen María y de Jesucristo están cubiertas hasta más arriba de los hombros con una capa acampanada, lo cual es un símbolo de glorificación.

Sobre el borde superior del portal hay lámparas ardientes, y en las manos de los ángeles, que están sentados en nubes, hay cirios encendidos que simbolizan la luz de la Verdad y de la gracia. El simbolismo del icono hace referencia a un aspecto central del cristianismo: el Sacrificio redentor de Jesucristo, por medio del cual El abrió para la humanidad las puertas del Cielo que dan ingreso a la Jerusalén celestial.

El icono se llama “La iluminación”, y todo su simbolismo y su significado giran en torno a la luz; por lo tanto, para rezar con él deberemos ver el significado bíblico y teológico de la luz. La luz es, ante todo, un símbolo de la divinidad, puesto que la naturaleza de Dios es una naturaleza luminosa. El mismo lo dice en la Sagrada Escritura: “Yo Soy la luz del mundo” (cf. Jn 8, 12). Destaca en este icono la posición central del Niño pre-eterno como luz: El es la luz que en el Cielo alumbra a los espíritus bienaventurados, puesto que El es “la lámpara de la Jerusalén celestial” (cf. Ap 21, 23), y es por esto que en la imagen aparece la Jerusalén de los cielos. Lo que se quiere destacar es que en el Cielo los ángeles y los santos no son iluminados ni por la luz eléctrica ni por la del Sol, sino por la luz que irradia el Ser divino de Dios Uno y Trino: la Jerusalén celestial es alumbrada por el luminoso Ser divino del Niño pre-eterno que aparece en brazos de su Madre.

Pero la luz de Cristo no solo ilumina la Jerusalén celestial y a los habitantes del Cielo, sino que traspasa el mundo celeste y llega hasta la tierra, y esto también está simbolizado en el icono: los cirios encendidos sostenidos por los ángeles simbolizan la luz de la Verdad revelada por Cristo –“Yo Soy la Verdad” (cf. Jn 14, 6-9) – y también la luz de la gracia donada por El a través de los sacramentos de la Iglesia; de esta manera, las almas de los bautizados que aún peregrinan en el tiempo y en la tierra son iluminadas con estas dos luces, cuya fuente es el Niño pre-eterno que descansa en brazos de su Madre.

Las luces sostenidas por los ángeles simbolizan entonces lo siguiente: Cristo, Dios Luz –“Dios de Dios, Luz de Luz”, rezamos en el Credo- ilumina las mentes no sólo con el esplendor de la Verdad revelada -la cual se manifiesta en el asombroso conjunto de dogmas que sin mancha alguna de error constituyen la fe de la Iglesia-, sino que además infunde con la Gracia santificante la luz de su semblante al alma que peregrina en esta tierra, y así aquélla se ve iluminada y glorificada por esa luz.

Con esto se quiere significar que la iluminación que brota del Niño abarca dos universos: el visible, que representa lo terrenal, en donde se desenvuelve la Iglesia Militante, y el invisible, que representa lo celestial y angélico, en donde ya se encuentra la Iglesia Triunfante. La Jerusalén del Cielo y la Iglesia Militante en la tierra son ambas iluminadas por una misma fuente de luz divina: el ser divino del Niño pre-eterno.

Por lo tanto, en el icono, Cristo es el Sol de Justicia, alrededor del cual giran los espíritus terrestres y celestes; sí, El es la Luz eterna e indefectible, fuera de El solo hay tinieblas y oscuridad.

Otro detalle que aparece en el icono, y con el cual también podemos rezar, se refiere a la Virgen María: la Madre de Dios está estrechamente asociada a la iluminación que de las almas en la tierra y de los ángeles y santos en el Cielo hace Jesús: es Ella la que lo sostiene entre sus brazos. Es del ser divino del Niño de donde brota esta luz, y es alrededor de esta luz que los espíritus bienaventurados giran, y hacia ella tienden, para ser todos penetrados y glorificados, mientras que en la tierra, también las almas de los bautizados giran en torno a Jesucristo, puesto que El las santifica y las ilumina con su gracia; y también giran en torno a su Madre, desde el momento en que Ella, que también recibe de su Hijo la luz, está indisolublemente unida a El.

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