Al contemplar la imagen de
Nuestra Señora de la Eucaristía, podemos constatar lo siguiente: la Virgen está
de pie, con el Niño en brazos. No se encuentra estática, sino en movimiento;
está en el momento en el que alguien da un paso hacia adelante, para dirigirse
al interlocutor. Además, su gesto es el de toda madre que, orgullosa de su
hijo, lo acerca al interlocutor para que éste pueda alegrarse por el niño,
felicitar a la madre y, si fuera posible, cargarlo en brazos por un momento. Nuestra
Señora de la Eucaristía se encuentra en este gesto, en el gesto de dar un paso
hacia adelante, para entregar al Niño en los brazos de quien está enfrente
suyo. Es decir, la Virgen de la Eucaristía nos está dando a su Niño, que es el
Niño Dios, para que nosotros nos gocemos y alegremos con la Presencia del Niño.
El Niño Dios viene a nosotros no de cualquier manera, sino a través de la
Virgen de la Eucaristía. Otro gesto a destacar en la imagen de la Virgen son
sus manos: mientras con una sostiene a su Niño –con esto nos da una idea de la
fortaleza de la Virgen, que sostiene al Niño Dios y al mismo tiempo, la
confianza y el Amor que Dios le tiene a la Virgen de la Eucaristía-, con la
otra mano, lo señala, indicándonos a nosotros, que es a su Hijo Jesús a quien
debemos acudir, para adorarlo.
A su vez, el Niño porta entre sus brazos un racimo de
uvas, las cuales las lleva ayudado por su Madre y cuya intención es
convidarnos, para que nos sirvamos de ellas cuando tengamos al Niño. Entonces,
la Virgen nos da el Cuerpo de su Hijo Jesús y su Hijo Jesús nos entrega las
uvas que, hechas vino, se convierten en su Sangre en la Santa Misa. A través de
la imagen de la Virgen de la Eucaristía, recibimos el Cuerpo y la Sangre de
Jesús, el Hijo de Dios, es decir, recibimos la Eucaristía.
Ahora bien, hay un paralelismo entre Nuestra Señora de la
Eucaristía y la Iglesia: así como la Virgen nos da a su Niño, que es el fruto
de sus entrañas virginales, así la Iglesia nos da la Eucaristía, que es el
fruto de sus entrañas virginales, el altar eucarístico.
Entonces, así como acudiríamos con amor a recibir al Niño
que nos da la Virgen, así debemos ir, con el alma en gracia y el corazón lleno del mismo amor, a comulgar, para recibir la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de
Jesús.