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martes, 30 de octubre de 2018

La Virgen de la Eucaristía nos entrega al Niño, la Iglesia nos entrega la Eucaristía



         Al contemplar la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, podemos constatar lo siguiente: la Virgen está de pie, con el Niño en brazos. No se encuentra estática, sino en movimiento; está en el momento en el que alguien da un paso hacia adelante, para dirigirse al interlocutor. Además, su gesto es el de toda madre que, orgullosa de su hijo, lo acerca al interlocutor para que éste pueda alegrarse por el niño, felicitar a la madre y, si fuera posible, cargarlo en brazos por un momento. Nuestra Señora de la Eucaristía se encuentra en este gesto, en el gesto de dar un paso hacia adelante, para entregar al Niño en los brazos de quien está enfrente suyo. Es decir, la Virgen de la Eucaristía nos está dando a su Niño, que es el Niño Dios, para que nosotros nos gocemos y alegremos con la Presencia del Niño. El Niño Dios viene a nosotros no de cualquier manera, sino a través de la Virgen de la Eucaristía. Otro gesto a destacar en la imagen de la Virgen son sus manos: mientras con una sostiene a su Niño –con esto nos da una idea de la fortaleza de la Virgen, que sostiene al Niño Dios y al mismo tiempo, la confianza y el Amor que Dios le tiene a la Virgen de la Eucaristía-, con la otra mano, lo señala, indicándonos a nosotros, que es a su Hijo Jesús a quien debemos acudir, para adorarlo.
A su vez, el Niño porta entre sus brazos un racimo de uvas, las cuales las lleva ayudado por su Madre y cuya intención es convidarnos, para que nos sirvamos de ellas cuando tengamos al Niño. Entonces, la Virgen nos da el Cuerpo de su Hijo Jesús y su Hijo Jesús nos entrega las uvas que, hechas vino, se convierten en su Sangre en la Santa Misa. A través de la imagen de la Virgen de la Eucaristía, recibimos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Hijo de Dios, es decir, recibimos la Eucaristía.
Ahora bien, hay un paralelismo entre Nuestra Señora de la Eucaristía y la Iglesia: así como la Virgen nos da a su Niño, que es el fruto de sus entrañas virginales, así la Iglesia nos da la Eucaristía, que es el fruto de sus entrañas virginales, el altar eucarístico.
Entonces, así como acudiríamos con amor a recibir al Niño que nos da la Virgen, así debemos ir, con el alma en gracia y el corazón lleno del mismo amor, a comulgar, para recibir la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

sábado, 20 de octubre de 2018

Nuestra Señora del Rosario de Andacollo y la verdadera riqueza del hombre



         ¿Cuál es el origen de la devoción de Nuestra Señora de Andacollo? El origen es el siguiente, según lo describe un autor en un libro[1]: “Cierta noche, un indio viejo dormía, con aquel sueño pesado del que ha trabajado sin descanso durante el día, en una de las catas de su amo. Cuando notó que la mina se había iluminado súbitamente, y que la luz aumentaba en intensidad. A poco, un punto más luminoso, que parecía el foco de aquella clara y dulce luz, principió a cambiar de forma, a tomar consistencia material, a delinearse algo que parecía un objeto flotante, una cosa impalpable. Enseguida, oyó clara y distintamente, una vaga pero comprensible voz que le dijo: “Existe una gran riqueza a pocos pasos de ti. Busca entre los peñascos más altos que se encuentran en la planicie que se extiende sobre tu cabeza. ¡Anda Collo!”. Cesó la voz y la luz se extinguió. A la noche siguiente, se volvió a renovar la visión, y la misma voz dijo: “Tuyas serán las riquezas. ¡Anda, anda, Collo!”. Preocupado en exceso, dio cuenta a su amo de lo que había visto y oído. El español, en relación al indio, no vio otra cosa que el logro providencial de sus deseos: “¡Anda y descubre esa riqueza, pero como te vengas con las manos vacías te he de cortar las orejas!”. El indio Collo partió, en compañía de algunos familiares, y al desgajarse un gran pedazo movedizo apareció, medio oculta, una pequeña estatua de madera toscamente labrada, de tez morena de gracioso rostro. Este es, pues, según la tradición que no se apoya en documento alguno, el origen de la Virgen de Andacollo”[2].
El origen, entonces, es una luz que se le aparece a un indígena en Chile y le dice que busque en la mina de plata, que allí encontrará “una gran riqueza” que “será suya”. El indígena va a buscar y lo que encuentra es una imagen de la Virgen con el Niño. Ahora bien, puesto que se encontraba en una mina de plata, el indio podría haber pensado que la luz le decía que su riqueza era la mina de plata, pero no es así: en vez de plata encuentra algo que, en relación a la plata, es tan valioso, que hace que la plata parezca arena y el oro barro: encuentra una hermosísima imagen de la Virgen y del Niño Dios, que a partir de entonces, se pasa a llamar “Nuestra Señora del Rosario de Andacollo”. Junto con la imagen, el indígena encuentra la verdadera Fe, la Fe en la Virgen Santísima y en su Hijo, el Redentor del mundo y es en esta fe en donde radica la “gran riqueza” que la luz le había dicho que iba a encontrar.
La luz tenía razón, porque si le hubiera dicho que su riqueza era la plata o el oro, lo habría estado engañando, porque esas cosas no constituyen la verdadera riqueza para el hombre. Si el hombre hubiera encontrado plata, oro o cobre, no habría sido del Cielo la aparición, sino del Infierno, porque es el Demonio el que hace creer al hombre, falsamente, que su riqueza es el dinero, el oro y la plata. Pero como encontró una imagen de la Virgen y el Niño, que constituyen la verdadera y única riqueza para el hombre, entonces la aparición es del cielo. La verdadera y única riqueza, que hace verdaderamente rico y feliz al hombre, es la Santa Fe en Nuestro Señor Jesucristo, Redentor y Salvador de los hombres y en su Santísima Madre, la Virgen María.
Lo que la luz del cielo le dice al indígena, nos lo dice también a nosotros: “Existe una gran riqueza a pocos pasos de ti. Busca entre los peñascos más altos que se encuentran en la planicie que se extiende sobre tu cabeza. ¡Anda Collo!”. La “gran riqueza” que está “a pocos pasos nuestros” es Nuestro Señor Jesucristo, Presente en Persona en la Eucaristía y está a pocos pasos nuestros, porque Él está, ante nuestros ojos, sobre el altar eucarístico y nos separan pocos pasos para comulgar y hacer nuestra esa riqueza incomparable. Pero para poder acceder a esa riqueza, debemos tener el alma limpia y pura por la gracia. Entonces, lo que tenemos que hacer es, primero, entender que nuestra riqueza es Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía; luego, que para poder acceder a este tesoro, que vale más que toda la plata y el oro del mundo, es necesaria la Confesión Sacramental, para recibir a Jesús Eucaristía con un alma pura y en gracia. Pidámosle a Nuestra Señora de Andacollo la gracia de poder confesarnos sacramentalmente, para hacer nuestro nuestra gran riqueza, Jesús Eucaristía.


[1] Manuel Concha, en su libro Tradiciones Serenenses, escribe sobre el hallazgo.

viernes, 12 de octubre de 2018

Nuestra Señora del Pilar y la perseverancia en la fe católica hasta el fin de los tiempos



En una fiesta mariana tan trascendente como la de Nuestra Señora del Pilar, es necesario reflexionar acerca de dos preguntas: ¿cuál es el origen de la devoción del Pilar? ¿Cuál es el fin de la devoción a Nuestra Señora del Pilar?
Con relación al origen, hay que decir que su origen es sobrenatural, celestial, suprahumano y fue así: estando el Apóstol Santiago misionando en Hispania, llegado cierto momento y frente a la dureza de corazón de los nativos del lugar, sufrió un momentáneo desaliento, por lo que clamó al cielo por consuelo. En ese mismo instante y como demostrando la Virgen que es una Madre que está pronta al llamado de sus hijos predilectos, se apareció en el lugar en donde estaba el Apóstol, transportada por una legión de ángeles; en tanto, otro grupo de ángeles, llevaba el Pilar. Hay que acotar que no se trata de una aparición de la Virgen, sino de una traslación o una bilocación, pues la Virgen, en el momento en que sucedieron estos hechos en torno al Pilar, todavía no había sido Asunta en cuerpo y alma a los cielos, sino que vivía todavía en Jerusalén[1]. Con su visita, la Virgen no solo dio su consuelo maternal al Apóstol Santiago, sino que extendió ese consuelo a todos sus hijos, de todos los tiempos, que de ahora en adelante habrían de honrarla a Ella y adorar a su Hijo en el Pilar, con una fe tan robusta como el mismo Pilar. En efecto, el Pilar –de mármol y de origen celestial- simboliza la fe del católico, fe que es infundida en el Bautismo sacramental y que cada católico debe encargarse de conservarla y acrecentarla y que, por la gracia de Dios, se vuelve tan robusta y fuerte como el Pilar.
Con relación al fin de la devoción, hay que buscarlo en la promesa de la Virgen al Apóstol Santiago, al hacerle entrega del Pilar: la Virgen le prometió al Apóstol Santiago que en España no se perdería la fe católica y que esta fe católica se conservaría aun en los últimos tiempos, antes del Juicio Final, tiempos en los que se caracterizarían precisamente por un enfriamiento general de la fe y de la caridad, manifestadas por la apostasía masiva y la malicia, que campeará libre por el mundo. La promesa del Pilar implica entonces que España habrá de conservar la Santa Fe Católica, la Fe según la cual los católicos creemos que la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo, encarnándose en el seno de la Virgen Madre, asumió en su Persona divina, hipostáticamente, a la naturaleza humana, para nacer virginalmente del seno de María Purísima como el Niño Dios, a fin de ofrecerse en el Santo Sacrificio de la Cruz, perpetuado en la Santa Misa, para la salvación de los hombres. Ahora bien, puesto que los países de Hispanoamérica somos hijos de España y nos encontramos bajo la protección maternal de Nuestra Señora del Pilar[2], podemos considerarnos parte integrante de España, ya que España es nuestra Madre Patria, con lo cual, la promesa de que la fe se mantendría hasta el fin de los tiempos en España, se haría extensiva a Hispanoamérica toda.
El continente americano fue descubierto por los españoles el 12 de octubre de 1492, el mismo día en que en España se celebraba la fiesta de Nuestra Señora del Pilar[3], constituyendo el inicio de la más grandiosa empresa jamás realizada por nación alguna sobre la tierra, la conquista y evangelización de todo un continente para el Rey de reyes y Señor de señores, Cristo Jesús. La llegada de los españoles al continente americano, en el mismo día en que se conmemoraba a Nuestra Señora del Pilar, es un consuelo para los católicos, así como fue un consuelo la aparición de la Virgen al Apóstol Santiago, porque significa que la conquista y evangelización del continente americano no fue obra de hombres, sino que la mismísima Trinidad y la Virgen Santísima estuvieron al mando de las naves que llegaron a esta tierra trayendo la Santa Cruz de Jesucristo. Y constituye el Pilar un consuelo para los católicos del siglo XXI, siglo caracterizado por el resurgimiento, como antes nunca, del paganismo pre-hispánico, manifestado en el incremento exponencial de devociones demoníacas como la Santa Muerte, además de la difusión de la religión del Anticristo, la Nueva Era, por todo el continente americano, religión cuyo componente esencial es el ocultismo, el satanismo, la wicca o brujería moderna, la brujería antigua y todo tipo de artes oscuras, puesto que el fin declarado de la Nueva Era es la consagración luciferina de la humanidad al Ángel caído. A esto se le agrega el surgimiento del comunismo, como religión atea y satanista disfrazada de ideología política, que domina por la fuerza, el hambre y la muerte a pueblos enteros, con una fuerza también renovada y pocas veces vista en la historia. Por todo esto, si el desconsuelo quiere ganarnos la partida, ante la vista de la devastación moral, espiritual, religiosa y social que amenaza a Hispanoamérica, los hijos de España consideramos las palabras de la Santísima Virgen dichas a Santiago Apóstol, como dichas a nosotros mismos, en nuestro aquí y ahora: “La Santa Fe Católica no se perderá, ni en España ni en Hispanoamérica y perdurará en los corazones de los que aman a Dios en espíritu y en verdad, hasta el fin de los tiempos”.



[2] “Fue en el siglo XVIII cuando se nombró a la Virgen del Pilar como patrona de todos los pueblos Hispanoamericanos”; cfr. https://www.aciprensa.com/noticias/conoces-el-origen-de-la-virgen-del-pilar-53685
[3] Cfr. Autor Anónimo, Elogio de la Virgen del Pilar; cfr. Oficio de Lectura de la Fiesta de la Virgen del Pilar, Segunda lectura.

sábado, 6 de octubre de 2018

El Rosario de la Virgen y el Triunfo de Lepanto



         ¿Cuál fue el origen de la fiesta de Nuestra Señora del Rosario? Es necesario siempre recordar la historia, porque quien olvida la Historia, está condenado a repetir los errores del pasado. Además, en este caso, el ejemplo de lo que ocurrió es válido no solo para el ayer, sino para el hoy y para el futuro, es decir, es válido para todo tiempo. La fiesta se originó en ocasión de un gravísimo peligro para la Cristiandad –en la época en que sucedió, todas las gentes eran católicas, desde los reyes hasta los súbditos más humildes: una gran invasión islámica estaba en marcha y amenazaba con destruir Europa y la Iglesia toda. Es decir, Europa y con ella toda la cristiandad se encontraba en grave peligro debido a una grave amenaza de invasión por parte del Islam[1]. Los islamistas se habían preparado militarmente y habían formado un ejército que superaba varias veces, en número y poder, al de los ejércitos cristianos. Sabemos que el Islam, cuando es mayoría en un país, prohíbe el catolicismo, el culto público y la construcción de Iglesias, además de encarcelar, torturar y matar a todo aquel que no se convierta la Islamismo. Mucho antes del año 1570, año en que se produjo el prodigio que originó la fiesta de Nuestra Señora del Rosario –aún más, desde el inicio de su existencia, con Mahoma-, los musulmanes habían tomado la decisión de invadir Europa y para ello habían reunido un ejército muy poderoso. En su avance, llegaron a usurpar numerosos lugares cristianos: Tierra Santa, Constantinopla, Grecia, Albania, África del Norte y gran parte de España. Como ya dijimos, cuando el Islam comienza a ser mayoría en un lugar, hizo que desapareciera la Iglesia y el culto público en esas extensas regiones que llegó a conquistar: los católicos eran perseguidos y hubo muchos mártires que derramaron su sangre por permanecer fieles a Jesucristo y su Iglesia, además, muchas diócesis desaparecieron completamente y la gran mayoría de las Iglesias fueron destruidas. A quien se lo encontrara con un crucifijo o con una Biblia, le esperaba la muerte. Ahora bien, los católicos de España no se quedaron cruzados de brazos y, bajo el Patrocinio de Nuestra Señora de Covadonga y después de 700 años de dominio del Islam y de lucha por la reconquista, España pudo librarse del dominio musulmán, expulsándolos de su tierra. Esa lucha comenzó a los pies de la Virgen de Covadonga y culminó con la conquista de Granada, cuando los reyes católicos, Fernando e Isabel, pudieron definitivamente expulsar a los moros de la península en el 1492. En ese mismo año ocurre el descubrimiento de América y la fe se comienza a propagar en el nuevo continente.
Ahora bien, el Islam nunca dejó de planificar y preparar el asalto a la Europa cristiana y a pesar de haber sido expulsados de España, se dispusieron a invadir Europa, para lo cual reunieron, como dijimos, un enorme ejército. Sucedió que tiempo más tarde, en tiempos en que reinaba el Santo Padre Pío V (1566 - 1572), los musulmanes controlaban el Mar Mediterráneo y preparaban la invasión de la Europa cristiana, para arrasar con ella. A pesar del peligro inminente, los reyes católicos de Europa no lograban unirse entre sí y en vez de unir fuerzas, cada uno pretendía sacar ventaja para su propio bando. Por esa razón, sus ejércitos también estaban divididos. El Papa pidió a los reyes católicos de Europa pero no le prestaron mucha atención hasta el momento en que la invasión ya era inminente.
Además de convocar a los reyes católicos para la lucha armada, el Santo Padre convocó, a toda la cristiandad, el 17 de septiembre de 1569, a la lucha espiritual: pidió que todos los católicos rezaran el Santo Rosario. Finalmente, el 7 de octubre de 1571 se encontraron las dos flotas, la cristiana y la musulmana, en el Golfo de Corinto, cerca de la ciudad griega de Lepanto, combatiendo la batalla del mismo nombre, por lo que en la historia se la conoce como “Batalla de Lepanto”. La flota cristiana, compuesta de soldados de los Estados Papales, de Venecia, Génova y España y comandada por Don Juan de Austria entró en batalla contra un enemigo muy superior en número y buques de guerra. Se jugaba el destino de la Europa cristiana. Antes del ataque, las tropas cristianas rezaron el Santo Rosario con mucha devoción. La batalla de Lepanto duró hasta altas horas de la tarde pero, al final, los cristianos resultaron victoriosos.
Mientras la batalla transcurría, en Roma el Papa recitaba el Rosario en su capilla. En un momento determinado, el Papa salió de su capilla y, por inspiración divina, anunció a todos los presentes y con gran calma que la Santísima Virgen le había concedido la victoria a los cristianos. Puesto que en ese entonces las comunicaciones eran muy lentas, Europa supo del éxito que había anunciado el Santo Padre recién semanas más tarde, cuando llegó finalmente el mensaje de la victoria de parte de Don Juan de Austria. El General del ejército católico, Don Juan de Austria, al igual que el Papa, atribuyó desde un principio el triunfo de los cristianos frente a la poderosa flota musulmana, gracias a la todavía más poderosa intercesión de Nuestra Señora del Rosario. Agradecido con Nuestra Madre, el Papa Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias y agregó a las Letanía de la Santísima Virgen el título de “Auxilio de los Cristianos”. Más adelante, el Papa Gregorio III cambió el nombre de la fiesta a la de Nuestra Señora del Rosario. Éste fue el origen de la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.
Ahora bien, en nuestros días, los cristianos -además de estar también amenazados por el Islam, al igual que los cristianos de antaño, porque están invadiendo solapadamente el continente europeo, al punto de haber creado zonas prohibidas para los no islamistas en pleno territorio europeo- nos encontramos bajo la amenaza de peligros infinitamente mayores que el Islam: los cristianos nos encontramos amenazados por múltiples peligros: el materialismo, el hedonismo, el socialismo comunista que niega a Dios, el ateísmo, el ocultismo, el satanismo –que cada día se vuelve más y más insolente en sus provocaciones públicas-, la práctica de la brujería, de la religión wicca, las sectas –que han crecido en números astronómicos-; otros peligros que nos acechan son: el aborto, la eutanasia, la ideología de género, la Educación Sexual Integra –ESI, que es perversión de la niñez disfrazada de educación sexual- y muchos otros peligros.
Decíamos que conocer la Historia era necesario para no repetir los errores del pasado y para aprender de los buenos ejemplos. En este caso, así como el Santo Padre Pío V llamó a la lucha espiritual, convocando a rezar el Rosario y por medio del Rosario obtuvo la victoria cristiana contra los enemigos mahometanos, así también con el rezo del Santo Rosario, los cristianos podemos triunfar sobre todos los peligros y sobre todas las fuerzas del mal, aun cuando estas parezcan invencibles, porque por el Rosario invocamos a la Madre de Dios, Aquella Mujer del Génesis que, con el poder de Dios, aplastó la cabeza del Dragón infernal. Hagamos entonces el propósito de rezar el Rosario para derrotar para siempre a las múltiples amenazas con las que el mal quiere vencernos.

Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás: el Santo Rosario es el arma a la cual le teme el enemigo



En un mensaje, la vidente tiene una visión sobre la Santísima  y el Rosario: “Veo una enorme corona de  Rosarios blancos. Veo a la Santísima Virgen y me dice: Ves esta corona, porque esto es lo que deseo que hagáis, una verdadera corona de rosarios. Oración, hija mía, oración, ¡cuántas bocas permanecen aún calladas!, sin conocer siquiera una oración que los acerque al Señor. El Santo Rosario es el arma a la cual le teme el enemigo, es también el refugio de los que buscan alivio a sus pesares y es la puerta para entrar en mi corazón. Gloria al Señor, por la Luz que da al mundo” [1].
“Deseo que hagáis una verdadera corona de Rosarios”: la Virgen quiere que recemos, no uno, sino muchos Rosarios. El Rosario es una corona de rosas espirituales que le damos a la Virgen: Ella quiere muchas coronas de rosas espirituales y para eso tenemos que rezar muchos Rosarios.
“Oración, hija mía, oración, ¡cuántas bocas permanecen aún calladas!”: la Virgen insiste con la oración, porque la oración es al alma lo que la respiración y la alimentación al cuerpo. Así como el cuerpo no puede vivir sin respirar y sin alimentarse, así el alma no puede vivir sin la oración. Y sin embargo, dice la Virgen que “muchas bocas permanecen calladas” y esto es así, porque muchos hablan de cosas mundanas, todo el tiempo –economía, política, fútbol, espectáculos-, pero son muy pocos los que abren la boca para rezar, para dirigir sus mentes y sus corazones a Dios Nuestro Señor. Lo que importa en esta vida es salvar el alma y son muchas las almas que están mudas frente a las cosas de Dios, pero hablan permanentemente de las cosas del mundo. Hay que hacer al revés: hablar menos de las cosas del mundo y hablar más con Dios y con Dios se habla por medio de la oración y dentro de las oraciones, la más apreciada por la Virgen es el Rosario. La Virgen dice que muchos no conocen ni siquiera “una oración que los acerque al Señor” y esto sucede porque están atrapados por el engaño de este mundo, que los lleva a despreciar las cosas del Cielo y a pensar solo en esta tierra y este mundo, y esta tierra y este mundo pasan pronto y luego viene el Juicio Particular y la vida eterna, el Cielo o el Infierno, y es para prepararnos para ese Juicio Particular, que tenemos necesidad de orar sin descanso.
“El Santo Rosario es el arma que más teme el enemigo”: el Demonio tiembla ante el Santo Rosario, porque con él invocamos la presencia y la protección de la Santísima Virgen, a la cual Dios le ha dado el poder de aplastarle la cabeza. Si el Demonio ha tomado posesión de la gran mayoría de niños y jóvenes en nuestros días, es porque no hay nadie o casi nadie que rece el Santo Rosario, dejándole libre el campo de acción y permitiendo que coseche almas de niños y jóvenes todos los días.
“Es el refugio de los que buscan alivio a sus pesares y es la puerta para entrar en mi Corazón”: por el Santo Rosario, la Virgen nos concede las gracias que necesitamos para que nuestros pesares y nuestras tribulaciones sean aliviadas y sin embargo, ¡cuán pocos son los que rezan el Rosario! Y cuando enfrentan una dificultad, en vez de acudir a Dios, acuden a los magos, a los brujos, a los hechiceros, a los enemigos de Dios y las almas, que solo dolor y pesar les provocarán, en vez de acudir a Dios por medio del Santo Rosario y así obtener alivio.
“Gloria al Señor, por la Luz que da al mundo”: los mensajes de la Virgen son haces de luz celestial que iluminan este mundo sumergido en “tinieblas y sombras de muerte”. Pero está en cada uno seguir ese rayo de luz o bien quedarse sumergido en las tinieblas. En nuestros días, la gran mayoría prefiere quedarse en medio de las tinieblas, porque no rezan el Rosario y quienes esto hacen, lo lamentarán cuando ya sea demasiado tarde.



jueves, 4 de octubre de 2018

Por qué el Rosario es la mejor oración después de la Misa y la Adoración Eucarística



         Porque al rezar el Ave María, le recordamos a la Virgen el Anuncio del Ángel, la noticia más hermosa que jamás Ella haya escuchado, y así le renovamos la alegría que Ella experimentó al enterarse ese día que iba a ser Madre de Dios;
         Porque la saludamos del modo más cariñoso posible, un saludo que es a la vez el más grandioso y majestuoso que jamás se pueda dar a creatura alguna, la saludamos dándole la dignidad que posee, “Llena de gracia”, lo que la hace más grande y majestuosa que todos los ángeles y santos juntos;
         Porque le recordamos el día en el que Ella comenzó a ser Madre de Dios, luego de dar su “Sí” a la voluntad de Dios anunciada por el Ángel y además, la tratamos como lo que es, como nuestra Madre celestial, encomendándonos a su amor y protección maternal;
         Porque nos encomendamos a Ella para vivir en estado de gracia, ahora, en el momento actual, y en el momento de la muerte, es decir, al pasar a la vida eterna, lo cual quiere decir que ponemos en sus manos maternales nuestra vida presente y la vida eterna;
         Porque delante de Ella, que es la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia –por ser la Elegida por Dios para ser Madre de Dios y Virgen al mismo tiempo- nos reconocemos pecadores y, por lo tanto, necesitados en todo momento de su amor maternal;
         Porque haciendo así, le damos la oportunidad de que Ella ejerza el oficio que ejerció a la perfección con su Hijo Jesús y es el de ser Madre, porque nosotros somos sus hijos adoptivos y Ella es nuestra Madre celestial;
         Porque al rezar el Padre Nuestro en cada misterio, nos encomendamos a Dios Padre, pidiéndole que se haga su voluntad, santificamos su nombre, le pedimos el pan material y espiritual de cada día y le pedimos que nos libre del mal y todo esto lo hacemos a través de la Virgen, con lo cual estamos más que seguros que Dios habrá de escucharnos y darnos lo que le pedimos, porque Dios Padre no le niega nada a su Hija predilecta, la Virgen;
Porque al rezar las Ave Marías, le damos el tiempo a la Virgen para que Ella, Divina Alfarera, modele nuestros corazones, convirtiéndolos, por la gracia del Espíritu Santo, en imágenes vivientes de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
Porque por el rezo del Santo Rosario, la Virgen nos hace contemplar, desde su Corazón Inmaculado, las escenas de la Vida de su Hijo Jesús, para que nosotros, meditando en ellas, las vivamos luego en nuestra vida cotidiana.
Porque al pedir por la conversión de los pecadores y por las Almas del Purgatorio, obtenemos efectivamente que muchos hijos de la Virgen, que estaban alejados de Ella por el pecado, vuelva a su seno maternal, además de obtener la salida del Purgatorio de innumerables almas del Purgatorio, las que al llegar al Cielo, se convertirán en nuestras intercesoras más fieles ante el Trono de Dios.
Porque obtenemos tantas gracias del Corazón Inmaculado de María, que si pudiéramos verla con los ojos del cuerpo, moriríamos de la alegría.
Por estas, y por otras razones más, el Santo Rosario es, después de la Santa Misa y de la Adoración Eucarística, la mejor oración que un católico pueda rezar en esta vida.

Qué sucede cuando rezamos el Rosario



         Cuando rezamos el Rosario, suceden muchas cosas invisibles e insensibles, pero reales. Por ejemplo, desfilan ante nuestros ojos los misterios de la vida de Jesús, para que los contemplemos, meditemos en ellos y luego los llevemos a la práctica en la vida cotidiana. Esta tarea de contemplar y meditar la hacemos nosotros, ayudados por la gracia, pero en el Santo Rosario también actúa, de manera imperceptible pero real, la mismísima Virgen en Persona: por un lado, Ella nos presta su Corazón, para que desde allí recemos, con lo cual nuestra oración obtiene muchísima mayor eficacia que si la rezáramos por nosotros mismos, porque desde el Corazón de la Virgen la oración alcanza del modo más veloz y eficaz el Corazón de su Hijo. Por otro lado, la Virgen también obra de otra manera: además de inspirarnos buenos deseos de imitar a su Hijo, la Virgen va configurando nuestros corazones, así como el alfarero configura y le da forma a la arcilla. Es decir, la Virgen se comporta como la Divina Alfarera, que va modelando nuestros corazones de piedra y los va convirtiendo en corazones que son similares a los Corazones de Jesús y de María. Así, el que reza el Rosario con frecuencia, con devoción, con amor a la Virgen, experimentará que su corazón, de carnal, humano y mundano que era, se va convirtiendo, poco a poco, en un corazón que tiene otros sentimientos, que no son los sentimientos carnales, humanos y mundanos, sino que son los sentimientos del Corazón de Cristo y son también los sentimientos del Corazón de la Virgen y esto porque la Virgen va configurando nuestros corazones y los va convirtiendo en copias vivientes del Corazón de Jesús y del suyo propio. Entonces, rezar el Rosario no es rezar solamente para pedir y tampoco es para que simplemente seamos personas buenas: es para contemplar los misterios de la vida de Jesús, para que así seamos santos y es para que nuestros corazones sean como los Corazones de Jesús y María. Por todo esto, si rezamos el Santo Rosario diariamente, tendremos la vida de Jesús en nuestros corazones y tendremos en germen, ya desde esta vida, la vida eterna, con lo cual podremos ayudar a nuestros hermanos a llevar sus cruces y también a alcanzar la vida eterna junto con nosotros.

martes, 2 de octubre de 2018

Una razón para rezar el Santo Rosario



         Cuando se mira con ojos humanos y sin fe católica, el Rosario aparece como una oración “aburrida”, “mecánica”, “repetitiva”, “que no me dice nada”. Pero cuando se la reza con fe católica es, junto a la Eucaristía, el responsable de los más grandes crecimientos espirituales y de vida interior para el alma.
         Rezar el Rosario no es repetir mecánicamente las Ave Marías; no es repetir oraciones mirando al vacío; no es rezar apurados, esperando que termine una oración “aburrida”. Rezar el Rosario es introducirnos, por la gracia y por la fe, en el Corazón Inmaculado de María y es rezar, con el espíritu y el amor de María, desde su propio corazón. Lejos de ser una oración que se rece mirando al vacío, cada misterio del Rosario, para ser bien rezado, implica un verdadero esfuerzo del alma pues el alma debe no solo enunciar, sino contemplar el misterio del Santo Rosario que se ha enunciado. Y como el misterio se refiere a un episodio de la vida de Jesús –vida en la que aparecen también la Virgen y San José-, rezar el Rosario implicar contemplar y meditar acerca de los misterios de la vida de Jesús. Y se meditan y contemplan los misterios de la vida de Jesús, para que no solo los imitemos, sino para que participemos de ellos. De esta manera, el rezo del Rosario implica una actitud verdaderamente dinámica por parte del alma, porque se debe realizar un verdadero esfuerzo espiritual para meditar y contemplar los misterios de la vida de Jesús, enunciados en el Santo Rosario. Y si se los medita y contempla es, como decimos, para imitarlos, lo cual quiere decir que el rezo del Rosario no finaliza con la última cuenta y la última Ave María, sino que es ahí en donde empieza el Rosario dinámico, el Rosario vivido, esto es, la aplicación, en la vida diaria, de todos los días, de los misterios de la vida de Jesús meditados y contemplados en el Rosario.
         Por este motivo, quien dice que el Santo Rosario es “aburrido”, “mecánico”, “repetitivo”, es porque nunca rezó, real y verdaderamente, el Santo Rosario.

Cómo saber si vivimos la verdadera Devoción a María o si estamos guiados por nuestra imaginación



Quienes practican la verdadera Devoción no de un modo superficial, sino con la razón, es decir, quienes no se dejan llevar por los vientos cambiantes de la sensibilidad y del humor de cada día, obtienen frutos, también cotidianos, que son admirables, y así lo afirma San Luis María[1]. Según el santo, la Devoción se vincula a grandes promesas, todas las cuales se cumplen, indefectiblemente, para quien vive la verdadera Devoción con un espíritu racional y piadoso y no de un modo sensiblero y superficial.
         Según el Manual[2], debemos consultar a quienes viven la Devoción de forma verdadera, para darnos cuenta de que los mismos no son engañados por el sentimiento o la imaginación, sino que se ven colmados de abundantes frutos espirituales. Insensibles, en el sentido de que no experimentan ninguna “sensación”, pero que son reales y profundos.
         ¿Cómo saber si estamos viviendo la Devoción de forma verdadera o, si por el contrario, solo estamos dejándonos llevar por nuestra sensibilidad e imaginación? Sabremos si estamos viviendo la Devoción de forma verdadera, cuando experimentemos, de forma insensible,  un verdadero crecimiento interior, cuando nuestra vida interior y espiritual se vea fortalecida, de manera tal que comprobemos, en carne propia, que la Devoción es nuestro refugio interior frente a las tribulaciones que a diario se nos presentan. Un signo de esto es la estabilidad del ánimo: quien está fortalecido por el espíritu de María, no cae en los altibajos propios de quienes son arrastrados por los sentimientos y las pasiones y su ánimo se mantiene siempre sereno, sonriente, alegre, aun en medio de las más grandes pruebas. La verdadera Devoción comunica al alma la certeza de saber que está guiada y protegida por María y que en María ha encontrado el camino firme y seguro que, desde esta vida, la conduce ya en anticipo en dirección al Cielo. El alma que vive la Devoción de forma verdadera, tiene visión sobrenatural –sabe que esta vida es pasajera y se prepara para el Juicio Particular, antesala del Reino de los cielos, por ejemplo-; el alma se encuentra con más fuerzas espirituales, con una profunda fe en Nuestro Señor Jesucristo, en su Presencia real en la Eucaristía y sabe que su Iglesia está guiada por el Espíritu Santo y que si está aferrada a la Cruz, a los Sacramentos, al Manto de la Virgen, nada ni nadie en el mundo podrán hacerla tambalear, aun cuando los enemigos de Dios y de la Iglesia se multipliquen por millares. El que vive la verdadera Devoción se siente capaz de emprender cualquier empresa que sea para la salvación de las almas y para la mayor gloria de Dios, aun cuando ello implique grandes sacrificios.



[1] Cfr. Manual del Legionario, VI, 5.
[2] Cfr. ibidem.