¿Cuál es el origen de la devoción de Nuestra Señora de
Andacollo? El origen es el siguiente,
según lo describe un autor en un libro[1]: “Cierta
noche, un indio viejo dormía, con aquel sueño pesado del que ha trabajado sin
descanso durante el día, en una de las catas de su amo. Cuando notó que la mina
se había iluminado súbitamente, y que la luz aumentaba en intensidad. A poco,
un punto más luminoso, que parecía el foco de aquella clara y dulce luz,
principió a cambiar de forma, a tomar consistencia material, a delinearse algo
que parecía un objeto flotante, una cosa impalpable. Enseguida, oyó clara y
distintamente, una vaga pero comprensible voz que le dijo: “Existe una gran
riqueza a pocos pasos de ti. Busca entre los peñascos más altos que se
encuentran en la planicie que se extiende sobre tu cabeza. ¡Anda Collo!”. Cesó
la voz y la luz se extinguió. A la noche siguiente, se volvió a renovar la
visión, y la misma voz dijo: “Tuyas serán las riquezas. ¡Anda, anda, Collo!”. Preocupado
en exceso, dio cuenta a su amo de lo que había visto y oído. El español, en
relación al indio, no vio otra cosa que el logro providencial de sus deseos: “¡Anda
y descubre esa riqueza, pero como te vengas con las manos vacías te he de
cortar las orejas!”. El indio Collo partió, en compañía de algunos familiares,
y al desgajarse un gran pedazo movedizo apareció, medio oculta, una pequeña
estatua de madera toscamente labrada, de tez morena de gracioso rostro. Este
es, pues, según la tradición que no se apoya en documento alguno, el origen de
la Virgen de Andacollo”[2].
El
origen, entonces, es una luz que se le aparece a un indígena en Chile y le dice
que busque en la mina de plata, que allí encontrará “una gran riqueza” que “será
suya”. El indígena va a buscar y lo que encuentra es una imagen de la Virgen
con el Niño. Ahora bien, puesto que se encontraba en una mina de plata, el
indio podría haber pensado que la luz le decía que su riqueza era la mina de
plata, pero no es así: en vez de plata encuentra algo que, en relación a la
plata, es tan valioso, que hace que la plata parezca arena y el oro barro:
encuentra una hermosísima imagen de la Virgen y del Niño Dios, que a partir de
entonces, se pasa a llamar “Nuestra Señora del Rosario de Andacollo”. Junto con
la imagen, el indígena encuentra la verdadera Fe, la Fe en la Virgen Santísima
y en su Hijo, el Redentor del mundo y es en esta fe en donde radica la “gran
riqueza” que la luz le había dicho que iba a encontrar.
La
luz tenía razón, porque si le hubiera dicho que su riqueza era la plata o el
oro, lo habría estado engañando, porque esas cosas no constituyen la verdadera
riqueza para el hombre. Si el hombre hubiera encontrado plata, oro o cobre, no
habría sido del Cielo la aparición, sino del Infierno, porque es el Demonio el
que hace creer al hombre, falsamente, que su riqueza es el dinero, el oro y la
plata. Pero como encontró una imagen de la Virgen y el Niño, que constituyen la
verdadera y única riqueza para el hombre, entonces la aparición es del cielo. La
verdadera y única riqueza, que hace verdaderamente rico y feliz al hombre, es
la Santa Fe en Nuestro Señor Jesucristo, Redentor y Salvador de los hombres y
en su Santísima Madre, la Virgen María.
Lo
que la luz del cielo le dice al indígena, nos lo dice también a nosotros: “Existe
una gran riqueza a pocos pasos de ti. Busca entre los peñascos más altos que se
encuentran en la planicie que se extiende sobre tu cabeza. ¡Anda Collo!”. La “gran
riqueza” que está “a pocos pasos nuestros” es Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en Persona en la Eucaristía y está a pocos pasos nuestros, porque Él
está, ante nuestros ojos, sobre el altar eucarístico y nos separan pocos pasos
para comulgar y hacer nuestra esa riqueza incomparable. Pero para poder acceder
a esa riqueza, debemos tener el alma limpia y pura por la gracia. Entonces, lo
que tenemos que hacer es, primero, entender que nuestra riqueza es Nuestro
Señor Jesucristo en la Eucaristía; luego, que para poder acceder a este tesoro,
que vale más que toda la plata y el oro del mundo, es necesaria la Confesión
Sacramental, para recibir a Jesús Eucaristía con un alma pura y en gracia. Pidámosle
a Nuestra Señora de Andacollo la gracia de poder confesarnos sacramentalmente,
para hacer nuestro nuestra gran riqueza, Jesús Eucaristía.
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