Cuando se mira con ojos humanos y sin fe católica, el
Rosario aparece como una oración “aburrida”, “mecánica”, “repetitiva”, “que no
me dice nada”. Pero cuando se la reza con fe católica es, junto a la
Eucaristía, el responsable de los más grandes crecimientos espirituales y de
vida interior para el alma.
Rezar el Rosario no es repetir mecánicamente las Ave Marías;
no es repetir oraciones mirando al vacío; no es rezar apurados, esperando que
termine una oración “aburrida”. Rezar el Rosario es introducirnos, por la
gracia y por la fe, en el Corazón Inmaculado de María y es rezar, con el
espíritu y el amor de María, desde su propio corazón. Lejos de ser una oración
que se rece mirando al vacío, cada misterio del Rosario, para ser bien rezado,
implica un verdadero esfuerzo del alma pues el alma debe no solo enunciar, sino
contemplar el misterio del Santo Rosario que se ha enunciado. Y como el
misterio se refiere a un episodio de la vida de Jesús –vida en la que aparecen
también la Virgen y San José-, rezar el Rosario implicar contemplar y meditar
acerca de los misterios de la vida de Jesús. Y se meditan y contemplan los
misterios de la vida de Jesús, para que no solo los imitemos, sino para que
participemos de ellos. De esta manera, el rezo del Rosario implica una actitud
verdaderamente dinámica por parte del alma, porque se debe realizar un
verdadero esfuerzo espiritual para meditar y contemplar los misterios de la
vida de Jesús, enunciados en el Santo Rosario. Y si se los medita y contempla
es, como decimos, para imitarlos, lo cual quiere decir que el rezo del Rosario
no finaliza con la última cuenta y la última Ave María, sino que es ahí en
donde empieza el Rosario dinámico, el Rosario vivido, esto es, la aplicación,
en la vida diaria, de todos los días, de los misterios de la vida de Jesús
meditados y contemplados en el Rosario.
Por este motivo, quien dice que el Santo Rosario es “aburrido”,
“mecánico”, “repetitivo”, es porque nunca rezó, real y verdaderamente, el Santo
Rosario.
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