Porque al rezar el Ave María, le recordamos a la Virgen el
Anuncio del Ángel, la noticia más hermosa que jamás Ella haya escuchado, y así le
renovamos la alegría que Ella experimentó al enterarse ese día que iba a ser
Madre de Dios;
Porque la saludamos del modo más cariñoso posible, un saludo
que es a la vez el más grandioso y majestuoso que jamás se pueda dar a creatura
alguna, la saludamos dándole la dignidad que posee, “Llena de gracia”, lo que
la hace más grande y majestuosa que todos los ángeles y santos juntos;
Porque le recordamos el día en el que Ella comenzó a ser
Madre de Dios, luego de dar su “Sí” a la voluntad de Dios anunciada por el
Ángel y además, la tratamos como lo que es, como nuestra Madre celestial,
encomendándonos a su amor y protección maternal;
Porque nos encomendamos a Ella para vivir en estado de
gracia, ahora, en el momento actual, y en el momento de la muerte, es decir, al
pasar a la vida eterna, lo cual quiere decir que ponemos en sus manos
maternales nuestra vida presente y la vida eterna;
Porque delante de Ella, que es la Inmaculada Concepción y la
Llena de gracia –por ser la Elegida por Dios para ser Madre de Dios y Virgen al
mismo tiempo- nos reconocemos pecadores y, por lo tanto, necesitados en todo
momento de su amor maternal;
Porque haciendo así, le damos la oportunidad de que Ella
ejerza el oficio que ejerció a la perfección con su Hijo Jesús y es el de ser
Madre, porque nosotros somos sus hijos adoptivos y Ella es nuestra Madre
celestial;
Porque al rezar el Padre Nuestro en cada misterio, nos
encomendamos a Dios Padre, pidiéndole que se haga su voluntad, santificamos su
nombre, le pedimos el pan material y espiritual de cada día y le pedimos que
nos libre del mal y todo esto lo hacemos a través de la Virgen, con lo cual
estamos más que seguros que Dios habrá de escucharnos y darnos lo que le
pedimos, porque Dios Padre no le niega nada a su Hija predilecta, la Virgen;
Porque
al rezar las Ave Marías, le damos el tiempo a la Virgen para que Ella, Divina
Alfarera, modele nuestros corazones, convirtiéndolos, por la gracia del
Espíritu Santo, en imágenes vivientes de los Sagrados Corazones de Jesús y de
María.
Porque
por el rezo del Santo Rosario, la Virgen nos hace contemplar, desde su Corazón
Inmaculado, las escenas de la Vida de su Hijo Jesús, para que nosotros,
meditando en ellas, las vivamos luego en nuestra vida cotidiana.
Porque
al pedir por la conversión de los pecadores y por las Almas del Purgatorio,
obtenemos efectivamente que muchos hijos de la Virgen, que estaban alejados de
Ella por el pecado, vuelva a su seno maternal, además de obtener la salida del
Purgatorio de innumerables almas del Purgatorio, las que al llegar al Cielo, se
convertirán en nuestras intercesoras más fieles ante el Trono de Dios.
Porque
obtenemos tantas gracias del Corazón Inmaculado de María, que si pudiéramos
verla con los ojos del cuerpo, moriríamos de la alegría.
Por
estas, y por otras razones más, el Santo Rosario es, después de la Santa Misa y
de la Adoración Eucarística, la mejor oración que un católico pueda rezar en
esta vida.
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