Quienes
practican la verdadera Devoción no de un modo superficial, sino con la razón,
es decir, quienes no se dejan llevar por los vientos cambiantes de la
sensibilidad y del humor de cada día, obtienen frutos, también cotidianos, que son
admirables, y así lo afirma San Luis María[1]. Según
el santo, la Devoción se vincula a grandes promesas, todas las cuales se
cumplen, indefectiblemente, para quien vive la verdadera Devoción con un
espíritu racional y piadoso y no de un modo sensiblero y superficial.
Según el Manual[2],
debemos consultar a quienes viven la Devoción de forma verdadera, para darnos
cuenta de que los mismos no son engañados por el sentimiento o la imaginación,
sino que se ven colmados de abundantes frutos espirituales. Insensibles, en el sentido
de que no experimentan ninguna “sensación”, pero que son reales y profundos.
¿Cómo saber si estamos viviendo la Devoción de forma
verdadera o, si por el contrario, solo estamos dejándonos llevar por nuestra
sensibilidad e imaginación? Sabremos si estamos viviendo la Devoción de forma
verdadera, cuando experimentemos, de forma insensible, un verdadero crecimiento interior, cuando
nuestra vida interior y espiritual se vea fortalecida, de manera tal que comprobemos,
en carne propia, que la Devoción es nuestro refugio interior frente a las
tribulaciones que a diario se nos presentan. Un signo de esto es la estabilidad
del ánimo: quien está fortalecido por el espíritu de María, no cae en los
altibajos propios de quienes son arrastrados por los sentimientos y las
pasiones y su ánimo se mantiene siempre sereno, sonriente, alegre, aun en medio
de las más grandes pruebas. La verdadera Devoción comunica al alma la certeza
de saber que está guiada y protegida por María y que en María ha encontrado el
camino firme y seguro que, desde esta vida, la conduce ya en anticipo en
dirección al Cielo. El alma que vive la Devoción de forma verdadera, tiene
visión sobrenatural –sabe que esta vida es pasajera y se prepara para el Juicio
Particular, antesala del Reino de los cielos, por ejemplo-; el alma se
encuentra con más fuerzas espirituales, con una profunda fe en Nuestro Señor
Jesucristo, en su Presencia real en la Eucaristía y sabe que su Iglesia está
guiada por el Espíritu Santo y que si está aferrada a la Cruz, a los
Sacramentos, al Manto de la Virgen, nada ni nadie en el mundo podrán hacerla
tambalear, aun cuando los enemigos de Dios y de la Iglesia se multipliquen por
millares. El que vive la verdadera Devoción se siente capaz de emprender
cualquier empresa que sea para la salvación de las almas y para la mayor gloria
de Dios, aun cuando ello implique grandes sacrificios.
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