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sábado, 31 de diciembre de 2016

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios



(Ciclo A – 2017)

         ¿Por qué razón la Iglesia, con su sabiduría celestial, coloca una de las solemnidades más importantes en el mismo inicio del año civil? ¿Es una coincidencia?
         No, no es una coincidencia; es una solemnidad colocada exprofeso al inicio del año civil, y por una razón muy especial. Para conocer esta razón, debemos profundizar en aquello que celebramos en la solemnidad, y es en la condición de María Virgen como Madre de Dios. Que María sea “Madre de Dios” significa que es, verdaderamente, la Madre de Dios Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, porque aunque el Verbo de Dios procede eternamente del Padre, al venir a nuestro mundo lo hizo por medio de la Encarnación, es decir, asumiendo un cuerpo y un alma humanos y nació de María Virgen, constituyéndose la Virgen, en el mismo momento del Nacimiento, en la Madre de Dios, porque enseña Santo Tomás que se llama “madre” a quien da a luz a una persona, y en este caso, la Virgen dio a luz en el tiempo al Dios Eterno, la Persona Segunda de la Santísima Trinidad. En otras palabras, si bien Jesús es Dios Eterno y, en cuanto tal, es desde siempre, al venir a este mundo, lo hizo a través de María Santísima, luego de asumir nuestra naturaleza humana, y como es la Segunda Persona de la Trinidad, al nacer como un Niño y al dar a luz María a una Persona, se convirtió así la Virgen, sin dejar de ser Virgen, en la Madre del Dios Eterno, Cristo Jesús.
         Es necesario hacer esta digresión para comprender el porqué de tan grande solemnidad al inicio del año civil: Jesús, el Niño Dios, de quien María es Madre, es Eterno, es su misma eternidad, y al entrar en el tiempo terreno, humano, es decir, al entrar en la historia de la humanidad, todo el tiempo y toda la historia humana –el tiempo y la historia de cada hombre en particular- queda “impregnado”, por así decir, de esta eternidad, de manera tal que el rumbo de la historia humana, luego de la Encarnación del Verbo Eterno de Dios, es esencialmente distinto al rumbo previo a la Encarnación: antes de la Encarnación, el hombre –y lo que le pertenece, el tiempo-, estaba fuera de la eternidad de Dios; luego de la Encarnación, y al asumir el Dios Eterno el tiempo humano, toda la historia humana y la historia personal de cada hombre, adquiere un nuevo rumbo, un nuevo horizonte, un nuevo destino, que antes no lo tenía, y es la eternidad divina.
          Esto quiere decir que, con su Encarnación, Dios Hijo ha santificado nuestra naturaleza humana –menos el pecado- y ha santificado por lo tanto el tiempo humano, haciéndolo partícipe de su eternidad. Desde la Encarnación, todo segundo, todo minuto, toda hora, todo día, todo mes, todo año y todos los años del hombre, de cada hombre, adquieren un nuevo sentido, y es el de dirigirse a la eternidad divina o, mejor, a Dios, que es su misma eternidad.
         Si antes de la Encarnación, cada segundo vivido en esta tierra era un segundo que nos apartaba más de Dios, luego de la Encarnación, cada segundo, si es vivido en la gracia de Dios, es un segundo que nos acerca a la eternidad, a Dios, que es la eternidad en sí misma.
         Y esta es entonces la razón por la cual la Iglesia coloca a esta gran solemnidad de la Madre de Dios al inicio del Año Nuevo civil o secular: para que Ella, por quien vino a nuestro mundo y a nuestro tiempo el Dios Eterno, Cristo Jesús, custodie, bendiga y proteja con su amor maternal y celestial, cada segundo del año que se inicia, para que sea un año vivido, en cada segundo, en cada minuto, en cada hora, en cada día, en gracia y de cara a la eternidad, al encuentro del Dios Eterno, Cristo Jesús, que nos espera al final de nuestro paso por la tierra.

Al iniciar el primer segundo de este nuevo año, consagremos nuestra vida y nuestro tiempo a la Madre de Dios, de manera que sea un verdadero Año Feliz, pero no con la felicidad mundana, sino con la felicidad de saber que, más allá del tiempo, nos espera su Hijo, Cristo Jesús, en la eternidad. La Iglesia coloca esta solemnidad al inicio del año nuevo para que consagremos a María todo el año, para que Ella de cada segundo, para mayor gloria de Dios.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Nuestra Señora de Guadalupe


         Debido a que la Virgen de Guadalupe es llamada “Emperatriz de América” y puesto que los bautizados en la Iglesia Católica somos sus hijos y estamos representados en Juan Diego, debemos considerar las palabras de la Virgen, dirigidas a Juan Diego, como dichas directamente a cada uno de nosotros; por lo tanto, debemos meditar y reflexionar profundamente en esas palabras[1].
         Esto es lo que la Virgen le dijo a San Juan Diego:
“Sábelo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive, del Creador de las personas, el Dueño del cielo, Dueño de la tierra”. La Virgen es la Madre de Dios, Perfectísima y Purísima; es la Madre del Creador, del Dueño del cielo y de la tierra, Madre del Creador del universo, visible e invisible; sabiendo esto, ¿por qué hay católicos que acuden a los servidores del Demonio, como el Gauchito Gil y la Difunta Correa, o incluso al mismo Demonio en persona, como la Santa Muerte? El Demonio le tiene terror a la Virgen y la Virgen tiene infinitamente más poder que todo el Infierno junto, entonces, ¿por qué los católicos se apartan de la Verdadera y Única Iglesia y se van a otras religiones y, peor aún, a sectas diabólicas, como el umbandismo, o practican la magia, el ocultismo, la hechicería?
         La Virgen es la Madre de Dios y Dios es la Gracia Increada y por eso la Virgen es la Mediadora de todas las Gracias: ¿creemos realmente en esta verdad? ¿Le pedimos a la Virgen las gracias que necesitamos y lo hacemos por medio del Santo Rosario? Nos quejamos de muchas cosas que nos suceden en la vida y muchas de ellas nos suceden porque con nuestra libertad, elegimos el pecado y no la vida de la gracia; en vez de quejarnos o de acudir a quien no debemos acudir, como los magos, los brujos, los hechiceros, ¿acudimos a la Virgen, por medio del Rosario, sabiendo que la Virgen ha prometido que ni una sola de las gracias que se pidan en el Rosario, dejará de ser concedida? ¿Por qué entonces, en vez de pedir las gracias que necesitamos, a la Virgen, acudimos a quienes sólo nos darán oscuridad, maldiciones y pesares, es decir, las brujas, los hechiceros, los magos?
         La Virgen es Madre de Dios y Dios está en la Eucaristía; sabiendo esto, ¿acudimos a la Eucaristía dominical, para recibir a Dios en el corazón? ¿O dejamos a Dios por un partido de fútbol, por un paseo, por un descanso?
Luego la Virgen le dice: “(Quiero a mis hijos) mostrar (les) y dar (les) todo mi amor, mi compasión, mi auxilio y mi salvación (…) porque en verdad soy vuestra Madre compasiva (quiero darles mi amor), a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; quiero oír ahí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores”. Sabiendo esto, ¿acudimos a la Virgen en busca de su purísimo amor maternal? ¿Acudimos a la Virgen, invocamos su protección y auxilio en todo momento, confiamos en Ella, le contamos de nuestras miserias, de nuestros dolores y nuestras penas? Y si lo hacemos, ¿esperamos confiados en su ayuda? ¿O, por el contrario, preferimos la “vía oscura”, la vía de los magos y hechiceros?
         Luego de que su tío se agravara en su enfermedad, estando Juan Diego muy angustiado: “Escucha, y ponlo en tu corazón, hijo mío el menor, que no es nada lo que te asusta y aflige. Que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, ni te perturbe. No te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya sanó”. La Virgen es nuestra “fuente de alegría”, porque Ella es la Madre de Dios, y Dios es “Alegría infinita”, como dicen los santos; ¿creemos verdaderamente en esta verdad? ¿Es la Virgen, y el fruto de sus entrañas, Cristo Dios, la Causa de nuestra alegría? ¿O nos alegramos por motivos mundanos, superficiales, vanos, no sobrenaturales, pasajeros? ¿Es verdaderamente, en nuestra vida personal, de todos los días y en medio de las tribulaciones, preocupaciones y angustias de la vida? Y cuando tenemos estas preocupaciones y angustias, ¿le pedimos a la Virgen, Causa y Fuente de nuestra alegría, que nos dé la Alegría Increada, su Hijo Jesucristo en la Eucaristía?
         Meditemos en las palabras de la Virgen a Juan Diego, y le pidamos la gracia de que se arraiguen profundamente en nuestros corazones y que sean la luz de nuestra vida en la tierra, para que seamos capaces de llegar a contemplar a la Luz Increada, su Hijo Jesucristo, en el Reino de los cielos.
        



[1] http://es.arautos.org/view/show/742-la-virgen-de-guadalupe-a-san-juan-diego

jueves, 8 de diciembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 8


Cuando la Virgen se le apareció a Santa Bernardita, se reveló a sí misma como la Inmaculada Concepción: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esta verdad acerca de la Virgen, había sido proclamada como dogma por el Magisterio de la Iglesia cuatro años antes de las apariciones en Lourdes, por medio del Papa Pío IX. Aunque no lo parezca a primera vista, la declaración del dogma y la condición de la Virgen de ser la Inmaculada Concepción, tienen estrecha relación con nuestra espiritual como cristianos. Para saber la relación que hay entre la Virgen Inmaculada Concepción y nuestra vida espiritual, debemos tener presente que la razón por la que la Virgen fue creada con su alma purísima, sin mancha de pecado –pureza inmaculada que, al momento del alma ser infundida en el cuerpo de la Virgen, le comunicó a este de su propia pureza-, fue porque María estaba destinada a ser, por la Encarnación del Verbo, la Madre de Dios. Es decir, la Virgen fue concebida sin pecado original y Llena de la gracia del Espíritu Santo, porque debía alojar en su seno virginal al Verbo de Dios Encarnado. Desde su concepción, la Virgen se convirtió, con su cuerpo y alma purísimos, en Templo del Espíritu Santo y en Sagrario Viviente de Dios Hijo encarnado, porque la Virgen alojó al Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del Hijo de Dios hecho hombre. Es decir, la Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción, porque estaba destinada a recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Dios Hijo encarnado.
¿Y qué relación tiene esta verdad acerca de la Virgen, con nuestra vida espiritual? En que nosotros, que somos hijos de la Virgen, hemos sido llamados, al igual que la Virgen, a recibir al Hijo de Dios Encarnado, que viene a nosotros con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía, y para eso, debemos imitarla a María, con el alma en gracia y con un cuerpo casto, convertido por la gracia en templo del Espíritu Santo.

Es decir, la Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción, para recibir al Verbo de Dios con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; de igual manera, nosotros hemos sido adoptados como hijos por la Virgen, para recibir –con el alma en gracia y viviendo en castidad- el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, en la Eucaristía. Esta es la estrecha relación que existe entre el dogma de la Inmaculada Concepción y nuestra vida espiritual como católicos.
Celebrar la Inmaculada Concepción no se reduce a un recuerdo litúrgico una vez al año, ni significa tampoco una devoción llevada superficialmente: la verdadera devoción a la Inmaculada Concepción implica hacer el firme propósito de evitar el pecado y vivir en estado de gracia santificante hasta el último segundo de vida.

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 7


El día Jueves 25 de marzo, la Virgen revela su nombre a Santa Bernardita: “Levantó los ojos hacia el cielo, juntando en signo de oración las manos que tenía abiertas y tendidas hacia el suelo, y me dijo: “Soy la Inmaculada Concepción”.
De esta manera, el Cielo confirmaba, con esta grandiosa aparición de la Virgen, la condición de María como Inmaculada Concepción, proclamada por el Magisterio de la Iglesia cuatro años antes: en efecto, el 8 de diciembre de 1854 el Sumo Pontífice Pío IX había proclamado el dogma y establecido la fiesta de la Inmaculada Concepción para toda la Iglesia universal: “Declaramos que la doctrina que dice que María fue concebida sin pecado original es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe”. Esta proclamación se efectuó luego de prolongados estudios teológicos y también después de recibir numerosas peticiones de todos los obispos y fieles de todo el mundo para que así lo estableciese[1].
Ahora bien, si tanto el Cielo mismo, en la persona de la Virgen, como la Iglesia de Jesucristo, por medio del Magisterio, nos revelan que María Santísima fue concebida sin pecado original, esto significa que, por un lado, es un dogma de fe católico que debe ser creído plenamente, so pena de caer en el error y la apostasía, pero significa también que la condición de la Virgen de ser Inmaculada Concepción constituye, para sus hijos –es decir, para nosotros, los católicos-, todo un programa de vida, por el cual alcanzar la santidad.
Es decir, que tanto la Virgen en persona, como el Magisterio de la Iglesia, nos revelen la verdad de la Virgen de haber sido concebida sin mancha de pecado original y Llena del Espíritu Santo, no constituyen solo fórmulas dogmáticas que deben ser creídas, sino que deben ser aplicadas y vividas en la vida cotidiana de todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, desde el Papa hasta el más pequeño de los bautizados, pasando por todo el Pueblo de Dios, sin excepción.
¿De qué manera se constituye la Virgen en nuestro modelo de vida cristiana? De dos maneras: por el hecho de ser concebida sin pecado original y por el hecho de estar la Virgen, desde el primer instante de su Purísima Concepción, inhabitada por el Espíritu Santo. Es en estos dos aspectos en los que la Virgen constituye nuestro modelo de vida cristiana, y veremos de qué manera: con respecto al pecado, es obvio que no hemos sido concebidos sin pecado original, como la Virgen, y que como consecuencia del pecado original, estamos atraídos por la concupiscencia, hacia el mal: al no tener pecado original -lo cual quiere decir que la Virgen jamás cometió no solo ni siquiera un pecado venial, sino ni siquiera la más pequeñísima imperfección, pues Ella era perfectísima en su naturaleza humana-, la Virgen es nuestro modelo de vida cristiana que nos enseña a rechazar todo pecado, no solo el mortal, sino también el venial, además de enseñarnos a tender a la perfección, evitando también toda imperfección.
En la otra condición de la Virgen, el de ser la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, también es nuestro modelo, porque si bien nosotros no hemos sido concebidos de esa manera, sí podemos imitar a la Virgen en el hecho de vivir en gracia, y esto lo conseguimos por medio del Sacramento de la Penitencia, limpiando nuestras almas del pecado y recibiendo la gracia, y por el Sacramento de la Eucaristía, sacramento por el cual viene a nuestros almas Aquel que es la Gracia Increada en sí misma, Cristo Jesús.
“Soy la Inmaculada Concepción”, le dijo la Virgen a Bernardita, confirmando así lo que la Iglesia nos enseña, que la Virgen es la Inmaculada Concepción, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, es decir, el Sagrario Viviente en el que debía alojarse el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Como hijos de la Virgen, estamos llamados a imitar a Nuestra Madre del cielo en los dos aspectos más característicos de la Virgen: en el rechazo de todo pecado –prefiriendo la muerte terrena antes que cometer un pecado venial deliberada o un pecado mortal- y en vivir en gracia, no solo conservándola, sino también acrecentándola, con actos de fe, de caridad y con la Comunión Eucarística hecha con fe, con piedad y con amor.
         Festejar a la Inmaculada Concepción, no significa solamente homenajear a la Virgen con procesiones, cantos y oraciones, sino, ante todo, hacer una profunda reforma de vida, imitándola a la Virgen, en la vida de todos los días, en el rechazo del más pequeñísimo pecado y en el vivir en estado de gracia permanente. Para que nuestra devoción a la Inmaculada Concepción no sea vana, debe conducirnos a la conversión del corazón y en consecuencia a un profundo cambio de vida, caracterizado por el rechazo del pecado y el deseo de vivir en estado de gracia santificante.



[1] http://www.liturgiadelashoras.com.ar/

martes, 6 de diciembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 6


Uno de los aspectos de las apariciones de la Virgen como la Inmaculada Concepción, es el de la penitencia, acto espiritual –interior- y corporal –exterior- necesario para la conversión de los pecadores.
En una de las apariciones, la del día Jueves 25 de febrero, la Virgen indicará, a Bernardita y a toda la Iglesia, uno de los modos de hacer esta penitencia, y es la auto-humillación. En efecto, la Virgen le dice así a Santa Bernardita: “(la Virgen) me dijo que fuera a beber a la fuente […] no encontré más que un poco de agua fangosa. Al cuarto intento, conseguí beber; me mandó también que comiera hierba que había cerca de la fuente, luego la visión desapareció y me marché”.
Las personas que veían la escena pensaban que Santa Bernardita no estaba en su sano juicio y es así que le dijeron: “¿Sabes que la gente cree que estás loca por hacer tales cosas?”. Ante esta situación, Bernardita simplemente respondió: “Es por los pecadores”. Lo que debemos considerar en esta situación es que, por un lado, a Bernardita la trataron de “loca” literalmente; por otro lado, hay que considerar que si lo hizo Bernardita, fue por expresas indicaciones de la Virgen, lo cual quiere decir que la Virgen le enseñó a Bernardita la auto-humillación, como forma de imitar a Jesús, humillado en la Pasión. Es decir, la humillación de Santa Bernardita tenía como fin el participar a la humillación de Jesús en la Pasión, llevada a cabo por Él para obtener nuestra conversión y salvación.
La auto-humillación es una penitencia que asemeja al alma a Jesús, porque Jesús se auto-humilló de numerosas maneras, comenzando por la misma Encarnación. Jesús se auto-humilló en la Encarnación, porque siendo Dios, y sin dejar de ser Dios, se encarnó en una naturaleza tan inferior, como la nuestra, y no solo, sino que estaba contaminada por el pecado, aunque al encarnarse no asumió el pecado, sino lo que no estaba por éste contaminado.
Jesús se auto-humilló en la Última Cena, al asumir una tarea de esclavos, como es el lavado de pies a sus propios discípulos, y además, al arrodillarse delante de ellos, incluido Judas Iscariote, el traidor, como implorándole su amor, y suplicándole que se arrepienta y que no se condene en el Infierno.
Jesús se auto-humilló en la Pasión, permitiendo que seres tan inferiores y despreciables, como somos los humanos, lo apresáramos, para luego someterlo a un juicio inicuo, condenándolo a muerte, como si fuera el peor de los reos, a Él, que era el Cordero Inmaculado, el Cordero Tres veces Santo, el Hijo del Dios Altísimo, que se encarnaba para morir en la cruz por nuestra salvación.
La auto-humillación, entonces, y también las humillaciones que podamos sufrir por parte de nuestros prójimos, son formas excelentísimas de penitencia porque, unidas a las humillaciones sufridas voluntariamente por Jesús en la Pasión, nos obtienen nuestra propia santificación y nos consiguen la salvación de incontables almas y la conversión de numerosos pecadores. Éste es, entonces, otro de los mensajes dados por Nuestra Señora, la Madre de Dios, al aparecerse como la Inmaculada Concepción a Santa Bernardita.


sábado, 3 de diciembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 5


El día Miércoles 24 de febrero la Virgen dice: “¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Ruega a Dios por los pecadores!”. Acto seguido, le da un ejemplo de cómo hacer la penitencia que con tanta insistencia pide: “¡Besa la tierra en penitencia por los pecadores!”.
¿Qué es la Penitencia? ¿Por qué tanta insistencia de la Virgen, al punto de repetir por tres veces la misma palabra?
La Penitencia –que deriva del latín paenitentia; en griego, metánoia), significa la conversión del pecador; con esta palabra se abarcan los actos interiores y exteriores dirigidos a la reparación del pecado cometido. Aunque la penitencia es también un sacramento, el cuarto, instituido por Cristo para devolver al cristiano pecador la gracia perdida con el pecado, pero en el sentido en el que lo pide la Virgen, es ante todo el primero, es decir, actos con los cuales se busca reparar el pecado.
La penitencia es necesaria para la conversión, que es a su vez un “cambio de orientación” del corazón, que debe dejar de mirar a la tierra y las cosas bajas, para elevar la vista del alma a Jesús, Sol de justicia, y así desear no los bienes terrenos, sino los bienes eternos.
La penitencia es necesaria para la conversión, porque se reconoce la presencia del pecado, esto es, de todo lo malo que, surgiendo del corazón del hombre, lo aparta de Dios; por otro lado, la penitencia es, ante todo, un profundo acto interior, por el que se reconoce que en estado de pecado el hombre no agrada a Dios y que, si quiere serle agradable, debe cambiar el corazón. Del modo en el que lo pide la Virgen, podemos decir que, en este caso, se trata de una “penitencia vicaria”, es decir, una penitencia hecha en nombre de y a favor de un pecador, que por sí mismo no lo hace, y el objetivo es implorar, por la penitencia, la conversión del corazón a Jesucristo, Sol de justicia.
La importancia de la conversión, por medio de la penitencia, se constata al comprobar que la conversión (metanoia) es el tema central de la predicación, tanto del Bautista, así como de los otros profetas anteriores a él. Pero incluso toda la predicación de Cristo se centró en la proclamación de la penitencia y de la conversión como condición para poder entrar en el Reino (Mt 4,17; Lc 5,32: 13, 3-5).
Todo el Evangelio nos revela que el mensaje de Cristo es una llamada a la conversión profunda del corazón, a tal punto que la palabra corazón aparece en ellos 159 veces.
Sin penitencia no hay conversión y sin conversión no es posible el ingreso en el Reino de los cielos. La metánoia consiste en una conversión profunda, total, definitiva, en un cambio de la vida del hombre, en un distanciamiento absoluto del pecado y del mal para volverse a Dios y a Cristo en la fe. Ahora bien, el arrepentimiento en realidad sigue siendo una iniciativa divina, va que tiene su fuente en el don de Jesucristo y proviene de la misericordia del Padre, aunque es también y sobre todo respuesta del hombre que, iluminado por Dios, toma conciencia de estar en situación de pecado y decide un cambio en su existencia.

La conversión consiste en una inversión en el movimiento interior del corazón, que deja de estar orientado hacia la tierra, la oscuridad y el propio “yo”, para elevar la mirada del alma a Jesucristo, Dios Hijo encarnado, y la señal de que este cambio se está produciendo en el alma, es la disposición a negarse a sí mismo y a cargar la cruz de cada día en pos de Jesús, para morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo, el hombre que vive con la vida de la gracia. El valor de la penitencia está en que nos lleva a la conversión. No solo nos convertirnos del pecado sino que nos movemos hacia Dios y su vida. No hay conversión profunda sin penitencia. En nuestros días, el mundo se ha alejado radicalmente de Dios, puesto que sus Mandamientos no cuentan ya para nada para la sociedad humana. Se ha cumplido lo que un filósofo decía, que había que vivir “Etsi Deus non daretur”, es decir, “Como si Dios no existiera”. Pero un mundo así, un mundo sin Dios y su Cristo, es un mundo no converso, inmerso en las siniestras tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia, acechado y dominado por las tinieblas vivientes, los Demonios, y lo peor de todo es que, humanamente, el mundo sin Dios no puede revertir, por sí mismo, el camino que él mismo ha elegido, el camino de la eterna perdición. Es por esto que la Virgen nos pide, por medio de Santa Bernardita, y con tanta insistencia, la penitencia, tanto por nosotros mismos, como la penitencia vicaria, por nuestros hermanos, los hombres, para que convirtamos nuestros corazones al Amor de Dios.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 4


         Cuando se consideran las apariciones marianas –las que están estrictamente aprobadas por la Iglesia, como la Inmaculada Concepción- de un modo superficial, se piensa que, por un lado, la Virgen es un personaje poco menos que folclórico, que la aparición en sí misma es algo que debe permanecer como mero objeto de devoción sensible, y que el destinatario de las apariciones, es decir, el vidente, gozará, de ahora en adelante, de una vida “celestial”, hecha de gozos, dones, y éxtasis místicos de todo tipo, y que su vida será poco menos que un lecho de rosas. Esto es lo que, por lo general, existe en el imaginario de las personas, que creen que cuando la Virgen se aparece, todo en la vida del beneficiado “anda sobre rieles”.
Sin embargo, si bien puede ser así, no lo es en la gran mayoría de los casos, incluida la aparición a Santa Bernardita. Lejos de prometerle la Virgen una vida cómoda y placentera, le advirtió, desde un primer momento, que no le prometía la felicidad en este mundo, sino “en el otro”: “No es necesario” y añade “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”[1].
¿Por qué? Porque el vidente es elegido para participar de la Pasión redentora de Jesús, evento salvífico que se lleva a cabo en el ara inmaculada de la Santa Cruz. Además, todas las realidades de esta vida, sean tanto penas y tristezas, como gozos y alegrías, son transitorias, a diferencia de lo que sucede en la vida eterna, en donde todo –sean los dolores del Infierno, como los gozos del Cielo, son para siempre-. Por otra parte, cuanto más un alma participe de la Pasión del Salvador –con sus tribulaciones, angustias, humillaciones, vejaciones, etc.-, tanto más se purifica en esta vida y pasa a la otra directamente a gozar de visión beatífica de la Trinidad, sin paso previo por el Purgatorio. Entonces, la cruz para el vidente, es una de las pruebas de que la aparición es verdadera, esto es, que viene del cielo, porque significa que está participando de la Pasión de Jesús, que conduce al cielo. Entre otras cosas, Santa Bernardita no solo sufrió humillaciones en las mismas apariciones –por ejemplo, cuando buscó con su rostro en el barro el agua del manantial que le pedía la Virgen, o también cuando sus superioras religiosas la humillaban, sea en el convento, como incluso delante del obispo, ante quien su superiora dijo de Bernardita: “¡Es una tonta!”.
Por el contrario, si en vez de esto, por causa de las supuestas “revelaciones” se da un éxito de tipo mundano, con ganancias materiales, con reconocimiento de la prensa mundana, más las señales de orgullo y soberbia en el vidente, es clara señal de que la aparición no proviene de la Virgen, porque el orgullo y la soberbia y la mundanidad no son frutos del Espíritu Santo, al tiempo que alejan al alma de la Virgen y de Jesucristo.
“No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”. A nosotros no se nos aparecerá la Virgen sensiblemente, como en el caso de Santa Bernardita, pero eso no significa que la Virgen no esté presente en nuestras vidas, y podemos reconocer su presencia si es que se cumplen en nosotros lo que la Virgen le dijo a Santa Bernardita: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”; es decir, si pasamos tribulaciones, vejaciones, humillaciones, por el nombre de Cristo, entonces debemos considerarnos afortunados, porque eso significa que la Madre de Dios está con nosotros y que está cumpliendo su promesa de darnos una eternidad de gozo en la otra vida.
        





[1] http://forosdelavirgen.org/534/nuestra-senora-de-lourdes-francia-11-de-febrero/

jueves, 1 de diciembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 3


         Para poder sacar provecho espiritual de las Apariciones de la Virgen a Santa Bernardita, como la Inmaculada Concepción, es necesario repasar brevemente los hechos centrales de una de las más grandes manifestaciones marianas de todos los tiempos.
         El día Jueves 18 de febrero de 1858, luego de que Santa Bernardita le ofreciera papel y una pluma para que le escribiera su nombre, la Virgen le habla a Santa Bernardita y le dice: “No es necesario” y añade “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”[1].
         El día Miércoles 24 de febrero la Virgen dice: “¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Ruega a Dios por los pecadores!”. Acto seguido, le da un ejemplo de cómo hacer la penitencia que con tanta insistencia pide: “¡Besa la tierra en penitencia por los pecadores!”.
         El día Jueves 25 de febrero, la Virgen le dice a Santa Bernardita que haga dos cosas que, a los ojos de los demás, parecieran no tener sentido y, sobre todo, provocan la humillación de Santa Bernardita. No será más que la explicitación del modo de hacer penitencia, pidiendo por la conversión de los pecadores. Dice así Santa Bernardita: “(la Virgen) me dijo que fuera a beber a la fuente […] no encontré más que un poco de agua fangosa. Al cuarto intento, conseguí beber; me mandó también que comiera hierba que había cerca de la fuente, luego la visión desapareció y me marché”. Como es lógico, la muchedumbre –unas trescientas personas- que se había congregado a causa de las apariciones, le hace notar a Santa Bernardita aquello que es de sentido común: que alguien que haga lo que hizo ella, no pareciera estar en sus cabales: “(la gente le dice) ¿Sabes que la gente cree que estás loca por hacer tales cosas?“, Bernardita sólo contesta, “Es por los pecadores”. En todo esto, no debemos olvidar que Nuestro Señor Jesucristo fue humillado infinitamente más en la Pasión, y que la humillación que sufrió Santa Bernardita, no es sino una participación a la humillación de Jesús en la Pasión, humillación a la que todos los cristianos estamos llamados a participar, por el mismo fin: la conversión de los pecadores.
El día Jueves 25 de marzo, la Virgen revela su nombre: “Levantó los ojos hacia el cielo, juntando en signo de oración las manos que tenía abiertas y tendidas hacia el suelo, y me dijo: “Soy la Inmaculada Concepción”.
De acuerdo a esto, podemos decir que el mensaje que la Virgen dio en Lourdes se puede resumir en los siguientes elementos:
El cielo confirma, por la aparición de la Virgen, la verdad que había sido declarada por el Magisterio cuatro años antes por Pío IX, acerca de la Inmaculada Concepción, presentándose así también la Virgen como Madre y modelo de pureza para la humanidad, lo cual es sumamente vigente en estos días, en los que la inmoralidad no solo es universal y generalizada, sino que se la reclama como “derecho humano”.
La Virgen realizó innumerables curaciones físicas y espirituales, como signos que nos llaman a convertirnos a su Hijo Jesús.
La Virgen se revela a Santa Bernardita, una niña cuasi-analfabeta, pero humilde y con un alma pura, confirmando así que Dios “exalta a los humildes y rechaza a los soberbios” y que “oculta sus secretos a los grandes del mundo, al tiempo que los revela a los más pequeños.
La Virgen nos enseña que esta vida no es un “paraíso”, ni que estamos aquí para disfrutar o para pasarla bien; además, que el hecho de que se le aparezca a un alma, no significa que esa alma no pasará tribulaciones y que todo en su vida será un lecho de rosas; por el contrario, afrontará pruebas y tribulaciones aún más fuertes que antes, pero la Virgen no la dejará desamparada. Dice San Bernardita que la Virgen le dijo así: “Yo también te prometo hacerte dichosa, no ciertamente en este mundo, sino en el otro”. En otras palabras, la Virgen nos advierte acerca de la imperiosa necesidad de configurar nuestras almas a Cristo crucificado, y que el paraíso no está en esta tierra, sino en el cielo, por lo que es un grave error, para el cristiano, pretender vivir sin la Cruz en esta vida, único camino al cielo.
En todas las apariciones la Virgen vino con su Rosario, con lo cual nos quiere hacer ver la gran importancia de rezarlo, para pedir y obtener gracias de todo tipo.
En estas apariciones, la Virgen nos hace ver la importancia de la oración, de la penitencia y humildad (besando el suelo como señal de ello), además de transmitir un mensaje de misericordia infinita para los pecadores –casi todo lo que la Virgen pide, como la penitencia, la mortificación, el Rosario, es para la conversión de los pecadores- y del cuidado de los enfermos.
Por último, en las apariciones de la Inmaculada Concepción se puede notar la necesidad imperiosa de la conversión –puesto que es una condición indispensable para la salvación- y la confianza inquebrantable en Dios, que aunque pueda permitir tribulaciones en esta vida –a Santa Bernardita no se le ahorró ninguna en esta vida terrena, e incluso donde más sufrió humillaciones fue en la vida religiosa-, es porque desea que ingresemos a la vida eterna completamente purificados y en gracia, de manera de poder gozar de su visión beatífica por toda la eternidad.




[1] http://forosdelavirgen.org/534/nuestra-senora-de-lourdes-francia-11-de-febrero/

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 2


         La Inmaculada Concepción es un modelo para toda nuestra vida de cristianos, y lo es particularmente para el acto más importante que todo cristiano debe hacer en cuanto cristiano, independientemente de su estado de vida, y es la Comunión Eucarística.
         Para saber de qué manera lo es, debemos reflexionar brevemente en la Anunciación del Ángel a la Virgen y la Encarnación del Verbo de Dios.
         Cuando el Ángel Gabriel le anuncia a la Virgen que Ella habría de ser la Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, la Virgen dio su “Sí” a la voluntad de Dios, pero antes de que el Verbo de Dios se encarnara en su cuerpo virginal y purísimo, la Virgen recibió a la Palabra de Dios en su Mente Sapientísima y en su Inmaculado Corazón.
         Recibió a la Palabra de Dios en su Mente Sapientísima, porque en ningún momento dudó de la voluntad de Dios, ni tampoco opuso, frente a lo que Dios le revelaba por el Ángel, objeciones, dudas, preguntas; su Mente estaba tan plena de la Divina Sabiduría, que se conformaba en un todo con esta, de manera que la Virgen nunca opuso un juicio propio que, por impertinente y orgulloso, entorpeciera o contaminara la Verdad divina de la Encarnación del Verbo en su seno virginal. De la misma manera, así también nosotros, antes de comulgar, debemos hacerlo con la firme certeza de la Presencia real, verdadera y substancial, de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, que está Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, al tiempo que debemos rechazar firmemente todo pensamiento propio que pueda ir en contra de esta Verdad revelada, y mucho menos debemos contaminar esta Verdad de Fe de la Presencia real y substancial de Jesús en la Eucaristía, con duda, herejías, errores, falsedades, sino que debemos ajustar nuestra débil mente, en un todo, a lo que Santa Madre Iglesia nos enseña, con el Magisterio y la Tradición, en este aspecto, y así pasar a comulgar.
         Luego de conocer con su Mente Sapientísima la Verdad de la Encarnación de la Palabra de Dios en Ella y aceptarla sin la más mínima oposición, la Virgen concibió en su Inmaculado Corazón, por su voluntad y querer, a esta Palabra de Dios, que por voluntad y querer del Padre se encarnaba en su seno virginal. Es decir, la Virgen, con su Inmaculado Corazón, amó a la Palabra de Dios encarnada por ser voluntad de Dios, y amó la Palabra de Dios por ser la Palabra de Dios, engendrada en el seno eterno del Padre, y nada amó que no fuera a esta Palabra de Dios y si algo amó fuera de ella, lo hizo por Dios, en Dios y para Dios. De la misma manera, así también nosotros, al ir a comulgar, debemos amar sólo a la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y nada más que esta Palabra de Dios y si algo amamos que no sea la Eucaristía, que es la Palabra de Dios encarnada, lo debemos amar por, con y en la Eucaristía y, con mucha mayor razón, nada profano ni impuro debemos amar, que no sea la Eucaristía.
Por último, luego de recibir con su Mente Sapientísima, libre de errores, y con su Corazón Inmaculado, lleno del Amor de Dios, a la Palabra de Dios encarnada, la Virgen recibió a esta Palabra de Dios en su Cuerpo Purísimo y Virginal, convirtiéndose en Tabernáculo Viviente y Sagrario amantísimo del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. De la misma manera, al comulgar, también nosotros, luego de reafirmar la verdad de la Presencia real de Jesús en la Eucaristía y luego de amar esta verdad con todo nuestro corazón, santificados por la gracia, y convirtiendo nuestros cuerpos en templos del Espíritu Santo por la gracia y la pureza de cuerpo y alma, debemos recibir en la boca, es decir, en el cuerpo, a la Palabra de Dios encarnada, Jesús en la Eucaristía. Por todo esto, la Inmaculada Concepción es nuestro modelo para la Comunión Eucarística.


Novena a la Inmaculada Concepción 2016 1


         La Inmaculada Concepción es un modelo para toda nuestra vida como cristianos porque en Ella se unen, como en ninguna otra creatura en el mundo, dos condiciones esenciales para la santidad, que son el rechazo del pecado y la vida de la gracia.
Al ser concebida sin pecado original, la Virgen no cometió nunca, ni un solo pecado, no ya mortal, sino ni siquiera el más pequeño pecado venial; incluso, ni siquiera cometió imperfecciones, porque su humanidad, preservada del pecado, era perfecta. El pecado se origina en el corazón mismo del hombre, como lo dice Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas”, porque el hombre sí está afectado por el pecado original, en cambio, la Virgen, al tener su Corazón Inmaculado, no tenía ni pecado ni concupiscencia; todo lo que deseaba en su Corazón era  cumplir siempre, y en todo momento, la Voluntad de Dios, y nada amaba que no fuera Dios y si algo amaba fuera de Dios, lo amaba en Dios, para Dios y con Dios. Es en esto en lo que debemos imitarla, y aunque, obviamente, nosotros a diferencia de la Virgen, sí hemos nacido con el pecado original y tenemos sus consecuencias, como es la concupiscencia, la atracción por el pecado, sí podemos igualmente imitarla, y la forma es haciendo el propósito de rechazar todo pecado, todo mal deseo, todo mal pensamiento, toda mala palabra, toda obra mala. Entonces, en esto, sí podemos y debemos imitarla a Nuestra Madre del cielo, haciendo el propósito de rechazar de raíz toda tentación que conduzca al pecado y de no permitir que el pecado se adueñe de nuestro corazón, y el modo de hacerlo, es pedir la gracia de morir antes de consentir siquiera con un pecado venial deliberado, y mucho más, la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal.
         La Virgen es también la Llena del Espíritu Santo, porque no solo estuvo exenta de la mancha del pecado original, sino que, al ser la Elegida para ser la Madre de Dios, el Espíritu Santo inhabitó en Ella desde su Inmaculada Concepción, haciendo de su Corazón Inmaculado su lugar de reposo en la tierra. En esto también la Virgen es nuestro modelo de vida, y aunque nosotros somos pecadores, sí podemos hacer el propósito de vivir en estado de gracia santificante, confesando con frecuencia, para conservar siempre el estado de gracia, y acrecentarlo con actos de fe, de caridad y de misericordia.

         

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

         
Vida de Santa Catalina Labouré.

         Ya desde la infancia, su tesoro era Dios.
Nacida el 2 de mayo de 1806 en Fain-les-Moutiers, Borgoña (Francia) y desde muy pequeña demostró una gran devoción y amor filial por la Madre de Dios: a los 9 años quedó huérfana de madre y fue en ese entonces que  una criada de la granja la sorprendió encaramada sobre una mesa abrazando con toda piedad una imagen de la Señora.
Según testimonio de su hermana Tonina, fue desde el día de su Primera Comunión, en el año 1818, en que inició una vida de gracias místicas y extraordinarias, que la prepararían y habrían de tener su culmen en las apariciones de la Virgen y las revelaciones acerca de la Medalla Milagrosa.
Puesto que vivía cerca de las Hijas de la Caridad –congregación religiosa fundada por San Vicente de Paúl-, solía visitarlas con mucha frecuencia siendo niña y jovencita, sintiéndose atraída por las cosas de Dios y, sobre todo, por los oficios divinos.
¿Un sueño revelador, o una revelación en el sueño?
Ya por entonces comenzaba a pensar si acaso su vocación no sería la de hermana religiosa, pero fue a través de un sueño –que más que sueño, fue una revelación divina, según le dijo su director espiritual-, en donde tuvo conocimiento más certero acerca del llamado de Dios. En efecto, en ese sueño, se le apareció un anciano sacerdote que le dijo lo siguiente: “Ahora huyes de mí, hija mía; día vendrá, cuando tengas a gran contento, ser mía. Dios tiene sus designios sobre ti. No lo olvides”[1].
Frente a un sueño tan poco común, Santa Catalina decidió acudir al párroco de Chatillón, quien interpretó el sueño de este modo: “No abrigues la menor duda, no era otro ese anciano, sino San Vicente de Paúl, quien te quiere para Hija de la Caridad”. Y efectivamente, se trataba de él, tal como lo confirmó Santa Catalina, al reconocer al Fundador de las Hijas de la Caridad en un cuadro suyo que poseían las hermanas.
Santa Catalina ingresa en las Hijas de la Caridad.
Su ingreso en religión, sin embargo, no fue fácil, puesto que tuvo que luchar contra el impedimento que le ponía su padre; finalmente, este cedió y Santa Catalina ingresó, el 22 de enero de 1830, a la vida religiosa con la congregación “Hijas de la Caridad” y después de tres meses de postulantado fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du Bac, 140.
Una vez en el noviciado, comenzó a recibir gracias y favores extraordinarios del Cielo, como por ejemplo, ver a Nuestro Señor, con sus propios ojos, en la Eucaristía.
Sucedió que en esos mismos días se celebraban las solemnidades con las cuales se festejaba el traslado de sus gloriosas reliquias, manifestando la Santa que había hallado en todo tanta dicha y contento, que para ella ya no quedaba más que pedir ni esperar en este mundo. Y sin embargo, como la historia lo demostraría, el Cielo tenía aún enormes tesoros para revelarle.
San Vicente de Paúl habla a Santa Catalina con su corazón de Padre.
         Antes de las revelaciones de la Virgen, fue el Padre fundador de las Hijas de la Caridad, San Vicente de Paúl, quien le reveló enseñanzas para sus Comunidades y advertencias sobre Francia.
         Sucedió que la Santa se encontraba presente cuando trasladaron los restos de San Vicente de Paúl, a la nueva iglesia de los Padres Paules, distante a solo unas cuadras de su noviciado. Fue en la capilla del noviciado –adonde había sido llevado el brazo del santo- cuando, durante la novena, Santa Catalina vio cómo el corazón de San Vicente de Paúl adoptaba diferentes colores, con un significado para cada color: el blanco, significaba la unión en la caridad que debía existir entre las congregaciones fundadas por San Vicente; el color rojo, significaba el fervor que debía animar a dichas congregaciones; el rojo oscuro, la tristeza que por ellas padecería. Además, oyó interiormente una voz que le decía que “el corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia”. Esa misma voz también le dijo que “El corazón de San Vicente está más consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe”.
         Nuestro Señor se le aparece en la Eucaristía.
         En el transcurso de su noviciado en la Rue du Bac, Santa Catalina tuvo la gracia de ver a Jesús en la Eucaristía. Una de estas visiones tuvo lugar el día 6 de junio de 1830,en la Solemnidad de la Santísima Trinidad: al momento de leer el Evangelio, Jesús se presentó como un Rey, con una cruz en el pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la cruz, como si fueran unos despojos inservibles. “Inmediatamente -escribió sor Catalina- tuve las ideas más negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas”.
La “era de María”.
Debido a las frecuentes apariciones marianas -entre otras, La Salette, Lourdes, Fátima-, iniciada por la primera aparición moderna de la Virgen en el año 1830 a Santa Catalina, el Papa Pío XII llamó a esta época la “era de María”, una era en la que la Virgen, al igual que en su Visita a Santa Isabel, en la que llevó a Jesús, así también con estas apariciones nos visitó, trayendo para todos los hombres al “fruto bendito de su vientre”, además de recordarnos que su Hijo es la única salvación posible y que dejarlo de lado y optar por otros caminos es una decisión extremadamente riesgosa para la salvación eterna.
         Prolegómenos de las Apariciones: Catalina sueña con ver a la Virgen.
         En las vísperas de la fiesta de San Vicente de Paúl, el domingo 18 de Julio de 1930, Santa Catalina y las novicias reciben, de su maestra de novicias, una exposición acerca de la devoción a los santos y en particular a su Reina, María Santísima. Esta exposición sirvió como preparación de su corazón para recibir una gracia, la de ver a la Virgen en persona, por amor y no por mera curiosidad. En efecto, como consecuencia de las palabras de la religiosa, impregnadas de piedad y de ardiente fe, Santa Catalina experimenta el vivo deseo de ver y contemplar el rostro de la Madre de Dios. Debido a que se trataba de la víspera de San Vicente, se les había distribuido a las novicias un pequeño trozo de lienzo obtenido de un roquete del santo. Movida por su gran deseo de ver a la Virgen, Santa Catalina pensó que su ángel de la guarda y San Vicente le obtendrían esa misma noche la gracia que tanto anhelaba, de ver a la Virgen, por lo que lo ingirió inmediatamente antes de dormir, con la esperanza sobrenatural de ver cumplido su deseo. Con respecto a esta confianza, dice así San Juan de la Cruz: “La confianza consigue todo cuanto espera”.
La novicia es despertada por su Ángel de la guarda.
Alrededor de las 11:30 p. m. de esa noche, Santa Catalina sintió que alguien la llamaba, por tres veces, por su nombre. Al despertarse, vio a un niño –vestido de blanco y que parecía tener cuatro o cinco años- que le dijo: “Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera”. Conociendo el temor de ser descubierta por el resto de las novicias, el niño la tranquilizó diciéndole: “No temas; son las 11;30 p.m.; todas duermen muy bien. Ven yo te aguardo”.
Sus palabras la llenan de confianza; al momento se viste con toda premura y acude hacia donde se encuentra el niño “que permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho”.
Una vez vestida Sor Catalina, el niño comienza a caminar, siguiéndolo Santa Catalina “a su lado izquierdo. Sucedió entonces que por donde quiera que pasaban las luces se encendían; además, el cuerpo del niño irradiaba una luz resplandeciente, haciendo que todo a su alrededor quedara iluminado. Cuando llegaron a la capilla, esta se encontraba con su puerta cerrada, pero se abrió al instante y suavemente apenas fue tocada por el niño con sus pequeños dedos.
Cuenta así Catalina la escena que contempló en la capilla: “Mi sorpresa fue más completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media noche”.
El niño la condujo al presbiterio, junto al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, permaneciendo de pie todo el tiempo al lado derecho.
Llevada por su deseo ardiente de ver a la Virgen, a Santa Catalina le pareció que la espera era muy larga, hasta que en un determinado momento el niño le dijo: “Ved aquí a la Virgen, vedla aquí”.
Santa Catalina ve a la Santísima Virgen.

En ese momento, junto al cuadro de San José, Santa Catalina oyó algo similar al suave sonido que produce el roce de un traje de seda; en ese momento, vio que una señora de extremada belleza atravesaba majestuosamente el presbiterio y “fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio”.
Desde lo más profundo de su corazón, Sor Catalina dudaba, en su interior, si es que verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: “Mira a la Virgen”.
Puesto que aún le parecía que no veía a la Santísima Virgen, el niño-ángel le habló, no ya como niño, sino con la autoridad propia del hombre más enérgico, diciéndole: “¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que más le agrade?”.
“Entonces –cuenta Catalina-, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodillé en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí”.
Instrucciones de la Santísima Virgen.
Con respecto a lo que la Virgen le dijo, hay muchas confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero nunca podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el más absoluto secreto.
En relación a las que sí podía manifestar, dijo así Catalina: “Ella (la Virgen) me dijo cómo debía portarme con mi director, la manera de comportarme en las penas y acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté qué significaban las cosas que yo había visto, y Ella me lo explicó todo”.
En resumen, los consejos que le dio la Virgen, como Madre y Maestra, para su particular provecho espiritual (consejos los cuales todos podemos y debemos imitar), son los siguientes:
Con respecto a su director espiritual, le dijo que debía ser humilde y obediente. Esto, a pesar de que su confesor, el padre Juan María Aladel, no creyó sus visiones y le dijo que las olvidara.
En relación a las penas, le dijo que debía comportarse con paciencia, mansedumbre y gozo.
Le dijo también que su corazón debía ser indiviso y no buscar consuelos humanos, y que acudiera siempre a arrojarse al pie del altar y desahogar su corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviese necesidad.
La Virgen también le explicó el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido de San Vicente y del Señor.
Luego continuó diciéndole:
“Dios quiere confiarte una misión; te costará trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tú conocerás cuán bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que los digas a tu director. No te faltarán contradicciones, mas te asistirá la gracia, no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Verás ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.
Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde se prodigarán gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres.
Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que está encargado de ti, aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. Él deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes.
Vendrá un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades.
Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas (Catalina ve lágrimas en los ojos de María). El clero de París tendrá muchas víctimas. Morirá el señor Arzobispo.
Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles (la Virgen no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; su semblante aparecía extremadamente pálido). El mundo entero se entristecerá”. En ese momento, Santa Catalina pensó: “¿Cuándo ocurrirá esto?” y una voz interior le dijo: “Cuarenta años y diez y después la paz”.
La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desapareció de la vista de Sor Catalina “como una sombra que se desvanece”.
En resumidas cuentas, en esta aparición la Virgen:
Le comunica una misión que Dios le quiere confiar (será la de revelar al mundo la Medalla Milagrosa).
Le enseña sabios consejos que la hacen crecer “en gracia y santidad”, de modo de poder hablar con sumisión y confianza con su director.
Para confirmar la veracidad de la aparición y su mensaje central –la Medalla Milagrosa-, le anuncia futuros eventos.
Le concede la gracia de una verdadera relación familiar de madre-hija: Santa Catalina no solo ve a la Virgen, sino que se acerca a ella, hablan con familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.
Con respecto a estas profecías, hay que decir que todas se cumplieron: la misión que Dios quería confiarle le fue indicada con la revelación de la Medalla Milagrosa; solo una semana después de esta aparición estallaba la revolución, en la que se producen saqueos y asesinatos por todo París, siendo finalmente destronado Carlos X, para ser sustituido por el “rey ciudadano” Luis Felipe I, gran maestre de la masonería. Su director espiritual, el Padre Aladel, es nombrado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la regla y hacia la década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad. En 1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes. Finalmente, solo resta por cumplir la última parte.
Aparición del 27 de noviembre del 1830: revelación de la Medalla Milagrosa.
La tarde el 27 de noviembre de 1830, vísperas del primer domingo de Adviento, sucedió la segunda aparición de la Madre de Dios a Santa Catalina: fue aquí en donde la Virgen le reveló la misión que Dios le encomendaba, y que era hacer conocer y difundir la bendita Medalla Milagrosa. En la aparición, la Virgen mostraba todos los elementos que debían estar presentes en la Medalla. Cuando estaba Sor Catalina haciendo su meditación en la capilla, le pareció oír algo que le hizo recordar a la aparición anterior, y era el sonido similar al que produce el roce de un traje de seda.
Entonces, se le apareció la Santísima Virgen, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Un delicado velo blanco cubría su majestuosa cabeza de reina y sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando le preguntaron a Santa Catalina si sería capaz de describir el rostro de la Virgen, sólo atinó a decir que era la Virgen “en el esplendor de su máxima belleza celestial”.
Los pies de la Virgen, al tiempo que posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. En sus manos, y a la altura de su corazón, sostenía un pequeño globo de oro, coronado por una cruz.
En cuanto a su actitud, la Madre de Dios mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo a Dios Trino el globo que tenía en sus manos. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. En un momento determinado, los dedos de María se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, y esta luz, que la circundaba, resplandecía por momentos con tal claridad, que no era posible verla.
En cada dedo, tenía tres anillos; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad. A su vez, salían rayos luminosos de las piedras preciosas de los anillos, los cuales se alargaban a medida que se dirigían hacia abajo, llenando con su luz la parte inferior de la escena. Sin embargo, había perlas que no emitían rayos.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, Ella la miró con amor maternal y le habló a su corazón, explicándole en persona los significados sobrenaturales de la Medalla Milagrosa:
“Este globo que ves (el que se encontraba a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
Así, la Virgen se daba a conocer como la Mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo, dándonos a entender, al mismo tiempo, que Dios tiene incontables gracias para darnos y que la única razón por la que no nos las da, es porque no las pedimos. Estas gracias, disponibles para nosotros –y nuestros seres queridos, para quienes las podemos pedir-, pero no pedidas, están representadas en las “perlas que no emiten rayos”.
A su vez, el globo de oro, que significaba la riqueza de gracias a nuestra disposición, se desvaneció de entre las manos de la Virgen; mientras tanto, sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
La Medalla Milagrosa y su significado.
En este momento se formó un óvalo alrededor de la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”.
Las palabras de esta oración componían un semicírculo que daba inicio a la altura de la mano derecha de la Virgen, continuaba por encima de su cabeza y finalizaba a la altura de la mano izquierda. Una vez que se formó la frase, Santa Catalina oyó una voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”. Si la Medalla Milagrosa es prenda de gracias, estas aumentan proporcionalmente al grado de confianza en el poder intercesor de María de aquel que lleva la Medalla con fe, con devoción y, sobre todo, con amor filial a María.
Luego, la aparición dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En él aparecía una letra “M”, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual a su vez atravesaba la letra hasta un tercio de su altura; debajo estaban los Sagrados Corazones de Jesús y de María, estando el de Jesús rodeado por una corona de espinas, y el de María traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.
Significado de lo símbolos de la Medalla y su mensaje espiritual.
En el Anverso:
María aplastando la cabeza de la serpiente que a su vez descansa sobre el mundo. La Virgen es la Mujer del Génesis que aplasta la cabeza de la Serpiente (cfr. Gn 3, 15); el triunfo de la Virgen sobre Satanás esto se debe a que Ella, al ser la Inmaculada y la Llena del Espíritu Santo, tiene participada la recomnipotencia divina. Por esta razón, para el Demonio, el pequeño y delicado pie de la Virgen le representa un peso superior a cientos de miles de toneladas. La otra razón por la que la Virgen triunfa sobre el Demonio es por su humildad, puesto que la humildad vence a la soberbia.
El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la Virgen es también la Mujer del Apocalipsis, que aparece como “una señal en el cielo”, “revestida del sol” (cfr. Ap 12, 1): la Virgen es la Inmaculada Concepción y lleva en su seno al Sol de justicia, Jesucristo, Gracia Increada y Fuente de toda gracia participada.
Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de Madre y Mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes le pidan: esos rayos brotan de los anillos que adornan las manos de la Virgen. Recordemos que es la misma Virgen quien le dice a Santa Bernardita que los anillos opacos, de los que no salen rayos, simbolizan a las almas que no reciben gracias por el simple hecho de que no las piden.
Jaculatoria: dogma de la Inmaculada Concepción, revelado antes de la definición dogmática de 1854. La Virgen es Inmaculada Concepción porque es el Sagrario Viviente que contiene en su interior el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Pero también es el ideal al que todo cristiano debe aspirar: por la gracia santificante, todo cristiano debe imitar a la Virgen en su pureza inmaculada, y además imitarla en su pureza corporal, por medio de la castidad, para recibir, con la mayor pureza posible, en su corazón, al Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía.
El globo bajo sus pies: el globo simboliza a la tierra y que la Virgen esté de pie significa que Ella es Reina de cielos y tierra, es decir, Reina de la Creación visible y de la invisible (la Virgen es también Reina de los ángeles).
El globo en sus manos: si bien no aparece en propiamente en la Medalla Milagrosa, sí forma parte de las apariciones y por lo tanto del mensaje que estas transmiten. El globo en sus manos, es el mundo ofrecido a Jesús a través suyo. ¿Cuál es la diferencia con el globo terráqueo bajo sus pies? El globo que está bajo sus pies, es el mundo caído en pecado, porque entre los pies de la Virgen y el mundo, está Satanás: pero es el mundo que, dominado por el pecado, la muerte y el Demonio, ha sido vencido por la Cruz de Jesucristo, Redentor del mundo, y por la Virgen, Corredentora y esa es la razón por la cual la Virgen aparece aplastando a la Virgen y en posición de dominio sobre el mundo. El globo de oro, que la Virgen tiene entre sus manos y próximo a su Inmaculado Corazón, es el mundo redimido por Jesucristo, por su Sangre y su gracia santificante, y es por eso que es de color dorado, porque ha sido redimido por la Sangre del Cordero. Es el mundo que no solo no tiene la ponzoña del pecado, de la muerte y del Demonio, sino que es el mundo o más bien las almas redimidas por la gracia santificante del Cordero.
En el reverso:
La cruz: es el Árbol de la Vida, de donde el alma recibe la vida divina; es el Libro de la Sabiduría, donde se aprende el Camino que conduce al Padre; es el misterio de la redención, el precio que pagó Cristo. La cruz es sinónimo de obediencia a la voluntad del Padre y de amor a los hombres hasta el extremo del sacrificio de la propia vida.
La letra “M”: símbolo de María, poseedora del doble y único privilegio trinitario: ser Virgen y al mismo tiempo, Madre de Dios Hijo encarnado. La letra “M” en la Medalla Milagrosa nos recuerda también la maternidad espiritual de María, quien se convirtió en Madre adoptiva de los bautizados el Viernes Santo, al pie de la cruz, por pedido expreso de Nuestro Señor Jesucristo.
La barra: es una letra del alfabeto griego, “yota” o I, que es monograma del nombre, Jesús. Así, la Medalla nos recuerda, de forma permanente, el nombre ante el cual toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en el abismo, el único nombre dado a los hombres para su eterna salvación.
La letra “M” y la “Iota” agrupados: significan el misterio del Hombre-Dios Jesús, Redentor, y de su Madre, la Virgen, Corredentora.
Las doce estrellas: simbolizan a la Iglesia que nace en el Calvario, del Corazón traspasado de Jesús y fundada sobre las doce columnas, los Apóstoles.
Los Sagrados Corazones de Jesús y María: significa que el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María están estrecha e indisolublemente unidos por el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es la razón por la cual, el hecho de consagrarse al Corazón de María significa consagrarse al Sagrado Corazón. Ambos corazones reinan en las almas en gracia y este doble reinado en el corazón que ama a Dios, es una de las principales gracias que se obtienen por medio de la Medalla Milagrosa.
Nombre: originalmente, la Medalla se llamaba: “de la Inmaculada Concepción”, pero debido a que la devoción se expandió a causa de los innumerables milagros concedidos a través de ella –curaciones prodigiosas, vicios superados, virtudes adquiridas, bendiciones sin número-, se le comenzó a llamar “La Medalla Milagrosa”, siendo este el nombre con el que se la conoce actualmente. Así, se da inicio al cumplimiento de la profecía de Santa Catalina: “Por la Medalla será María la Reina del universo”.
Conversión de Ratisbone:
De todos los milagros propiciados por la Medalla Milagrosa, hubo uno en particular, que tuvo y tiene gran resonancia, y es la conversión de Alfonso Ratisbona. Éste, abogado y banquero judío de 27 años, cultivaba un gran odio hacia los católicos porque su hermano Teodoro, quien se había convertido y ordenado sacerdote, tenía como insignia la Medalla Milagrosa y luchaba por la conversión de los judíos.
Su conversión por medio de la Medalla Milagrosa fue así: en enero de 1842, estando Alfonso en viaje de turismo a Nápoles y Malta, llegó a Roma de modo accidental, luego de una combinación errónea de trenes. Una vez en Roma, decidió visitar a un amigo de la familia, el barón Teodoro de Bussiere, quien era  a su vez un protestante convertido al catolicismo.
El barón lo recibió con toda cordialidad y se ofreció a enseñarle Roma. En una reunión donde Ratisbone hablaba muy mal de los católicos, este barón lo escuchó con mucha paciencia y al final le dijo: “Ya que usted está tan seguro de sí, prométame llevar consigo lo que le voy a dar”. “¿Qué cosa?, dijo Alfonso. “Esta medalla” (obviamente, era la Medalla Milagrosa). Alfonso la rechazó indignado pero el barón replicó: “Según sus ideas, el aceptarla le debía dejar a usted indiferente. En cambio a mí me causaría satisfacción”. Alfonso se echó a reír y se la puso comentando que él no era terco y que era un episodio divertido. El barón se la puso al cuello y le hizo rezar el Memorare.
Luego de este episodio, el barón pidió oraciones a varias personas entre ellas al conde La Ferronays, quien le dijo: “Si le ha puesto la Medalla Milagrosa y le ha hecho rezar el Memorare, seguro que se convierte”. El conde murió repentinamente dos días después. Se supo que durante esos dos días había ido a la basílica de Santa María la Mayor a rezar cien Memorares por la conversión de Ratisbone (aunque no hay datos testimoniales, lo que sucedió es que, con toda seguridad, el conde ofreció su vida a la Virgen, a cambio de la conversión de su amigo Alfonso).
En su último día en Roma, Ratisbone se encontró con el barón en la Plaza España y acepta la invitación a pasear. Sin embargo, el barón le dio que antes tenía que pasar por la Iglesia de San Andrés para arreglar el funeral del conde. Ratisbone le acompaña a la Iglesia. Lo que sucedió en ese momento, lo narra así el propio Alfonso: “A los pocos momentos de encontrarme en la Iglesia, me sentí dominado por una turbación inexplicable. Levanté los ojos y me pareció que todo el edificio desaparecía de mi vista. Una de las capillas (la de San Miguel Arcángel) había concentrado toda la luz, y en medio de aquel esplendor apareció sobre el altar, radiante y llena de majestad y de dulzura, la Virgen Santísima tal y como está grabada en la medalla. Una fuerza irresistible me impulsó hacia la capilla. Entonces la Virgen me hizo una seña con la mano como indicándome que me arrodillara... La Virgen no me habló pero lo he comprendido todo”.
El barón lo encuentra de rodillas, llorando y rezando con las manos juntas, besando la medalla. Poco tiempo más tarde es bautizado en la Iglesia del Gesú en Roma. Por orden del Papa, se inicia un proceso canónico que declarará que lo que le sucedió a Alfonso fue un “verdadero milagro”.
Poco tiempo más tarde, Alfonso Ratisbone entró en la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos.
Después de haber sido por 10 años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en 1848, las religiosas y las misiones de Nuestra Señora de Sión. Como resultado de este particular apostolado de Ratisbone, se convirtieron, solo en los primeros diez años, 200 judíos y 32 protestantes. Trabajó incansablemente en Tierra Santa, logrando comprar el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.
Triduo en honor de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
ACTO DE CONTRICIÓN.
Oración para todos los días:
¡Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
¡Dulcísima Reina de los cielos y de la tierra!, que por amor a los hombres te dignaste a manifestarte a vuestra sierva Sor Catalina con las manos llenas de rayos de luz, a fin de hacer saber al mundo que deseas derramar abundantes gracias sobre todos los que con confianza te piden: concédeme, Madre mía, que a imitación de Sor Catalina, derrames en mi alma la luz necesaria para conocer mi nada y mi miseria, y lo mucho que debo a mi Padre Dios por los innumerables dones que me ha dispensado y que cumpliendo su voluntad en esta vida pueda gozarle en Tu compañía eternamente en el cielo. Amén.
Tres Ave Marías y 3 veces la jaculatoria “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Primer Día:
¡Amorosísima Madre mía!, cuánto gozo experimenta mi pobre alma, cuando considero el deseo que tienes en concederme vuestros favores y que no esperas otra cosa sino que acuda a Ti, para remediar nuestros males y llenarnos de vuestras gracias y dones.
Oh María, mi Madre amada, Reina de la Corte Celestial, te ruego que todos acudamos siempre a Ti, como nuestra única esperanza.
Oración Final:
Acordaos, ¡oh piadosísima siempre Virgen María!, que no se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección e implorado vuestra asistencia, haya sido abandonado de Vos. Animados con esta confianza acudimos a Ti, ¡oh Virgen de las Vírgenes!, y aunque gimiendo bajo el peso de nuestros pecados, nos atrevemos a comparecer ante vuestra presencia soberana. Amén.
¡Oh Madre del Divino Verbo!, no desprecies mis súplicas; antes bien, escúchalas favorablemente, y dígnate acogerlas. Amén.
Tres veces la jaculatoria: “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Segundo Día:
¡Santísima Madre de Dios! ¡Señora nuestra y mi tierna Madre!; qué consuelo tan grande siente mi corazón cuando contempla Tu imagen, como te vio Sor Catalina, con un globo en vuestras Divinas Manos, que representaba toda la tierra y lo estrechabas sobre vuestro pecho, simbolizando así el amor que tienes a los hombres. Concédeme, ¡oh Divina Madre Eterna! ¡Oh Madre mía!, que sepamos corresponder a tanto amor, procurando imitar vuestras virtudes. Así sea.
Tres Ave Marías y 3 veces la jaculatoria “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Tercer Día:
¡Virgen Inmaculada! ¡Celestial Madre mía! Con qué gozo celestial llego ante Tu Santísimo Altar; para contemplar Tus virtudes y exponer mis penas. qué aliento santo cobra mi espíritu al acercarme ante tu sagrada imagen; donde veo representada la más profunda humildad, una modestia admirable y el resto de todas las perfecciones con que el Señor Dios te adornó.
Haz ¡Madre Santísima!, ¡Divina y Celestial Señora! ¡Reina del Clero, de los apóstoles! ¡Madre del Mesías! ¡Hija predilecta de Dios Padre! Que oigamos siempre Tus maternales avisos para que, arrepentidos de nuestras culpas e imitando vuestras virtudes, logremos la inmensa dicha de estar contigo en el cielo por toda la eternidad. Así sea.
Tres Ave Marías y 3 veces la jaculatoria “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.