Uno de los aspectos de las apariciones de la Virgen como la Inmaculada Concepción, es el de
la penitencia, acto espiritual –interior- y corporal –exterior- necesario para
la conversión de los pecadores.
En
una de las apariciones, la del día Jueves 25 de febrero, la Virgen indicará, a
Bernardita y a toda la Iglesia, uno de los modos de hacer esta penitencia, y es
la auto-humillación. En efecto, la Virgen le dice así a Santa Bernardita: “(la
Virgen) me dijo que fuera a beber a la fuente […] no encontré más que un poco
de agua fangosa. Al cuarto intento, conseguí beber; me mandó también que
comiera hierba que había cerca de la fuente, luego la visión desapareció y me
marché”.
Las
personas que veían la escena pensaban que Santa Bernardita no estaba en su sano
juicio y es así que le dijeron: “¿Sabes que la gente cree que estás loca por
hacer tales cosas?”. Ante esta situación, Bernardita simplemente respondió: “Es
por los pecadores”. Lo que debemos considerar en esta situación es que, por un
lado, a Bernardita la trataron de “loca” literalmente; por otro lado, hay que
considerar que si lo hizo Bernardita, fue por expresas indicaciones de la
Virgen, lo cual quiere decir que la Virgen le enseñó a Bernardita la
auto-humillación, como forma de imitar a Jesús, humillado en la Pasión. Es decir,
la humillación de Santa Bernardita tenía como fin el participar a la humillación
de Jesús en la Pasión, llevada a cabo por Él para obtener nuestra conversión y
salvación.
La
auto-humillación es una penitencia que asemeja al alma a Jesús, porque Jesús se
auto-humilló de numerosas maneras, comenzando por la misma Encarnación. Jesús
se auto-humilló en la Encarnación, porque siendo Dios, y sin dejar de ser Dios,
se encarnó en una naturaleza tan inferior, como la nuestra, y no solo, sino que
estaba contaminada por el pecado, aunque al encarnarse no asumió el pecado,
sino lo que no estaba por éste contaminado.
Jesús
se auto-humilló en la Última Cena, al asumir una tarea de esclavos, como es el
lavado de pies a sus propios discípulos, y además, al arrodillarse delante de
ellos, incluido Judas Iscariote, el traidor, como implorándole su amor, y
suplicándole que se arrepienta y que no se condene en el Infierno.
Jesús
se auto-humilló en la Pasión, permitiendo que seres tan inferiores y
despreciables, como somos los humanos, lo apresáramos, para luego someterlo a un
juicio inicuo, condenándolo a muerte, como si fuera el peor de los reos, a Él,
que era el Cordero Inmaculado, el Cordero Tres veces Santo, el Hijo del Dios
Altísimo, que se encarnaba para morir en la cruz por nuestra salvación.
La
auto-humillación, entonces, y también las humillaciones que podamos sufrir por
parte de nuestros prójimos, son formas excelentísimas de penitencia porque,
unidas a las humillaciones sufridas voluntariamente por Jesús en la Pasión, nos
obtienen nuestra propia santificación y nos consiguen la salvación de
incontables almas y la conversión de numerosos pecadores. Éste es, entonces,
otro de los mensajes dados por Nuestra Señora, la Madre de Dios, al aparecerse
como la Inmaculada Concepción a Santa Bernardita.
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