La Inmaculada Concepción es un modelo para toda nuestra vida
de cristianos, y lo es particularmente para el acto más importante que todo
cristiano debe hacer en cuanto cristiano, independientemente de su estado de
vida, y es la Comunión Eucarística.
Para saber de qué manera lo es, debemos reflexionar
brevemente en la Anunciación del Ángel a la Virgen y la Encarnación del Verbo
de Dios.
Cuando el Ángel Gabriel le anuncia a la Virgen que Ella
habría de ser la Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, la Virgen dio su “Sí”
a la voluntad de Dios, pero antes de que el Verbo de Dios se encarnara en su
cuerpo virginal y purísimo, la Virgen recibió a la Palabra de Dios en su Mente
Sapientísima y en su Inmaculado Corazón.
Recibió a la Palabra de Dios en su Mente Sapientísima,
porque en ningún momento dudó de la voluntad de Dios, ni tampoco opuso, frente
a lo que Dios le revelaba por el Ángel, objeciones, dudas, preguntas; su Mente
estaba tan plena de la Divina Sabiduría, que se conformaba en un todo con esta,
de manera que la Virgen nunca opuso un juicio propio que, por impertinente y
orgulloso, entorpeciera o contaminara la Verdad divina de la Encarnación del
Verbo en su seno virginal. De la misma manera, así también nosotros, antes de
comulgar, debemos hacerlo con la firme certeza de la Presencia real, verdadera
y substancial, de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, que está Presente en
la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, al tiempo que debemos
rechazar firmemente todo pensamiento propio que pueda ir en contra de esta
Verdad revelada, y mucho menos debemos contaminar esta Verdad de Fe de la
Presencia real y substancial de Jesús en la Eucaristía, con duda, herejías,
errores, falsedades, sino que debemos ajustar nuestra débil mente, en un todo,
a lo que Santa Madre Iglesia nos enseña, con el Magisterio y la Tradición, en
este aspecto, y así pasar a comulgar.
Luego de conocer con su Mente Sapientísima la Verdad de la
Encarnación de la Palabra de Dios en Ella y aceptarla sin la más mínima
oposición, la Virgen concibió en su Inmaculado Corazón, por su voluntad y
querer, a esta Palabra de Dios, que por voluntad y querer del Padre se
encarnaba en su seno virginal. Es decir, la Virgen, con su Inmaculado Corazón,
amó a la Palabra de Dios encarnada por ser voluntad de Dios, y amó la Palabra de
Dios por ser la Palabra de Dios, engendrada en el seno eterno del Padre, y nada
amó que no fuera a esta Palabra de Dios y si algo amó fuera de ella, lo hizo
por Dios, en Dios y para Dios. De la misma manera, así también nosotros, al ir
a comulgar, debemos amar sólo a la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su
Encarnación en la Eucaristía y nada más que esta Palabra de Dios y si algo
amamos que no sea la Eucaristía, que es la Palabra de Dios encarnada, lo
debemos amar por, con y en la Eucaristía y, con mucha mayor razón, nada profano
ni impuro debemos amar, que no sea la Eucaristía.
Por
último, luego de recibir con su Mente Sapientísima, libre de errores, y con su
Corazón Inmaculado, lleno del Amor de Dios, a la Palabra de Dios encarnada, la
Virgen recibió a esta Palabra de Dios en su Cuerpo Purísimo y Virginal,
convirtiéndose en Tabernáculo Viviente y Sagrario amantísimo del Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. De la misma manera,
al comulgar, también nosotros, luego de reafirmar la verdad de la Presencia
real de Jesús en la Eucaristía y luego de amar esta verdad con todo nuestro
corazón, santificados por la gracia, y convirtiendo nuestros cuerpos en templos
del Espíritu Santo por la gracia y la pureza de cuerpo y alma, debemos recibir
en la boca, es decir, en el cuerpo, a la Palabra de Dios encarnada, Jesús en la
Eucaristía. Por todo esto, la Inmaculada Concepción es nuestro modelo para la
Comunión Eucarística.
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