Para poder sacar provecho espiritual de las Apariciones de
la Virgen a Santa Bernardita, como la Inmaculada Concepción, es necesario
repasar brevemente los hechos centrales de una de las más grandes
manifestaciones marianas de todos los tiempos.
El día Jueves 18 de febrero de 1858, luego de que Santa
Bernardita le ofreciera papel y una pluma para que le escribiera su nombre, la
Virgen le habla a Santa Bernardita y le dice: “No es necesario” y añade “No te
prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”[1].
El día Miércoles 24 de febrero la Virgen dice: “¡Penitencia!
¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Ruega a Dios por los pecadores!”. Acto seguido, le
da un ejemplo de cómo hacer la penitencia que con tanta insistencia pide: “¡Besa
la tierra en penitencia por los pecadores!”.
El día Jueves 25 de febrero, la Virgen le dice a Santa
Bernardita que haga dos cosas que, a los ojos de los demás, parecieran no tener
sentido y, sobre todo, provocan la humillación de Santa Bernardita. No será más
que la explicitación del modo de hacer penitencia, pidiendo por la conversión
de los pecadores. Dice así Santa Bernardita: “(la Virgen) me dijo que fuera a
beber a la fuente […] no encontré más que un poco de agua fangosa. Al cuarto
intento, conseguí beber; me mandó también que comiera hierba que había cerca de
la fuente, luego la visión desapareció y me marché”. Como es lógico, la
muchedumbre –unas trescientas personas- que se había congregado a causa de las
apariciones, le hace notar a Santa Bernardita aquello que es de sentido común:
que alguien que haga lo que hizo ella, no pareciera estar en sus cabales: “(la
gente le dice) ¿Sabes que la gente cree que estás loca por hacer tales cosas?“,
Bernardita sólo contesta, “Es por los pecadores”. En todo esto, no debemos
olvidar que Nuestro Señor Jesucristo fue humillado infinitamente más en la
Pasión, y que la humillación que sufrió Santa Bernardita, no es sino una
participación a la humillación de Jesús en la Pasión, humillación a la que
todos los cristianos estamos llamados a participar, por el mismo fin: la
conversión de los pecadores.
El
día Jueves 25 de marzo, la Virgen revela su nombre: “Levantó los ojos hacia el
cielo, juntando en signo de oración las manos que tenía abiertas y tendidas
hacia el suelo, y me dijo: “Soy la Inmaculada Concepción”.
De
acuerdo a esto, podemos decir que el mensaje que la Virgen dio en Lourdes se
puede resumir en los siguientes elementos:
El
cielo confirma, por la aparición de la Virgen, la verdad que había sido
declarada por el Magisterio cuatro años antes por Pío IX, acerca de la
Inmaculada Concepción, presentándose así también la Virgen como Madre y modelo
de pureza para la humanidad, lo cual es sumamente vigente en estos días, en los
que la inmoralidad no solo es universal y generalizada, sino que se la reclama
como “derecho humano”.
La
Virgen realizó innumerables curaciones físicas y espirituales, como signos que
nos llaman a convertirnos a su Hijo Jesús.
La
Virgen se revela a Santa Bernardita, una niña cuasi-analfabeta, pero humilde y con
un alma pura, confirmando así que Dios “exalta a los humildes y rechaza a los
soberbios” y que “oculta sus secretos a los grandes del mundo, al tiempo que
los revela a los más pequeños.
La
Virgen nos enseña que esta vida no es un “paraíso”, ni que estamos aquí para
disfrutar o para pasarla bien; además, que el hecho de que se le aparezca a un
alma, no significa que esa alma no pasará tribulaciones y que todo en su vida
será un lecho de rosas; por el contrario, afrontará pruebas y tribulaciones aún
más fuertes que antes, pero la Virgen no la dejará desamparada. Dice San
Bernardita que la Virgen le dijo así: “Yo también te prometo hacerte dichosa,
no ciertamente en este mundo, sino en el otro”. En otras palabras, la Virgen
nos advierte acerca de la imperiosa necesidad de configurar nuestras almas a
Cristo crucificado, y que el paraíso no está en esta tierra, sino en el cielo,
por lo que es un grave error, para el cristiano, pretender vivir sin la Cruz en
esta vida, único camino al cielo.
En
todas las apariciones la Virgen vino con su Rosario, con lo cual nos quiere
hacer ver la gran importancia de rezarlo, para pedir y obtener gracias de todo
tipo.
En
estas apariciones, la Virgen nos hace ver la importancia de la oración, de la
penitencia y humildad (besando el suelo como señal de ello), además de
transmitir un mensaje de misericordia infinita para los pecadores –casi todo lo
que la Virgen pide, como la penitencia, la mortificación, el Rosario, es para
la conversión de los pecadores- y del cuidado de los enfermos.
Por
último, en las apariciones de la Inmaculada Concepción se puede notar la
necesidad imperiosa de la conversión –puesto que es una condición indispensable
para la salvación- y la confianza inquebrantable en Dios, que aunque pueda
permitir tribulaciones en esta vida –a Santa Bernardita no se le ahorró ninguna
en esta vida terrena, e incluso donde más sufrió humillaciones fue en la vida
religiosa-, es porque desea que ingresemos a la vida eterna completamente
purificados y en gracia, de manera de poder gozar de su visión beatífica por
toda la eternidad.
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