Cuando se consideran las apariciones marianas –las que están
estrictamente aprobadas por la Iglesia, como la Inmaculada Concepción- de un
modo superficial, se piensa que, por un lado, la Virgen es un personaje poco
menos que folclórico, que la aparición en sí misma es algo que debe permanecer
como mero objeto de devoción sensible, y que el destinatario de las
apariciones, es decir, el vidente, gozará, de ahora en adelante, de una vida “celestial”,
hecha de gozos, dones, y éxtasis místicos de todo tipo, y que su vida será poco
menos que un lecho de rosas. Esto es lo que, por lo general, existe en el
imaginario de las personas, que creen que cuando la Virgen se aparece, todo en
la vida del beneficiado “anda sobre rieles”.
Sin
embargo, si bien puede ser así, no lo es en la gran mayoría de los casos,
incluida la aparición a Santa Bernardita. Lejos de prometerle la Virgen una
vida cómoda y placentera, le advirtió, desde un primer momento, que no le
prometía la felicidad en este mundo, sino “en el otro”: “No es necesario” y
añade “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”[1].
¿Por
qué? Porque el vidente es elegido para participar de la Pasión redentora de
Jesús, evento salvífico que se lleva a cabo en el ara inmaculada de la Santa
Cruz. Además, todas las realidades de esta vida, sean tanto penas y tristezas,
como gozos y alegrías, son transitorias, a diferencia de lo que sucede en la
vida eterna, en donde todo –sean los dolores del Infierno, como los gozos del
Cielo, son para siempre-. Por otra parte, cuanto más un alma participe de la
Pasión del Salvador –con sus tribulaciones, angustias, humillaciones,
vejaciones, etc.-, tanto más se purifica en esta vida y pasa a la otra directamente
a gozar de visión beatífica de la Trinidad, sin paso previo por el Purgatorio. Entonces,
la cruz para el vidente, es una de las pruebas de que la aparición es
verdadera, esto es, que viene del cielo, porque significa que está participando
de la Pasión de Jesús, que conduce al cielo. Entre otras cosas, Santa
Bernardita no solo sufrió humillaciones en las mismas apariciones –por ejemplo,
cuando buscó con su rostro en el barro el agua del manantial que le pedía la
Virgen, o también cuando sus superioras religiosas la humillaban, sea en el
convento, como incluso delante del obispo, ante quien su superiora dijo de
Bernardita: “¡Es una tonta!”.
Por
el contrario, si en vez de esto, por causa de las supuestas “revelaciones” se
da un éxito de tipo mundano, con ganancias materiales, con reconocimiento de la
prensa mundana, más las señales de orgullo y soberbia en el vidente, es clara
señal de que la aparición no proviene de la Virgen, porque el orgullo y la
soberbia y la mundanidad no son frutos del Espíritu Santo, al tiempo que alejan
al alma de la Virgen y de Jesucristo.
“No
te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”. A nosotros no se nos
aparecerá la Virgen sensiblemente, como en el caso de Santa Bernardita, pero
eso no significa que la Virgen no esté presente en nuestras vidas, y podemos
reconocer su presencia si es que se cumplen en nosotros lo que la Virgen le
dijo a Santa Bernardita: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el
otro”; es decir, si pasamos tribulaciones, vejaciones, humillaciones, por el
nombre de Cristo, entonces debemos considerarnos afortunados, porque eso
significa que la Madre de Dios está con nosotros y que está cumpliendo su
promesa de darnos una eternidad de gozo en la otra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario