Debido a que la Virgen de Guadalupe es llamada “Emperatriz
de América” y puesto que los bautizados en la Iglesia Católica somos sus hijos
y estamos representados en Juan Diego, debemos considerar las palabras de la
Virgen, dirigidas a Juan Diego, como dichas directamente a cada uno de nosotros;
por lo tanto, debemos meditar y reflexionar profundamente en esas palabras[1].
Esto es lo que la Virgen le dijo a San Juan Diego:
“Sábelo,
ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen
Santa María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive, del Creador de las
personas, el Dueño del cielo, Dueño de la tierra”. La Virgen es la Madre de
Dios, Perfectísima y Purísima; es la Madre del Creador, del Dueño del cielo y
de la tierra, Madre del Creador del universo, visible e invisible; sabiendo
esto, ¿por qué hay católicos que acuden a los servidores del Demonio, como el
Gauchito Gil y la Difunta Correa, o incluso al mismo Demonio en persona, como
la Santa Muerte? El Demonio le tiene terror a la Virgen y la Virgen tiene
infinitamente más poder que todo el Infierno junto, entonces, ¿por qué los
católicos se apartan de la Verdadera y Única Iglesia y se van a otras
religiones y, peor aún, a sectas diabólicas, como el umbandismo, o practican la
magia, el ocultismo, la hechicería?
La Virgen es la Madre de Dios y Dios es la Gracia Increada y
por eso la Virgen es la Mediadora de todas las Gracias: ¿creemos realmente en
esta verdad? ¿Le pedimos a la Virgen las gracias que necesitamos y lo hacemos
por medio del Santo Rosario? Nos quejamos de muchas cosas que nos suceden en la
vida y muchas de ellas nos suceden porque con nuestra libertad, elegimos el
pecado y no la vida de la gracia; en vez de quejarnos o de acudir a quien no
debemos acudir, como los magos, los brujos, los hechiceros, ¿acudimos a la
Virgen, por medio del Rosario, sabiendo que la Virgen ha prometido que ni una
sola de las gracias que se pidan en el Rosario, dejará de ser concedida? ¿Por
qué entonces, en vez de pedir las gracias que necesitamos, a la Virgen,
acudimos a quienes sólo nos darán oscuridad, maldiciones y pesares, es decir,
las brujas, los hechiceros, los magos?
La Virgen es Madre de Dios y Dios está en la Eucaristía;
sabiendo esto, ¿acudimos a la Eucaristía dominical, para recibir a Dios en el
corazón? ¿O dejamos a Dios por un partido de fútbol, por un paseo, por un
descanso?
Luego
la Virgen le dice: “(Quiero a mis hijos) mostrar (les) y dar (les) todo mi
amor, mi compasión, mi auxilio y mi salvación (…) porque en verdad soy vuestra Madre
compasiva (quiero darles mi amor), a ti, a todos vosotros juntos los moradores
de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen;
quiero oír ahí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores”.
Sabiendo esto, ¿acudimos a la Virgen en busca de su purísimo amor maternal?
¿Acudimos a la Virgen, invocamos su protección y auxilio en todo momento,
confiamos en Ella, le contamos de nuestras miserias, de nuestros dolores y
nuestras penas? Y si lo hacemos, ¿esperamos confiados en su ayuda? ¿O, por el
contrario, preferimos la “vía oscura”, la vía de los magos y hechiceros?
Luego de que su tío se agravara en su enfermedad, estando
Juan Diego muy angustiado: “Escucha, y ponlo en tu corazón, hijo mío el menor,
que no es nada lo que te asusta y aflige. Que no se perturbe tu rostro, tu
corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad y angustia. ¿No
estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿No soy
yo la fuente de tu alegría? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Tienes
necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, ni te perturbe.
No te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por
ahora. Ten por cierto que ya sanó”. La Virgen es nuestra “fuente de alegría”,
porque Ella es la Madre de Dios, y Dios es “Alegría infinita”, como dicen los
santos; ¿creemos verdaderamente en esta verdad? ¿Es la Virgen, y el fruto de
sus entrañas, Cristo Dios, la Causa de nuestra alegría? ¿O nos alegramos por
motivos mundanos, superficiales, vanos, no sobrenaturales, pasajeros? ¿Es
verdaderamente, en nuestra vida personal, de todos los días y en medio de las
tribulaciones, preocupaciones y angustias de la vida? Y cuando tenemos estas
preocupaciones y angustias, ¿le pedimos a la Virgen, Causa y Fuente de nuestra
alegría, que nos dé la Alegría Increada, su Hijo Jesucristo en la Eucaristía?
Meditemos en las palabras de la Virgen a Juan Diego, y le
pidamos la gracia de que se arraiguen profundamente en nuestros corazones y que
sean la luz de nuestra vida en la tierra, para que seamos capaces de llegar a
contemplar a la Luz Increada, su Hijo Jesucristo, en el Reino de los cielos.
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