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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 2


         La Inmaculada Concepción es un modelo para toda nuestra vida de cristianos, y lo es particularmente para el acto más importante que todo cristiano debe hacer en cuanto cristiano, independientemente de su estado de vida, y es la Comunión Eucarística.
         Para saber de qué manera lo es, debemos reflexionar brevemente en la Anunciación del Ángel a la Virgen y la Encarnación del Verbo de Dios.
         Cuando el Ángel Gabriel le anuncia a la Virgen que Ella habría de ser la Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, la Virgen dio su “Sí” a la voluntad de Dios, pero antes de que el Verbo de Dios se encarnara en su cuerpo virginal y purísimo, la Virgen recibió a la Palabra de Dios en su Mente Sapientísima y en su Inmaculado Corazón.
         Recibió a la Palabra de Dios en su Mente Sapientísima, porque en ningún momento dudó de la voluntad de Dios, ni tampoco opuso, frente a lo que Dios le revelaba por el Ángel, objeciones, dudas, preguntas; su Mente estaba tan plena de la Divina Sabiduría, que se conformaba en un todo con esta, de manera que la Virgen nunca opuso un juicio propio que, por impertinente y orgulloso, entorpeciera o contaminara la Verdad divina de la Encarnación del Verbo en su seno virginal. De la misma manera, así también nosotros, antes de comulgar, debemos hacerlo con la firme certeza de la Presencia real, verdadera y substancial, de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, que está Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, al tiempo que debemos rechazar firmemente todo pensamiento propio que pueda ir en contra de esta Verdad revelada, y mucho menos debemos contaminar esta Verdad de Fe de la Presencia real y substancial de Jesús en la Eucaristía, con duda, herejías, errores, falsedades, sino que debemos ajustar nuestra débil mente, en un todo, a lo que Santa Madre Iglesia nos enseña, con el Magisterio y la Tradición, en este aspecto, y así pasar a comulgar.
         Luego de conocer con su Mente Sapientísima la Verdad de la Encarnación de la Palabra de Dios en Ella y aceptarla sin la más mínima oposición, la Virgen concibió en su Inmaculado Corazón, por su voluntad y querer, a esta Palabra de Dios, que por voluntad y querer del Padre se encarnaba en su seno virginal. Es decir, la Virgen, con su Inmaculado Corazón, amó a la Palabra de Dios encarnada por ser voluntad de Dios, y amó la Palabra de Dios por ser la Palabra de Dios, engendrada en el seno eterno del Padre, y nada amó que no fuera a esta Palabra de Dios y si algo amó fuera de ella, lo hizo por Dios, en Dios y para Dios. De la misma manera, así también nosotros, al ir a comulgar, debemos amar sólo a la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y nada más que esta Palabra de Dios y si algo amamos que no sea la Eucaristía, que es la Palabra de Dios encarnada, lo debemos amar por, con y en la Eucaristía y, con mucha mayor razón, nada profano ni impuro debemos amar, que no sea la Eucaristía.
Por último, luego de recibir con su Mente Sapientísima, libre de errores, y con su Corazón Inmaculado, lleno del Amor de Dios, a la Palabra de Dios encarnada, la Virgen recibió a esta Palabra de Dios en su Cuerpo Purísimo y Virginal, convirtiéndose en Tabernáculo Viviente y Sagrario amantísimo del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. De la misma manera, al comulgar, también nosotros, luego de reafirmar la verdad de la Presencia real de Jesús en la Eucaristía y luego de amar esta verdad con todo nuestro corazón, santificados por la gracia, y convirtiendo nuestros cuerpos en templos del Espíritu Santo por la gracia y la pureza de cuerpo y alma, debemos recibir en la boca, es decir, en el cuerpo, a la Palabra de Dios encarnada, Jesús en la Eucaristía. Por todo esto, la Inmaculada Concepción es nuestro modelo para la Comunión Eucarística.


Novena a la Inmaculada Concepción 2016 1


         La Inmaculada Concepción es un modelo para toda nuestra vida como cristianos porque en Ella se unen, como en ninguna otra creatura en el mundo, dos condiciones esenciales para la santidad, que son el rechazo del pecado y la vida de la gracia.
Al ser concebida sin pecado original, la Virgen no cometió nunca, ni un solo pecado, no ya mortal, sino ni siquiera el más pequeño pecado venial; incluso, ni siquiera cometió imperfecciones, porque su humanidad, preservada del pecado, era perfecta. El pecado se origina en el corazón mismo del hombre, como lo dice Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas”, porque el hombre sí está afectado por el pecado original, en cambio, la Virgen, al tener su Corazón Inmaculado, no tenía ni pecado ni concupiscencia; todo lo que deseaba en su Corazón era  cumplir siempre, y en todo momento, la Voluntad de Dios, y nada amaba que no fuera Dios y si algo amaba fuera de Dios, lo amaba en Dios, para Dios y con Dios. Es en esto en lo que debemos imitarla, y aunque, obviamente, nosotros a diferencia de la Virgen, sí hemos nacido con el pecado original y tenemos sus consecuencias, como es la concupiscencia, la atracción por el pecado, sí podemos igualmente imitarla, y la forma es haciendo el propósito de rechazar todo pecado, todo mal deseo, todo mal pensamiento, toda mala palabra, toda obra mala. Entonces, en esto, sí podemos y debemos imitarla a Nuestra Madre del cielo, haciendo el propósito de rechazar de raíz toda tentación que conduzca al pecado y de no permitir que el pecado se adueñe de nuestro corazón, y el modo de hacerlo, es pedir la gracia de morir antes de consentir siquiera con un pecado venial deliberado, y mucho más, la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal.
         La Virgen es también la Llena del Espíritu Santo, porque no solo estuvo exenta de la mancha del pecado original, sino que, al ser la Elegida para ser la Madre de Dios, el Espíritu Santo inhabitó en Ella desde su Inmaculada Concepción, haciendo de su Corazón Inmaculado su lugar de reposo en la tierra. En esto también la Virgen es nuestro modelo de vida, y aunque nosotros somos pecadores, sí podemos hacer el propósito de vivir en estado de gracia santificante, confesando con frecuencia, para conservar siempre el estado de gracia, y acrecentarlo con actos de fe, de caridad y de misericordia.

         

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

         
Vida de Santa Catalina Labouré.

         Ya desde la infancia, su tesoro era Dios.
Nacida el 2 de mayo de 1806 en Fain-les-Moutiers, Borgoña (Francia) y desde muy pequeña demostró una gran devoción y amor filial por la Madre de Dios: a los 9 años quedó huérfana de madre y fue en ese entonces que  una criada de la granja la sorprendió encaramada sobre una mesa abrazando con toda piedad una imagen de la Señora.
Según testimonio de su hermana Tonina, fue desde el día de su Primera Comunión, en el año 1818, en que inició una vida de gracias místicas y extraordinarias, que la prepararían y habrían de tener su culmen en las apariciones de la Virgen y las revelaciones acerca de la Medalla Milagrosa.
Puesto que vivía cerca de las Hijas de la Caridad –congregación religiosa fundada por San Vicente de Paúl-, solía visitarlas con mucha frecuencia siendo niña y jovencita, sintiéndose atraída por las cosas de Dios y, sobre todo, por los oficios divinos.
¿Un sueño revelador, o una revelación en el sueño?
Ya por entonces comenzaba a pensar si acaso su vocación no sería la de hermana religiosa, pero fue a través de un sueño –que más que sueño, fue una revelación divina, según le dijo su director espiritual-, en donde tuvo conocimiento más certero acerca del llamado de Dios. En efecto, en ese sueño, se le apareció un anciano sacerdote que le dijo lo siguiente: “Ahora huyes de mí, hija mía; día vendrá, cuando tengas a gran contento, ser mía. Dios tiene sus designios sobre ti. No lo olvides”[1].
Frente a un sueño tan poco común, Santa Catalina decidió acudir al párroco de Chatillón, quien interpretó el sueño de este modo: “No abrigues la menor duda, no era otro ese anciano, sino San Vicente de Paúl, quien te quiere para Hija de la Caridad”. Y efectivamente, se trataba de él, tal como lo confirmó Santa Catalina, al reconocer al Fundador de las Hijas de la Caridad en un cuadro suyo que poseían las hermanas.
Santa Catalina ingresa en las Hijas de la Caridad.
Su ingreso en religión, sin embargo, no fue fácil, puesto que tuvo que luchar contra el impedimento que le ponía su padre; finalmente, este cedió y Santa Catalina ingresó, el 22 de enero de 1830, a la vida religiosa con la congregación “Hijas de la Caridad” y después de tres meses de postulantado fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du Bac, 140.
Una vez en el noviciado, comenzó a recibir gracias y favores extraordinarios del Cielo, como por ejemplo, ver a Nuestro Señor, con sus propios ojos, en la Eucaristía.
Sucedió que en esos mismos días se celebraban las solemnidades con las cuales se festejaba el traslado de sus gloriosas reliquias, manifestando la Santa que había hallado en todo tanta dicha y contento, que para ella ya no quedaba más que pedir ni esperar en este mundo. Y sin embargo, como la historia lo demostraría, el Cielo tenía aún enormes tesoros para revelarle.
San Vicente de Paúl habla a Santa Catalina con su corazón de Padre.
         Antes de las revelaciones de la Virgen, fue el Padre fundador de las Hijas de la Caridad, San Vicente de Paúl, quien le reveló enseñanzas para sus Comunidades y advertencias sobre Francia.
         Sucedió que la Santa se encontraba presente cuando trasladaron los restos de San Vicente de Paúl, a la nueva iglesia de los Padres Paules, distante a solo unas cuadras de su noviciado. Fue en la capilla del noviciado –adonde había sido llevado el brazo del santo- cuando, durante la novena, Santa Catalina vio cómo el corazón de San Vicente de Paúl adoptaba diferentes colores, con un significado para cada color: el blanco, significaba la unión en la caridad que debía existir entre las congregaciones fundadas por San Vicente; el color rojo, significaba el fervor que debía animar a dichas congregaciones; el rojo oscuro, la tristeza que por ellas padecería. Además, oyó interiormente una voz que le decía que “el corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia”. Esa misma voz también le dijo que “El corazón de San Vicente está más consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe”.
         Nuestro Señor se le aparece en la Eucaristía.
         En el transcurso de su noviciado en la Rue du Bac, Santa Catalina tuvo la gracia de ver a Jesús en la Eucaristía. Una de estas visiones tuvo lugar el día 6 de junio de 1830,en la Solemnidad de la Santísima Trinidad: al momento de leer el Evangelio, Jesús se presentó como un Rey, con una cruz en el pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la cruz, como si fueran unos despojos inservibles. “Inmediatamente -escribió sor Catalina- tuve las ideas más negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas”.
La “era de María”.
Debido a las frecuentes apariciones marianas -entre otras, La Salette, Lourdes, Fátima-, iniciada por la primera aparición moderna de la Virgen en el año 1830 a Santa Catalina, el Papa Pío XII llamó a esta época la “era de María”, una era en la que la Virgen, al igual que en su Visita a Santa Isabel, en la que llevó a Jesús, así también con estas apariciones nos visitó, trayendo para todos los hombres al “fruto bendito de su vientre”, además de recordarnos que su Hijo es la única salvación posible y que dejarlo de lado y optar por otros caminos es una decisión extremadamente riesgosa para la salvación eterna.
         Prolegómenos de las Apariciones: Catalina sueña con ver a la Virgen.
         En las vísperas de la fiesta de San Vicente de Paúl, el domingo 18 de Julio de 1930, Santa Catalina y las novicias reciben, de su maestra de novicias, una exposición acerca de la devoción a los santos y en particular a su Reina, María Santísima. Esta exposición sirvió como preparación de su corazón para recibir una gracia, la de ver a la Virgen en persona, por amor y no por mera curiosidad. En efecto, como consecuencia de las palabras de la religiosa, impregnadas de piedad y de ardiente fe, Santa Catalina experimenta el vivo deseo de ver y contemplar el rostro de la Madre de Dios. Debido a que se trataba de la víspera de San Vicente, se les había distribuido a las novicias un pequeño trozo de lienzo obtenido de un roquete del santo. Movida por su gran deseo de ver a la Virgen, Santa Catalina pensó que su ángel de la guarda y San Vicente le obtendrían esa misma noche la gracia que tanto anhelaba, de ver a la Virgen, por lo que lo ingirió inmediatamente antes de dormir, con la esperanza sobrenatural de ver cumplido su deseo. Con respecto a esta confianza, dice así San Juan de la Cruz: “La confianza consigue todo cuanto espera”.
La novicia es despertada por su Ángel de la guarda.
Alrededor de las 11:30 p. m. de esa noche, Santa Catalina sintió que alguien la llamaba, por tres veces, por su nombre. Al despertarse, vio a un niño –vestido de blanco y que parecía tener cuatro o cinco años- que le dijo: “Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera”. Conociendo el temor de ser descubierta por el resto de las novicias, el niño la tranquilizó diciéndole: “No temas; son las 11;30 p.m.; todas duermen muy bien. Ven yo te aguardo”.
Sus palabras la llenan de confianza; al momento se viste con toda premura y acude hacia donde se encuentra el niño “que permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho”.
Una vez vestida Sor Catalina, el niño comienza a caminar, siguiéndolo Santa Catalina “a su lado izquierdo. Sucedió entonces que por donde quiera que pasaban las luces se encendían; además, el cuerpo del niño irradiaba una luz resplandeciente, haciendo que todo a su alrededor quedara iluminado. Cuando llegaron a la capilla, esta se encontraba con su puerta cerrada, pero se abrió al instante y suavemente apenas fue tocada por el niño con sus pequeños dedos.
Cuenta así Catalina la escena que contempló en la capilla: “Mi sorpresa fue más completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media noche”.
El niño la condujo al presbiterio, junto al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, permaneciendo de pie todo el tiempo al lado derecho.
Llevada por su deseo ardiente de ver a la Virgen, a Santa Catalina le pareció que la espera era muy larga, hasta que en un determinado momento el niño le dijo: “Ved aquí a la Virgen, vedla aquí”.
Santa Catalina ve a la Santísima Virgen.

En ese momento, junto al cuadro de San José, Santa Catalina oyó algo similar al suave sonido que produce el roce de un traje de seda; en ese momento, vio que una señora de extremada belleza atravesaba majestuosamente el presbiterio y “fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio”.
Desde lo más profundo de su corazón, Sor Catalina dudaba, en su interior, si es que verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: “Mira a la Virgen”.
Puesto que aún le parecía que no veía a la Santísima Virgen, el niño-ángel le habló, no ya como niño, sino con la autoridad propia del hombre más enérgico, diciéndole: “¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que más le agrade?”.
“Entonces –cuenta Catalina-, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodillé en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí”.
Instrucciones de la Santísima Virgen.
Con respecto a lo que la Virgen le dijo, hay muchas confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero nunca podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el más absoluto secreto.
En relación a las que sí podía manifestar, dijo así Catalina: “Ella (la Virgen) me dijo cómo debía portarme con mi director, la manera de comportarme en las penas y acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté qué significaban las cosas que yo había visto, y Ella me lo explicó todo”.
En resumen, los consejos que le dio la Virgen, como Madre y Maestra, para su particular provecho espiritual (consejos los cuales todos podemos y debemos imitar), son los siguientes:
Con respecto a su director espiritual, le dijo que debía ser humilde y obediente. Esto, a pesar de que su confesor, el padre Juan María Aladel, no creyó sus visiones y le dijo que las olvidara.
En relación a las penas, le dijo que debía comportarse con paciencia, mansedumbre y gozo.
Le dijo también que su corazón debía ser indiviso y no buscar consuelos humanos, y que acudiera siempre a arrojarse al pie del altar y desahogar su corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviese necesidad.
La Virgen también le explicó el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido de San Vicente y del Señor.
Luego continuó diciéndole:
“Dios quiere confiarte una misión; te costará trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tú conocerás cuán bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que los digas a tu director. No te faltarán contradicciones, mas te asistirá la gracia, no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Verás ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.
Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde se prodigarán gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres.
Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que está encargado de ti, aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. Él deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes.
Vendrá un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades.
Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas (Catalina ve lágrimas en los ojos de María). El clero de París tendrá muchas víctimas. Morirá el señor Arzobispo.
Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles (la Virgen no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; su semblante aparecía extremadamente pálido). El mundo entero se entristecerá”. En ese momento, Santa Catalina pensó: “¿Cuándo ocurrirá esto?” y una voz interior le dijo: “Cuarenta años y diez y después la paz”.
La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desapareció de la vista de Sor Catalina “como una sombra que se desvanece”.
En resumidas cuentas, en esta aparición la Virgen:
Le comunica una misión que Dios le quiere confiar (será la de revelar al mundo la Medalla Milagrosa).
Le enseña sabios consejos que la hacen crecer “en gracia y santidad”, de modo de poder hablar con sumisión y confianza con su director.
Para confirmar la veracidad de la aparición y su mensaje central –la Medalla Milagrosa-, le anuncia futuros eventos.
Le concede la gracia de una verdadera relación familiar de madre-hija: Santa Catalina no solo ve a la Virgen, sino que se acerca a ella, hablan con familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.
Con respecto a estas profecías, hay que decir que todas se cumplieron: la misión que Dios quería confiarle le fue indicada con la revelación de la Medalla Milagrosa; solo una semana después de esta aparición estallaba la revolución, en la que se producen saqueos y asesinatos por todo París, siendo finalmente destronado Carlos X, para ser sustituido por el “rey ciudadano” Luis Felipe I, gran maestre de la masonería. Su director espiritual, el Padre Aladel, es nombrado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la regla y hacia la década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad. En 1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes. Finalmente, solo resta por cumplir la última parte.
Aparición del 27 de noviembre del 1830: revelación de la Medalla Milagrosa.
La tarde el 27 de noviembre de 1830, vísperas del primer domingo de Adviento, sucedió la segunda aparición de la Madre de Dios a Santa Catalina: fue aquí en donde la Virgen le reveló la misión que Dios le encomendaba, y que era hacer conocer y difundir la bendita Medalla Milagrosa. En la aparición, la Virgen mostraba todos los elementos que debían estar presentes en la Medalla. Cuando estaba Sor Catalina haciendo su meditación en la capilla, le pareció oír algo que le hizo recordar a la aparición anterior, y era el sonido similar al que produce el roce de un traje de seda.
Entonces, se le apareció la Santísima Virgen, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Un delicado velo blanco cubría su majestuosa cabeza de reina y sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando le preguntaron a Santa Catalina si sería capaz de describir el rostro de la Virgen, sólo atinó a decir que era la Virgen “en el esplendor de su máxima belleza celestial”.
Los pies de la Virgen, al tiempo que posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. En sus manos, y a la altura de su corazón, sostenía un pequeño globo de oro, coronado por una cruz.
En cuanto a su actitud, la Madre de Dios mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo a Dios Trino el globo que tenía en sus manos. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. En un momento determinado, los dedos de María se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, y esta luz, que la circundaba, resplandecía por momentos con tal claridad, que no era posible verla.
En cada dedo, tenía tres anillos; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad. A su vez, salían rayos luminosos de las piedras preciosas de los anillos, los cuales se alargaban a medida que se dirigían hacia abajo, llenando con su luz la parte inferior de la escena. Sin embargo, había perlas que no emitían rayos.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, Ella la miró con amor maternal y le habló a su corazón, explicándole en persona los significados sobrenaturales de la Medalla Milagrosa:
“Este globo que ves (el que se encontraba a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
Así, la Virgen se daba a conocer como la Mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo, dándonos a entender, al mismo tiempo, que Dios tiene incontables gracias para darnos y que la única razón por la que no nos las da, es porque no las pedimos. Estas gracias, disponibles para nosotros –y nuestros seres queridos, para quienes las podemos pedir-, pero no pedidas, están representadas en las “perlas que no emiten rayos”.
A su vez, el globo de oro, que significaba la riqueza de gracias a nuestra disposición, se desvaneció de entre las manos de la Virgen; mientras tanto, sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
La Medalla Milagrosa y su significado.
En este momento se formó un óvalo alrededor de la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”.
Las palabras de esta oración componían un semicírculo que daba inicio a la altura de la mano derecha de la Virgen, continuaba por encima de su cabeza y finalizaba a la altura de la mano izquierda. Una vez que se formó la frase, Santa Catalina oyó una voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”. Si la Medalla Milagrosa es prenda de gracias, estas aumentan proporcionalmente al grado de confianza en el poder intercesor de María de aquel que lleva la Medalla con fe, con devoción y, sobre todo, con amor filial a María.
Luego, la aparición dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En él aparecía una letra “M”, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual a su vez atravesaba la letra hasta un tercio de su altura; debajo estaban los Sagrados Corazones de Jesús y de María, estando el de Jesús rodeado por una corona de espinas, y el de María traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.
Significado de lo símbolos de la Medalla y su mensaje espiritual.
En el Anverso:
María aplastando la cabeza de la serpiente que a su vez descansa sobre el mundo. La Virgen es la Mujer del Génesis que aplasta la cabeza de la Serpiente (cfr. Gn 3, 15); el triunfo de la Virgen sobre Satanás esto se debe a que Ella, al ser la Inmaculada y la Llena del Espíritu Santo, tiene participada la recomnipotencia divina. Por esta razón, para el Demonio, el pequeño y delicado pie de la Virgen le representa un peso superior a cientos de miles de toneladas. La otra razón por la que la Virgen triunfa sobre el Demonio es por su humildad, puesto que la humildad vence a la soberbia.
El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la Virgen es también la Mujer del Apocalipsis, que aparece como “una señal en el cielo”, “revestida del sol” (cfr. Ap 12, 1): la Virgen es la Inmaculada Concepción y lleva en su seno al Sol de justicia, Jesucristo, Gracia Increada y Fuente de toda gracia participada.
Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de Madre y Mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes le pidan: esos rayos brotan de los anillos que adornan las manos de la Virgen. Recordemos que es la misma Virgen quien le dice a Santa Bernardita que los anillos opacos, de los que no salen rayos, simbolizan a las almas que no reciben gracias por el simple hecho de que no las piden.
Jaculatoria: dogma de la Inmaculada Concepción, revelado antes de la definición dogmática de 1854. La Virgen es Inmaculada Concepción porque es el Sagrario Viviente que contiene en su interior el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Pero también es el ideal al que todo cristiano debe aspirar: por la gracia santificante, todo cristiano debe imitar a la Virgen en su pureza inmaculada, y además imitarla en su pureza corporal, por medio de la castidad, para recibir, con la mayor pureza posible, en su corazón, al Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía.
El globo bajo sus pies: el globo simboliza a la tierra y que la Virgen esté de pie significa que Ella es Reina de cielos y tierra, es decir, Reina de la Creación visible y de la invisible (la Virgen es también Reina de los ángeles).
El globo en sus manos: si bien no aparece en propiamente en la Medalla Milagrosa, sí forma parte de las apariciones y por lo tanto del mensaje que estas transmiten. El globo en sus manos, es el mundo ofrecido a Jesús a través suyo. ¿Cuál es la diferencia con el globo terráqueo bajo sus pies? El globo que está bajo sus pies, es el mundo caído en pecado, porque entre los pies de la Virgen y el mundo, está Satanás: pero es el mundo que, dominado por el pecado, la muerte y el Demonio, ha sido vencido por la Cruz de Jesucristo, Redentor del mundo, y por la Virgen, Corredentora y esa es la razón por la cual la Virgen aparece aplastando a la Virgen y en posición de dominio sobre el mundo. El globo de oro, que la Virgen tiene entre sus manos y próximo a su Inmaculado Corazón, es el mundo redimido por Jesucristo, por su Sangre y su gracia santificante, y es por eso que es de color dorado, porque ha sido redimido por la Sangre del Cordero. Es el mundo que no solo no tiene la ponzoña del pecado, de la muerte y del Demonio, sino que es el mundo o más bien las almas redimidas por la gracia santificante del Cordero.
En el reverso:
La cruz: es el Árbol de la Vida, de donde el alma recibe la vida divina; es el Libro de la Sabiduría, donde se aprende el Camino que conduce al Padre; es el misterio de la redención, el precio que pagó Cristo. La cruz es sinónimo de obediencia a la voluntad del Padre y de amor a los hombres hasta el extremo del sacrificio de la propia vida.
La letra “M”: símbolo de María, poseedora del doble y único privilegio trinitario: ser Virgen y al mismo tiempo, Madre de Dios Hijo encarnado. La letra “M” en la Medalla Milagrosa nos recuerda también la maternidad espiritual de María, quien se convirtió en Madre adoptiva de los bautizados el Viernes Santo, al pie de la cruz, por pedido expreso de Nuestro Señor Jesucristo.
La barra: es una letra del alfabeto griego, “yota” o I, que es monograma del nombre, Jesús. Así, la Medalla nos recuerda, de forma permanente, el nombre ante el cual toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en el abismo, el único nombre dado a los hombres para su eterna salvación.
La letra “M” y la “Iota” agrupados: significan el misterio del Hombre-Dios Jesús, Redentor, y de su Madre, la Virgen, Corredentora.
Las doce estrellas: simbolizan a la Iglesia que nace en el Calvario, del Corazón traspasado de Jesús y fundada sobre las doce columnas, los Apóstoles.
Los Sagrados Corazones de Jesús y María: significa que el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María están estrecha e indisolublemente unidos por el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es la razón por la cual, el hecho de consagrarse al Corazón de María significa consagrarse al Sagrado Corazón. Ambos corazones reinan en las almas en gracia y este doble reinado en el corazón que ama a Dios, es una de las principales gracias que se obtienen por medio de la Medalla Milagrosa.
Nombre: originalmente, la Medalla se llamaba: “de la Inmaculada Concepción”, pero debido a que la devoción se expandió a causa de los innumerables milagros concedidos a través de ella –curaciones prodigiosas, vicios superados, virtudes adquiridas, bendiciones sin número-, se le comenzó a llamar “La Medalla Milagrosa”, siendo este el nombre con el que se la conoce actualmente. Así, se da inicio al cumplimiento de la profecía de Santa Catalina: “Por la Medalla será María la Reina del universo”.
Conversión de Ratisbone:
De todos los milagros propiciados por la Medalla Milagrosa, hubo uno en particular, que tuvo y tiene gran resonancia, y es la conversión de Alfonso Ratisbona. Éste, abogado y banquero judío de 27 años, cultivaba un gran odio hacia los católicos porque su hermano Teodoro, quien se había convertido y ordenado sacerdote, tenía como insignia la Medalla Milagrosa y luchaba por la conversión de los judíos.
Su conversión por medio de la Medalla Milagrosa fue así: en enero de 1842, estando Alfonso en viaje de turismo a Nápoles y Malta, llegó a Roma de modo accidental, luego de una combinación errónea de trenes. Una vez en Roma, decidió visitar a un amigo de la familia, el barón Teodoro de Bussiere, quien era  a su vez un protestante convertido al catolicismo.
El barón lo recibió con toda cordialidad y se ofreció a enseñarle Roma. En una reunión donde Ratisbone hablaba muy mal de los católicos, este barón lo escuchó con mucha paciencia y al final le dijo: “Ya que usted está tan seguro de sí, prométame llevar consigo lo que le voy a dar”. “¿Qué cosa?, dijo Alfonso. “Esta medalla” (obviamente, era la Medalla Milagrosa). Alfonso la rechazó indignado pero el barón replicó: “Según sus ideas, el aceptarla le debía dejar a usted indiferente. En cambio a mí me causaría satisfacción”. Alfonso se echó a reír y se la puso comentando que él no era terco y que era un episodio divertido. El barón se la puso al cuello y le hizo rezar el Memorare.
Luego de este episodio, el barón pidió oraciones a varias personas entre ellas al conde La Ferronays, quien le dijo: “Si le ha puesto la Medalla Milagrosa y le ha hecho rezar el Memorare, seguro que se convierte”. El conde murió repentinamente dos días después. Se supo que durante esos dos días había ido a la basílica de Santa María la Mayor a rezar cien Memorares por la conversión de Ratisbone (aunque no hay datos testimoniales, lo que sucedió es que, con toda seguridad, el conde ofreció su vida a la Virgen, a cambio de la conversión de su amigo Alfonso).
En su último día en Roma, Ratisbone se encontró con el barón en la Plaza España y acepta la invitación a pasear. Sin embargo, el barón le dio que antes tenía que pasar por la Iglesia de San Andrés para arreglar el funeral del conde. Ratisbone le acompaña a la Iglesia. Lo que sucedió en ese momento, lo narra así el propio Alfonso: “A los pocos momentos de encontrarme en la Iglesia, me sentí dominado por una turbación inexplicable. Levanté los ojos y me pareció que todo el edificio desaparecía de mi vista. Una de las capillas (la de San Miguel Arcángel) había concentrado toda la luz, y en medio de aquel esplendor apareció sobre el altar, radiante y llena de majestad y de dulzura, la Virgen Santísima tal y como está grabada en la medalla. Una fuerza irresistible me impulsó hacia la capilla. Entonces la Virgen me hizo una seña con la mano como indicándome que me arrodillara... La Virgen no me habló pero lo he comprendido todo”.
El barón lo encuentra de rodillas, llorando y rezando con las manos juntas, besando la medalla. Poco tiempo más tarde es bautizado en la Iglesia del Gesú en Roma. Por orden del Papa, se inicia un proceso canónico que declarará que lo que le sucedió a Alfonso fue un “verdadero milagro”.
Poco tiempo más tarde, Alfonso Ratisbone entró en la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos.
Después de haber sido por 10 años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en 1848, las religiosas y las misiones de Nuestra Señora de Sión. Como resultado de este particular apostolado de Ratisbone, se convirtieron, solo en los primeros diez años, 200 judíos y 32 protestantes. Trabajó incansablemente en Tierra Santa, logrando comprar el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.
Triduo en honor de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
ACTO DE CONTRICIÓN.
Oración para todos los días:
¡Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
¡Dulcísima Reina de los cielos y de la tierra!, que por amor a los hombres te dignaste a manifestarte a vuestra sierva Sor Catalina con las manos llenas de rayos de luz, a fin de hacer saber al mundo que deseas derramar abundantes gracias sobre todos los que con confianza te piden: concédeme, Madre mía, que a imitación de Sor Catalina, derrames en mi alma la luz necesaria para conocer mi nada y mi miseria, y lo mucho que debo a mi Padre Dios por los innumerables dones que me ha dispensado y que cumpliendo su voluntad en esta vida pueda gozarle en Tu compañía eternamente en el cielo. Amén.
Tres Ave Marías y 3 veces la jaculatoria “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Primer Día:
¡Amorosísima Madre mía!, cuánto gozo experimenta mi pobre alma, cuando considero el deseo que tienes en concederme vuestros favores y que no esperas otra cosa sino que acuda a Ti, para remediar nuestros males y llenarnos de vuestras gracias y dones.
Oh María, mi Madre amada, Reina de la Corte Celestial, te ruego que todos acudamos siempre a Ti, como nuestra única esperanza.
Oración Final:
Acordaos, ¡oh piadosísima siempre Virgen María!, que no se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección e implorado vuestra asistencia, haya sido abandonado de Vos. Animados con esta confianza acudimos a Ti, ¡oh Virgen de las Vírgenes!, y aunque gimiendo bajo el peso de nuestros pecados, nos atrevemos a comparecer ante vuestra presencia soberana. Amén.
¡Oh Madre del Divino Verbo!, no desprecies mis súplicas; antes bien, escúchalas favorablemente, y dígnate acogerlas. Amén.
Tres veces la jaculatoria: “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Segundo Día:
¡Santísima Madre de Dios! ¡Señora nuestra y mi tierna Madre!; qué consuelo tan grande siente mi corazón cuando contempla Tu imagen, como te vio Sor Catalina, con un globo en vuestras Divinas Manos, que representaba toda la tierra y lo estrechabas sobre vuestro pecho, simbolizando así el amor que tienes a los hombres. Concédeme, ¡oh Divina Madre Eterna! ¡Oh Madre mía!, que sepamos corresponder a tanto amor, procurando imitar vuestras virtudes. Así sea.
Tres Ave Marías y 3 veces la jaculatoria “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Tercer Día:
¡Virgen Inmaculada! ¡Celestial Madre mía! Con qué gozo celestial llego ante Tu Santísimo Altar; para contemplar Tus virtudes y exponer mis penas. qué aliento santo cobra mi espíritu al acercarme ante tu sagrada imagen; donde veo representada la más profunda humildad, una modestia admirable y el resto de todas las perfecciones con que el Señor Dios te adornó.
Haz ¡Madre Santísima!, ¡Divina y Celestial Señora! ¡Reina del Clero, de los apóstoles! ¡Madre del Mesías! ¡Hija predilecta de Dios Padre! Que oigamos siempre Tus maternales avisos para que, arrepentidos de nuestras culpas e imitando vuestras virtudes, logremos la inmensa dicha de estar contigo en el cielo por toda la eternidad. Así sea.
Tres Ave Marías y 3 veces la jaculatoria “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.


lunes, 21 de noviembre de 2016

La Presentación de la Virgen María


En este día se celebra la “dedicación” o consagración que la Virgen, desde muy pequeña, hizo de sí misma a Dios, ya que al Señor la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo y la Inmaculada Concepción, no había en su mente otra Verdad que no fuera la de Dios y no había en su Corazón Purísimo otro amor que no fuera el Amor de Dios. Con esta consagración, realizada a los tres años de edad y en plena conciencia, la Virgen cumplía, desde muy pequeñita, el anhelo ardiente de su alma, el de vivir en el Amor de Dios, por Dios y para Dios. Según una tradición, basada en un evangelio apócrifo, la Niña María Virgen, al cumplir los tres años de edad, fue llevada al Templo por sus padres, Joaquín y Ana, para ser instruida, junto a otras doncellas y piadosas mujeres, en sus deberes para con Dios y para crecer en un ambiente de recogimiento, silencio, y profunda oración y adoración al Dios Verdadero[1].
Puesto que la Virgen era, desde su Inmaculada Concepción, el templo viviente del Espíritu de Dios y estaba destinada a ser el Tabernáculo Purísimo y el Sagrario y Custodia Viviente de Dios Hijo encarnado, su Presentación en el Templo no era otra cosa que el cumplimiento de la Voluntad de Dios Trino en su vida, ya que había sido elegida por Dios Padre, como hija predilecta suya, para ser Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, por cuyo poder divino habría de concebir virginalmente al Verbo de Dios.
Con su consagración, la Virgen se convierte así en modelo insuperable para toda alma que, habiendo sido elegida por la eternidad por el Amor de Dios para servirlo en la vida religiosa, decide ingresar en la misma apartándose del mundo y así dedicarse a una vida de oración, contemplación, amor y adoración a Dios Trino, manifestado en Cristo Jesús.
Pero además la Virgen es modelo para todo cristiano que, desde su condición de vida como laico que vive en el mundo “pero no es del mundo”, consagra su vida y su corazón a Dios y, de modo similar a la Virgen, convierte su cuerpo en templo del Espíritu Santo por la gracia santificante y su corazón en altar, sagrario y custodia viviente de Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.



[1] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Presentaci%C3%B3n_de_la_Virgen_Mar%C3%ADa.htm

martes, 8 de noviembre de 2016

María, Mediadora de todas las gracias


         ¿Por qué la Virgen es “Mediadora de todos las gracias”? La pregunta surge porque parecería no haber necesidad de su mediación puesto que Dios  puede, con su omnipotencia, conceder sus gracias sin necesidad de intercesores. Y es verdad que Dios puede hacerlo, pero sin embargo, movido por su amor misericordioso a los hombres, decretó que habría de dar sus gracias -absolutamente todas- a través de la Virgen María, al tiempo que decretó que todas las gracias que los hombres quisieran de Él conseguir, las obtendrían todas -absolutamente todas-, desde las más pequeñas hasta las más grandes, a través de la Madre de Dios. Es decir, por un lado, Dios quiere que su gracia -que proviene de Él como Gracia Increada y Fuente de toda gracia que Es-, pase a través de María y descienda a través de la Virgen, así como el agua de lluvia se derrama desde el cielo sobre la tierra por medio de la nube; por otro lado, quiere que los hombres, deseosos de pedir gracias a Él -las que Él tiene reservadas para dárnoslas sin medida, necesarias para nuestra eterna salvación-, sean obtenidas por medio de María y sólo por medio de María. En otras palabras, aunque Dios podría concedernos sus gracias directamente, ha querido sin embargo que tanto las gracias que Él desea concedernos, como las gracias que los hombres le solicitamos a Él, pasen a través de María.
         ¿Cuál es la razón de esta decisión divina? La respuesta está en los santos: nos enseñan los santos -como San Luis María Grignon de Montfort- que, en relación con las gracias que nosotros pedimos a Dios, el camino más seguro, corto y fácil de conseguir esas gracias es a través de María, porque “no hay nada que la Madre pida al Hijo, que éste no se lo conceda”. A su vez, por parte de Dios, no hay ninguna gracia que Él no quiere darnos que deje pasar por la Virgen. Entonces, volvemos a preguntarnos, ¿por qué quiere que sea la Virgen la Mediadora de todas las gracias? Porque así se asegura que las gracias -todas las gracias-, sean concedidas, sin excepción, tanto de parte de Dios, que quiere darlas, como de los hombres, que quieren recibirlas: al decretar que la Mediadora de todas las gracias sea la Virgen, Dios se asegura de que, de parte suya, ninguna gracia sea negada a los hombres, porque Él no le niega nada a Aquella que es su Hija predilecta –es hija de Dios Padre-; a Aquella que es la Madre de su Hijo Unigénito –es Madre de Dios Hijo-; a Aquella en quien inhabita el Divino Amor –es Esposa de Dios Espíritu Santo-; por parte de los hombres, Dios elige a la Virgen –Madre de Dios y de los hombres- para que sea la Mediadora de todas las gracias, porque se asegura así que las gracias que los hombres piden sean concedidas, porque para dirigirse a la Virgen en su condición de Madre de Dios y de los hombres, estos no pueden hacerlo de cualquier manera sino con un amor filial, sincero, sobrenatural, a su Madre celestial, de la misma manera a como un hijo se dirige a su madre, a quien ama con todo el corazón, y una petición así dirigida, hecha con amor de hijo hacia la Madre celestial, es una petición a la que Dios no se puede negar.

         Que Dios quiera dar sus gracias para la eterna salvación a los hombres, y que la Virgen sea la Mediadora universal de todas estas gracias, se observa de modo patente en las apariciones de la Virgen a Santa Catalina Labouré, puesto que esas gracias estaban representadas en los rayos de luz que brotaban de los anillos que adornaban sus manos, aunque también había anillos de los que no se irradiaba la luz, siendo estas las gracias que muchos de sus hijos no se las piden, porque no aman a la Virgen ni confían en Ella, en su condición de ser Mediadora de todas las gracias.

sábado, 5 de noviembre de 2016

El Legionario debe consagrarse a María según el método de San Luis María Grignon de Montfort


         El Legionario debe consagrarse a María según el método de San Luis María Grignon de Montfort
         Es muy conveniente que los legionarios realicen un pacto formal con María Virgen, según el método aconsejado por San Luis María de Montfort –en sus dos obras: La Verdadera Devoción a la Santísima Virgen y El Secreto de María-, por el cual se entrega a María todo nuestro ser, todo lo que somos y tenemos, toda nuestra vida, pasada, presente y futura: pensamientos, obras, posesiones y bienes espirituales y temporales, pasados, presentes y futuros, sin reserva alguna de ninguna clase[1].
         Se trata, en última instancia, de convertirnos en esclavos de María y, al igual que un esclavo, no poseer nada propio, depender en todo de María y entregarnos totalmente a su servicio.
         Se trata de convertirnos en esclavos, como un esclavo humano, pero cuando se comparan ambas esclavitudes, se observa cómo el esclavo humano es más libre que el esclavo de María, porque el esclavo humano sigue siendo dueño de sus pensamientos y de su vida interior y es por eso que sigue siendo libre en su vida interior; el ser esclavos de María implica la entrega total de pensamientos e impulsos interiores, con todo lo que ellos encierran de más preciado y más íntimo. De esto se sigue que el Legionario debe abstenerse de todo pensamiento y sentimiento malo, pues nada malo puede darse a María. Todo –buenas obras, oraciones, devociones, apostolado, rosarios, misas-, absolutamente todo, queda en manos de María, incluido el último segundo antes de la muerte, para que sea Ella quien disponga de nuestro ser. Por ejemplo, si rezamos un Rosario, se lo entregamos a María, para que Ella aplique las gracias que vea conveniente.
         Esto significa realizar un sacrificio de sí mismo sobre el ara del Inmaculado Corazón de María y es muy similar al sacrificio de Jesucristo mismo, quien comenzó este sacrificio sobre el ara del Corazón de su Madre en el momento de la Encarnación, lo hizo público en la Presentación y lo consumó en el Calvario.
         Esta verdadera devoción comienza en el acto formal de la consagración al Inmaculado Corazón de María y consiste en hacer de ella un hábito de vida. Es decir, consagrarse a María no significa entregarle a Ella un acto o un pensamiento aislado, sino todo acto y todo pensamiento, y no un día o dos, sino todo el día, todos los días, hasta el día de nuestra muerte. La consagración a María debe convertirse en un estado habitual de vida.
         Esto no significa que se deba estar pensando siempre y en todo momento en la consagración: así como nuestra vida terrena está animada y sostenida por la respiración y el latido cardíaco, y sin embargo no estamos atentos a ellos todo el tiempo, desarrollando nuestra vida normalmente, de la misma manera, la consagración o Verdadera Devoción nos anima y sostiene, aunque no reparemos en ella en el momento consciente y actual; basta que reiteremos de vez en cuando el recuerdo del dominio soberano de la Virgen, renovando interiormente, con jaculatorias y actos de amor a María, aunque basta con que reconozcamos de manera habitual nuestra dependencia de Ella, la tengamos siempre presente –al menos de una manera general-, de manera que la consagración a la Virgen arraigue profundamente en nuestros corazones y guíe todo nuestro ser y toda nuestra vida.
         Algo a tener en cuenta es que no se debe confundir el fervor sensible –me gusta, no me gusta, me siento bien, no me siento bien, tengo ganas de rezar, no tengo ganas de rezar- con la Verdadera Devoción, porque esta clase de fervor sólo origina sensiblerías e inconstancia. Aunque “no se sienta nada”, y aunque “no se tengan ganas de rezar”, lo mismo hay que hacerlo, porque la Verdadera Devoción nada tiene que ver con el estado de ánimo. Todavía más, dejarse llevar por el fervor sensible –rezar solamente cuando se tiene ganas, por ejemplo-, es caer en el pecado de pereza espiritual o acedia.
         El Manual da el ejemplo de los cimientos de un edificio, que permanecen fríos, aunque toda la fachada reciba el calor del sol: así sucede con la razón y con la decisión de consagrarnos a María, y sin embargo, son los cimientos de la Verdadera Devoción. Significa que, con el solo hecho de saber que me tengo que consagrar a la Virgen, lo debo hacer, aun cuando no “sienta” nada.
         San Luis María Grignon de Montfort une el cumplimiento y el otorgamiento de numerosísimas gracias, a la práctica de la Verdadera Devoción, es decir, a la consagración a la Virgen, si se cumplen las debidas condiciones.
         Los frutos de esta Verdadera Devoción son inmensos: profundiza la vida interior, comunica al alma la certeza de ir guiada y protegida en esta vida, hacia la vida eterna, le da la certeza de haber conseguido un camino seguro para llegar al cielo, el alma obtiene fortaleza, sabiduría, humildad sobrenaturales, además de numerosísimas otras virtudes. A cambio del sacrificio que supone realizar esta Consagración, entregándose uno voluntariamente como esclavo de amor a Jesús por medio de María, se gana el ciento por uno. Dice así el cardenal Newmann: “Cuando servimos, reinamos; cuando damos, poseemos; cuando nos rendimos, entonces somos vencedores”.
         Hay algunos que ponen objeciones a la Consagración a María, como si todo se tratara de un intercambio egoísta de ganancias y pérdidas, cuando se les dice que deben entregar sus haberes en manos de su Madre espiritual, lo cual quiere decir que todos los méritos por las oraciones y obras buenas que hagamos, a partir de la Consagración a María, no nos pertenecen, sino a la Virgen. Es por eso que muchos dicen: “Pero si lo doy todo a María, ¿qué será de mí en el Juicio Particular, al presentarme al Juez Eterno con las manos vacías? ¿No se me prolongará el Purgatorio interminablemente?”. A lo cual responde un autor: “¡Pues claro que no! ¿Acaso no estará María en el Juicio?”.
         Lo mismo sucede con las cosas y personas por las que hay obligación de rogar: la familia, los amigos, el trabajo, la Patria, el Papa, etc.: se piensa que si se dan los tesoros espirituales que uno posee en manos ajenas, sin quedarse con nada, entonces es como si los desatendiéramos. Sin embargo, es un temor infundado, porque el mejor lugar en donde pueden ser depositados los tesoros espirituales para nuestros seres queridos, son las manos de María, Guardiana de los tesoros mismos de Dios. ¿Acaso no sabrá la Virgen conservar y mejorar aun los intereses de quienes ponen en Ella su confianza? La Virgen actuará como si fuéramos hijos únicos, y así nuestra salvación, santificación, necesidades, y la salvación de nuestros seres queridos, estarán presentes en primer lugar en el Corazón de la Virgen.
         Jesús y María multiplican las más pequeñas dádivas a niveles imposibles de imaginar, y el ejemplo es el muchacho que dio dos pescados y cinco panes, los cuales luego fueron multiplicados por miles y sirvieron para alimentar una multitud. Así como el muchacho, ni siquiera podía imaginarse el asombroso milagro que Jesús habría de hacer con su ofrenda, así también, el que se consagra a María, ni siquiera puede imaginarse los milagros que la Virgen habrá de obrar en su alma y las de sus seres queridos.
         Por último, la Consagración, sí exige un cambio interior profundo, el de la conversión eucarística y mariana del corazón, pero en cuanto a lo externo, no exige ningún cambio en la forma externa de nuestras oraciones y acciones diarias. Se continúa con el mismo tiempo de antes, se ruega por las mismas intenciones y por cualquier otra intención que se desee, lo único que cambia es que, en adelante, el alma se somete en todo a la voluntad de María.
        


[1] Cfr. Manual del Legionario, 6, 5.