El
Legionario debe consagrarse a María según el método de San Luis María Grignon
de Montfort
Es muy conveniente que los legionarios realicen un pacto
formal con María Virgen, según el método aconsejado por San Luis María de
Montfort –en sus dos obras: La Verdadera Devoción a la Santísima Virgen y El
Secreto de María-, por el cual se entrega a María todo nuestro ser, todo lo que
somos y tenemos, toda nuestra vida, pasada, presente y futura: pensamientos,
obras, posesiones y bienes espirituales y temporales, pasados, presentes y
futuros, sin reserva alguna de ninguna clase[1].
Se trata, en última instancia, de convertirnos en esclavos
de María y, al igual que un esclavo, no poseer nada propio, depender en todo de
María y entregarnos totalmente a su servicio.
Se trata de convertirnos en esclavos, como un esclavo
humano, pero cuando se comparan ambas esclavitudes, se observa cómo el esclavo
humano es más libre que el esclavo de María, porque el esclavo humano sigue
siendo dueño de sus pensamientos y de su vida interior y es por eso que sigue
siendo libre en su vida interior; el ser esclavos de María implica la entrega
total de pensamientos e impulsos interiores, con todo lo que ellos encierran de
más preciado y más íntimo. De esto se sigue que el Legionario debe abstenerse
de todo pensamiento y sentimiento malo, pues nada malo puede darse a María.
Todo –buenas obras, oraciones, devociones, apostolado, rosarios, misas-,
absolutamente todo, queda en manos de María, incluido el último segundo antes
de la muerte, para que sea Ella quien disponga de nuestro ser. Por ejemplo, si
rezamos un Rosario, se lo entregamos a María, para que Ella aplique las gracias
que vea conveniente.
Esto significa realizar un sacrificio de sí mismo sobre el
ara del Inmaculado Corazón de María y es muy similar al sacrificio de
Jesucristo mismo, quien comenzó este sacrificio sobre el ara del Corazón de su
Madre en el momento de la Encarnación, lo hizo público en la Presentación y lo
consumó en el Calvario.
Esta verdadera devoción comienza en el acto formal de la
consagración al Inmaculado Corazón de María y consiste en hacer de ella un
hábito de vida. Es decir, consagrarse a María no significa entregarle a Ella un
acto o un pensamiento aislado, sino todo acto y todo pensamiento, y no un día o
dos, sino todo el día, todos los días, hasta el día de nuestra muerte. La
consagración a María debe convertirse en un estado habitual de vida.
Esto no significa que se deba estar pensando siempre y en
todo momento en la consagración: así como nuestra vida terrena está animada y
sostenida por la respiración y el latido cardíaco, y sin embargo no estamos
atentos a ellos todo el tiempo, desarrollando nuestra vida normalmente, de la
misma manera, la consagración o Verdadera Devoción nos anima y sostiene, aunque
no reparemos en ella en el momento consciente y actual; basta que reiteremos de
vez en cuando el recuerdo del dominio soberano de la Virgen, renovando
interiormente, con jaculatorias y actos de amor a María, aunque basta con que reconozcamos
de manera habitual nuestra dependencia de Ella, la tengamos siempre presente
–al menos de una manera general-, de manera que la consagración a la Virgen
arraigue profundamente en nuestros corazones y guíe todo nuestro ser y toda
nuestra vida.
Algo a tener en cuenta es que no se debe confundir el fervor
sensible –me gusta, no me gusta, me siento bien, no me siento bien, tengo ganas
de rezar, no tengo ganas de rezar- con la Verdadera Devoción, porque esta clase
de fervor sólo origina sensiblerías e inconstancia. Aunque “no se sienta nada”,
y aunque “no se tengan ganas de rezar”, lo mismo hay que hacerlo, porque la
Verdadera Devoción nada tiene que ver con el estado de ánimo. Todavía más,
dejarse llevar por el fervor sensible –rezar solamente cuando se tiene ganas,
por ejemplo-, es caer en el pecado de pereza espiritual o acedia.
El Manual da el ejemplo de los cimientos de un edificio, que
permanecen fríos, aunque toda la fachada reciba el calor del sol: así sucede
con la razón y con la decisión de consagrarnos a María, y sin embargo, son los
cimientos de la Verdadera Devoción. Significa que, con el solo hecho de saber
que me tengo que consagrar a la Virgen, lo debo hacer, aun cuando no “sienta”
nada.
San Luis María Grignon de Montfort une el cumplimiento y el
otorgamiento de numerosísimas gracias, a la práctica de la Verdadera Devoción,
es decir, a la consagración a la Virgen, si se cumplen las debidas condiciones.
Los frutos de esta Verdadera Devoción son inmensos:
profundiza la vida interior, comunica al alma la certeza de ir guiada y
protegida en esta vida, hacia la vida eterna, le da la certeza de haber
conseguido un camino seguro para llegar al cielo, el alma obtiene fortaleza,
sabiduría, humildad sobrenaturales, además de numerosísimas otras virtudes. A cambio
del sacrificio que supone realizar esta Consagración, entregándose uno
voluntariamente como esclavo de amor a Jesús por medio de María, se gana el
ciento por uno. Dice así el cardenal Newmann: “Cuando servimos, reinamos;
cuando damos, poseemos; cuando nos rendimos, entonces somos vencedores”.
Hay algunos que ponen objeciones a la Consagración a María,
como si todo se tratara de un intercambio egoísta de ganancias y pérdidas,
cuando se les dice que deben entregar sus haberes en manos de su Madre espiritual,
lo cual quiere decir que todos los méritos por las oraciones y obras buenas que
hagamos, a partir de la Consagración a María, no nos pertenecen, sino a la
Virgen. Es por eso que muchos dicen: “Pero si lo doy todo a María, ¿qué será de
mí en el Juicio Particular, al presentarme al Juez Eterno con las manos vacías?
¿No se me prolongará el Purgatorio interminablemente?”. A lo cual responde un
autor: “¡Pues claro que no! ¿Acaso no estará María en el Juicio?”.
Lo mismo sucede con las cosas y personas por las que hay obligación
de rogar: la familia, los amigos, el trabajo, la Patria, el Papa, etc.: se
piensa que si se dan los tesoros espirituales que uno posee en manos ajenas,
sin quedarse con nada, entonces es como si los desatendiéramos. Sin embargo, es
un temor infundado, porque el mejor lugar en donde pueden ser depositados los
tesoros espirituales para nuestros seres queridos, son las manos de María,
Guardiana de los tesoros mismos de Dios. ¿Acaso no sabrá la Virgen conservar y
mejorar aun los intereses de quienes ponen en Ella su confianza? La Virgen actuará
como si fuéramos hijos únicos, y así nuestra salvación, santificación,
necesidades, y la salvación de nuestros seres queridos, estarán presentes en
primer lugar en el Corazón de la Virgen.
Jesús y María multiplican las más pequeñas dádivas a niveles
imposibles de imaginar, y el ejemplo es el muchacho que dio dos pescados y
cinco panes, los cuales luego fueron multiplicados por miles y sirvieron para
alimentar una multitud. Así como el muchacho, ni siquiera podía imaginarse el
asombroso milagro que Jesús habría de hacer con su ofrenda, así también, el que
se consagra a María, ni siquiera puede imaginarse los milagros que la Virgen
habrá de obrar en su alma y las de sus seres queridos.
Por último, la Consagración, sí exige un cambio interior
profundo, el de la conversión eucarística y mariana del corazón, pero en cuanto
a lo externo, no exige ningún cambio en la forma externa de nuestras oraciones
y acciones diarias. Se continúa con el mismo tiempo de antes, se ruega por las
mismas intenciones y por cualquier otra intención que se desee, lo único que
cambia es que, en adelante, el alma se somete en todo a la voluntad de María.
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