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sábado, 25 de diciembre de 2010

Oremos con el icono de la Natividad del Señor


Podemos orar con el icono, considerando sus principales elementos:

La estrella, ubicada en el extremo superior del icono, representa el fenómeno celeste registrado en el momento del Nacimiento: Dios Padre, Creador del universo, señala, por medio de una estrella, la Primera Venida de su Hijo al mundo. Pero la estrella es también un signo sobrenatural, ya que simboliza a la Madre de Dios, uno de cuyos nombres es, precisamente, “Estrella de la mañana”. Así como la estrella de la mañana anuncia que, al mismo tiempo que la noche es profunda, ya está por llegar el nuevo día, porque está por salir el sol, así la Virgen María, con su persona, y con su condición de ser la Inmaculada y la Llena de gracia, es la señal de los cielos, dada por Dios Uno y Trino –las tres líneas luminosas que surgen de la estrella simbolizan a la Trinidad-, de que está por llegar el Sol de justicia, Jesucristo, que ilumina con su luz divina y eterna las sombras de la historia y del alma humana. De María, Estrella de la mañana, nace el Sol de justicia y de luz eterna, Jesucristo, “como un rayo de sol que atraviesa un cristal”, según los Padres de la Iglesia, para iluminar a la humanidad que, por el pecado original, y por haber escuchado la voz del Tentador, vive en “sombras de muerte”: “El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido” (cfr. Is 9, 2; Mt 4, 16).

En el extremo inferior izquierdo aparece San José, dubitativo, frente a un hombre anciano, el demonio, que intenta sembrarle dudas acerca de la Concepción del Señor.

Otro elemento presente son los ángeles, cuya tarea es anunciar a los hombres, representados en los pastores, que ha nacido el Mesías, el Salvador del mundo. Los ángeles son los encargados de anunciar la Buena Nueva, la Buena Noticia, la Alegre Noticia del Nacimiento del Redentor del mundo: “Os anuncio una gran alegría: os ha nacido un salvador, que es el Cristo Señor, y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (cfr. Lc 2, 10-14). Luego de anunciar a los pastores, los ángeles glorifican y adoran al Niño de Belén, porque ese Niño es su Dios y Rey: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace” (Lc 2, 14).

Los Reyes Magos -cuyo nombre “magos” es una adaptación griega a la palabra “sabios” de Oriente-, representan a la sabiduría humana, transformada y elevada por la iluminación divina, que con su luz de gracia permite reconocer, en ese Niño recién nacido, con una piel frágil como un papel, y envuelto en pañales, y tiritando por el frío de la noche, a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. La sabiduría de los Reyes de Oriente radica no en el conocimiento humano, sino en la posesión de la Sabiduría divina, que les permite reconocer, en ese Niño, débil y frágil, al Dios Omnipotente y Tres veces Santo, y es debido a esta sabiduría, que le presentan sus dones: oro, incienso y mirra.

La cueva, oscura, fría, negra, que sirve de refugio de animales, representa el corazón humano, frío por haberse alejado del calor del amor de Dios y dominado por las pasiones, tal como se encontraba en los tiempos de la Primera Venida. Así como la cueva es iluminada por el Nacimiento del Niño de Belén, que la ilumina con una luz más intensa que mil soles juntos, así es iluminado el corazón del hombre cuando, por la gracia, nace Jesucristo, el Hombre-Dios.

Finalmente, podemos orar con la Madre de Dios y el Niño de Belén que son, obviamente, las figuras centrales: María, de quien nació el Niño en Belén, cuyo significado es “Casa de Pan”, es figura de la Iglesia, que por la liturgia eucarística, y por el poder del Espíritu Santo, concibe en su seno virginal, el altar eucarístico, al mismo Niño de Belén, que se entrega en la Eucaristía como Pan de Vida eterna.

lunes, 20 de diciembre de 2010

En Adviento esperamos al Mesías, así como lo esperó María


El tiempo de Adviento es tiempo de espera del Mesías; es un tiempo similar a la noche, porque se espera que llegue el Sol del nuevo día, de la eternidad de Dios.

Si es tiempo de espera del Mesías, y si es un tiempo comparable a la noche, entonces, de ambas maneras, es la Virgen María la que puede enseñarnos a esperar, porque Ella esperó su Nacimiento durante nueve meses, y porque Ella es la Estrella brillante que anuncia la llegada del Nuevo Día, el Día sin ocaso, el Día de la eternidad de Dios, el Día alumbrado por la luz eterna del Sol de justicia, Jesucristo.

María es nuestro modelo de espera en el Adviento, porque Ella, durante nueve meses, lo esperó con alegría, porque sabía que su Hijo, el Mesías, naciendo de noche, habría de alumbrar, con su luz eterna, a las almas de los hombres que vagaban perdidas en la noche del pecado y en las tinieblas del error y de la ignorancia.

María lo esperaba con alegría porque sabía que este Niño, que habría de nacer en una cueva oscura y fría, refugio de animales, venía a este mundo para llevar a vivir a todos los hombres al cielo, a las mansiones eternas del Padre, hechas de luz divina.

María esperaba con alegría al Mesías, porque sabía que su Hijo, que al nacer sería frágil, tan frágil como lo es todo niño recién nacido, con su piel delgada como un papel, era, al mismo tiempo, además de un niño frágil y desvalido, Dios omnipotente, y Todopoderoso, que venía a este mundo para vencer a los tres enemigos que mantenían esclavizada a la humanidad: el demonio, el mundo y la carne.

María esperaba con alegría al Mesías, porque sabía que este niño, que nacía en una cueva oscura, iba a alumbrar al mundo con una luz desconocida para los hombres, la luz eterna de su Ser divino, y que esta luz, que era vida, resucitaría y rescataría de la muerte a los hombres que, desde Adán y Eva, vivían en “sombra y oscuridad de muerte” (cfr. Is 9, 2).

María esperaba con alegría al Mesías, porque sabía que este niño, que venía desprotegido y desvalido en la plenitud de los tiempos, habría de venir al fin de los tiempos, con gran poder y gloria, a juzgar a los hombres.

María esperaba con alegría al Mesías, porque sabía que este Niño, que habría de ser condenado y juzgado por los reinos de este mundo, traería para los hombres un Reino celestial, un Reino de justicia, de paz, de amor fraternal entre los hombres.

María “guardaba todas estas cosas en el corazón” (cfr. Lc 2, 19), y esperaba con gran alegría la Llegada del Mesías, el Nacimiento de su Hijo.

Con esa misma espera, con esa misma alegría de María, espera la Iglesia en Adviento la Llegada del Mesías para Navidad.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Madre de Dios, sin pecado concebida, Llena de gracia, Virgen Purísima


La Virgen se le apareció en Lourdes a Santa Bernardita, y le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

¿Qué podemos aprender de esta aparición de la Virgen?

Comencemos con la vidente, Santa Bernardita: ella era de condición humilde, y además, era analfabeta. Tanto es así, que no entendía qué quería decir: “Inmaculada”.

¿Por qué la Virgen se le apareció a Santa Bernardita, que era analfabeta e ignorante? ¿No hubiera sido mejor que se hubiese aparecido a un estudioso de la teología y de las Escrituras? La Virgen se le apareció a Santa Bernardita porque Dios obra a través de los más pequeños de la tierra. No quiere decir que todo el que es pobre materialmente es humilde, ya que son dos cosas distintas, porque se puede ser indigente, y al mismo tiempo, soberbio, pero en el caso de Bernardita, ella, además de ser pobre materialmente, era humilde de espíritu.

Además, Santa Bernardita es una figura y una representación de la humanidad que, delante de Dios, más que pobre, es indigente, y más que analfabeta, es ignorante.

El hombre, delante del inmenso misterio de Dios, y delante de la majestad de Dios Uno y Trino, es como la nada, y no sólo eso, sino que es como la nada más pecado, como dicen los santos. Además, es ignorante, porque si Dios no se revela a sí mismo, dándose a conocer como Uno y Trino, el hombre no puede conocer, de ninguna manera, que Dios es Uno y Trino en Personas.

Santa Bernardita, pobre y analfabeta, nos representa a todos nosotros, que delante de Dios Uno y Trino, somos como ella: pobres y analfabetos, e ignorantes de toda ignorancia, ya que por nuestra razón podemos conocer que Dios es Uno, pero no que es Trino. Si Dios no lo revelara, jamás sabríamos que Dios es Trinidad de Personas y un solo Ser divino.

Aprendamos de Santa Bernardita a ser dóciles a la Palabra de Dios, y humildes de corazón, porque Dios “resiste a los soberbios” (cfr. Sal 2, 2-4).

La otra enseñanza que podemos aprender de esta aparición de la Virgen, es el contenido central de la revelación dada en la aparición, y es el hecho de declarar la Virgen, solemnemente, el ser Ella la Inmaculada Concepción, que indica un doble privilegio, concedidos anticipadamente por los méritos de la Pasión de Jesús, por estar Ella destinada, desde toda la eternidad, a ser la Madre de Dios: Ella es la Inmaculada Concepción, es decir, concebida sin pecado original, y a la vez Llena de gracia, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo.

Ser la Inmaculada Concepción significó para la Virgen no sólo no pensar ni desear ni hacer nada malo, ni siquiera el más mínimo pecado venial, y ni siquiera la más mínima imperfección, sino que significó estar inhabitada por el Espíritu Santo, y fue así que Dios la eligió para ser la Madre de su Hijo.

Así debemos ser nosotros: vivir sin pecado, y en gracia, confesándonos frecuentemente, para que nazca, en nuestros corazones, Dios Hijo, Jesucristo.

Por último, el misterio de la Virgen, de ser Ella la Inmaculada Concepción, y la Llena de gracia, y de ser la Madre de Dios, se actualiza, misteriosamente, en la Iglesia, porque la Virgen es modelo de la Iglesia: la Iglesia, como la Virgen, es Pura e Inmaculada, porque nació del costado abierto del Salvador; es la Llena de gracia, porque está inhabitada por el Espíritu Santo, como la Virgen, y así como la Virgen es Madre de Dios, porque da a luz, por el poder del Espíritu Santo, al Niño Dios en Belén, Casa de Pan, así la Iglesia da a luz, por el poder del mismo Espíritu, a Cristo Dios en la Eucaristía, Pan de Vida eterna.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "Nuestra Señora del Perpetuo Socorro"


En el ícono de la Virgen del Perpetuo Socorro se ve la imagen de la Virgen, que sostiene en brazos a su Hijo Jesús; la Virgen mira hacia adelante; hacia, el fondo, se ven las iniciales, en letras griegas, que significan “Madre de Dios”; hacia arriba, y rodeando por ambos lados a la Virgen y el Niño, hay dos ángeles, que traen en sus manos la cruz, los clavos, la corona de espinas; el Niño, que está en brazos de María, gira repentinamente su cabeza y mira hacia arriba y hacia su izquierda, hacia el lugar en donde se encuentra uno de los ángeles, que le muestra los instrumentos de la Pasión; a causa de esta visión sorpresiva, el Niño, que está calzado con sandalias, gira, y en su giro, se desata una de sus sandalias, la cual queda suspendida en el aire, casi fuera del pie; hacia el otro costado de la Virgen, y hacia arriba, se ve a otro ángel, que sostiene también entre sus brazos otros instrumentos de la Pasión.

La Virgen del Perpetuo Socorro ayuda al Niño Jesús, que se estremece por la visión de los instrumentos de su muerte, traídos por los ángeles. Los ángeles muestran al Niño la cruz, los clavos, la corona de espinas, la lanza, y el Niño, que está tranquilo en los brazos de su Madre, siente temor ante la muerte en cruz, y en su temor, se mueve, y al moverse, su sandalia se sale de su pie. La Virgen lo sostiene firme en sus brazos; la Virgen sostiene en sus brazos a Dios hecho Niño, y con su amor maternal lo consuela y le da fuerzas.

La Virgen socorre a su Niño ante el peligro de muerte, y es por eso que el ícono toma el nombre de “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro”.

Pero el auxilio de María no se limita a un ícono; no es sólo una imagen, sino que es un ícono que refleja la realidad, porque es en la realidad del misterio pascual de Jesús, en donde María socorre a su Hijo: socorre a su Hijo en la huida a Egipto, huyendo al exilio porque los hombres quieren matar a su Hijo, y lo socorre llevándolo en sus brazos; socorre a su Hijo en el Apocalipsis, cuando María huye, con su Hijo en sus brazos, al desierto, para evitar que el dragón, que había caído a la tierra desde el cielo, mate a su Hijo Jesús; la Virgen socorre a su Hijo con su mirada en la Vía Dolorosa, cuando su Hijo cae con la cruz a cuestas, camino del patíbulo; lo socorre con su amor maternal, cuando su Hijo agoniza en la cruz.

María socorre a su Hijo Jesús a lo largo de todo el misterio pascual, pero es en la cruz en donde se ve el mayor desamparo de Jesús, y es en la cruz en donde Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se muestra en toda su grandeza como Madre amorosa que auxilia a su Hijo. Aunque sostiene a su Hijo en sus brazos, como en el ícono, así lo sostiene, con algo más fuerte que sus brazos, y es su amor maternal, al amor de la Madre de Dios.

La cruz del Calvario, en donde María socorre a su Hijo que agoniza, es la continuación y prolongación del ícono; la cruz del Calvario es un ícono que tiene similitudes y diferencias con el ícono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro: las similitudes, la Presencia de María Santísima en ambos íconos, y en ambos socorre a su Hijo; las diferencias, que en la cruz se consuma lo que se prefigura en el ícono.

En la cruz, a diferencia de lo que sucede en el ícono, no son ya los ángeles quienes muestran a Jesús los instrumentos de su muerte; son los hombres, movidos por el odio deicida, quienes además de mostrar a Jesús los instrumentos de muerte, el leño, los clavos, la corona de espinas, la lanza, ahora los usan contra Jesús, quitándole la vida.

En la cruz, no se sale de sus pies la sandalia, como en el ícono; porque le han sido quitadas sus sandalias, y al puesto de las sandalias, tiene ahora dos grandes clavos de hierro que clavan sus pies al madero.

En el ícono de la Virgen del Perpetuo socorro, la Virgen sostiene en brazos a su Niño, que se estremece ante los instrumentos de su muerte; en la cruz, su Hijo está muriendo porque esos instrumentos de muerte ya están obrando sobre Él, y la Virgen lo sostiene, más que con sus brazos, con su amor maternal, que es más fuerte que sus brazos.

En el ícono, María sostiene entre sus brazos el cuerpo vivo de su Niño; en la cruz, sostiene entre sus brazos el cuerpo muerto de su Hijo, al ser descendido de la cruz.

En el ícono, aparece el nombre de María Santísima, como “Madre de Dios”, para recordarnos que esa Mujer que sostiene en brazos a un Niño que se asusta ante la cruz, es la Madre de Dios Hijo.

En el Calvario, María es la Madre de Dios que con su amor sostiene hasta el fin a su Hijo Jesús, quien gracias al amor de la Madre lleva hasta el extremo el sacrificio de la cruz.

A Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, que auxilió al Hijo de Dios a lo largo de toda su vida terrena, desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz, a Ella le pedimos que también a nosotros nos auxilie en las tribulaciones de la vida, y nos sostenga con su amor maternal hasta el fin.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "La Copa Inagotable"


Podemos rezar con este icono a partir de su nombre: este icono se llama: “Copa inagotable”. Ahora bien, para que podamos rezar con el icono, debemos formularnos algunas preguntas: ¿por qué este nombre? ¿A qué se debe que la Copa sea inagotable? ¿Qué es lo que contiene esta Copa Santa, cuyo misterioso contenido no se agota nunca?

La Copa es inagotable porque es la Copa del Banquete celestial, la Santa Misa, en donde se sirve el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero, y este Vino de esta Copa es inagotable porque proviene precisamente del inagotable Ser divino. La Copa no se agota nunca, y nunca deja de dar Vino, porque no se agota nunca y nunca deja de dar su Amor el Corazón del Hombre-Dios, que es de donde sale este Vino, que es su Sangre.

El Vino de esta Copa es la Sangre del Corazón del Hombre-Dios Jesucristo, y es tan inagotable como inagotable es su amor divino-humano. Este Vino que se sirve en esta Copa Santa, está destinado a los hijos de Dios. Es un vino exquisito, un vino sustancioso, un vino del cual el vino de las bodas de Caná, también exquisito y “del mejor” (cfr. Jn 2, 1-10), era solo un anticipo y una prefiguración. El Vino de esta Copa Santa proviene de una Vid celestial, la Vid verdadera, el Cuerpo, el Alma, la Divinidad y la Sangre del Hombre-Dios, y proviene de una vendimia muy especial, la vendimia de la Pasión, en donde el cuerpo del Hombre-Dios fue triturado, para que de sus heridas saliera su Sangre, Sangre preciosa que es el Vino Santo que nos comunica el Amor de Dios.

El Vino de esta Copa es un vino exquisito, perfumado, que agrada al alma y la embriaga en el Amor de Dios; quien prueba de este Vino no quiere ya nunca más dejar de beberlo, porque este Vino no es vino, sino es la Sangre del Cordero inmolado en la cruz por amor a los hombres. Este Vino es embriagador, porque arrebata al alma en el Amor de Dios; es embriagador este Vino, porque comunica el Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Persona-Amor de la Trinidad. Este Vino comunica el Amor divino de Dios Uno y Trino, y es por eso que quien lo prueba, desea beberlo siempre, porque llena su corazón con la dulzura inagotable del Divino Amor.

martes, 26 de octubre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "El Júbilo"


¿Cómo podemos rezar con este icono?

Podemos rezar considerando el nombre del icono, y lo que el icono representa. En cuanto a su nombre, este viene de las palabras iniciales de un himno dedicado a la Madre de Dios Theotokos. El icono se llama “El júbilo”, porque “júbilo” significa “alegría”, y esto es debido a que en el cielo sólo reina la alegría y la felicidad eterna, que brotan del Ser mismo de Dios Uno y Trino. En el cielo no solo no hay tristeza, infelicidad, o pena, sino que reina la alegría más grande y completa; una alegría desconocida para el hombre, porque es la alegría que surge, incontenible, del Ser de Dios Trinidad, y que embarga a todos, ángeles y santos. En el cielo no hay tristeza; todo es alegría, todos son felices, porque todos, ángeles y santos, contemplan y adoran al Cordero, que es el Niño del ícono, por la eternidad. Aún más, es tanta la alegría, que si no estuvieran auxiliados por la gracia, ángeles y santos morirían aniquilados por la alegría.

La alegría de la Jerusalén celestial

Pasando propiamente al icono, aquí la Virgen María está representada como la Reina del cielo, alegre en el Paraíso, en medio de ángeles que la glorifican. Detrás de la Madre de Dios, aparece una luminosa iglesia, que simboliza a la Jerusalén celestial, con el jardín florecido del Edén alrededor de ella. A los pies del trono en el cual están sentados la Virgen María con el Pre-eterno Niño, está representado San Juan Damasceno, teólogo y autor del himno, llevando en sus manos un pergamino con el texto del himno. Formando un círculo alrededor de la Virgen y el Niño, se encuentran miríadas de ángeles, dos de los cuales se encuentran de pie a los lados del trono. Un poco más hacia abajo, se encuentra una multitud de gente que le reza a la Santísima Madre de Dios Theotokos.

En este icono vemos, entonces, hacia el centro, el Niño Pre-eterno con la Madre de Dios; al fondo, la Jerusalén Celestial; hacia los pies del trono de la Virgen y el Niño, una multitud de santos, y a los costados del trono, los ángeles. ¿Qué es lo que representa este icono? Lo que estamos viendo en este icono es una majestuosa representación de la Iglesia Santa: el icono, con la Madre de Dios y el Niño en el centro, con la Jerusalén celestial al fondo, y con los ángeles y santos, representa a la Iglesia, la cual es llamada también “Esposa” o “Mujer” del Cordero.

Ahora bien, la “Mujer” del Cordero, no es una persona particular; no es una mujer, de naturaleza humana, aún cuando sea ésta virgen y santa, ya que no podría ser jamás una mujer particular la Mujer del Cordero.

La Mujer del Cordero es una persona místicamente operante, la Iglesia Católica, que es la que está representada en el icono.

La Iglesia adora al Cordero, el Niño Pre-eterno

La multitud de ángeles y santos que adoran al Cordero, al Niño Pre-eterno, por la eternidad, en el cielo, en la Jerusalén celestial, y la multitud de hombres que forman la Iglesia peregrina en la historia y en la tierra, y la multitud de almas que esperan el fin de su purificación, constituyen la Esposa del Cordero o la Mujer del Cordero, y es esto lo que está representado en este icono.

Que la Mujer o Esposa del Cordero sea la congregación de ángeles y santos que adoran a Cristo, es algo que se lo dice la Iglesia misma a un beato, el beato Francisco Palau: “Yo soy la Mujer del Cordero, soy la Congregación de los justos militantes sobre la tierra, bajo Cristo, mi Cabeza (…)”[1].

Es la Esposa del Cordero entonces, en las personas de los santos y de los ángeles, quien adora a su Esposo que está en el altar de los cielos, y es esta adoración, de los justos, la que se representa en el icono.

La Esposa del Cordero, es decir, la congregación de justos, lo alaba en los cielos, y en la tierra lo ofrece como Cordero en el Banquete celestial.

El icono es una representación de la Iglesia, porque la Madre de Dios, la Virgen María, que en el icono cubre maternalmente, con celoso amor de Madre, a su Hijo, es a su vez modelo de la Iglesia Santa, y así como en el cielo la Madre de Dios ostenta con orgullo materno el fruto bendito de su seno virgen, para que sea adorado por los espíritus beatos, y en esta adoración se sacien sin fin de alegría eterna, así en la tierra la Iglesia lo ostenta en la Eucaristía, para que lo consuman y lo adoren y lo adoren consumiendo, y consumiéndolo y adorándolo, lo amen ya en el tiempo para la eternidad, las pobres almas de los hijos de Dios que peregrinan en el valle del dolor.

El Niño Pre-eterno, que sentado en el regazo de la Madre de Dios, como en su trono, es adorado en los cielos, es el mismo Niño que en el altar de la Iglesia se viste de Pan cocido en el fuego del Espíritu, y es adorado por los bautizados como Pan de Vida Eterna.

El Niño, que está en los cielos, en el regazo de la Virgen Madre, es el Cordero del altar eucarístico, en la Iglesia que está en la tierra, y como la Virgen Purísima es modelo de la Iglesia Santa, así como María lo ama y adora en el cielo, con su Corazón Inmaculado, así en la tierra la Iglesia, la comunidad de bautizados, ama y adora al Niño Pre-eterno, escondido en lo que parece ser pan.

El Cordero de los cielos es el mismo Cordero del altar

El Cordero de los cielos, la lámpara de la Jerusalén celestial, la luz divina que alumbra a los espíritus bienaventurados del cielo (cfr. Ap 21, 23), que está sentado en el regazo de la Virgen Madre, es el mismo Cordero humilde que en el altar se reviste de Pan y que esparce su luz inmaculada sobre las almas que lo reciben en la comunión.

El Niño está sonriente en brazos de su Madre, porque ha vencido para siempre a la hueste infernal, y la ha vencido para siempre con la cruz y con la corona de espinas. El Cordero del Apocalipsis, que es el Niño que está con la Madre de Dios, que fue muerto e inmolado en la cruz, está vivo en el cielo, y así como de la herida de su corazón traspasado brotó como de una fuente sangre y agua, que da vida a las almas, así en el cielo el Niño Pre-eterno es la Fuente de agua viva que vivifica a los espíritus beatos con la vida misma de Dios (cfr. Ap 7, 17).

Ante el trono del Niño los ángeles de Dios se postran en adoración, lo inciensan (cfr. Ap 7, 3-4), y lo adoran y alaban con todo su ser.

El Niño Pre-eterno mira con ojos mansos, pacíficos, serenos y fuertes, y nada escapa a su mirada omnisciente. Recibe la adoración de los seres vivos (cfr. Ap 5, 14), de todos los seres y espíritus excelsos que adoran al Dios Tres Veces santo.

La turba angélica, y la multitud de santos, no hace otra cosa que contemplar y adorar al Niño que está en el regazo de la Theotokos. No pueden ni quieren, ni los ángeles ni los santos, apartar la mirada de la mirada del Cordero.

En el centro del icono se destaca la persona de la Madre de Dios: Ella es la Madre bendita del Cordero Amado, y por eso hacia Ella se dirigen también la alabanza y la acción de gracias, porque por Ella, el Cordero vino a este mundo. Es por eso que la Iglesia tributa adoración al Niño Dios, y a la Virgen Llena de gracia y de luz, las alabanzas, la gloria, la majestad, por la eternidad.


[1] Cfr. Francisco Palau, cit. Josefa Pastor Miralles, María, tipo perfecto y acabado de la Iglesia, Editorial de espiritualidad, Madrid 1978, 104.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "Refugio de los pecadores"


¿Cómo podemos rezar con este icono? Imaginemos a un caminante, que debiendo arribar a su meta, la cima de una montaña, en vez de encaminarse por el sendero escarpado que habrá de conducirlo adonde quiere llegar, y ante lo dificultoso y arduo de la empresa, decide libremente internarse, por un ancho camino, parquizado y florecido, que luego de un trecho lo conduce a un oscuro bosque, en donde abundan las bestias salvajes y las alimañas, las cuales, en un momento determinado, llegan a poner en peligro su vida. Acorralado, el caminante debe refugiarse, para salvar su vida, en una luminosa y segura cabaña, construida con una madera perfumada, hermosa y resistente –cedro del Líbano-, que milagrosamente encuentra en medio de la espesura del bosque.

¿Qué significa esta historia? El caminante es el bautizado; la cima de la montaña que debe alcanzar, es la comunión de vida y de amor en la eternidad con las Tres Divinas Personas; el sendero escarpado que lo conduce a la cima, es la cruz de Jesucristo; el camino ancho, parquizado y florecido, que lo desvía de su meta, son las atracciones del mundo, que nos engañan con su belleza aparente; el bosque, tupido y oscuro, y lleno de alimañas y de bestias salvajes, son las pasiones humanas sin control y los ángeles caídos, que buscan, por todos los medios, acabar con la vida del hombre; el refugio que encuentra el caminante, la cabaña construida en cedro, es el Corazón Inmaculado de María, que aparece en los momentos más oscuros y peligrosos de la vida del pecador, para que encuentre allí su refugio.

Pero además de refugiarse de las bestias y de las alimañas que atentan contra su vida, el pecador debe refugiarse de algo mucho más temible: la justa ira de Dios, que se enciende ante la iniquidad y la malicia del corazón humano. Cuando esto pasa, sólo la Madre de Dios es Refugio seguro para el pecador, porque la ira divina se detiene ante la dulzura del Corazón de María, y suspende la ejecución del terrible veredicto, mientras el pecador se encuentra allí alojado. La ira divina es inmensamente más terrible y temible que la más peligrosa de todas las tormentas, y cuando se desencadena, hasta los ángeles de Dios tiemblan, y por eso no hay ningún lugar seguro para refugiarse de ella, ni en el cielo ni en la tierra, a excepción del Corazón Purísimo de María.

Que hasta los ángeles tiemblen, ante la ira divina, encendida justamente por la maldad humana, lo dice la misma Virgen María a Santa Faustina Kowalska: “(…) Yo di al mundo el Salvador y tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh, qué terrible es ese día. Establecido está ya es el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia” (Diario, 635).

De esto se ve que, como somos pecadores, y como muchas veces nos internamos, despreocupadamente, en la peligrosa selva del mundo -en donde acechan seres más feroces que las bestias salvajes, los ángeles caídos, que ponen en riesgo nuestra salvación eterna-, y como a causa de nuestros pecados, cometidos libremente, que ofenden la majestad divina, se enciende la ira de Dios, tenemos necesidad de un refugio seguro, y ese refugio seguro, el único, es el Corazón Inmaculado de la Madre de Dios.

Y allí nos quedaremos, hasta que, por la Sangre de Cristo derramada en la cruz, sean vencidas para siempre las tinieblas del infierno, y amaine la Gran Tormenta, el Día de la justicia divina. Sólo saldremos de ese Sagrado Refugio cuando amanezca el sereno y alegre día de la eternidad feliz en Dios Trino.

martes, 5 de octubre de 2010

El significado del Santo Rosario


En el Mes de María, rezamos el Rosario en la iglesia, como parte central de los homenajes tributados a María. Para que esta oración del Rosario no se convierta en algo rutinario o mecánico, sino que sea para nosotros algo vital, lleno de vida y de significado, podemos preguntarnos qué es lo que sucede cuando rezamos el Rosario, o también podemos preguntarnos qué implica rezar el Rosario, o cuál es la idea que tenemos acerca del mismo.

Por lo general, rezamos el Rosario devotamente, con piedad, y tenemos la lejana idea de que el Rosario es un modo de agradar a nuestra Madre del cielo, María. También creemos que se trata de una oración en la cual podemos pedir a Dios por nuestras intenciones y, de hecho, al iniciar el Rosario, y también al finalizar, enunciamos las intenciones por las cuales rezamos el Rosario. Otra idea acerca del Rosario es la de “corona de rosas”: el Rosario representaría una corona de rosas, nuestras oraciones, que damos a María en homenaje por ser nuestra Madre del cielo. Además, solemos acompañar al Rosario con cantos y con una ofrenda floral.

Esto es lo que sabemos acerca del Rosario y es lo que hacemos cuando lo rezamos, y es lo que queremos expresar cuando rezamos el Rosario: nuestro amor y nuestro cariño filial a María nuestra Madre.

Sabiendo todo esto acerca del Rosario, podemos preguntarnos: ¿hay algo más en el rezo del Rosario, que el ser una corona de rosas para la Virgen María? ¿Hay algo más en el rezo del Rosario, que ser una oración especial por la cual podemos pedir a María lo que necesitamos? ¿El Rosario es sólo un modo –especial, devoto, piadoso, pero nada más que eso- de homenajear a María, como hijos suyos?

El Rosario es todo esto que hemos dicho, pero no podemos quedarnos en la simple consideración del Rosario como una oración hecha para agradar a María o para pedir por nuestras intenciones.

El Rosario implica un misterio mucho más grande, y esconde aspectos insospechados para quien lo reza.

El Rosario es sí una oración para agradar a María; es sí una oración por medio de la cual podemos pedir y obtener lo que necesitamos, pero el Rosario es algo mucho más grande que todo esto.

El Rosario es, ante todo, un modo de contemplar, junto a María, con María, los misterios del Hombre-Dios Jesucristo. El Rosario es una oración especialísima, porque más allá de la piedad con la que podamos rezarlo, lo que lo hace especial es esta contemplación de la vida de Jesucristo. A través del Rosario desfilan, ante los ojos del alma, toda la vida de Jesucristo, y la contemplación de sus misterios conduce a la iluminación del alma con la luz de Dios. Quien reza el Rosario contempla, con María, la vida de Jesucristo, y es iluminado por la luz de Jesucristo. El Rosario es un camino de luz divina que nos conduce a la luz de Dios, Jesucristo.

Rezar el Rosario entonces no es una mera devoción ni sólo un momento para pedir por lo que necesitamos: es además que esto, y mucho más que esto, un camino de luz para contemplar, junto a María, el misterio pascual de muerte y resurrección del Cordero de Dios.

Rezar el Rosario es imprimir en el alma los misterios de Jesucristo y a Jesucristo mismo en Persona.

Quien reza el Rosario imprime, lentamente, en su alma, la figura del Hombre-Dios Jesucristo, y tiene la tarea de ser en el mundo una imagen viva del Sagrado Corazón.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "La iluminación"


En el icono “La Iluminación”, la Madre de Dios y el Niño pre-eterno están rodeados de ángeles celestiales, y en el trasfondo se muestra lo que sería el portal de entrada al Paraíso, a cuyos pies se ve la Jerusalén Celestial en forma de miniatura. Las figuras de la Virgen María y de Jesucristo están cubiertas hasta más arriba de los hombros con una capa acampanada, lo cual es un símbolo de glorificación.

Sobre el borde superior del portal hay lámparas ardientes, y en las manos de los ángeles, que están sentados en nubes, hay cirios encendidos que simbolizan la luz de la Verdad y de la gracia. El simbolismo del icono hace referencia a un aspecto central del cristianismo: el Sacrificio redentor de Jesucristo, por medio del cual El abrió para la humanidad las puertas del Cielo que dan ingreso a la Jerusalén celestial.

El icono se llama “La iluminación”, y todo su simbolismo y su significado giran en torno a la luz; por lo tanto, para rezar con él deberemos ver el significado bíblico y teológico de la luz. La luz es, ante todo, un símbolo de la divinidad, puesto que la naturaleza de Dios es una naturaleza luminosa. El mismo lo dice en la Sagrada Escritura: “Yo Soy la luz del mundo” (cf. Jn 8, 12). Destaca en este icono la posición central del Niño pre-eterno como luz: El es la luz que en el Cielo alumbra a los espíritus bienaventurados, puesto que El es “la lámpara de la Jerusalén celestial” (cf. Ap 21, 23), y es por esto que en la imagen aparece la Jerusalén de los cielos. Lo que se quiere destacar es que en el Cielo los ángeles y los santos no son iluminados ni por la luz eléctrica ni por la del Sol, sino por la luz que irradia el Ser divino de Dios Uno y Trino: la Jerusalén celestial es alumbrada por el luminoso Ser divino del Niño pre-eterno que aparece en brazos de su Madre.

Pero la luz de Cristo no solo ilumina la Jerusalén celestial y a los habitantes del Cielo, sino que traspasa el mundo celeste y llega hasta la tierra, y esto también está simbolizado en el icono: los cirios encendidos sostenidos por los ángeles simbolizan la luz de la Verdad revelada por Cristo –“Yo Soy la Verdad” (cf. Jn 14, 6-9) – y también la luz de la gracia donada por El a través de los sacramentos de la Iglesia; de esta manera, las almas de los bautizados que aún peregrinan en el tiempo y en la tierra son iluminadas con estas dos luces, cuya fuente es el Niño pre-eterno que descansa en brazos de su Madre.

Las luces sostenidas por los ángeles simbolizan entonces lo siguiente: Cristo, Dios Luz –“Dios de Dios, Luz de Luz”, rezamos en el Credo- ilumina las mentes no sólo con el esplendor de la Verdad revelada -la cual se manifiesta en el asombroso conjunto de dogmas que sin mancha alguna de error constituyen la fe de la Iglesia-, sino que además infunde con la Gracia santificante la luz de su semblante al alma que peregrina en esta tierra, y así aquélla se ve iluminada y glorificada por esa luz.

Con esto se quiere significar que la iluminación que brota del Niño abarca dos universos: el visible, que representa lo terrenal, en donde se desenvuelve la Iglesia Militante, y el invisible, que representa lo celestial y angélico, en donde ya se encuentra la Iglesia Triunfante. La Jerusalén del Cielo y la Iglesia Militante en la tierra son ambas iluminadas por una misma fuente de luz divina: el ser divino del Niño pre-eterno.

Por lo tanto, en el icono, Cristo es el Sol de Justicia, alrededor del cual giran los espíritus terrestres y celestes; sí, El es la Luz eterna e indefectible, fuera de El solo hay tinieblas y oscuridad.

Otro detalle que aparece en el icono, y con el cual también podemos rezar, se refiere a la Virgen María: la Madre de Dios está estrechamente asociada a la iluminación que de las almas en la tierra y de los ángeles y santos en el Cielo hace Jesús: es Ella la que lo sostiene entre sus brazos. Es del ser divino del Niño de donde brota esta luz, y es alrededor de esta luz que los espíritus bienaventurados giran, y hacia ella tienden, para ser todos penetrados y glorificados, mientras que en la tierra, también las almas de los bautizados giran en torno a Jesucristo, puesto que El las santifica y las ilumina con su gracia; y también giran en torno a su Madre, desde el momento en que Ella, que también recibe de su Hijo la luz, está indisolublemente unida a El.

martes, 14 de septiembre de 2010

Llora María su dolor al pie de la cruz


Amargura, llanto, dolor/

Eso tiene la Madre en su Corazón/

Lágrimas que brotan, ardientes de quemazón/

Porque está muriendo el Hijo de su Amor.


¿Quién puede saber, Madre,/

De tu llanto y de tu dolor?/

Ni los ángeles, tristes en el cielo/

Ni los hombres, que mataron al Amor/.


Sólo Dios Padre/

En su inmenso corazón/

Te acompaña y consuela/

En el consuelo del dolor/

Porque también a Él le mataron/

El Hijo de su Amor/.


Oh, muerte esquiva,/

Que te llevaste al Cordero de Dios/

Pero dejas sola a la Madre/

En la cruz del dolor/.

¡Cómo quisiera la Madre/

Morir con la muerte/

Que a su Hijo se llevó!/

¡Tan sólo para acompañar/

Al Hijo de su Amor!/


Oh, Madre, cómo lloras/

Con llanto que no tiene consuelo,/

Madre, si en la Encarnación/

Era el Amor el que movía tu Corazón/

En el Calvario es el dolor/

El que palpita tu amargor./


Madre, que lloras sin consuelo,/

Raquel de los tiempos nuevos,/

No quieres que nadie te consuele/

En el dolor de tu Amor/

Porque no hay consuelo/

Cuando Dios en su bondad se oculta/

Y permite que el llanto invada,/

Como sombra sin fin/

Al alma humana./


Madre, que lloras,/

En llanto sin consolación/

Porque nada ni nadie puede/

Consolar al llanto de tu Corazón/.


Lo que perdiste, Madre/

La vida del Hijo de tu Amor/

¿Quién te la devuelve, Madre?/

¿Quién te regresa lo que ya no está más?/

Madre de los Dolores/

No puedo enjugar el llanto/

Que brota como un río crecido/

De tu corazón/.

Es un llanto grande/

Como grande es el Hijo de tu Corazón/

Madre al pie de la cruz/

Señora de los Dolores/

Lleva también los míos/

Que con ellos no puedo más/.

Madre, Señora de los Dolores,/

Queman tus ojos tus lágrimas/

Pero más queman tu Corazón./


Madre, ¿cuándo terminará este dolor?/

Tu llanto, hecho de lágrimas puras/

Parece nunca terminar/

Tu llanto, Madre, no termina/

Porque la vida de tu Hijo/

Ya no está en la cruz./


Madre de los Dolores/

No quieres consuelo/

Déjame al menos/

Llorar contigo./

sábado, 4 de septiembre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "Axion estin" o "Es verdaderamente misericordiosa"


Según la Tradición de la Iglesia, el nombre de este icono está relacionado con el himno homónimo, dedicado a la Santísima Theotokos (Madre de Dios). El 11 de junio del año 980, llegó hasta la celda de un novicio recluido en el monte Athos un extraño vestido con hábito monástico. Este se quedó junto al novicio rezando las horas de la liturgia y, al llegar la noche, en el momento en que el joven iba a cantar el himno dedicado a la Madre de Dios llamado “Más honorable que los querubines”, el monje comenzó a cantar un himno nuevo, desconocido, que comenzaba con las palabras “Es verdaderamente misericordiosa”, las cuales se añadían al inicio de la estrofa habitual “Más honorable que los querubines”.

El novicio, sorprendido, pidió al extraño monje que escribiera las palabras del himno para él, pero en la celda no había dónde hacerlo.

Entonces el monje, con su dedo, escribió las palabras sobre una piedra. Una vez que terminó de escribir, dijo: “Desde ahora, tú y todos los cristianos ortodoxos cantarán de esta manera”. Luego dijo su nombre, arcángel Gabriel, y desapareció. El icono delante del cual el Arcángel y el novicio cantaron el himno, conocido como “Misericordiosa (Madre de Dios)”, recibió un segundo nombre, “Es verdaderamente misericordiosa”.

¿Por qué es misericordiosa la Virgen? Ella lo es porque ante todo es misericordiosa para con su Hijo Jesús, porque lo socorre y auxilia en todo lo que El necesita, desde que se encarna en su seno, hasta cuando es ya adulto y muere en la cruz.

La Virgen obra con Jesús su misericordia ya desde el vientre materno. Al encarnarse, el Hijo de Dios, el Unigénito, necesita alimentación, refugio materno y cuidado, como todo niño recién concebido, y es la Virgen la que aloja en su seno virginal al Dios Omnipotente, que se hace débil embrión en su útero virgen; es Ella la que alimenta a este Niño desde que es sólo un grupo de células que están creciendo; es la Virgen la que reviste a este Niño, que es el Dios Invisible, dándole de su propia sustancia materna, permitiendo así que El es sea Visible.

Cuando nace milagrosamente en Belén —como un rayo de sol atraviesa un cristal, dicen los Padres de la Iglesia—, es la Virgen la que, misericordiosamente, recibe al Hijo en sus brazos cuando se lo presentan los ángeles; es la Virgen la que, en el Portal de Belén, en la fría noche, abriga con amor maternal al Niño Dios, que, aterido, llora en su cuna; es la Virgen la que, misericordiosamente, amamanta a su Hijo, que siendo el Dios Creador del Universo, ahora, como recién nacido, siente hambre. Cuando Niño, Ella se comporta misericordiosamente para con su Hijo, preparándole el alimento diario; es Ella quien lo busca durante tres días, con inmenso amor de Madre, cuando piensa que el Niño ha desaparecido y lo encuentra finalmente entre los doctores del Templo.

Ya adulto, es la Virgen la que socorre misericordiosamente a su Hijo en la Vía Dolorosa, en el Camino de la Cruz, consolándolo con su mirada amorosa, con sus lágrimas, con su presencia de Madre; es la Virgen la que acompaña, de pie ante la cruz, a su Hijo que muere crucificado; es la Virgen la que, en silencio, con su presencia y con su llanto, acompaña misericordiosamente a su Hijo que por los hombres muere en la cruz.

Cuando muere, es la Virgen la que, misericordiosamente, lleva al sepulcro el cuerpo de su Hijo muerto, y es Ella quien permanece en el sepulcro, velando el cuerpo santísimo, esperando en la Resurrección.

La Virgen es misericordiosa para con su Hijo Jesús, pero lo es también para con nosotros, porque Ella da su “Sí” al designio amoroso del Padre, para que los hombres fuéramos salvados y conducidos al seno de Dios Trino por medio del don de su Hijo.

La Virgen es misericordiosa para con nosotros, porque nos da a su Hijo Jesús, nacido milagrosamente en Belén, Casa de Pan, como Pan de Vida eterna, para que nos alimentemos con la sustancia humana divinizada y con la sustancia divina de su Hijo Jesús.

La Virgen es misericordiosa para con nosotros, porque a través de Ella, la Plena de gracia, nos revestimos con la gracia de su Hijo Jesucristo. Es misericordiosa para con nosotros, porque nos da a su Hijo Jesús en Belén, y nos lo da también en el Calvario, para que su Cuerpo nos rescate y su Sangre vivificadora nos llene de la vida del Espíritu Santo.

En el icono y por el icono, le cantamos a la Madre de Dios como la Verdaderamente misericordiosa, y vemos que la Virgen es misericordiosa para con su Hijo Jesús y lo es también para con nosotros.

Pero además la Virgen es modelo de la Iglesia Santa, y es por eso que la Iglesia también es misericordiosa para con nosotros, así como lo es Ella.

En la Santa Misa, la Santa Madre Iglesia, de quien la Virgen es modelo, se comporta como Verdaderamente misericordiosa, porque nos alimenta con la Carne del Cordero, con el Pan de Vida y con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, y nos consuela con el Amor de Dios que se nos derrama en el corazón en cada comunión eucarística.

Por último, según el milagro del icono, el ángel Gabriel escribe con su dedo, en una piedra, las letras que alaban a la Madre de Dios. En la realidad, la Virgen escribe, con su dedo, en nuestro corazón de piedra, los cantos de alabanza a la Divina Misericordia.