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miércoles, 20 de octubre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "Refugio de los pecadores"


¿Cómo podemos rezar con este icono? Imaginemos a un caminante, que debiendo arribar a su meta, la cima de una montaña, en vez de encaminarse por el sendero escarpado que habrá de conducirlo adonde quiere llegar, y ante lo dificultoso y arduo de la empresa, decide libremente internarse, por un ancho camino, parquizado y florecido, que luego de un trecho lo conduce a un oscuro bosque, en donde abundan las bestias salvajes y las alimañas, las cuales, en un momento determinado, llegan a poner en peligro su vida. Acorralado, el caminante debe refugiarse, para salvar su vida, en una luminosa y segura cabaña, construida con una madera perfumada, hermosa y resistente –cedro del Líbano-, que milagrosamente encuentra en medio de la espesura del bosque.

¿Qué significa esta historia? El caminante es el bautizado; la cima de la montaña que debe alcanzar, es la comunión de vida y de amor en la eternidad con las Tres Divinas Personas; el sendero escarpado que lo conduce a la cima, es la cruz de Jesucristo; el camino ancho, parquizado y florecido, que lo desvía de su meta, son las atracciones del mundo, que nos engañan con su belleza aparente; el bosque, tupido y oscuro, y lleno de alimañas y de bestias salvajes, son las pasiones humanas sin control y los ángeles caídos, que buscan, por todos los medios, acabar con la vida del hombre; el refugio que encuentra el caminante, la cabaña construida en cedro, es el Corazón Inmaculado de María, que aparece en los momentos más oscuros y peligrosos de la vida del pecador, para que encuentre allí su refugio.

Pero además de refugiarse de las bestias y de las alimañas que atentan contra su vida, el pecador debe refugiarse de algo mucho más temible: la justa ira de Dios, que se enciende ante la iniquidad y la malicia del corazón humano. Cuando esto pasa, sólo la Madre de Dios es Refugio seguro para el pecador, porque la ira divina se detiene ante la dulzura del Corazón de María, y suspende la ejecución del terrible veredicto, mientras el pecador se encuentra allí alojado. La ira divina es inmensamente más terrible y temible que la más peligrosa de todas las tormentas, y cuando se desencadena, hasta los ángeles de Dios tiemblan, y por eso no hay ningún lugar seguro para refugiarse de ella, ni en el cielo ni en la tierra, a excepción del Corazón Purísimo de María.

Que hasta los ángeles tiemblen, ante la ira divina, encendida justamente por la maldad humana, lo dice la misma Virgen María a Santa Faustina Kowalska: “(…) Yo di al mundo el Salvador y tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh, qué terrible es ese día. Establecido está ya es el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia” (Diario, 635).

De esto se ve que, como somos pecadores, y como muchas veces nos internamos, despreocupadamente, en la peligrosa selva del mundo -en donde acechan seres más feroces que las bestias salvajes, los ángeles caídos, que ponen en riesgo nuestra salvación eterna-, y como a causa de nuestros pecados, cometidos libremente, que ofenden la majestad divina, se enciende la ira de Dios, tenemos necesidad de un refugio seguro, y ese refugio seguro, el único, es el Corazón Inmaculado de la Madre de Dios.

Y allí nos quedaremos, hasta que, por la Sangre de Cristo derramada en la cruz, sean vencidas para siempre las tinieblas del infierno, y amaine la Gran Tormenta, el Día de la justicia divina. Sólo saldremos de ese Sagrado Refugio cuando amanezca el sereno y alegre día de la eternidad feliz en Dios Trino.

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