La Anunciación y la consecuente Encarnación de la Segunda
Persona de la Trinidad en el seno purísimo de María Virgen, es el
acontecimiento más grandioso que jamás haya tenido lugar en la historia de la
humanidad y no habrá otro acontecimiento más grandioso que este, hasta el final
de los tiempos. La Encarnación del Verbo de Dios, por obra del Espíritu Santo y
por voluntad expresa de Dios Padre, supera en majestad, infinitamente, a la
majestuosa obra de la Creación del universo, tanto visible como invisible. No hay
otro acontecimiento más grandioso que el hecho del ingreso, en el tiempo
humano, de la Persona de Dios Hijo, que en cuanto Dios, es la eternidad en sí
misma.
Debido a su trascendencia, que supera infinitamente en
majestad a la obra de la Creación, la Encarnación del Hijo de Dios divide a la
historia humana en un antes y un después, no solo porque nada volverá a ser
como antes de la Encarnación, sino porque la Encarnación hace que la historia
de la humanidad –y de cada ser humano en particular- adquiera una nueva
dirección: si antes de la Encarnación la historia humana tenía un sentido
horizontal, por así decirlo, porque las puertas del cielo estaban cerradas para
el hombre, a partir de la Encarnación de Dios Hijo esas puertas del cielo se
abren para el hombre y por esto a la humanidad se le concede un nuevo horizonte
y una nueva dirección, no ya horizontal, sino vertical, en el sentido de que
ahora la humanidad, cada ser humano, tiene la posibilidad de ingresar en el
Reino de Dios, el Reino de los cielos, ingreso que hasta Jesucristo estaba
vedado, a causa del pecado original.
La importancia del evento de la Encarnación está dada por
dos elementos: por un lado, porque Quien ingresa en la historia humana no es un
hombre santo, ni el profeta más grande de todos los tiempos, sino Dios Hijo en
Persona, por quien los santos son santos y por cuyo Espíritu los profetas profetizan;
por otro lado, la importancia está dada por la obra que llevará a cabo Dios
Hijo encarnado, una obra que será mucho más grandiosa y majestuosa que la
primera Creación, puesto que llevará a cabo una Nueva Creación y así Él lo dice
en las Escrituras: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Serán nuevos los hombres,
porque por su gracia les será quitado el pecado y les será concedida la
filiación divina adoptiva, por la que pasarán a ser hijos adoptivos de Dios y
herederos del cielo; serán nuevas todas las cosas, porque al final de los
tiempos desaparecerán estos cielos y esta tierra para dar lugar a “un nuevo
cielo y una nueva tierra”; será nueva la vida del hombre, porque Dios Hijo
encarnado derrotará definitivamente, de una vez y para siempre, en la Cruz del
Calvario, a los tres grandes enemigos mortales de la humanidad, el Demonio, la
Muerte y el Pecado; será nueva la forma de vivir del hombre, porque ya no se
alimentará sólo de pan, sino ante todo del Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía
y desde ahora saciará su sed no simplemente con agua, sino con el Vino de la Alianza
Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero y ya no comerá solo carne de animales que
nutren su cuerpo, sino que su manjar será la Carne del Cordero de Dios, que
alegrará su alma con la substancia divina del Hombre-Dios Jesucristo, todo esto
por medio de la Santa Misa.
Por todos estos motivos y muchos otros todavía, es que el
evento de la Anunciación y la Encarnación del Verbo solo pueden ser agradecidas
a la Trinidad con un único obsequio digno de la majestad divina trinitaria, el
Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, por medio de María Inmaculada, la
Esposa Mística del Cordero de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario