¿En qué podemos imitar al General Belgrano? Para saberlo,
recordemos qué es lo que hizo el General Belgrano antes de la Batalla de
Tucumán del 24 de Septiembre de 1812: puesto que era un ferviente devoto de la
Madre de Dios, frente a una situación tan peligrosa y difícil situación, como
lo era la batalla que se estaba por librar, el General Belgrano, luego de
disponer todo lo humanamente a su alcance, se dirigió al altar de la Virgen de
la Merced con una plegaria[1],
encomendándole el éxito de la batalla y prometiéndole darle su bastón de mando
y nombrarla Generala del Ejército Argentino, si es que el resultado era
favorable.
Es sabido que el resultado fue favorable para las fuerzas
patriotas, por lo que, una vez finalizada la batalla y según cuentas las
crónicas de la época, “en el parte que transmitió al Gobierno, Belgrano hizo
resaltar que la victoria se obtuvo el día de Nuestra Señora de las Mercedes,
bajo cuya protección se habían puesto las tropas. El parte dice textualmente:
“La patria puede gloriarse de la completa victoria que han tenido sus armas el
día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya
protección nos pusimos”[2]. Luego
de transmitido el parte, el General Belgrano puso en manos de la imagen de la
Virgen su bastón de mando, efectuando la entrega “durante una solemne procesión
con todo el ejército, que terminó en el Campo de las Carreras, donde se había
librado la batalla”[3].
Como vemos, la confianza del General Belgrano y su amor a María no quedaron
defraudados, porque la Virgen le concedió un brillante triunfo, gracias al cual
se decidió la suerte de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Ahora
estamos en condiciones de responder al interrogante inicial, acerca de en qué
podíamos imitar a nuestro prócer, y es en su confianza y amor a la Virgen y
mucho más, si tenemos en cuenta que nosotros no tenemos que enfrentarnos a una
batalla terrena, como el General Belgrano, y tampoco peleamos “contra la carne
y la sangre”, es decir, contra nuestros prójimos, y tampoco peleamos con armas
de fuego, para lograr la Independencia de nuestra Nación: estamos en medio de
una batalla, sí, pero una batalla espiritual, en la que luchamos contra “las
potestades malignas de los aires”, los demonios, los ángeles caídos, y luchamos
con armas espirituales –la fe, la oración, el Rosario, la Confesión, la Santa
Misa-, y lo que está en juego no es una independencia terrena, sino la
salvación eterna del alma. Y como tampoco tenemos un ejército terreno para
darle su bastón de mando y como sin embargo necesitamos igualmente obtener una
victoria brillante que resuene en los cielos por la eternidad, tenemos que hacer como el
General Belgrano: dirigirnos al altar de la Virgen de la Merced y entregarle el
Bastón de Mando de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestra inteligencia, de
nuestra libertad, y así la Virgen nos otorgará la victoria final sobre nuestros
enemigos, como al General Belgrano.
A Nuestra Madre, la Virgen de la Merced, le decimos, desde lo más profundo del corazón:
"Virgen María, Nuestra Señora de la Merced,
te hacemos entrega del Bastón de Mando
de nuestras vidas, de nuestro ser,
de todo lo que somos y tenemos,
de nuestros seres queridos,
de nuestros bienes materiales y espirituales,
para que nos concedas la victoria sobre nuestros enemigos,
para que nos tú nos guíes
a la vida eterna en el Reino de los cielos,
para que nos concedas la victoria sobre nuestros enemigos
y así contemplemos a tu Hijo, Jesús,
el Cordero de Dios,
por los siglos sin fin. Amén".
A Nuestra Madre, la Virgen de la Merced, le decimos, desde lo más profundo del corazón:
"Virgen María, Nuestra Señora de la Merced,
te hacemos entrega del Bastón de Mando
de nuestras vidas, de nuestro ser,
de todo lo que somos y tenemos,
de nuestros seres queridos,
de nuestros bienes materiales y espirituales,
para que nos concedas la victoria sobre nuestros enemigos,
para que nos tú nos guíes
a la vida eterna en el Reino de los cielos,
para que nos concedas la victoria sobre nuestros enemigos
y así contemplemos a tu Hijo, Jesús,
el Cordero de Dios,
por los siglos sin fin. Amén".
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