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miércoles, 24 de agosto de 2016

Santa María, Reina de cielos y tierra


La Virgen, luego de Asunción, fue coronada por Nuestro Señor Jesucristo con la corona de luz y de gloria divina, quedando así constituida en Reina de cielos y tierra y Reina de ángeles y hombres. Ella es la “Mujer del Apocalipsis”, revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de estrellas en la cabeza: el sol con el que está revestida la Virgen es la gloria de su Hijo Jesús, a Quien Ella, por su pureza y humildad, mereció llevarlo en su seno virginal; la luna bajo sus pies, significa que, en cuanto Reina, todo el universo visible y el invisible, le están sometidos, luego de su Hijo Jesús, Rey de cielos y tierra y de quien la Virgen participa su realeza; la corona de doce estrellas simboliza la corona de luz y gloria celestial con la que la Santísima Trinidad premió a la Virgen y Madre de Dios.

         Sin embargo, esta corona de luz y gloria no la recibió María en el cielo sin antes participar, en la tierra, de la corona de espinas de su Hijo Jesús, no de manera física, sino de manera mística que no significa que sea menos real. En efecto, la Virgen, aquí en la tierra, participó de la Pasión redentora de su Hijo Jesús, sufriendo sus mismos dolores, aunque no físicamente, pero sí moral y espiritualmente. Esto quiere decir que también sufrió la coronación de espinas de Jesús, con la misma intensidad de dolores, aunque Ella no recibió la coronación físicamente, y así como la corona de espinas del Redentor, se convirtió en corona de gloria en los cielos, que lo revestía de su carácter de Rey de cielos y tierra, así también sucedió con la Virgen, quien luego de sufrir místicamente la coronación de espinas de Jesús en la tierra, mereció, luego de su Dormición y Asunción en cuerpo y alma a los cielos, la corona de luz y gloria que la entronizaba como Reina y Emperatriz de todo lo creado, de ángeles y hombres, de cielos y tierra. Y así como ante esta Reina admirable, los ángeles del cielo, los santos y los justos en la tierra doblan sus cabezas en respetuosa y amorosa reverencia, así también los demonios del infierno tiemblan de terror y espanto y huyen ante el solo hecho de ser pronunciado el nombre impuesto por la Trinidad: Reina y Emperatriz de cielos y tierra, de ángeles y hombres.

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