La Iglesia festeja, con toda solemnidad, la Asunción de María
Santísima a los cielos, es decir, la Iglesia festeja la glorificación, en
cuerpo y alma, de la Madre de Dios. Por ser la Llena de gracia y la Inmaculada
Concepción, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, la Virgen no podía
morir, y es así que, en el momento en que debía morir, en vez de hacerlo, la
Virgen experimentó lo que los orientales llaman “Dormición” de la Virgen, que
consiste en que simplemente cerró los ojos, como cuando alguien está por
dormir, y en vez de morir, la gracia que inundaba su alma desde su Inmaculada
Concepción, convertida ya en gloria, se derramó sobre su cuerpo,
glorificándolo, es decir, llenándolo de la vida, la luz, la gloria de Dios, con
la cual la Virgen experimentó una transfiguración similar en todo a la
Transfiguración experimentada por su Hijo Jesús en el Tabor.
Así
glorificada, la Virgen es la Nueva Eva, Aquella que aplasta la cabeza de la
Serpiente Antigua; es la Mujer revestida de sol, descripta en el Apocalipsis,
con la luna a sus pies y una corona de estrellas en su cabeza, representando de
esta manera su condición de Reina de cielos y tierra, de los hombres y los
ángeles, y lo es porque está revestida de sol, que es la gracia de su Hijo
Jesús.
Es
por esto que la Iglesia exulta de gozo en este día, porque la Madre de Dios y
Madre de la Iglesia, ha sido llevada, triunfante y exultante, en cuerpo y alma
glorificados, a los cielos, y allí reina, gloriosa y triunfante, con su Hijo
Jesús, el Cordero. Pero la Iglesia no se contenta con el hecho de que
simplemente contemplemos las glorias de María: puesto que somos sus hijos, su
Asunción gloriosa anticipa nuestra propia asunción al Reino de los cielos, y es
por eso que debemos preguntarnos qué es lo que lleva a María a los cielos, para
tratar de llevar a cabo, en la vida concreta de todos los días, aquello que nos
merezca la glorificación, como a nuestra Madre. ¿Qué es lo que llevó a María a
ser Asunta a los cielos? Lo que llevó a María a los cielos fueron dos cosas: la
ausencia total y absoluta de pecado y la gracia santificante de
su Hijo Jesús, y esto porque en el cielo sólo pueden contemplar a la Trinidad y
al Cordero aquellos en los que la malicia no tenga lugar y en los que participen, desde la raíz más profunda de su acto de ser, de la santidad
divina del Ser trinitario. La Solemnidad de la Asunción de la Virgen no es, entonces, una mera
conmemoración anual de la Iglesia: es el programa y el plan de vida de todos
los hijos de la Virgen que, amándola en la tierra, desean seguir amándola en
los cielos, por la eternidad y para eso se preparan día a día, evitando todo
pecado y buscando de conservar y acrecentar la gracia santificante para, algún
día, ser asuntos en cuerpo y alma, glorificados, a los cielos, como María, y
para gozarse con Ella, por la eternidad, de la contemplación del Cordero de
Dios, Cristo Jesús.
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