Muchas veces nos preguntamos por qué no crecemos en la vida
espiritual, o por qué tal o cual apostolado no da frutos. La razón nos la da el
Manual del Legionario: porque –por uno u otro motivo- no tenemos a María en el
corazón, en el pensamiento, en el obrar[1].
Si el legionario no está unido estrechamente a María, dice
el Manual, no podrá lograr su fin, que es el de manifestar a María al mundo,
como medio (de María) para conquistar al mundo para Jesucristo[2]. Es
decir, la Virgen quiere manifestar al mundo a su Hijo Jesucristo y lo quiere
hacer por medio de los legionarios y por medio de la Legión, pero para que eso
sea posible, la unión con María debe ser tal, que sea María la que viva en el
legionario –parafraseando a la Escritura- para que, a través del legionario, se
manifieste María al mundo, como condición sine qua non de la manifestación de
Jesucristo al mundo. Pero si el legionario no está estrechamente unido a María,
es como “un soldado sin armas”, como “el eslabón roto de una cadena”[3].
Ahora bien, ¿cómo es esta unión con María? Podemos utilizar
una imagen, la de la unión del alma con el cuerpo: se trata de una unión muy
fuerte, porque el alma es lo que da vida al cuerpo y sin el alma, el cuerpo
muere. Es decir, el cuerpo depende, para su vida corporal, del alma, que le da
vida al cuerpo. Según el Manual, la unión entre el legionario y María –y por lo
tanto su dependencia vital- es aún mucho más fuerte; tanto, que puede decirse que
María es mucho más que “el alma y la vida del legionario”. En otras palabras:
el alma depende, para su vida espiritual, mucho más que el cuerpo depende, para
su vida corporal, del alma. María es “el alma del alma”, la vida de la vida
corporal, si podemos decir así, y el motivo lo encontramos en uno de los títulos
que la Iglesia le da a la Virgen: Madre de la Divina Gracia. Porque la Virgen es
la Madre de la Gracia Increada, Jesucristo, y porque la Virgen es Mediadora de
todas las gracias, y puesto que la gracia santificante, de Jesucristo, que es
la vida de nuestra alma, nos viene por María en cuanto Mediadora de todas las
gracias, es que podemos decir que el alma depende, para su vida espiritual, más
que el cuerpo depende del alma, para su vida corporal. Aquí, dice el Manual,
podemos darnos una idea del “dominio –dependencia- absoluto de María sobre el
alma, un dominio más estrecho e íntimo que el de la madre con el hijo”[4]. Hay
otros ejemplos que nos da el Manual, para reforzar esta idea de la dependencia
espiritual del alma con María: así como sin corazón no hay sangre; sin el ojo,
no hay visión; sin el oxígeno, no hay respiración en los pulmones, así también
es todavía más imposible que el alma, sin María, se eleve a Dios y cumpla sus
designios[5]. Es
decir, si un cuerpo no puede vivir sin el alma, mucho menos puede el legionario
vivir sin María.
Otro elemento a considerar, según el Manual, es que “dependemos
de María, no por sentimientos humanos, sino por disposición de Dios”[6],
porque Ella es la Madre de la Divina Gracia, la que por disposición divina, nos
da la gracia, que nos da la vida de Dios. Aun así, continúa el Manual, “debemos
reforzar y robustecer –libre y conscientemente- esta dependencia de María,
sometiéndonos a Ella libre y espontáneamente, y así descubriremos maravillas de
santificación para nuestras almas” –no solo no nos estancaremos en nuestra vida
espiritual, sino que creceremos espiritualmente a pasos agigantados-; ya no
obraremos con nuestras propias fuerzas humanas, sino que “brotará una energía
nueva, desconocida, y todo lo que no pudimos hacer –rescatar del pecado a los
que estaban bajo su yugo-, lo haremos en un instante con María”[7].
Por ejemplo, un modo de incrementar nuestra dependencia de
María, como legionarios, es el “comenzar el día con un acto de consagración a
María, renovándolo con jaculatorias a lo largo del día”, además de llevar a
María en el pensamiento y en el corazón, para que “no sea yo quien viva, sino
que sea María la que viva en mí”; el legionario debe hacerlo todo en María, con
María, para María: la Santa Misa, el Rosario, la comunión, diciéndole a lo
largo del día: “Totus tuss”, soy todo tuyo, Madre mía. El legionario debe pedir
a María ver a su Hijo Jesús –sobre todo en la Eucaristía- no con sus ojos, sino
con los ojos de María; escuchar a Jesús con los oídos de María; percibir “el
buen olor de Cristo” con los sentidos de María; proclamar a Jesús con los
labios de María; amar a Jesús con el Amor que inhabita el Corazón Inmaculado de
María, el Espíritu Santo; adorarlo con la adoración de María. Así, comenzará a
ver el mundo y los misterios de la salvación, con los ojos de María y amará con
el Corazón de María, porque será María la que viva en él y él, el legionario,
irá desapareciendo poco a poco (la razón del fracaso del apostolado y del
estancamiento y retroceso en la vida espiritual es, precisamente, que el legionario
no le da espacio a María y no deja que María crezca en él, para él desaparecer).
El legionario debe imitar a María, llevarla en su mente y en
su corazón y en su obrar, olvidándose de sí y recurriendo a María en toda
oportunidad, y así María irá configurando su alma y su corazón al alma y al
Inmaculado Corazón de María, de modo que “el legionario y María no parecerán
sino un solo ser”[8].
María intervendrá en su apostolado, otorgando los frutos que Dios tiene
dispuesto. Y sólo así, en la imitación de María por parte del legionario, la
Legión de María será el instrumento por el cual la Madre de Dios derramará
sobre el mundo su luz, y la Luz de María es Jesucristo.
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