En el Capítulo VIII del libro del legionario –Legio Mariae-, titulado “El legionario y
la Eucaristía”, se habla de la Misa como lo que es, la renovación incruenta del
Sacrificio de la cruz. El libro remarca que en la Misa “no se recuerda meramente
en forma simbólica el Sacrificio de la cruz”; por el contrario, mediante la
Misa, el Sacrificio del Calvario queda trasladado al presente inmediato. Y quedan
abolidos el tiempo y el espacio. El mismo Jesús que murió en la cruz está aquí
(en la Santa Misa)”[1].
Quedan abolidos el tiempo y el espacio, y el mismo Jesús –que es Dios- que
murió en la cruz, se hace Presente en la Misa, con su Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad. Y si se hace presente Jesús, se hace Presente la Virgen, porque
donde está el Hijo, ahí está la Madre. Dice así San Juan Pablo II: “Es
necesario que en el sacrificio del altar esté Aquella que estuvo en el
sacrificio del Calvario”.
En el mismo sentido, el Manual del Legionario afirma que la
Virgen María está presente en la Santa Misa, así como estuvo presente en el
Calvario: “De la unión de sufrimientos y complacencia entre María y Cristo,
Ella se convirtió en la principal restauradora del mundo perdido y dispensadora
de todas las gracias que Dios obtuvo por su muerte y con su sangre. (La Virgen)
permaneció al pie de la cruz en el Calvario, representando a toda la humanidad,
y en cada misa la ofrenda del Salvador se cumple bajo las mismas condiciones.
María permanece en el altar en la misma forma en que permaneció junto a la
cruz. Está allí, como lo estuvo siempre, cooperando con Jesús como la Mujer
anunciada desde el principio, aplastando la cabeza de la serpiente. Por lo
tanto, en cada misa oída con verdadera devoción, la atención amorosa a la
Virgen ha de formar parte de la misma”[2].
¿En qué consiste esta “atención amorosa” de la que habla el
Manual del Legionario? Consiste en la unión en el amor y en el espíritu, y en
la intención, del legionario con la Virgen; es decir, el legionario debe
asistir a la Santa Misa con el espíritu de entrega y sacrificio total, por la
salvación del mundo, con el que la Virgen estuvo al pie de la cruz y está al
pie del altar eucarístico. El legionario, entonces, debe participar de la Misa
en unión espiritual con la Santísima Virgen, haciendo lo mismo que hace la
Virgen: así como la Virgen ofreció su Hijo en la cruz al eterno Padre, en
expiación de nuestros pecados, ofreciéndose Ella misma en inmolación junto a su
Hijo –por eso la Virgen es Corredentora-, así también el legionario debe
ofrecer al Padre a Jesús en la Eucaristía, como Víctima Propiciatoria por
nuestros pecados, pero también debe ofrecerse él mismo, a través de la Virgen,
como víctima de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, tal como lo
hace la Virgen. La asistencia a Misa, para el legionario, por lo tanto, no se
reduce a una simple asistencia pasiva, sino que es intensamente espiritual,
desde el momento en que ofrece, junto a María, a Jesús Eucaristía, al Padre, y
en la Virgen, se ofrece a sí mismo como víctima unida a la Víctima Inocente,
Cristo Jesús. Así, el legionario se vuelve corredentor, uniendo su vida al
Redentor del mundo y a la Virgen, Corredentora.
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